Yo, señor, soy tan cristiano como el que más; pues, aunque fui bautizado
con vino, y esto por haber sido mi nacimiento en época de grandísima sequía y
mayor padecimiento, habréis de saber que el cura ante el que me llevaron a
cristianar probó el tal vino antes de derramármelo en la cabeza, e hízolo
probar a mis padrinos, y encontráronlo todos tan aguado que convinieron sin
discusión que el sacramento era válido.
No sé qué nombre me pusieron, ni cómo me llaman, ni si lo hacen de algún
modo, siendo que llegué al mundo en hora menguada y con aire corrupto, y, pues
eran años de mucha carestía y en los que a mucha gente faltaba de todo, faltome
a mí el oído y, en consecuencia, el habla desde el principio.
Para mi desdicha, no me faltaron los dientes; y aún los tengo; y téngolos
todos y enteros, pues, aunque a muchos amos he servido, con ninguno he
encontrado la ocasión de hacer buen uso de aquéllos.
Sabrá, pues, vuesa merced que soy bachiller y aun licenciado y hasta
doctor en ayunos; y que si no soy filósofo es a causa de no ser rocín sino
humano, pues bien conoce vuesa merced que las dichas bestias filosofan cuando
ayunan, mientras que los hijos de Dios Nuestro Señor no podemos hacerlo mas que
en haber bien yantado.
No tengo otra ejecutoria que la de no haber pecado. Sabe el cielo que
nunca he sido soberbio, pues, de haber tenido alguna vez una cajuela con
migajas de pan como la de un mi amigo que era hidalgo, aseguro a vuesa merced
que no habría derramado el pan, como hacía mi amigo, por la barba y los
vestidos de suerte que pareciese haber comido, mas hubiera devorado las
migajas, y aun la cajuela, y hasta algunos pelos de la barba de haberme ésta crecido.
De que no he sido avaricioso puede dar fe un escudero de quien fui criado
y que nunca me mantuvo, mas a quien hube de mantener.
Jamás me ganó la ira; y si no lo cree vuesa merced, pregunte al ciego a
quien serví el primero y al que hice agujero en un su jarro de vino por
recordar mi bautismo.
Pregunte también vuesa merced al clérigo que fue mi amo segundo si he
sido perezoso; y recuérdele, si por quererme mal lo afirmara, los trabajos que
me dio el arcaz de los bodigos.
Tampoco he sido envidioso, que a quien he visto comer no he sino se lo
agradecido, pues la vista me alegraba aunque el hambre no saciara.
Sobre la lujuria, infórmese vuesa merced con el señor arcipreste de san
Salvador, quien me casó con una criada suya que, siendo ya mi mujer, siguió
visitándole para le hacer la cama y guisarle de comer, muy a mi honra y la
suya.
Y de la gula, qué diré a vuesa merced sino que en muy pocas oportunidades
recuerdo haber comido, y en todas ellas cosas sencillas y muy amenas a los ojos
del Señor: algunas veces, tocino, manjar de cristianos viejos; otras menos, la
santa oblea, plato de cristianos buenos; y en una sola ocasión, aunque
inolvidable, sopa de cuentas de rosario, tan sabrosa y devota que estuve
eructando durante sesenta días los misterios gozosos, durante otros sesenta los
dolorosos y durante sesenta más los gloriosos.
No diré más a vuesa merced sobre los hechos de mi vida, por no cansaros y
porque ya se cuentan en ese libro en el que está escrito todo. Sólo diré que,
habiéndome negado el cielo habla y oído no me rehusó vista y cerebro; y
concediome gran habilidad para el juego de los dados. Y os diré también que,
por ese don del Señor, llegado he a lugar tan alto como éste en el que estamos.
Ocurrió que, estando desocupado y ensayando nuevas maneras de cargar unos
dados, aparecióseme un diablo volador y cojuelo, que acababa de escapar de una
redoma donde habíalo tenido encerrado un astrólogo desde hacía un par de años. No
queriendo este diablo volver a casa con sólo aire en las manos y siendo la mía
la primera ánima con la que había topado, preguntome lo que querría por ella.
Leíselo en los labios y contestele por señas que me la jugaría a los dados.
Aceptó el diablo y puse, pues, mi ánima en prenda; y puso él, según yo le hube
pedido, la capa que traía puesta, en la que había prendida una llave.
Sepa vuesa merced que con esa llave he bajado al infierno, donde he visto
que, aunque hay mucho fuego, no tienen nada que asar y se ayuna demasiado. Y,
pues soy caritativo, pensado he en dejar abiertas las puertas para que huyesen
los condenados; pero he visto que el infierno está lleno de nobles y obispos, y
aun de reyes y cardenales, y hasta de papas y emperadores. Coligiendo que no
les vendrían mal unas cuantas cuaresmas, he dejado las puertas bien cerradas y
he subido al purgatorio, donde, pues es lugar de paso, no me he entretenido
mucho tiempo, sino el bastante para saludar a las ánimas y consolarlas
prometiéndoles que algún día podremos jugar a los dados.
Y aquí me tiene vuesa merced. Dígoos que he visto esto y no me ha
desagradado, siendo que no se ayuna y, aunque tampoco se come, de hambre no se
padece. Os pido, pues, licencia para quedarme. Y, en habiéndomela dado, promesa
solemne os hago de devolveros estas celestiales llaves que en tan buena lid os
he ganado.
Por cierto, mi señor san Pedro: ¿sabéis si Dios Nuestro Señor conoce el
juego de dados?