jueves, 31 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Igual que hay un solo Dios, mi buen Sancho, verdadero don Miguel no hay más que uno. Y no es don Miguel Delibes. Ni don Miguel de Unamuno.

§ La mejor literatura se ha escrito siempre con lo peor de la condición humana.

§ ¿Certezas? Lo único cierto es que mañana habrás muerto.

§ Antes de retirarse a sus cuarteles de invierno, antes de hacer mutis por el foro, antes, en fin, de pasar a mejor vida, el tonto que esto escribe querría —como esa última cena, ese último cigarrillo, esa última voluntad que se concede al condenado a la pena capital— dejar constancia de su opinión de que a estas alturas de la Historia Universal nos hemos ganado, sobradamente y con creces, el derecho al pesimismo.

§ Año nuevo, vida nueva. Este libro podría ser infinito, pero como no se trata de competir con Dios, sobre todo porque —además de tener muy mal genio— es bastante dudoso que exista, el tonto que esto escribe ha decidido que con un año de tonterías es más que suficiente. Así pues, felices años nuevos —y que sean muchos— a todo el mundo y adiós hasta siempre.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Una obviedad —y por lo tanto una estupidez— antes de despedirme: los años, cuanto más pasan, más pesan.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El santoral conmemora hoy la festividad de la matanza de los primogénitos en Egipto, digo de los santos inocentes en Belén de Judea.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Por qué nadie (seamos justos: casi nadie) se atreve a decir que el verdadero y mayor problema de la Humanidad —y no es que los otros sean falsos y menores— es que somos demasiados? ¿Nadie ha leído a Borges?: Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.) El tonto que esto escribe parece que sí lo ha leído, y tal vez por ello no se ha multiplicado (aunque, eso sí, tiene muchos, quizá demasiados, sobrinos). Y más pronto o más tarde dejará un asiento libre en este mundo. (Y si es más tarde que pronto, no será del todo por su voluntad. Que dejar voluntaria —y civilizadamente— libre el asiento no es todavía nada fácil en este aún poco civilizado país.)


sábado, 26 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ La mayor ventaja de vivir solo es que no puedes descargar tus frustraciones en nadie. (Y viceversa, por supuesto.)

viernes, 25 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad

Ante la Navidad sólo caben dos opciones: se la rechaza o se la acepta. Se podrá pensar que hay una tercera: ignorarla. Pero eso vendría a ser nada más que una versión atenuada de la primera.
Algo parecido, aunque tal vez con un surtido algo más amplio de variantes, le ocurre al escritor que se enfrenta al dilema de escribir o no escribir un maldito cuento de Navidad. Además de aceptar, rechazar o ignorar la tentación, recurrente cada año, de meterse en ese berenjenal, puede hacer como que escribe el maldito cuento, pero sin escribirlo, o como que no lo escribe, pero escribiéndolo. Y ya puestos a fingir, a disimular, a amagar sin dar, a tirar la piedra y esconder la mano, ya puestos, en fin y con perdón, a hacer el indio, se puede teorizar sobre las diversas opciones que caben ante la Navidad o sobre las no menos diversas variantes a las que se enfrenta el escritor al que se le ocurre la peregrina idea de plantearse el dilema de escribir o no escribir un maldito cuento de Navidad.
Pues es un verdadero dilema. Malo si se elige ignorar. Peor si se elige rechazar. Y pésimo si se elige aceptar. A estas alturas de la Historia Universal de la Literatura (casi digo de la Infamia) ya está todo escrito y más que escrito en lo tocante a cuentos de Navidad. Y además no hay manera de escapar del tópico del corazón duro que al final se ablanda ante el chaparrón de buenos sentimientos que nos inunda en tan señaladas fechas.
Podría tratar uno de ser original haciendo como que mantiene la dureza de corazón, diciéndose que esos mendigos tullidos que nos tienden la mano o el vaso de plástico son a menudo tan falsos como tullidos que como mendigos pues no son otra cosa que miembros de una mafia de avispados pedigüeños, que esos simpáticos jóvenes (suelen ser jóvenes y suelen ser simpáticos) que nos asaltan saliéndonos al paso con la pretensión de hacernos colaborar pecuniariamente en la ONG de turno en realidad no son altruistas voluntarios sino contratados precarios, que esos músicos callejeros o de los pasillos del metro, que esos malabaristas de semáforo, que esos gorrillas, que esos vendedores de pañuelos, que esos limpiacristales, que esos y así sucesivamente, que esos y etcétera, etcétera, etcétera...
Y es precisamente ahora, cuando uno ya estaba empezando a entrar en calor, a desplegar el catálogo de las víctimas que ha ido sembrando esta maldita crisis de nunca acabar, es ahora precisamente cuando hace su aparición en escena la inevitable figura del editor, ese sujeto que como no me paga a tanto la línea procura que las líneas sean las menos posibles y no le resulten así demasiado caras.
Aunque debo confesar que en esta ocasión sus tijeras de recortar me han hecho un inmenso favor, pues la verdad es que no sabía muy bien por dónde tirar ni cómo salir del atolladero, del lío en que me había metido con mi peregrina idea de escribir, pero sin escribirlo, o de no escribir, pero escribiéndolo, un maldito cuento de Navidad.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Celebrado ya el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, el tonto que esto escribe puede confirmar y confirma que su salud sigue siendo excelente.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

 § A río revuelto, oveja muerta.

§ Reunión de pastores, ganancia de pescadores.

§ Predicar con el mal ejemplo es la mejor manera de no dar trigo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Por el mar corren las liebres

Por el monte, las sardinas. Mañana hice lo que no haré ayer. Lo oí con mis propios ojos. Subí al sótano y desde allí bajé al último piso. Retroceder hacia delante no es igual aunque sea lo mismo que avanzar hacia atrás. Globo hidrostático. Avión submarino. Submarino aéreo. Volar a cuatro patas. Andar de cabeza (ésta no tendría que valer, pues a veces es verdad). Sonreír con las orejas. El gato de Schrödinger sorbe y sopla a la vez. La pescadilla que se muerde la cabeza. La Anebsifna o serpiente de dos colas. Todo cuerpo sumergido en el agua se seca. El fuego apaga el agua. Cuando llueve hacia arriba se inunda el cielo. Si menos por menos es más, más por más es menos que menos, puesto que menos que menos es mucho más que más. Todo cambia salvo el cambio, porque el cambio, al estar siempre cambiando, nunca deja de ser cambio. Todo es uno pero no lo mismo, del mismo modo que yo es otro. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. La justicia es igual para todos. Se puede superar la velocidad de la luz. Dios existe. Lo siento, me he equivocado y no volverá a suceder. Soy inocente. Lo juro por mi conciencia y mi honor. A mí que me registren. Yo soy un político honrado. O nosotros o el caos. Aire opaco. Luz sorda. Eco mudo. Ruido ciego. Calor torrencial. Lluvia tórrida. A donde vengo es el mismo lugar de donde no voy. Tomé el camino de la derecha y lo fui superponiendo palmo a palmo en el camino de la izquierda.
Mañana sábado 19 de diciembre de 2015, jornada de reflexión previa a la jornada electoral del domingo.
Así pues, reflexionemos, hermanos, reflexionemos.
Pasado mañana domingo 20 de diciembre de 2015, jornada electoral. Por fin, ya era hora, llega el tan ilusionadamente esperado día en que los ilusionados vomitantes (queremos decir: votantes) podremos ilusionadamente emitir (queremos decir: vomitar) nuestro no menos ilusionadísimo voto.
Así pues, vomitemos, hermanos, vomitemos. (Queremos decir: votemos.)
Pero ¡ojo!, no se me malinterprete: Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.


jueves, 17 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ No estoy en ppolítica en beneficio de mis pproppios intereses. (Lo estoy en beneficio de mis pproppios cappitales.)

martes, 15 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ No sé —y la verdad es que ni me importa— si soy el bárbaro que desprecia lo que ignora o el civilizado que piensa que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio, pero confieso, sin rubor alguno, que no he presenciado ninguno, absolutamente ninguno, de los debates que han tenido lugar durante la presente campaña electoral. El lector que se considere libre de pecado, que me arroje la primera piedra.


domingo, 13 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Lo que pudo haber sido y no fue? No. Lo que nunca fue porque jamás podría haber sido.


§ Si sólo te queda tristeza procura sobrellevarla con alegría. (Desecha la fácil rima: no pienses ni digas ni escribas con entereza.)

viernes, 11 de diciembre de 2015

Por decir algo

El verdadero escritor, el escritor verdaderamente literario, ha de ser, fundamentalmente y ante todo, un inventor.
Desconfiemos, en principio, del exceso de documentación, de descripción, de detalles. A veces ese exceso no es sino una forma de disimular que el escritor no conoce realmente, no ha experimentado, no ha vivido aquello de lo que nos está hablando. Una novela no ha de ser, por ejemplo, una guía turística. Un conocedor de París o Londres o Nueva York no necesitará fingir que lo es abrumándonos con el recuento de cada farola y de cada árbol y de cada banco de un parque. Escogerá solamente lo que sea significativo y pertinente para la narración. Recuérdense el clavo o la pistola de Chéjov: si aparecen al principio de un relato habrán de ser los mismos con los que al final, bien colgándose de uno, bien disparándose con la otra, acabe suicidándose el protagonista.
Un grandioso ejemplo de invención es el que nos da Herman Melville en el capítulo IX de Moby Dick, dedicado al sermón del padre Mapple. Este capítulo, de unas diez páginas, forma una unidad con los dos que le preceden, mucho más breves. Una unidad (la capilla con sus lápidas dedicadas a quienes murieron en el mar; el capellán que antes fue marinero y arponero; el púlpito que es como la proa de un barco y al que se accede por una escala de gato; el sermón, en fin, basado en el episodio bíblico de Jonás y la ballena) que es como un microcosmos donde ya se contiene simbólicamente toda la novela. Pero ésa es otra historia.
Lo que nos interesa ahora es la maravilla que por boca del padre Mapple hace Melville con el personaje de Jonás. En un proceso similar, pero inverso, al que acabamos de señalar, del microcosmos de unas pocas líneas de la Biblia y de un personaje poco más que simbólico consigue extraer Melville y ofrecernos, a lo largo de las diez páginas de ese capítulo IX, un Jonás humano, atormentado, contradictorio, de carne y hueso. Un Jonás en el que todos y cada uno de nosotros podemos reconocernos.
Llegados aquí (cuando las tijeras del editor veas asomar pon tu texto a recortar) podrá pensar el lector que no le parece nada lógico que haya empezado con una crítica al exceso de documentación, de descripción, de detalles, y que después escoja como ejemplo precisamente a Melville. De acuerdo, pero no se olvide que he dicho en principio y a veces, y sobre todo no se olvide que Melville no es un escritor de copia y pega sino que vivió, experimentó y conoció realmente aquello de lo que nos habla.
¿Y a santo de qué —podrá también pensar el lector— este sermón sobre un sermón? Y ahí sí que me ha pillado. Porque llevo una buena temporada queriendo ser un inventor, tratando de inventar un relato para esta columna, algo verdaderamente inventivo. Pero no se me ocurre nada. Y cuando me ocurre eso, sigo un viejo consejo (igual acabo de inventármelo): si no sabes lo que escribir, escribe sobre literatura.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Ciclistas, un solo mandamiento os doy: tratad a los peatones como queréis ser tratados por los conductores.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Afortunadamente, todos los muertos viajaban en tercera




Es posible que la frase que da título a estas líneas sea eso que hoy, época de tal vez —hélas!— irreversible perversión del idioma, denominamos leyenda urbana, aunque en otros tiempos la habríamos calificado simplemente, sin necesidad de cursivas, como apócrifa.
Cierta o no, quien conozca la frase o guarde memoria de ella sabrá que se atribuye a un cronista que dio cuenta de un accidente ferroviario sucedido en España en los primeros años cuarenta del siglo XX. Eran los años más duros (¿acaso los hubo blandos?) de la dictadura franquista, y es muy probable que el, desde nuestra perspectiva actual, desafortunado cronista alojara en su subconsciente (aunque no sería de descartar que el prefijo estuviera de más) la idea de que quienes viajaban en tercera o bien —por su ubicación en el estrato más bajo de la escala social— eran rojos o bien eran familiares de rojos o bien lo habrían sido de haber tenido ocasión de serlo.
Eran tiempos en los que aún no estaba de moda eso que hoy, volvamos a las cursivas, llamamos corrección política: los mancos eran mancos, los cojos eran cojos, los sordos eran sordos, los mudos eran mudos, los ciegos eran ciegos. Y los rojos eran rojos. Así que nadie iba a escandalizarse (y ¡ay! de aquél que diera muestras de hacerlo) por la muestra de alivio con la que el cronista del accidente ferroviario remataba su crónica.
Ahora son otros tiempos. No parece políticamente correcto hablar de estratos inferiores en la escala social. Todos, o la inmensa mayoría, somos, o éramos, hasta que nos echaron encima la crisis, clase media. Así pues, o ya no hay viajeros de tercera o todos, o casi todos, lo somos. Salvo, por supuesto, los que nunca han dejado ni dejarán jamás de viajar en primera.
Esos sempiternos viajeros de primera, por las mismas razones de corrección política, aunque tal vez lo piensen no pueden decir afortunadamente ante el hecho de que todos los muertos en esa guerra global que desde al menos el 11 de septiembre de 2001 dicen haber declarado al terrorismo siguen siendo viajeros de tercera. (Para ser exactos, y en vista de la clamorosa diferencia de trato mediático, víctimas de tercera serían las de Nueva York, Madrid, Londres, París..., porque las de Beirut, Bagdad, Kabul... y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera es como si no fuesen víctimas, como si no existieran.)
No pueden decir afortunadamente, desde luego. De ahí (tenemos muy recientes los desgraciados acontecimientos de París) esos sonoros golpes de pecho, esos homenajes grandilocuentes, esa exhibición de banderas, esa profusión de Marsellesas, esas promesas de venganza, esas amenazas bélicas.
No pueden decirlo. Pero ¿estamos seguros de que en el fondo no lo piensan? ¿No piensan que Nueva York, Madrid, Londres, París y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera —por no hablar de Beirut, Bagdad, Kabul...—  son consecuencia de sus siempre oscuros, turbios e inconfesables intereses, y que mientras ésos a quienes ellos llaman terroristas no dispongan de armas lo bastante inteligentes para apuntar, no a los inocentes viajeros de tercera, sino a los habitantes de los despachos —políticos y económicos— tan confortablemente blindados y enmoquetados de París, Londres, Madrid, Nueva York, en el fondo, mientras no dispongan de esas armas —y no vamos a ser tan estúpidos como para vendérselas—, en el fondo, decíamos, no pasa nada, absolutamente nada de nada?
Al principio de estas líneas se dan tres enlaces a textos relacionados con este mismo asunto. El primero de ellos, de John Carlin, viene a decirnos, más o menos, que de nada sirve lamentarse de que quienes ahora nos hablan de tempestades fueron en su momento los sembradores de los vientos que nos las han traído, pues, fueran quienes fuesen los culpables, los rayos y truenos ya están aquí y lo que importa es protegerse de ellos. El segundo texto, de Juan José Millás, mucho más lúcido e incisivo, nos dice, en cambio, que los vientos portadores de tempestades no son sólo cosa del pasado, y nos incita a preguntarnos por qué continúan sembrándose. Y el tercero, una simple tontería obra de un amigo mío que es muy amigo de escribirlas, remonta la siembra a épocas anteriores a ese Tratado de Versalles al que de forma un tanto torticera hace alusión John Carlin en su texto.
Es muy probable, como suele ocurrir con todo, que en cada uno de esos tres textos haya parte de razón y que ninguno de ellos la tenga por completo. El lector decidirá. En todo caso, si hay algo de lo que pueda acusarse sin ningún género de duda a los sembradores de vientos y portadores de tempestades es de incompetencia, de ineptitud. Porque en todos estos ya largos años de guerra global contra el terrorismo, en lugar de haber conseguido cortar las cabezas de la hidra no han hecho otra cosa que multiplicarlas.

¿Ineptitud? ¿Incompetencia? De pronto empiezo a dudarlo. Quizás lo único cierto —y los que nunca han dejado ni dejarán jamás de viajar en primera lo saben— es que las víctimas de esta guerra —de imborrable y triste recuerdo es el ejemplo de nuestro trágico 11 de marzo de 2004— van a seguir siendo siempre los viajeros de tercera. 

domingo, 6 de diciembre de 2015

sábado, 5 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El 4 de diciembre empezó la campaña electoral para las próximas elecciones generales. ¿El 4 de diciembre? ¿De qué año?

§ España está recortada. ¿Quién la desrecortará?

§ El recortador que recorte los recortes buen recortador será.


viernes, 4 de diciembre de 2015

Qué Cómo

O dicho de manera tan arcaica como superada: sobre el fondo y la forma. El hecho de que lo verdaderamente importante es cómo se cuenta una historia no debería hacernos olvidar que para poder ser contada es necesario que haya una historia que contar. Y al revés, que para el caso es lo mismo.
Podrá parecer mentira desde la perspectiva actual, alcanzado ya un consenso según el cual la separación entre fondo y forma no es válida ni siquiera como distinción metodológica, pero hubo una época en que los partidarios del qué-fondo-historia y los del cómo-forma-ynadamás llegaron a estar ferozmente enfrentados.
Nada grave si la pelea se hubiera librado solamente en el terreno de lo académico, lo teórico y lo crítico. Lo malo fue que trascendió al terreno de lo práctico, y los sufridos lectores tuvimos que padecer tanto las miserias del peor realismo social como las nadas del más infame formalismo estructuralista.
Afortunadamente, los verdaderos escritores, los verdaderamente grandes de cualquier época son los verdaderos (sí, y tres; ¿pasa algo?) antídotos contra los venenos de esas querellas de bufones académico-teórico-críticos que se dan igualmente en (sí, también) cualquier época.
Léanse, por ejemplo —si aún no se ha hecho, y si ya se hizo no estaría de más releerlas—, maravillas como la endiablada elaboración intelectual de Pálido fuego, por nombrar una sola de las intelectualmente endiabladas obras de Nabokov, los atrevimientos estructurales de algunas de las novelas de Faulkner, la compleja arquitectura de la Recherche proustiana (no se deje nunca de volver, por supuesto, al Quijote) y tal vez se comprenda lo que trato de decir.
Precisamente Proust, en El tiempo recobrado, escribe (traduzco como puedo): “La impresión es para el escritor lo que la experimentación para el científico, con la diferencia de que en el caso del científico el trabajo de la inteligencia precede y en el del escritor viene después”.
El término impresión en esta frase puede entenderse también como sensación, como emoción, como idea. Y eso sería lo fundamental en toda obra literaria: la idea, o las ideas, que surgiendo del corazón acaban tomando forma con la ayuda de la cabeza.
Llegado aquí, sin tiempo ni espacio para mucho más, consciente de que ya se acerca el editor armado con sus tijeras de recortar, releo lo escrito hasta ahora (¿es posible no ya releer sino ni siquiera leer lo todavía no escrito?) y no me parece otra cosa que una deslavazada sucesión de triviales generalidades (discúlpese el pleonasmo). Y atribuyo esa falta de estructura, esa ausencia de pies y de cabeza, a la ausencia y a la falta, precisamente, de ideas.
Aunque quizá sea eso lo que se trataba de demostrar.
(O tal vez el objetivo de esta columna no haya sido otro que el de sostener el pretendidamente ingenioso y posiblemente estúpido título que la encabeza.)


lunes, 30 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Trescientos años, número redondo, separan el primer y segundo Quijote de las teorías especial y general de la relatividad. Tal vez no tenga nada que ver, pero no deja de ser curioso.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El monumento a las víctimas del 11-M en la estación de Atocha abandonado y por lo suelos:
Aún les pasa poco, se piensa, no en desiertos remotos ni en montañas lejanas, sino en un despacho confortablemente enmoquetado. Eso es por haberse dejado matar por los yihadistas. Si se hubieran dejado matar por ETA, ya las habríamos canonizado y estaríamos venerándolas en los altares.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Rosencrantz y Guildenstern

Shakespeare es inagotable. Empleando una expresión tan vulgar como utilitaria, puede afirmarse que de él, al igual que del cerdo, cabe aprovecharlo todo. Se ha dicho y repetido que sus obras son un catálogo completo de las pasiones humanas. Y es cierto. Pero no solamente por la amplia galería de retratos de sus personajes principales.
A imagen de las muñecas rusas, que alojan en su interior reproducciones sucesivamente reducidas de su figura, hasta en los personajes más episódicos, aquéllos que apenas disfrutan de una fugaz aparición con una o pocas frases, es capaz Shakespeare de sugerirnos, tan sólo con un par de pinceladas, un rasgo de la naturaleza humana.
Rosencrantz y Guildenstern son un poco más que personajes episódicos. Alcanzan, por su aparición en varios momentos de la tragedia de Hamlet, la categoría de secundarios. Y su recorrido por el drama permite considerarlos como símbolos, aunque  menores si se quiere, de la condición humana.
Llamados por el rey Claudio, como antiguos compañeros de juventud del príncipe Hamlet, para averiguar las razones de su aparente desvarío (léase: para espiarlo), pronto demostrarán su doblez al traicionar al que fue su amigo.
Borges, en una conferencia sobre el Quijote pronunciada —en inglés— en 1968 en la Universidad de Texas, Austin, dijo: “Y creo que todos podemos considerar a don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf resultan más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos hubiera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del mismo modo en que desairó a Rosencrantz y Guildenstern”.
Aunque ajustado, como no podía ser menos, el juicio de Borges no parece del todo justo en este caso. El menosprecio de Hamlet —personaje, por otra parte, nada amigable— se debe a que desde el primer momento olfatea la doblez, la traición de sus sedicentes amigos.
Por sumisión, por servilismo ante el poder (¿por cobardía, quizás?) llegan a prestarse, como acompañantes de Hamlet en un viaje de Dinamarca a Inglaterra donde debería ser asesinado, a servir de portadores de unas cartas que contienen la sentencia condenatoria. Pero un giro argumental hace que Hamlet encuentre y sustituya las cartas con las instrucciones de darle muerte y ordene en cambio al receptor de las mismas la ejecución de sus falsos amigos.
Destino de quienes le traicionaron que no pesa en absoluto sobre la conciencia de Hamlet y que considera plenamente merecido, pues (acto V, escena II): Fuerte peligro es para un débil el introducirse entre las puntas de las espadas de dos fieros y potentes adversarios.

Lo último que sabremos de ellos, ya casi al término de la obra, es lo mismo que al final acabará sabiéndose de todos y cada uno de nosotros: Rosencrantz y Guildenstern han muerto.

jueves, 26 de noviembre de 2015

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Las armas se fabrican para venderse y se venden para utilizarse porque si no se utilizan no habrá más ventas y sin más ventas no habrá más fabricación y sin más fabricación no habrá más beneficios que es de lo que se trata verdaderamente y en el fondo y en última instancia. (¿Y qué hay de lo nuestro?, preguntan los fabricantes de armas nucleares.)


§ Si alguien tan poco sospechoso de rojo ni de radical ni de antisistema como el expresidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower nos advirtió el 17 de enero de 1961, en la alocución final de su mandato, del peligro del complejo militar-industrial, si un organismo tan poco sospechoso de rojo ni de radical ni de antisistema como el llamado Club de Roma nos advirtió ya en 1972 de los problemas medioambientales que se nos echaban encima, y si a pesar de esas advertencias estamos como estamos, entonces ¿qué? ¿Somos idiotas? ¿Estamos locos? (Sí a lo primero, dice uno. También a lo segundo, dice otro.)

martes, 24 de noviembre de 2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Qué?

El columnista que no haya escrito nunca sobre lo que se escribe cuando no sé qué diablos o demonios escribir en la columna que me he comprometido conmigo mismo y con mis hipotéticos lectores a —seamos sinceros— perpetrar semanalmente que arroje la primera piedra.
Haga como yo, no se meta en política, digo en literatura, podría aconsejar alguien de infausta memoria. Pero resulta que ya es jueves y la columna ha de estar escrita para mañana viernes y no me da tiempo (acabo de leer en la prensa que abrir una empresa es más fácil en 82 países, antes que en España) de inaugurar una verdulería con las hortalizas que a buen seguro voy a recibir como obsequio de los lectores que hipotéticamente se pasen por aquí. (Además, el floreciente negocio de fruterías y verdulerías ya está acaparado por avispados empresarios procedentes de lo que en mis años infantiles se denominaba el Indostán.)
En momentos de bloqueo creativo como el presente solía recurrir a mis amigos para que me ayudaran a salir del apuro. Pero Tonto el que lo escribe ya me ha dicho que al final de este año se retira de las tonterías y que para lo que le queda de estar en el convento... El que escribe para olvidar parece haberse olvidado de escribir. Y Segismundo Amis continúa sin despertar de sus fantasiosas ensoñaciones.
Así pues, sólo me es posible pedir auxilio al mejor de mis amigos: El abajo firmante (es decir, un servidor de ustedes; o sea, yo y yo y yo y solamente yo y nadie más que yo; aunque a veces no sé muy bien si firmo abajo o si firmo arriba).
Me dice —es el más fiel, el más de fiar, el que casi nunca me falla— que tiene una idea para un cuento de misterio. Algo todavía muy en embrión que tal vez daría para un relato de cierta longitud, no uno de esos mini/micro/nanocuentos (mierdacuentos en realidad, tan cultivados y apreciados por los malos escritores de Internet) que no van más allá de una simplona y supuesta ocurrencia rematada —nunca mejor dicho— a las pocas líneas (muy pocas; cuantas menos, mejor) por una no menos supuesta y simplona ingeniosidad final.
En esencia, se trata de alguien —posiblemente en silla de ruedas, como el protagonista de La ventana indiscreta— que sospecha que en una sastrería frente a su domicilio ocurre algo muy extraño: nunca ha visto salir de allí a algunos de los clientes a los que había visto entrar. Un buen día se le ocurre acercarse al escaparate de la sastrería y reconoce en los hiperrealistas rasgos de los maniquíes los rostros de los clientes desaparecidos. Cae entonces en la cuenta de que junto a la sastrería hay un negocio de taxidermia...

Pero en este preciso momento acude el mejor de mis enemigos (ya saben ustedes: el editor, ese tipo que me raciona el espacio) y nos deja a todos, a ustedes y a mí, con la miel en los labios.

lunes, 16 de noviembre de 2015

domingo, 15 de noviembre de 2015

sábado, 14 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Humano, demasiado humano. Esta mañana, en el canal de televisión Cuatro, perteneciente al grupo Mediaset, durante un programa especial dedicado a los atentados de ayer en París, al comentar las reacciones de los dirigentes políticos españoles ante el más que triste suceso se ha tildado de electoralista —tal vez no sin razón y aun reconociendo que era una llamada a la unidad en tan difíciles momentos— la petición de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, de que el pacto antiyihadista no se limite al PP y al PSOE sino que se extienda a otros partidos, incluidos los —todavía extraparlamentarios— llamados emergentes, dado el cambio de panorama político que se espera en las próximas elecciones generales del 20 de diciembre. Minutos después (literalmente: minutos) se establece una conexión con el corresponsal de la cadena en Bruselas para informar de la reacción a los atentados en el seno de la Unión Europea. En un momento de la conexión se dice que el próximo martes, 17 de noviembre, la selección española de fútbol disputará un partido amistoso contra la selección belga, y que no deja de haber cierta preocupación entre los componentes de la expedición deportiva. El presentador del programa —recuérdese: Cuatro, Mediaset—, al mismo tiempo que trata de tranquilizar a la audiencia, no deja pasar la ocasión de deslizar que el  mencionado partido de fútbol será retransmitido por Tele 5, buque insignia —¡¿qué casualidad?!— del grupo Mediaset.

Extraiga el lector sus conclusiones. Al tonto que esto escribe sólo le queda expresar su más profundo, sincero y desinteresado respeto por las víctimas de éste y de cualquier otro atentado, ya sea pasado, presente o futuro. Descansen —y dejémosles descansar —en paz.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Ser o no ser entre la pena y la nada

Il n’y a qu’un problème philosophique vraiment sérieux: c’est le suicide. Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d’être vécue, c’est répondre à la question fondamentale de la philosophie.

Albert Camus. Le Mythe de Sisyphe

Todos (incluso los suicidas; al menos hasta el momento en que deciden dejar este mundo), y tal vez consista en eso la grandeza de la gran literatura, tenemos algo a la vez de Hamlet y de Harry Wilbourne.
En una situación de completo derrumbe vital (muerta su amante a consecuencia de un aborto y condenado él a prisión por su implicación en el suceso), Harry Wilbourne (Las palmeras salvajes, William Faulkner), enfrentado a la idea de terminar con todo, decide que entre la pena y la nada elige la pena.
Esta decisión de seguir viviendo, de continuar sufriendo los golpes y dardos de la adversa fortuna en lugar de tomar las armas contra ese piélago de calamidades y, haciéndoles frente, darles fin de una vez, parece disipar de un plumazo la atormentadora duda hamletiana.
Si consideramos a Hamlet como alguien que da vueltas perpetuamente alrededor de las paradojas de Zenón de Elea (la flecha nunca podrá abandonar el arco, Aquiles nunca podrá dar alcance a la tortuga) sin resolverlas, Harry Wilbourne sería el que encuentra la mejor manera de refutarlas: poniéndose a andar (y demostrándonos de paso —séanos permitido este paréntesis digresivo— que el tal Zenón no dejaba de ser un tahúr del Misisipi, un sofista avant la lettre: si la flecha nunca podría abandonar el arco, tampoco habrían podido Aquiles y la tortuga dar inicio nunca a su carrera).
Aunque ¿no es posible que sea Hamlet, con su temor a un sueño eterno poblado de pesadillas, quien, paradójica y verdaderamente, en su aparente inmovilidad vaya más lejos, logre abandonar el arco y consiga dar alcance a la tortuga? Porque, si se piensa bien, en esa aceptación de la pena por parte de Harry Wilbourne parece haber algo de trampa, algo de ventajismo: cree saber que esa pena no será perpetua, que terminará algún día, que al final —liberándole así de ella— acabará triunfando la nada.
Pero ¿y si, como teme Hamlet, no fuera así?
Imaginemos que después de muertos se nos ofreciera la oportunidad de elegir entre continuar dormidos para siempre, anonadados eternamente en un interminable y dulce sueño sin pesadillas, o asistir a un juicio —cuyo veredicto desconoceríamos previamente, por supuesto— del que dependerían un cielo o un infierno eternos.

¿Seguiría entonces Harry Wilbourne rechazando la nada? ¿Y tú, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, qué elegirías?

jueves, 12 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Más que el paso del tiempo, lo verdaderamente corrosivo son las cosas que pasan a medida que pasa el tiempo.


miércoles, 11 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ La mejor es la menor. El mal escritor de microrrelatos es alguien que piensa que lo malo, si breve, es menos malo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Matar al padre

No recuerdo si fue poco antes o poco después de que el PSOE ganara con tan amplia mayoría las elecciones generales de 1982 cuando Felipe González dijo algo así como que España necesitaba un repaso (creo que fue esa la expresión) de veinticinco años de socialismo. Claro está, y así pienso que lo entendería todo el mundo en su momento, que con ese término, socialismo, lo que realmente se quería decir era socialdemocracia. Y ya nos habríamos conformado con eso, con una socialdemocracia a la nórdica, aunque hubiera de ser a la reducida escala, desde luego, de nuestras modestas posibilidades. Algunos, incluso, renunciando a sueños que la realidad había transformado en pesadillas, hasta nos habríamos dado, como suele decirse, con un canto en los dientes.
Pero el repaso (¿acaso llegó a serlo?) no duró veinticinco años, ni veinte, ni quince. Con apenas trece años y unos pocos meses llegó el PP y volvió a poner las cosas en su sitio; es decir, en el de ellos; o sea, en el de siempre. Aunque, reconózcase por mucho que duela, el Señor ya tenía parte del camino preparado por el Bautista (véase si no un magistral artículo de Manuel Vicent, Petirrojos, de 1997, el cual nunca me cansaré de citar: http://elpais.com/diario/1997/08/24/ultima/872373601_850215.html).
Eso que ahora llamamos los mercados (o lo que en expresión muy corriente en los años de nuestra Transición —el término, con mayúscula, ya forma parte de la Historia, también con mayúscula— podríamos denominar poderes fácticos, aunque de ámbito mundial en este caso) ya dieron un serio aviso a François Mitterrand cuando en 1981, al estrenarse como presidente de la República Francesa, trató de ser —o al menos de parecer— socialista. (Léase de nuevo socialdemócrata, pues cuando se trata de ser socialista de verdad acuden en tropel los poderes fácticos mundiales con el cuchillo en los dientes y hacen lo que hicieron en Chile con el pobre Salvador Allende en 1973.)
Algo de miedo del gato escaldado al agua fría debió de haber (cuando las barbas de tu vecino francés veas pelar...), pues al llegar al gobierno en 1982 las políticas económicas del PSOE procuraron desde el primer momento no enfadar a los poderes fácticos, ni a los de aquende ni a los de allende el océano. Eran los tiempos de la contrarrevolución conservadora de Margaret Tatcher y Ronald Reagan (¡Dios, qué buenos vasallos!), los duros años que culminaron en el llamado Consenso de Washington y, no hay que olvidarlo, en la fase final y decisiva de la Guerra Fría. Es innegable que se hizo lo que se pudo: educación y sanidad públicas, pensiones, infraestructuras... Pero también —tal vez porque no había más remedio— se hicieron cosas que quizá debería haberse intentado con algo más de empeño evitar tener que hacerlas: enseñanza concertada, renuncia a denunciar el Concordato con la Santa Sede, autorización de las empresas de trabajo temporal y de los primeros contratos basura, reconversión industrial (que, tal como se hizo, fue en realidad un principio de desmantelamiento industrial), inicio de las privatizaciones de empresas nacionalizadas, fusión de la banca pública en una sola cabeza (tal vez, como Calígula con Roma, para poder cortarla —léase privatizarla— cuando conviniera, como así terminó sucediendo)...
Cien años de honradez. ¿Recordamos aquel famoso eslogan electoral del PSOE? Pues —That is the question— ése es el problema: que la honradez al parecer sólo les duró cien años. Ése es el verdadero problema, más que todos los factores geopolíticos que hayan podido condicionar su ejercicio del poder. Eso es lo que ocasionó que el repaso de veinticinco años de socialismo que según Felipe González necesitaba España ni fuera realmente tal repaso ni durase los necesarios veinticinco años.
Al principio, como en el Génesis, ya estuvo aquello tan turbio y tan oscuro de ni Flick ni Flock. Y en 1987, después de haber sido ganadas por segunda vez las elecciones generales, hubo una alusión en la prensa (por lo pasajera y superficial que fue no hay que descartar que se tratara de una insidia o que, no siéndolo, se echara rápidamente tierra encima) a un supuesto tráfico de influencias del ya fallecido José María (Txiki) Benegas con unos amigos suyos, propietarios de un negocio de discotecas en Ibiza. Pero lo que después vino ya no fue pasajero ni superficial, ya no fueron posibles insidias: desde el simbólico, por inaugural, despacho de Juan Guerra hasta la financiación irregular con el caso Filesa, pasando por el rocambolesco episodio de Luis Roldán (y no se olvide, aunque no perteneciera estrictamente a la esfera económica, el tristísimo asunto de los GAL). Y la estruendosa quiebra de PSV, la cooperativa de viviendas de UGT, el sindicato hermano. Y la gente guapa. Y Carlos Solchaga —ministro de economía y Hacienda— presumiendo de lo fácil que por entonces era hacerse rico en España...
Se ha acusado a Julio Anguita, con aquello de la pinza y del sorpasso, de haber favorecido la llegada del PP al poder en las elecciones de 1996. Tal vez. Pero no se olvide que en 1993, cuando Felipe González ganó por los pelos, ya sin mayoría absoluta, sus últimas elecciones (159 escaños) y dijo más o menos que había recibido el mensaje —algo que no podía entenderse de otra forma como que había que girar a la izquierda—, pudiendo haber pactado con Izquierda Unida (18 escaños) lo hizo en cambio con el partido (17 escaños) de —sí, no nos asombremos retrospectivamente— Jordi Pujol.
Así pues, de aquellos polvos vinieron estos lodos y aquellos vientos trajeron estas tempestades. Y el PP, con toda la mierda que lleva encima, permitiéndose el lujo de decir y tú más. Pero es que resulta (ahí está todavía abierta la herida de los ERE andaluces) que aun no teniendo razón, porque la derecha nunca la ha tenido y jamás la tendrá, resulta, decía, que no faltan del todo a la verdad —aunque sea por una sola vez— y no dejan de estar en lo cierto.
En resumen, que será muy difícil, si no imposible, por mucho mea culpa que entonen, creer cualquier propósito de renovación o regeneración o refundación (o como diablos o demonios quieran llamarlo) del PSOE mientras —freudianamente, por supuesto— no maten de verdad al padre.
Pero ¿quién va a matar al padre, si perro no come perro? ¿Quién va a ponerle el cascabel al gato si todos son gatos?

Y, además, parece que al padre no hay quien pueda matarlo. Siempre se las arregla para resucitar. Siempre se las arregla para seguir vivito y coleando.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Between grief and nothing. La triste consolación de no querer a nadie es que nunca se sufrirá la pérdida de un ser querido.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Es posible que Jesucristo resucitara una vez. Pero con el edicto de Milán volvieron a desterrarlo de este mundo. Y esta vez para no volver.

§ Comer cucarachas a cucharadas. ¿No? Désele tiempo al tiempo.


viernes, 6 de noviembre de 2015

Perfección

La perfección, como la muerte (y su contrapartida, el embarazo), no admite grados. Se está vivo o se está muerto. Se es perfecto o se es imperfecto. Así. Sin más. Y sin menos. No obstante, al igual que podemos decir medio muerto, podemos decir también casi perfecto. Incluso, yendo más allá, al otro lado de la frontera de la perfección, cruzando de una orilla a otra del nunca remansado río del lenguaje, nadie se extrañaría de oír que alguien o algo es demasiado perfecto.
Demasiado perfecto. Quizás era eso lo que pensaba Dios de sí mismo y de su infinita e inacabable gloria desde el principio de la eternidad (sí, he dicho desde el principio de la eternidad), desde lo más profundo, recóndito y remoto del oscuro pozo de los tiempos. Y tal vez por eso, para compensar tanto exceso de perfección, tanta gloria inacabable e infinita, fatigado de todo ello, tuvo que crear el universo.
Tal vez. Tal vez por eso, por saberse imperfecto de raíz, el universo crece como un árbol cuya savia busca la luz de la perfección a lo largo del tronco, hacia el extremo de las ramas, en lo más alto de la copa, condenada siempre a no alcanzarla. Tal vez por eso esa infernal sucesión de cataclismos cósmicos que transforman las partículas en átomos, los átomos en moléculas, las moléculas en monstruos como, por ejemplo, nosotros. Tal vez por eso esa alocada huída hacia delante, ese homérico combate con la gravedad (que a veces se venga, se desquita, se toma la revancha en forma de agujeros negros), esa acelerada expansión hasta que un día, en lo más profundo, recóndito y remoto del oscurísimo pozo de un gélido futuro, la última de las partículas elementales acabe disolviéndose en esa primigenia nada cuántica de la que al parecer procede todo y de la que todos, al parecer, procedemos.

Demasiada perfección. Tal vez. Se cuenta (y si no se contaba antes, es posible que se cuente a partir de ahora) que Venus, la Venus, encontrándose tal vez demasiado gloriosa y demasiado perfecta, sintiéndose quizás fatigada por tanta perfección y tanta gloria, le dijo a Milo cuando se vio esculpida: “Córtame los brazos, anda. Venga, córtamelos. Sí, hombre, atrévete. No tengas miedo”.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Agnus Dei. Se suprime la asignatura de filosofía y se impone la de religión. Eso —chapeau, señores de la derecha— es tenerlo claro.


martes, 3 de noviembre de 2015

lunes, 2 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Elecciones generales 20-D. Me temo un gobierno PP-Ciudadanos; o sea, más de lo mismo. Me temo también un gobierno PSOE-Ciudadanos; es decir, más de lo mismo.

viernes, 30 de octubre de 2015

Viudo y huérfano


El próximo pasado (cuando esto escribo) 24 de octubre de 2015, a los 95 años, vividos y apurados hasta la última gota, Maureen FitzSimmons ingresó en la eternidad. Aunque hacía ya mucho tiempo que habitaba allí bajo el nombre artístico por el que todos la conocíamos: Maureen O’Hara.
Decía Mario Benedetti (Los viudos de Margaret Sullavan) que es inevitable que en la adolescencia uno se enamore de una actriz y que ese enamoramiento suele ser definitorio y también formativo. No le faltaba razón. Tal vez sólo le faltó añadir que ese enamoramiento, cuando es el de verdad, es además definitivo.
Antes de enamorarme para siempre en mi adolescencia de Maureen O’Hara  (de su imagen de mujer, como también dice Benedetti, más que de la mujer de carne y hueso) tuve dos fugaces enamoramientos infantiles: Ava Gardner, contemplada y vuelta a contemplar a mis seis o siete años de edad en el reportaje fotográfico de una revista; y Shirley MacLaine, de quien quedé temporalmente prendado, ya cumplidos los diez, en su papel de princesa india rescatada de una hoguera funeraria por David Niven en La vuelta al mundo en 80 días.
Pero pienso ahora que es muy curioso que de esos dos fugaces enamoramientos infantiles fui plenamente consciente en su momento y que, en cambio, del definitivo enamoramiento adolescente no me di cuenta sino hasta mucho más adelante.
Porque fue siendo ya un cinéfilo empedernido que se preguntaba por qué junto a ese tópico único libro, ese tópico único disco y esa tópica única película que uno se llevaría a la no menos tópica isla desierta se llevaría uno también a la pareja favorita de pelea de John Wayne, a esos flamígeros ojos de esmeralda, a esa ígnea cabellera pelirroja, fue entonces, decía, al revisar nostálgicamente en un pase televisivo la meliflua Tú a Boston y yo a California, cuando caí en la cuenta de que había sido mucho antes, en 1962, a mis trece años y algo más de medio, atravesado ya el umbral de la adolescencia, cuando me atrapó para siempre la figura de aquella dulce y encantadora madre cuyas testarudas hijas gemelas no cejaban, hasta conseguirlo, en su propósito de volver a reunirla con Brian Keith.
Pienso también que no deja tampoco de ser curioso que el papel en el que más me ha impresionado como actriz sea el de la amarga madre en la desoladora Compañeros mortales, la desencantada compañera de viaje —más curioso todavía— del mismo (sí, otra vez; pero en un papel bien distinto) Brian Keith.
Y pienso para terminar, y para hacerlo igualmente con las curiosidades, que esas dos interpretaciones que he mencionado, las dos que más huella me han dejado, son dos papeles de madre. Así que, además de viudo, a la manera en que Benedetti decía serlo de Margaret Sullavan, con el definitivo ingreso en la eternidad de Maureen O’Hara me he quedado —también, o quizá sobre todo— huérfano.

jueves, 29 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Si la cara es el espejo del alma, el gobierno es el espejo del pueblo al que gobierna.

§ Del mismo modo que a partir de los cuarenta años cada hombre es responsable de su cara, cada pueblo es responsable del gobierno que elige o que soporta.


§ La Universidad Zaplaznar ofrece un curso de postgrado —muy adecuado para corruptos imputados por incautos— titulado Cómo irse de rositas.

miércoles, 28 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Tengo un burro neólogo (o tal vez es que no sabe hablar muy bien). Dice que lo que él hace no es rebuznar sino rebuaznar.


lunes, 26 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ De todas las historias de la Historia —mi querido Jaime Gil de Biedma— sin duda la más triste sigue siendo la de España, porque sigue terminando mal. ¿Y así habrá de seguir? ¿Y así hasta cuando?

sábado, 24 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Emblemático, referente, entrañable... Utilícese papel higiénico para limpiarse estas palabras y otras de la misma calaña.


viernes, 23 de octubre de 2015

Hombre sin rostro

Yo, que tantos hombres he sido...
 Jorge Luis Borges. El hacedor (Le regret d’Heraclite)


No sé quién soy. No sé de dónde vengo. No sé adónde voy. Tengo tantas memorias que no tengo memoria. Estoy condenado a ser inmortal. A condición de que nunca jamás pueda ser yo mismo.
Recuerdo un mamut abatido al pie de un glaciar, un campo de cereales en una llanura entre dos ríos, un faraón conducido hacia el más allá por las entrañas de una pirámide, un grupo de guerreros arracimados en el vientre de un caballo de madera, un hombre arrastrando una cruz hasta la cima de un monte, un combate entre hombres y leones en un circo de piedra, una espada incrustada en una roca, una doncella ardiendo en una hoguera, un trío de carabelas surcando un mar tenebroso, un loco descabalgado por las aspas de un molino de viento... Recuerdo también una trinchera enfangada, sobrevolada por una nube de gas mostaza. Y recuerdo una ciudad arrasada por una bola de fuego. Todo eso, y mucho más, recuerdo. Pero nada de todo eso pertenece a mi memoria. Porque nada de todo eso he podido verlo con mis propios ojos.
Cuando la víctima que llevo en mi interior deja de respirar, cuando su corazón deja de latir, cuando yo, por así decirlo, soy yo, mi rostro se desdibuja hasta convertirse en un óvalo plano, sin rasgos. No tengo nariz, no tengo boca, no tengo orejas, no tengo ojos. Eso es lo que veo (tal vez debería decir lo que intuyo) cuando me miro al espejo. Es entonces cuando tengo que apoderarme de alguien más para seguir viendo, para seguir respirando, para seguir viviendo. Pero no se piense que necesito ser como un ogro o una fiera al acecho en un bosque encantado. Siempre hay un buen samaritano, un alma compasiva que ayuda a cruzar la calle a un ciego. En ese momento, al notar el contacto de su mano en mi brazo, es cuando asimilo a mi víctima (posiblemente eso sea más exacto que decir que la abduzco o que la vampirizo o que la devoro). Siento su respiración en mis pulmones, los latidos de su corazón en mi pecho. Adopto sus rasgos. Empiezo a ver con sus ojos. (Aunque pueda parecer cruel, prefiero a los niños. Sé que con ellos el plazo hasta la siguiente asimilación, hasta la siguiente víctima, será mucho más largo.)

A veces tengo un sueño. Siempre el mismo. No es una pesadilla, aunque sea recurrente. Todo lo contrario. Es un sueño hermoso e inalcanzable. En ese sueño yo soy yo, con mi rostro ovalado, plano y sin rasgos. En ese sueño yo soy verdaderamente yo, sin nariz, sin boca, sin orejas, sin ojos. En ese sueño yo soy yo por fin, yo por fin en el centro de un laberinto, yo por fin perdido en lo más recóndito de un desierto.

lunes, 19 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Cuando en el Paraíso nos encontremos con nuestros seres queridos ¿tendremos que perder la memoria para seguir queriéndolos?


domingo, 18 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Un nihilista, piensas, es alguien incapaz de sentir ilusión. Aunque es muy curioso, sigues pensando, que ilusión signifique ilusión pero también ilusión.

sábado, 17 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Si alguna vez hubieran de cumplirse mis deseos preferiría que lo hiciesen el próximo 22 de diciembre, pues estoy bien seguro de que el día 20 de ese mismo mes no habrán de cumplirse en absoluto.

viernes, 16 de octubre de 2015

Noche del alma oscura

Estrellas fugaces en una noche nublada. Esa es la imagen que tienes de tus escritos. Y piensas que acabarán perdiéndose no —pues quizá no eres tan fatuo— como lágrimas en la lluvia, sino de manera mucho más modesta: como escupitajos en un charco.
“Yo, entre tanto, me acordaba de aquella hermosa foto de los primeros años de la revolución rusa, en la que se ve a Sergio Eisenstein cuerpo a tierra, tirando con una ametralladora, y esa ametralladora es... una máquina de escribir.” Recuerdas ahora esas palabras de Cortázar (Viaje alrededor de una mesa) y te preguntas de qué sirve y para qué sirve y a quién sirve no ya lo que escribes, sino el puro hecho de escribir. Y te llamas ingenuo, ingenuo, ingenuo. Y se lo llamas a todos los que alguna vez han contribuido a edificar ese mito del artista comprometido. (Y, ahora, por haber osado incluirte entre los ingenuos, te llamas fatuo, fatuo, fatuo.)
Admites que te encuentras bajo los efectos del desánimo. Pero es que hoy es martes y trece. (No eres supersticioso, pero es martes y trece.) Y el día está gris. Y llueve.
Aceptas también que tal vez estás escribiendo esto con desgana. (Aunque hagas lo posible para que no se note. Al menos, para que no se note demasiado. Que las comas, por lo menos, no estén mal puestas.)
Asumes todo eso. Y aprietas los dientes para no rendirte ante ti mismo (sabes que serías implacable con el vencido), para no rendirte ante tu compromiso semanal (contraído contigo mismo) de salvar el obstáculo (tantas veces, parece mentira, tan inmenso, tan casi insalvable) que representan para ti alrededor de treinta líneas de Word.
Estás a punto de lograrlo una vez más. Aunque sea a base de pura pirotecnia verbal (pura pirotecnia mojada). Nunca te habían costado tanto estas líneas. Nunca las habías disfrutado tan poco.
Pero vamos, como dijo en cierta ocasión (el 1 de septiembre de 2015, para ser exactos) ese amigo tuyo que tiene tantos pelos de tonto: Con la risa en los talones.

Sí. Así. Con esa misma filosofía vital. Aunque no consigas que la imagen de las estrellas fugaces te abandone. Aunque además pienses que el que dirige los ojos al cielo, el que pierde su mirada vacía en la noche nublada no es otro que un ciego.

lunes, 12 de octubre de 2015

Fin de trayecto

Yo, señor, soy tan cristiano como el que más; pues, aunque fui bautizado con vino, y esto por haber sido mi nacimiento en época de grandísima sequía y mayor padecimiento, habréis de saber que el cura ante el que me llevaron a cristianar probó el tal vino antes de derramármelo en la cabeza, e hízolo probar a mis padrinos, y encontráronlo todos tan aguado que convinieron sin discusión que el sacramento era válido.
No sé qué nombre me pusieron, ni cómo me llaman, ni si lo hacen de algún modo, siendo que llegué al mundo en hora menguada y con aire corrupto, y, pues eran años de mucha carestía y en los que a mucha gente faltaba de todo, faltome a mí el oído y, en consecuencia, el habla desde el principio.
Para mi desdicha, no me faltaron los dientes; y aún los tengo; y téngolos todos y enteros, pues, aunque a muchos amos he servido, con ninguno he encontrado la ocasión de hacer buen uso de aquéllos.
Sabrá, pues, vuesa merced que soy bachiller y aun licenciado y hasta doctor en ayunos; y que si no soy filósofo es a causa de no ser rocín sino humano, pues bien conoce vuesa merced que las dichas bestias filosofan cuando ayunan, mientras que los hijos de Dios Nuestro Señor no podemos hacerlo mas que en haber bien yantado.
No tengo otra ejecutoria que la de no haber pecado. Sabe el cielo que nunca he sido soberbio, pues, de haber tenido alguna vez una cajuela con migajas de pan como la de un mi amigo que era hidalgo, aseguro a vuesa merced que no habría derramado el pan, como hacía mi amigo, por la barba y los vestidos de suerte que pareciese haber comido, mas hubiera devorado las migajas, y aun la cajuela, y hasta algunos pelos de la barba de haberme ésta crecido.
De que no he sido avaricioso puede dar fe un escudero de quien fui criado y que nunca me mantuvo, mas a quien hube de mantener.
Jamás me ganó la ira; y si no lo cree vuesa merced, pregunte al ciego a quien serví el primero y al que hice agujero en un su jarro de vino por recordar mi bautismo.
Pregunte también vuesa merced al clérigo que fue mi amo segundo si he sido perezoso; y recuérdele, si por quererme mal lo afirmara, los trabajos que me dio el arcaz de los bodigos.
Tampoco he sido envidioso, que a quien he visto comer no he sino se lo agradecido, pues la vista me alegraba aunque el hambre no saciara.
Sobre la lujuria, infórmese vuesa merced con el señor arcipreste de san Salvador, quien me casó con una criada suya que, siendo ya mi mujer, siguió visitándole para le hacer la cama y guisarle de comer, muy a mi honra y la suya.
Y de la gula, qué diré a vuesa merced sino que en muy pocas oportunidades recuerdo haber comido, y en todas ellas cosas sencillas y muy amenas a los ojos del Señor: algunas veces, tocino, manjar de cristianos viejos; otras menos, la santa oblea, plato de cristianos buenos; y en una sola ocasión, aunque inolvidable, sopa de cuentas de rosario, tan sabrosa y devota que estuve eructando durante sesenta días los misterios gozosos, durante otros sesenta los dolorosos y durante sesenta más los gloriosos.
No diré más a vuesa merced sobre los hechos de mi vida, por no cansaros y porque ya se cuentan en ese libro en el que está escrito todo. Sólo diré que, habiéndome negado el cielo habla y oído no me rehusó vista y cerebro; y concediome gran habilidad para el juego de los dados. Y os diré también que, por ese don del Señor, llegado he a lugar tan alto como éste en el que estamos.
Ocurrió que, estando desocupado y ensayando nuevas maneras de cargar unos dados, aparecióseme un diablo volador y cojuelo, que acababa de escapar de una redoma donde habíalo tenido encerrado un astrólogo desde hacía un par de años. No queriendo este diablo volver a casa con sólo aire en las manos y siendo la mía la primera ánima con la que había topado, preguntome lo que querría por ella. Leíselo en los labios y contestele por señas que me la jugaría a los dados. Aceptó el diablo y puse, pues, mi ánima en prenda; y puso él, según yo le hube pedido, la capa que traía puesta, en la que había prendida una llave.
Sepa vuesa merced que con esa llave he bajado al infierno, donde he visto que, aunque hay mucho fuego, no tienen nada que asar y se ayuna demasiado. Y, pues soy caritativo, pensado he en dejar abiertas las puertas para que huyesen los condenados; pero he visto que el infierno está lleno de nobles y obispos, y aun de reyes y cardenales, y hasta de papas y emperadores. Coligiendo que no les vendrían mal unas cuantas cuaresmas, he dejado las puertas bien cerradas y he subido al purgatorio, donde, pues es lugar de paso, no me he entretenido mucho tiempo, sino el bastante para saludar a las ánimas y consolarlas prometiéndoles que algún día podremos jugar a los dados.
Y aquí me tiene vuesa merced. Dígoos que he visto esto y no me ha desagradado, siendo que no se ayuna y, aunque tampoco se come, de hambre no se padece. Os pido, pues, licencia para quedarme. Y, en habiéndomela dado, promesa solemne os hago de devolveros estas celestiales llaves que en tan buena lid os he ganado.

Por cierto, mi señor san Pedro: ¿sabéis si Dios Nuestro Señor conoce el juego de dados?

sábado, 10 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Ayer encontré en el diario EL PAÍS un precioso neologismo inventado por  David Trueba: aznaridos. ¿Será acaso —me lo hace pensar la zeta— un ingenioso cruce entre rebuznos y alaridos?

viernes, 9 de octubre de 2015

Helo ahí

Helo ahí, la punta de un hombro apoyada en el quicio de la taberna, la rala y grisácea cabellera despeinada, la cerrada barba tres días sin afeitar, la comisura izquierda sosteniendo un cigarrillo cuya cenicienta parte consumida desafía la ley de la gravedad, la camisa desabrochada hasta más abajo del esternón dejando a la vista una cadena de gruesos eslabones dorados de la que cuelga una medalla de la Inmaculada Concepción, la muñeca derecha rodeada por una muñequera elástica con los colores de la bandera española, las mangas de la camisa dobladas hasta la altura de los bíceps mostrando los tatuajes que cubren ambos brazos; la mirada torva, esquinada y taimada que destilan unos ojillos entrecerrados.
Helo ahí, siguiendo con un destello de atención en los ojillos, como si acompañara el desplazamiento a cámara lenta de una pelota de tenis, el tránsito de unas colegialas adolescentes cuyas faldas plisadas de cuadros escoceses tienen el borde muy por encima de las rodillas.
Helo ahí, contemplando ahora el paso de una pareja de apariencia magrebí. El hombre, con vaqueros y camiseta de mercadillo. La mujer, cubierta de pies a cabeza por una túnica y un velo. La comisura derecha emite un salivazo a modo de provocativo saludo, un salivazo que parece haber sido escupido también por los ojillos, un salivazo que hace acatar finalmente la ley de la gravedad al cilindro de ceniza que aún colgaba de la comisura izquierda.
Helo ahí, viendo acercarse a una mujer cargada con una repleta bolsa de supermercado y acompañada por un perrillo ratonero. Los ojillos se iluminan durante un momento por algo parecido a la ternura cuando acaricia al perro y juguetea con él. (Los colmillos del excitado animal mordisquean una de las manos que lo acarician, lo que le hace recibir un puntapié en una de las ancas.) A continuación, con voz aguardentosa, grita algo a la mujer y acompaña sus palabras con el ademán de la mano derecha en alto amenazando un bofetón. La mujer se aleja con la mirada clavada en el suelo, acompañada del perrillo todavía renqueante.
Helo ahí, aplastando la colilla con la punta del zapato y volviendo a entrar con aire chulesco en la taberna.


jueves, 8 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Acaso, querido Dostoievski, la existencia del PP no es la prueba más patente de que Dios no existe?

miércoles, 7 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Si del mismo modo que una mentira mil veces repetida puede convertirse en verdad un deseo pedido mil veces llegara a hacerse realidad, yo pediría mil veces y mil veces repetiría: Delendus est PP, delendus est PP, delendus est PP...


martes, 6 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ La novela de Dostoievski que en español se titula Crimen y castigo, en esppañol se conoce como Crimen sin castigo.


sábado, 3 de octubre de 2015

Tonto el que lo escribe


§ ¿Es posible —se preguntan Cristo y Marx, revolviéndose en sus tumbas— tener razón y no estar en lo cierto?

§ Sí —responden a coro desde Frankfurt, desde la City y desde Wall Street—, es posible estar en lo cierto y no tener razón.



viernes, 2 de octubre de 2015

Nubosidad invariable

Hay una nube que me sigue a todas partes. Es decir, hay una nube que me persigue. Pensarán ustedes que eso es imposible, que no hay dos nubes iguales. Y no seré yo quien lo discuta, al menos lo de que no hay dos nubes iguales. Me explico: desde la ventana de mi habitación se ve una cordillera. (Bueno, dejémoslo en una sierra, ya que el más alto de sus montes no alcanza los mil metros.) Esa cadena montañosa es como un barco puesto del revés, con la quilla mirando hacia arriba. En verano, cuando el calor hace brotar nubes de las montañas, la sierra parece duplicarse en el aire, desdoblarse simétricamente, reflejarse en el cielo, pues a diario, hacia el principio de la tarde, después del punto máximo de ebullición del mediodía, la cubre todo a lo largo una enorme nube que es como un barco puesto del derecho. Esa nube, digamos que la de hoy, por poner un ejemplo, es muy parecida a la que se formó ayer y a la que se formará mañana. Y yo, por muy demente que pueda parecer a ustedes, sé perfectamente que la nube de hoy no es la misma que su antecesora ni es la misma que su sucesora, y que si hay cierto parecido entre ellas es porque lo hay también entre las condiciones atmosféricas y meteorológicas de su formación. Así pues, de nubes iguales, nada. En eso estamos de acuerdo. Pero la cuestión es que yo no he dicho nada en absoluto sobre nubes en plural. Creo haber dicho con toda claridad —y si no, lo digo ahora— que la nube que me persigue es una sola nube, una nube singular, una nube única.
Pensarán ustedes también, confabulándose con Heráclito y su dichoso río, que uno no puede bañarse dos veces en la misma nube, que una nube está en constante cambio, que una nube nunca sigue siendo la misma. Pues eso sí que lo discuto. Me van a decir ustedes a mí, que soy el perseguido, si esa nube que me sigue a todas partes, no es una y la misma, como diría Parménides. Tengo fotografías y vídeos (con fechas y horas de las grabaciones) que lo prueban. Es una sola, singular y única nube la que, como un cobrador del frac, no me deja ni a sol ni a sombra. Invariablemente grisácea, invariablemente oblonga, invariablemente con la forma del largo dedo índice de un pianista.
Tal vez piensen ustedes que temo que la nube pueda lloverme o granizarme o nevarme encima o, peor aún, arrojarme un rayo. Pues no, la verdad es que no temo nada de eso. Pero no me gusta tenerla siempre apuntando a mi espalda, como si estuviera diciendo “Ha sido ése, ha sido ése”, como si estuviera acusándome de quién sabe qué delito, como si estuviera señalándome ante todo el mundo por ser el culpable de algo.


sábado, 26 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Jornada de reflexión en Cataluña: banderas, bandos, bandas, banderías, bandoleros, bandidos. (Y del internacionalismo proletario —bueno, en realidad de eso hace más de un siglo— nunca más se supo.)

viernes, 25 de septiembre de 2015

Preguntas, preguntas, preguntas

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Por qué existo? ¿Por qué soy el que soy? ¿Por qué soy infinito? ¿Por qué soy eterno? ¿Por qué no tengo principio ni fin? ¿Por qué (¿no es irónico?) soy omnipotente? ¿Por qué (¿no es todavía más irónico?) soy omnisciente? ¿Por qué soy ubicuo, o, por decirlo de otro modo, omnipresente? ¿Por qué tuve que crear un universo (o, según las últimas noticias, múltiples o incluso infinitos universos)? ¿Por qué había de tener un maldito, puto y puñetero plan? ¿Por qué y para qué los ángeles y los arcángeles, por qué y para qué los querubines y los serafines? ¿Por qué diablos y para qué demonios los ángeles caídos? ¿Por qué —delenda est figlina— tuve que modelar con arcilla un mono evolucionado que habría de terminar inventándome a su imagen y semejanza? (¿Por qué habré tenido que ser tan chapucero?) ¿Por qué, después de diluvios universales y lluvias de fuego, tuve que elegir un pueblo elegido? ¿Por qué tuve que escribir el más leído, el más traducido y el más vendido de los libros (del que, por cierto, aún estoy por ver un solo céntimo en concepto de derechos de autor)? ¿Por qué tuve que adoptar la máscara de un viejo cascarrabias, iracundo y vengativo? ¿Por qué tuve que aceptar después el papel de un jovenzuelo blandengue, conciliador y compasivo? ¿Por qué no digo ni pío (tú, santo palomo, ¿para qué hostias quieres el pico?) cuando no dejan de tomar mi nombre en vano? ¿Por qué sigo sin ver un solo céntimo en concepto de derechos de autor si de mi libro ya se han hecho tres versiones y múltiples por no decir que incontables ediciones? ¿Por qué, Dios mío, tanta pregunta? ¿Por qué, Dios mío, tanto porqué? ¿Habrá de ser así por siempre y para siempre? ¿Habrá de ser así por todos los siglos de los siglos amén? ¿Nunca jamás podré dormir sin sueños? ¿Nunca jamás podré dejar de ser el que no quisiera ser? ¿Nunca jamás me será permitido abandonar esta inexplicable e incomprensible existencia de una maldita, puta y puñetera vez?

viernes, 18 de septiembre de 2015

Adiós, muchachos

Josef K., Ole Andreson, Alejandro Villari. ¿Tres personajes distintos y un solo destino verdadero?
En cierto sentido, sí. Pero ese cierto sentido sería casi vulgar, ordinario, trivial. Esa espera pasiva de la muerte que iguala a los tres personajes, esa renuncia a luchar con lo inevitable que los equipara, ¿no es un símil demasiado evidente del destino de todos y cada uno de nosotros? Pues, ¿nos es posible hacer algo para escapar de nuestra común condena?
No es imaginable que escritores de la categoría de Borges, Hemingway y Kafka se conformaran con eso, pretendieran decirnos solamente eso, se limitaran a contarnos nada más que eso.
¿Dónde bucear entonces para ver lo profundo, lo encubierto, lo oculto? Casi da vergüenza decirlo: en cómo se dice lo que se dice.
Este breve texto (el editor —ese tipo que me raciona el espacio— ya está advirtiéndome de que casi voy por la mitad) no se propone —ni podría— analizar los motivos de que Borges ponga el acento en la atmósfera de la espera, Hemingway se limite a sugerirla en unas pocas frases de diálogo y Kafka se demore casi doscientas páginas para decirnos ¿lo mismo?
Parece claro que no, que no se nos está diciendo lo mismo. O, para decirlo de otro modo, que la mirada sobre lo mismo (ese destino al que todos estamos sentenciados, esa condena de la que nadie podrá escapar) no es —si se me permite el fácil juego de palabras— la misma mirada.
Y para comprender por qué unos ojos no pueden —ni deben— mirar de la misma manera que otros, esos muchachos que son tan avaros como mi editor, esos muchachos a los que tan difícil les resulta concebir que no es posible decir con tres palabras lo que necesita decirse con trescientas o con trescientas mil, esos muchachos, en fin, de los que estoy —pues se me agota el tiempo y se me acaba el espacio— a punto de despedirme harían bien en leer, si aún no lo han hecho, La espera, Los asesinos y El proceso.
Y si ya lo hicieron, tal vez no estaría de más que volvieran a hacerlo.


jueves, 17 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Lucha de clases? ¿A quién votarán los propietarios de la empresa que fabrica las concertinas? ¿A quién votarán los trabajadores de la empresa que fabrica las concertinas?

lunes, 14 de septiembre de 2015

El manuscrito miniado


PER ME SI VA NELLA CITTÀ DOLENTE,
   PER ME SI VA NELL’ETTERNO DOLORE,
   PER ME SI VA TRA LA PERDUTA GENTE.
GIUSTIZIA MOSSE IL MIO ALTO FATTORE:
   FECEMI LA DIVINA POTESTATE,
   LA SOMMA SAPIENZA E ‘L PRIMO AMORE.
DINANZI A ME NON FUOR COSE CREATE
   SE NON ETTERNE, E IO ETTERNA DURO.
   LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH’ENTRATE.

 DANTE ALIGHIERI. COMMEDIA, INFERNO, III, 1-9


Apareció en la almoneda de una librería de lance. El librero -un viejo sabio y taciturno con quien algunas tardes de lluvia tuve ocasión de admirar la musicalidad de un verso, la luminosidad de una metáfora o la perturbadora alquimia de un párrafo afortunado- había muerto unos días antes. No pude asistir al entierro (obligaciones que quizá no me habría sido difícil eludir me hicieron estar ausente ese día de la ciudad), pero en cuanto me fue posible acudí a llevar flores a su sepulcro. Me acerqué después a la vieja librería -que se había quedado viuda, huérfana y sola- dispuesto a presenciar el acto que, para mí, representaba la real, irreversible y definitiva desaparición de quien, aun en sus silencios -o, sobre todo, en ellos-, había sido mi amigo.
El manuscrito es un librito en octavo, modestamente encuadernado en rústica, de autor o autores aparentemente anónimos. Estaba dejado caer de manera descuidada en uno de los anaqueles cercanos a la trastienda. Yo había pasado muchas veces junto a ese anaquel, pero nunca había reparado en el manuscrito. Quizá alguien lo había removido de otro lugar más oculto mientras ordenaba los libros para la subasta; pero lo cierto es que conocía muy bien la librería, y no me pareció que nadie hubiese estado cambiando libros de sitio.
No sé por qué me atrajo. Nadie le dio importancia (pero yo ya lo tenía entre las manos); nadie pujó por él (pero ya no habrían podido arrebatármelo); nadie le puso precio (pero yo hubiese pagado lo que fuera). Lo incluyeron como obsequio en el lote por el que había pujado. Salí de la librería sintiendo brumosamente que era el manuscrito el que me llevaba bajo el brazo, que era el manuscrito el que había estado esperándome.
Lo recorrí por entero nada más llegar a casa. Es una especie de bestiario medieval, decorado con miniaturas. Sus doce páginas -plagadas de esfinges, hidras, quimeras, unicornios, anfisbenas- me hicieron pensar en alguna secreta intención zodiacal. Pero, si la hubiere, aún no he conseguido elucidarla.
Aunque fue otra cosa lo que más atrajo mi atención: las ilustraciones, que ocupan casi toda la página, están circundadas por una suerte de orlas de letra diminuta y apretada. Opuestamente a lo habitual, en este manuscrito las miniaturas no son los dibujos, sino los textos.
Tardé algún tiempo en descifrarlos. Casi había renunciado a hacerlo, pues ni la lupa de mayores aumentos lograba agrandarlos, cuando casualmente descubrí que, enfrentando el manuscrito a un espejo ovalado (como aquél en que cada mañana la madrastra de Blancanieves temía descubrir la inexorable degradación de su belleza), los textos se hacían diáfanos.
Son doce. Como los trabajos de Heracles, las tribus de Israel, los profetas menores, los apóstoles, los caballeros de la Tabla Redonda, los pares de Francia, los lados del dodecágono, las caras del dodecaedro, las islas del Dodecaneso, las casas celestes, los meses del año o las horas de luz (o de oscuridad) en los días equinocciales.
Parecen haber sido escritos en épocas diferentes, pero en todos ellos he creído encontrar algo que los iguala; algo que, como a las líneas paralelas -condenadas a no encontrarse en este mundo- quizá les permita reunirse algún día en algún punto del infinito. En todos ellos me ha parecido descubrir una insistencia en el silencio, la soledad, la desesperanza, la muerte. En cuanto a esta última, en muchos de los textos está presente en la forma en que usualmente la conocemos: real, definitiva e irreversible; en otros, en cambio, está solamente -o también- insinuada en esa otra forma -no menos real, no menos definitiva, no menos irreversible- de la muerte en vida de quien ha perdido un amor o no ha sabido encontrarlo, de quien no ha querido ser lo que debía ser o ha dejado de ser lo que era, de quien ha renunciado a estar vivo y arrastra esa renuncia durante el resto de su existencia.
Parecen, también, haber sido escritos por distintos autores; pero después de un examen no necesariamente demasiado atento se observan algunos rasgos comunes: cierta reiteración en el estilo, cierta falta de habilidad para el disimulo, incluso cierta ausencia de eso que ahora llaman profesionalidad.
Yo afirmo que esos textos proceden de un solo autor. Y afirmo que conozco su nombre. Aunque no voy a revelarlo.
Tan sólo, como final de este epicedio, diré algo sobre lo que movió al autor del manuscrito. No fue la justicia, ni la potestad divina, ni la sabiduría suprema. Ninguna de estas tres potencias alumbró esas páginas. Ese libro es obra solamente del amor primigenio. Fue una pasión soterrada lo que inspiró esas miniaturas. Lo único que movió a su taciturno y sabio autor -y baste como prueba el pétalo de rosa azul que encontré en la página ilustrada con una desolada quimera- fue el deseo de poder enfrentarse -de tener el valor de hacerlo-, aunque fuera una sola vez, con el dulce mirar de los ojos claros, serenos, de una mujer hermosa.

Unos ojos con los que quizá se atreva a enfrentarse ahora. En el lugar donde se encuentran las líneas paralelas.