1001 (I)

Primero, en orden cronológico, de los tres libros fragmentarios que el lector encontrará a su disposición. (Podría decirse que, como en el caso de los tres mosqueteros, hay un cuarto. Pero ese D’Artagnan -llamado Tonto el que lo escribe-, a diferencia de sus tres hermanos ya completamente desarrollados, sigue creciendo). Escrito en su mayor parte a lo largo de 2012, este 1001 es el más misceláneo de los tres libros fragmentarios. Y también el más libre. Proyectado como un cajón de sastre en el que cupiera de todo, a condición de que fuera breve, su única regla es la que marca su título: un libro que podría ser infinito debía terminar alguna vez. Y qué mejor cifra que la elegida en este caso para ponerle límite.
(R.G.P.I. Valencia 09/2013/2177)






ANDRÉS AMAT


1001









Lo que no se comienza, nunca se acaba.
Gonzalo Correas. Vocabulario de refranes y frases proverbiales y
                               otras fórmulas comunes de la lengua castellana






...mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse.
Baltasar Gracián. Oráculo manual y arte de prudencia (57)






...que si no acabó grandes cosas, murió por acometellas;
Miguel de Cervantes. Don Quijote de la Mancha (I, 26)









1
Dans un désert d’ennui. Esa infatigable desazón a causa de haber querido siempre estar en otra parte. Esa desolada convicción de que la fuga no te serviría de nada. Porque, adondequiera que huyeses, allí estarías tú también. Con tu misma desazón infatigable, con tu misma convicción desolada.


2
Los viejos madrugan posiblemente porque quieren estar seguros desde bien temprano de que siguen vivos otro día más. También, quizá, porque con la edad son necesarias menos horas de sueño; y si la cama es un lugar muy plácido para dormir, suele ser, en cambio, un territorio demasiado agreste para la duermevela o el insomnio. Pero tú, ¿por qué razón madrugas sin necesidad de hacerlo si todavía consigues dormir casi de un tirón?; ¿por qué razón, si aún no eres demasiado viejo?


3
La tenue luz azulada de la ventana de enfrente se hizo de pronto blanca e intensa y al momento se apagó, dejando en su lugar un rectángulo negro que acompañó durante toda la noche el insomnio del viajero. Cuando amaneció, pudo ver que no había ventana de enfrente, pues ese lado del hotel no daba a una calle ni a un patio interior sino a un extenso y deprimente descampado. Pero el rectángulo seguía allí, frente a él, como el horizonte de sucesos de un agujero negro que lo invitaba a franquearlo y a zambullirse en su gravedad imposible. Incapaz ya de sustraerse a la atracción, abrió la ventana y empezó a levantar una pierna sobre el alféizar.


4
Fangio y Fittipaldi, la pareja de perritos teckel bulliciosos y juguetones que acuden al parque por la tarde. En muy poco tiempo ha logrado ganarse su confianza; permiten que se acerque a ellos, que los acaricie. En muy poco tiempo ha llegado a conocer sus nombres. ¿Cuánto tardará en llegar a conocer el nombre de su dueña? ¿Cuánto en lograr ganarse su confianza; en que permita que se acerque a ella, que la acaricie?


5
Cómo a nuestro parecer. Irrumpe de pronto en tu mismo vagón del metro un rostro que te retrotrae a la infancia, pues sus rasgos angulosos te recuerdan los de un vecino tuyo de aquellos años remotos cuando el tiempo transcurría tan despacio. Ese recuerdo te empuja a una breve meditación sobre el viejo barrio que abandonaste hace una eternidad pero al que regresas a veces para dar algún paseo nostálgico. La calle de tus juegos infantiles, que ahora es un desierto de asfalto con automóviles aparcados en doble fila, un desierto de aceras ahora despobladas, un desierto de bajos comerciales clausurados o dedicados ahora -tras gruesos cristales translúcidos- a indescifrables actividades interiores que parecen clandestinas. La calle cuya estrecha calzada te parecía entonces inmensa, en la que podías entregarte sin peligro a tus juegos infantiles. La calle con aceras rebosantes entonces de vecinos y viandantes. La calle con bajos comerciales (el bar, la tienda de ultramarinos, la pescadería, la carbonería, la lechería, el cine, el molino, la fábrica de guantes, el horno de pan cocer, la farmacia, la carnicería, la papelería, la mercería, el quiosco, la garita del zapatero remendón, el taller del niquelador) que hervían entonces de luz y de bullicio y de vida y de actividad exterior. Llegas a tu estación de destino y abandonas el vagón diciéndote que sí, que es cierto, que el tiempo pasa volando, que es un soplo la vida, que veinte años no es nada. Pero te dices también que veinte y veinte son cuarenta. Y que veinte más hacen sesenta. Y que eso ya empieza a ser demasiado.


6
Poesía eres tú: Félix; Carlos Alberto, Piazza, Brito; Clodoaldo, Everaldo; Jairzinho, Gerson, Tostão, Pelé y Rivelino. (Brasil, 4 - Italia, 1; 21 de junio de 1970.)


7
Y tú también: Valdés; Alves, Piqué, Puyol, Abidal; Xavi, Busquets, Iniesta; Pedro, Messi y Villa. (FC Barcelona, 5 - Real Madrid CF, 0; 29 de noviembre de 2010.)


8
En la ciudad de Praga, con las primeras luces del día 23 de septiembre de 2012, el cadáver de Georg B. apareció flotando en las aguas del río Moldava. Mecido por un suave oleaje, el cuerpo rebotaba blandamente contra uno de los pilares del puente de Carlos IV, obstáculo que seguramente había impedido que Georg B. fuese arrastrado por la corriente. Arriba, sobre el pretil del puente, en el punto desde el que supuestamente Georg B. había caído al agua, se encontró un volumen de relatos de Franz Kafka, con la esquina superior de la última página de La condena doblada como punto de lectura. Inmediatamente, la policía se personó en el domicilio del anciano padre del ahogado y procedió a detenerlo bajo la acusación de inducción al suicidio.


9
No es cierto que todos los políticos sean iguales, le dije. Tienes razón, me contestó; algunos son peores.


10
El manuscrito miniado, adquirido en la almoneda -por defunción del propietario- de una librería de lance. Un librito en octavo, modestamente encuadernado en rústica, de autor o autores aparentemente anónimos. Es una especie de bestiario medieval decorado con miniaturas. Sus doce páginas -plagadas de esfinges, hidras, quimeras, unicornios, anfisbenas- están circundadas por una suerte de orlas de letra diminuta y apretada. Opuestamente a lo habitual, en este manuscrito las miniaturas no son los dibujos, sino los textos. Son doce. Como los trabajos de Heracles, las tribus de Israel, los profetas menores, los apóstoles, los caballeros de la Tabla Redonda, los pares de Francia, los lados del dodecágono, las caras del dodecaedro, las islas del Dodecaneso, las casas celestes, los meses del año y las horas de luz (o de oscuridad) en los días equinocciales. Para descifrarlos, para que esos textos se hagan diáfanos, pues ni la lupa de mayores aumentos lograría agrandarlos, hay que enfrentar el manuscrito a un espejo ovalado, como aquél en el que la madrastra de Blancanieves temía descubrir cada mañana la inexorable degradación de su belleza.


11
En el sendero hacia ninguna parte, hacia esa región sin retorno a la que irrevocablemente te conducen tus pies, el espejo en el que ves tu espalda está situado inmediatamente antes de ese otro espejo en el que ya no te ves.


12
Amalia y Amelia, las hermanas siamesas, idénticas como dos gotas de agua, unidas desde su siempre y para su siempre por las vértebras dorsales. Cuando se encuentran en espacios abiertos o están alegres o tienen prisa, se desplazan con un movimiento giratorio de perinola o de bailarina de cajita de música. Esa rotación de giróscopo o de giróstato, que emplean también para subir o bajar las escaleras, las hace sentirse unificadas, libres e ingrávidas; no como esas otras formas de desplazarse que las hacen conscientes de su pesada y adherida dualidad; no como ese lento y sincronizado andar lateral de cangrejo al que se resignan en los espacios cerrados o en los momentos sin prisa o cuando inusitadamente están tristes; no como ese caminar de persona aislada (que obliga a una de ellas a desplazarse en incómoda marcha atrás) al que recurren cuando rara y mutuamente se enfadan. Sea cual sea el modo de desplazamiento, lo ejecutan con un acompasado virtuosismo casi sinfónico, como si el dúplice conjunto de músculos, nervios y huesos obedeciera a una sola batuta o a un solo pensamiento. Y, en efecto, alguna secreta conexión debe de prolongarse desde las vértebras comunes hasta los respectivos puentes de Varolio para que así ocurra, una secreta conexión que sin embargo en algún lugar debe de fallar o de hacer cortocircuito, pues ese ser octimembre y bicéfalo pero, a su modo y manera, único y sincrónico, sólo en un aspecto, en el habla, revela su verdadera y doble individualidad independiente:  Amalia es incapaz de pronunciar la e (la pronuncia como a), y a Amelia (la pronuncia como e) le sucede lo mismo con la a; de modo que si la primera diría algo así como “mi mamá ma mima”, la segunda no podría decir sino, por ejemplo, “mi pepé me eme”. Esta peculiaridad fonética puede producir curiosos -y enigmáticos- efectos, como el que se daría si cada una de ellas pronunciara los nombres de las dos, que a pares (Amalia y Amalia, Emelie y Emelie) quedarían misteriosamente igualados. Pero esta oposición fonológica se neutraliza cuando, lo que ocurre casi siempre, hablan a la vez, por lo que ese sincronizado dúo de voces cristalinas es capaz de pronunciar correctamente palabras como escalera, cereal, bagaje, amarra o enfrente, y frases como “esta semana vendremos más tarde”, “mañana nos saldrá la lotería” o “Gaspar y Senén nos aman secretamente”. La vida, en fin, suele ser cruel con los seres como Amalia y Amelia, por lo que si existe un dios (así, con minúscula) tan inmisericorde como para haberlas creado (o imaginado) inseparables en vida, sería de justicia que, en contrapartida, hubiese un Diablo (así, en efecto) tan misericordioso que les concediera una muerte conjunta.


13
A quienes nos dicen que poca filosofía o poca ciencia nos apartan de Dios y que mucha filosofía o mucha ciencia nos acercan a Él, ¿por qué no responderles que poca Biblia y poco catecismo nos atan a su dios y que mucha Biblia y mucho catecismo nos liberan de él?


14
Perchance, to dream. Cada noche resucitábamos un muerto. Lo veíamos salir del cementerio con paso indeciso, alejarse por el camino de la ciudad con la mirada dubitativa del que no sabe muy bien hacia dónde dirigirse. Hasta que una noche uno de ellos nos dijo: “Quiero seguir estando muerto. Tengo muchas, muchísimas ganas de seguir durmiendo. Dejadme seguir soñando en paz.”


15
Hacia medianoche, un hombre de unos cuarenta años con gorro blanco de marinero, mirada somnolienta y barba de varios días entró en la taberna del pequeño puerto de pescadores. Iba embutido en un grueso chaquetón azul oscuro con las solapas levantadas, todavía apretadas contra el cuello por un puño crispado y trémulo, y tenía los hombros -aunque no el gorro- cubiertos de nieve que empezaba a derretirse. Se hizo un momentáneo silencio, y las cabezas de los escasos parroquianos que aún ocupaban algunas de las mesas se volvieron por un instante hacia el desconocido mientras éste, con caminar pausado y mirando siempre al suelo, atravesaba el local en dirección al mostrador. Una vez allí, tomó asiento en un taburete, apoyó los antebrazos en la barra de cinc y pidió al tabernero una copa de aguardiente. La despachó de un trago y luego, inclinando el tronco hacia el tabernero, con una mirada como de acabar de despertarse y un hilo de voz que apenas podía elevarse sobre la recuperada charla de los parroquianos, preguntó: “¿Por qué hace tanto calor aquí?” “¿Qué lugar es éste?” “¿En qué siglo estamos?”


16
Yo nací -¿respetadme?- con Roberto Alcázar y Pedrín, con el Abuelo Cebolleta y con el Guerrero del Antifaz. Yo vi nacer, comprendedme, a Diego Valor, al Capitán Trueno, al Jabato y a Mortadelo y Filemón. Yo he vivido (perdonadme) rodeado de fantasmas de tinta y de letra impresa. Yo moriré solo, como cualquiera. Y como lágrimas en la lluvia habrán de diluirse en la nada mis recuerdos. ¿No habrá ningún alma caritativa que, apiadándose de mí, los rescate del sumidero y se moleste en conservarlos?


17
Cuando llegó el día séptimo Dios había terminado su obra, y descansó el día séptimo de todo lo que había hecho (Gn 2,2). Oyeron después los pasos del Señor Dios que se paseaba por el huerto al fresco de la tarde, y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del huerto (Gn 3,8). Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, de la que fuiste formado, porque eres polvo y al polvo volverás (Gn 3,19). Quizá no sea demasiado ilegítimo aventurar a partir de estos versículos del Génesis que el paraíso debió de ser algo así como un prolongado e interminable domingo; y que el pecado original fue cometido, por consiguiente, un domingo por la tarde; y que el castigo consistió en ser expulsados de ese domingo y arrojados a un no menos interminable y prolongado lunes del que sólo seremos liberados por la muerte.


18
Para anotar en tu diario (si lo llevaras) o para el diván del doctor Freud (si te psicoanalizaras). Soñado anoche: comida campestre anual -multitudinaria, por el contexto- de todos los que se apellidan Pérez. Aunque no es ése tu apellido, siempre te invitan. Saludas a dos hermanos gemelos así apellidados, excompañeros tuyos de trabajo -que ejercen contigo, por así decirlo, de anfitriones-, y les preguntas por un amigo común que este año no ha asistido a la comida. Tú mismo te contestas (pero eso ya no sabes con seguridad si sucede todavía en el sueño o ya -pues a continuación te has despertado- en la inmediata duermevela) que, al fin y al cabo, el amigo ausente es solamente Pérez de segundo apellido. Reflexión ya en la duermevela: el amigo ausente lo era sólo tuyo, no de los gemelos. Se trata de un antiguo amigo de infancia, adolescencia y primera juventud, del que te distanciaste hace ya muchos años. Siempre te has considerado causante y culpable de ese distanciamiento. Hace pocos años, por la esquela en un diario local que solamente compras el día de Sábado Santo, cuando no se publica el periódico nacional que lees habitualmente, supiste que ese antiguo amigo había muerto.


19
Soñé que resucitaba. Para no despertar, me tranquilicé desde el interior del sueño: “No te preocupes”, me dije. “Sólo estás soñando.” “Sigues estando muerto.”


20
Siempre me he sentido prisionero de mí mismo, recluido en una cárcel cuyos límites coinciden con los de mi propia piel. Siempre he querido estar en un lugar y un tiempo diferentes a los que infatigablemente me apresaban, en un cuando y un donde en los que no estuviera obligado a tropezar con mi cara en los espejos. He pasado la vida pensando en esa fuga imposible, diciéndome que debía de haber una vía de escape a través de alguno de los orificios corporales; pero no habiendo sabido nunca muy bien el lugar exacto del interior de mi cuerpo en el que me hallaba atrapado, siempre me resultó difícil orientarme para buscar y encontrar esa vía en aquel laberinto de músculos, venas, arterias, vísceras y huesos. Hasta hoy. Hasta hoy en que, por fin, he logrado encontrar lo que buscaba. Ha sido suficiente con impulsarme hacia arriba, con dar un salto. Y desde arriba contemplo ahora ese orificio por el que he conseguido huir. Ese orificio como de bala que, al escapar, he abierto en la bóveda craneal, en la intersección del asta y el brazo de esa especie de te mayúscula que forman las suturas coronal y sagital, en esa suerte de punto fronterizo entre tres países donde confluyen el hueso frontal y los dos parietales.


21
Pregunta que Kafka se hizo en cierta ocasión (y que deberíais haceros tú y tú y tú, y tú -no te escondas- también; y que todos nosotros deberíamos repetir y repetir y repetir, y no dejar de repetir, con toda suerte de altavoces y megáfonos, ante la columnata filistea de la plaza de san Pedro hasta conseguir sacudirla y derrumbarla y que no quedara de ella piedra sobre piedra): ¿Qué has hecho tú con el regalo del sexo?
22
No creo en los vivos, dijo el fantasma.


23
Cuanto más conozco el Quijote, más admiro a Cervantes.


24
Me gustan con cabello y ojos oscuros, cejas finas, nariz afilada y recta, lóbulos pequeños, labios carnosos; me gustan con pecho erguido, cintura estrecha, culito prieto y empinado, piernas bien torneadas y largas; pero me gusta, sobre todo, que no se depilen, que sean de los pocos que todavía lucen una varonil mata de pelo en el pecho. (En cuanto al tamaño, lo cierto es que sí que importa. Aunque no demasiado; solamente un poco.)


25
Se pregunta: ¿es lícito transcribir el caos de manera caótica? Sin saber muy bien por qué, le viene a la cabeza una trasnochada (al decir de algunos) aseveración marxiana: la existencia determina la conciencia. Pero, se pregunta también, ¿cómo mantener una conciencia estable en estos tiempos en los que la existencia se modifica en progresión geométricamente acelerada? Se pone un ejemplo: en otro tiempo hubiera defendido incluso al peor de los delincuentes arguyendo que la culpa radica no tanto en el individuo como en la injusticia social, la explotación del hombre por el hombre, la opresión de una clase por otra, y bla bla bla bla bla y etcétera etcétera etcétera. Pero hoy en día -vuelta a los interrogantes-, ¿qué decir de esa sedicente sociedad civil que está legimitando lo abominable con sus votos (y, en consecuencia, suicidándose)?; ¿qué, de esa masa informe que cuando pide justicia en realidad sólo se rasca cuando le pica y lo que está demandando no es otra cosa que ojo por ojo y diente por diente?; ¿qué, de esa infantilizada juventud disfrazada con crestas y tatuajes y perforaciones y pendientes que cree que se comunica con millones de supuestos amigos colgando estúpidas fotografías e inanes cotilleos en una incalificable red social y piensa que los Reyes Magos son los papás y que éstos van a gozar de la vida perdurable por los siglos de los siglos amén? Sí, admite, puede ser, es posible, quizá no todos los jóvenes sean así, pero la evidencia empírica… Ese grupito, por ponerse otro ejemplo, de jovencísimos verdugos -tan traído y tan llevado y tan abusivamente manoseado en todos los medios de comunicación- del que ha brotado una supuesta víctima (supuesta, pues su cadáver sigue sin haber sido encontrado). Piensa (y no deja de pensar y no encuentra el modo de dejar de hacerlo) que los papeles podrían haber sido perfectamente intercambiables, que la víctima podría haber encajado sin dificultad en el personaje de cualquiera de los verdugos y que cualquiera de éstos etcétera. Para terminar -porque en algún momento hay que hacerlo, aunque se podría seguir indefinidamente- te preguntas: ¿por qué he escrito esto en tercera persona?


26
Despertó en la oscuridad con una desconocida sensación de ausencia de tacto. Trató inútilmente de encontrar a ciegas el interruptor de la luz. Después, sin reparar en la doble incongruencia (de repente se le había ocurrido que lo más urgente era redactar una nota de protesta a la dirección del hotel), buscó recado de escribir en la mesilla de noche, pero todo lo que intentaba asir se le caía de las manos. Una pálida claridad auroral empezó a invadir la habitación. Pudo entender así la razón de lo que le estaba sucediendo: en lugar de manos y pies, tenía pezuñas. Oyó entonces unos golpes en la puerta. Era algún botones o algún conserje que, con una entonación de cordialidad impostada y estupidez publicitaria que le hizo recordar un antiguo anuncio televisivo de cierta marca de café, al mismo tiempo que llamaba a las habitaciones iba diciendo: “¡Vamos, chicos; al matadero!”


27
Qué tiempos éstos, querido Brecht, en que son los ladrones quienes hacen las leyes y los capitanes los primeros en abandonar el barco.


28
De una antiquísima revista de humor injustamente olvidada hasta por los más viejos del lugar: Donde no hay publicidad resplandece la verdad.


29
¿También a ti deberá sobrevivirte la vergüenza?


30
Tan inútil como intentar llenarse los bolsillos con puñados de agua.


31
En el estado policial el pueblo era bienaventurado, pues era perseguido por causa de la justicia. En el estado de derecho, también; pero el delincuente económico era desventurado, pues gozaba de todas las garantías judiciales y disponía de los mejores y más viles abogados.


32
¿Era infalible el papa cuando proclamó la infalibilidad del papa?


33
Cristo, Alejandro... Pero Alejandro fue primero... ¿No será la edad de Cristo uno de tantos otros recursos literarios?


34
¿Jesucristo nació antes o después de Cristo?


35
Tan huidizo como el horizonte, como las nubes, como arena o agua entre los dedos.


36
Se marcó como proyecto de vida alcanzar el horizonte. Naturalmente, fracasó. Como todos, acabó muriendo.


37
Tan vano como aplaudir a los muertos.


38
¿Puede haber mayor estupidez -preguntó uno- que ésa de “todos somos X” (o Y o Z o etcétera, etcétera, etcétera)?


39
Sí -respondió otro-; posiblemente, esa otra de los lacitos de diferentes colores.


40
El pueblo unido jamás será vencido. Pero, ¿alguna vez ha estado unido el pueblo? ¿Podrá llegar a estarlo alguna vez? Y, a propósito, ¿alguien es capaz de explicar qué diablos o demonios quiere decir el pueblo?
41
Escuela de negocios: el nombre, en sí, ¿no resulta ya un tanto sospechoso?


42
Se levantaba siempre antes de que sonara el despertador, salía de casa unos minutos más pronto de lo necesario, cruzaba la calzada, caminaba un corto trecho por la acera, se detenía y aguardaba agazapado en la primera esquina. La orden era esperar a verse salir de casa (lo que, con exactitud de reloj atómico, sucedía invariable y cotidianamente a las siete y media), seguirse a todas partes y anotarlo todo escrupulosamente en un diario. Durante años llenó página tras página con monótonas entradas que fueron componiendo una desoladora letanía de idas y venidas de casa a la oficina y de la oficina a casa; de solitarios desayunos, almuerzos, comidas, meriendas y cenas; de aburridas sesiones de cine, funciones de teatro o veladas musicales sin compañía; de desganadas visitas a exposiciones y museos; de libros leídos con poco interés y menos provecho; de paseos sin rumbo por parques y alamedas. Un día, al despertar, encontró un paquete en la mesilla de noche. Contenía un revólver cargado con una sola bala y una nota con una nueva orden. Esa mañana se siguió a menor distancia de la habitual, casi pisándose los talones. Se fue acercando poco a poco, sigilosamente, hasta estar seguro de no fallar. Levantó entonces el brazo armado y apuntó a la cerviz. Cuando apretó el gatillo sintió por un instante fugaz el tacto, candente y gélido a la vez, de la bala que le entraba por la nuca.
43
Nada vale la pena -dijo uno- si no se tiene nadie con quien compartirlo.


44
El problema -replicó otro- es que, como dijera el otro, el infierno son los otros.


45
Y el diablo -concluyó uno- es uno mismo.


46
Hay quienes aseguran que la realidad (o la verdad; o lo que demonios o diablos sea) es una e inamovible. Hay quienes afirman, por el contrario, que es calidoscópica y cambiante. Es posible que ni unos ni otros tengan razón. O que todos ellos, cada cual a su manera, la tengan. Aunque lo más probable es que el calidoscopio esté en los ojos que contemplan la verdad (o la realidad; o lo que diablos o demonios sea).


47
Le parecía curioso que los mismos que, con total aplomo y sin ningún rubor, no se recatan en proclamar “no me arrepiento de nada de lo que he hecho” fuesen también casi siempre los que a la menor ocasión se despachan tan a gusto con un intimidatorio “no sabe usted con quién está hablando”.


48
Profecía de maese Pero Grullo (compadre y discípulo de maistre Alcofribas Nasier, abstracteur de quinte essence): “Si vives lo bastante, llegarás a viejo.”


49
Ese letrero que en muchas mansiones dice cuidado con el perro, lo que en realidad debería decir es cuidado con el amo.


50
Sería aconsejable instalar un nuevo tipo de señal de tráfico en determinados barrios excesivamente acomodados. Habría de ser triangular, como las que advierten de alguna clase de peligro. Pero en lugar de llevar inscrita la silueta de algún pacífico ejemplar de bóvido, cérvido, équido o cualquier otra familia de inofensivos herbívoros, debería mostrar una figura que claramente indicara: Peligro. Tiburones sueltos.


51
El ahorcado que mira desde abajo las suelas de sus zapatos y ve que están agujereadas y se dice que no están los tiempos para dispendios ni zapatos nuevos y que en cuanto me descuelguen del patíbulo tendré que ir sin demora al taller del zapatero remendón para que me pongan tapas y medias suelas no sea que vaya a pincharme con algún clavo oxidado tirado por el suelo y pueda coger el tétanos.


52
Hubo una vez una dama de hierro. Hubo más tarde una dama de hielo. Si no yerro -pues profetizo el pasado desde el futuro-, ninguna de ellas debe de haber ido (ni debería haber ido) al cielo.


53
Dios, qué buen vasallo. La dama de hierro (una desclasada hija de tendero) y el actor de brocha gorda (un mediocre secundario de Hollywood): de aquellos polvos vinieron estos lodos.


54
¿Está muerto?, preguntaron. Lo suficiente, les respondieron.


55
Como decir bastante embarazada o bastante muerto. (Pero entonces, ¿por qué se dice medio muerto o casi muerto?)


56
El tiempo también pinta. Está muerto; pero, según van pasando los años, escribe cada vez mejor.


57
El cascabel al gato. (¿Es lícito -cfr. 25- transcribir el caos, etcétera?) El colonialismo y la emigración transatlántica como válvulas de escape en tiempos de Marx y las revoluciones proletarias. Y sin embargo hubo revoluciones (aunque, pensándolo bien, la que finalmente triunfó -gracias a (o por culpa de) esa guerra que habría de terminar con todas las guerras- lo hizo ¿curiosamente? donde menos colonialismo y menos emigración había). Que terminaran como han terminado, ésa es otra historia. La cómoda acomodación de las clases trabajadoras occidentales a un estado del bienestar concedido a regañadientes después de la segunda gran catástrofe como mero escaparate para contener y finalmente derrotar a un imperio del mal al que nunca se le dio -y se le negó desde primera hora- la oportunidad de ser otra cosa (pero eso es parte muy importante de esa otra historia). El fin de la Historia. Ahora hay que competir, ser más eficientes (es decir, mucho más baratos). Pues han accedido al mercado millones y millones de brasileños, de rusos, de indios, de chinos (gato blanco o gato negro; aunque, con guantes, nunca podrá cazar ratones). Si todos esos millones quieren limpiarse su mierda con nuestro mismo papel higiénico no habrá bosques suficientes. La solución (¿o socialismo -gobierno mundial y control de natalidad incluidos- o barbarie?) no debería ser demasiado difícil, al menos no imposible. Pero seguimos fabricando hijos (los que Dios nos dé) y coches (la rueda ha de seguir rodando). Total, dentro de cinco mil millones de años, cuando el sol reviente, todos calvos. O quizá, con un poco de suerte, mucho antes. El cascabel al gato. (¿Es lícito, etcétera, etcétera, etcétera?)


58
Niños robados. Uno, no sin enorme esfuerzo, es capaz de llegar a comprender que en Argentina, por ejemplo, como en casi todas partes, cualquiera pudiese ser a la vez Jekyll y Hyde; que en Argentina, por ejemplo, como en casi todas partes, cualquiera pudiese abrir un paréntesis (¿de humanidad?) en su inhumanidad de torturador; que en Argentina, por ejemplo, como en casi todas partes, cualquiera pudiese dejar de lado por un momento su papel de verdugo y transformarse por un instante en ese siervo bienhechor de los cuentos infantiles que en lugar de cumplir la orden de ejecutar en el bosque a un niño inocente (discúlpese el pleonasmo) lo deja en el umbral de la humilde cabaña de un campesino o de un pastor. Pero lo que uno, por ímprobo que fuese el esfuerzo, nunca alcanzará a entender es lo que diablos y demonios ha sucedido (¿sólo por dinero, cochino dinero,  maldito dinero?; o, lo que peor sería, ¿ni siquiera por eso?) durante cincuenta miserables años en tantos siniestros hospitales de este condenado país (que parece estar mucho más allá de casi todas partes) al que -por lo visto, no con total ausencia de razón- muchos se resisten a llamar España.


59
El paréntesis se abrió y entraron en un zaguán pobremente iluminado. Volvamos atrás, suplicó el timorato. Ya no se puede, arguyó el realista; no queda otro remedio que seguir adelante. Se internaron por un corredor largo y sombrío. Esto no me gusta nada, advirtió el agorero. Subieron escaleras. Recorrieron interminables galerías con puertas numeradas. Esto sigue sin gustarme nada de nada, insistía el agorero mientras se asomaban a incontables habitaciones carentes de ventanas, deshabitadas y vacías. Continuaron recorriendo más galerías y asomándose a más habitaciones. Bajaron escaleras. Estamos más extraviados que en el interior de una frase de Proust, sentenció el agorero. Nunca saldremos de aquí, gimió el pesimista. Me temo que no, admitió el realista. Nunca debimos haber entrado, reconvino el timorato. De pronto, como si el laberinto hubiera pretendido desmentirlos, desembocaron en otro largo y sombrío corredor al fondo del cual podía percibirse un rectángulo de luz. Corrieron todos hacia allí (timorato, realista, agorero, pesimista y optimista), pero parecía que el corredor también participara en la carrera y fuese más veloz que ellos: a cada metro que avanzaban, el fondo luminoso se alejaba el doble. Oyeron el chirrido de unos goznes y vieron que el rectángulo de luz empezaba a adelgazarse. Bueno, del mal el menos, pensó el optimista. Peor hubiera sido haber quedado confinados entre rayas. Aquí, al menos, estaremos a resguardo de las corrientes de aire. Y finalmente y por fin, como era de esperar y de temer -o viceversa, que tanto monta y viceversa-, se cerró el paréntesis.


60
Última hora: los sindicatos del ramo de fabricación de armamento anuncian movilizaciones en protesta por la galopante destrucción de puestos de trabajo en el sector.


61
Es posible que todos seamos de derechas. Aunque, al igual que en la granja de Orwell, unos mucho más que otros.


62
Pruebe usted a regalar un libro a un niño: como ha venido sucediendo desde tiempo inmemorial, seguro que, salvo que el niño sea un bicho raro, le arroja a usted el libro a la cara y le dice que quiere un juguete. Pruebe después con un piano: lo mismo, ¿no es cierto?; con la diferencia de que el piano hace bastante más daño. Pruebe ahora con cualquier artilugio informático; cuanto más portátil y cuanto más de ultimísima generación, mejor. Ya nos contará usted el resultado. (Y si además quiere usted experimentar con adultos, ya nos contará también.)


63
No es cierto en absoluto el falso rumor (perdón por la redundancia) de que el presidente de un gran banco vaya a hacer un cameo en una nueva entrega de la saga Crepúsculo. Por supuesto -faltaría más-, cobrará por su actuación.


64
Como después de tantos años me aburría pasear por la ciudad, al doblar una esquina hice surgir ante mí un sendero entre pinares que discurría paralelo al cauce de un riachuelo. Me gustan los cielos estrellados a la orilla del mar y el reflejo de la luna en las aguas, así que hice que el sendero me llevase hasta una playa. Allí, bajo el fulgor de relámpago petrificado de la Vía Láctea, esperé hasta la ascensión del plenilunio. Entonces, puesto que también me gusta caminar sobre las aguas, me abrí paso entre las olas. Pero de inmediato las piernas empezaron a fallarme y el paisaje se fue difuminando con un tenue temblor, como si lo estuviese ocultando una cortina de aire caliente o estuviera perdiéndose tras el cristal de un acuario. Y me encontré de pronto en la desolada penumbra de mi habitación, yacente en mi triste lecho de enfermo. Una vez más, había olvidado imaginar, antes que nada, que podía andar.


65
Solución final -milagrosa e infalible- para el problema del exceso de población desocupada en Europa (dado que la drástica solución empleada tradicionalmente hasta 1945 es lamentablemente inaplicable desde que existen las armas nucleares): váyase al médico, consígase una receta, acúdase con ella a la farmacia más próxima, léanse detenidamente las instrucciones de uso en el prospecto del ejemplar de A modest proposal que se habrá acabado de adquirir y cúmplanse dichas instrucciones con la población desocupada escrupulosa y literalmente, es decir, al pie de la letra. No se olvide agitar el producto antes de usarlo. (Solución válida igualmente en cualquier otra parte del mundo.)


66
Ni contigo ni sin ti. Buenas ventas y malas críticas. Buenas críticas y malas ventas. Buenas críticas y buenas ventas (y también dos huevos duros). Malas ventas y malas críticas (en lugar de dos, pon tres; y un vaso de cicuta). Ni ventas ni críticas -ni buenas ni malas ni malas ni buenas- porque no se publica. No se escribe porque no se publica y no se publica porque no se escribe. Se escribe, a pesar de todo, porque no se vive. Se escribe, sin más excusas, porque, si no, esto no es vida. Se escribe -en última instancia, como último recurso-, se escribe, en fin, para olvidar.


67
La muerte precede al nacimiento y la cicatriz a la herida y la herida al golpe. Escribió (cfr. 63): “No es cierto en absoluto (…) vaya a hacer un cameo (…) de la saga Crepúsculo.” Como tenía alguna duda sobre el término cameo consultó un diccionario de uso del idioma. Allí, precedida por su propio nombre, encontró la siguiente cita: “No es cierto en absoluto…, etcétera.” Dudó entre llamarse desmemoriado o acusarse de autoplagio. (Una tercera posibilidad -que no obstante y sin embargo quizá fuese con toda probabilidad la menos descabellada de todas- no llegó a ser tomada mínimamente en consideración ni tenida al menos por un instante en cuenta por nuestro dubitativo, indeciso e irresoluto autor, pues le pareció que incumplía, contravenía, quebrantaba y conculcaba muy seriamente las leyes de la física.)


68
Como escupir a la lluvia.


69
Seis mil millones de moscas (¿o somos ya siete mil?) no pueden equivocarse.


70
Blancanieves y los cuarenta ladrones. Los cuarenta ladrones de la Tabla Redonda. Leónidas defendiendo las Termópilas con sus cuarenta ladrones. Jesucristo enviando a sus cuarenta ladrones a difundir la buena nueva entre los gentiles. Jasón y los cuarenta ladrones en busca del vellocino de oro. La Anábasis o la retirada de los cuarenta ladrones. Francisco Pizarro y los cuarenta ladrones de la fama cruzando la raya en la arena de la isla del Gallo para partir hacia la conquista del Perú. Y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera… ¿Qué endemoniados tiempos son estos, Alí Babá, en que uno no ve mas que ladrones por todas partes?


71
Tan vacuo como aplaudir a quienes les aplauden, como aplaudirse entre ellos, como aplaudirse a sí mismos.


72
¿De qué diablos, demonios, cojones, coños, leches y hostias se ríen todos esos políticos (sin ninguna -absolutamente ninguna- distinción de colores) que aparecen siempre -absolutamente siempre- riendo en todas -absolutamente todas- las fotografías?


73
La lluvia seguía desalojando los despojos del verano, con una pulcritud de animal carroñero o de batallón de gusanos. Consumido el ímpetu inaugural, ahora se descolgaba insidiosamente, armada de una paciencia impertinente, ejército de gotitas que taladraban la tarde, tumultuosa conspiración de alfileres tenaces.
74
El acorde final de una vida es la muerte. Una autobiografía, entonces, sólo debería ser escrita desde la tumba.


75
Si las mariposas sobrias vuelan al buen tuntún, ¿volarán en línea recta las mariposas ebrias?


76
Del salón en el ángulo oscuro. En un apartado rincón de la habitación, olvidado y cubierto de polvo, dormita un telescopio. Teniendo puesta la caperuza que protege la óptica del polvo, semeja un Polifemo cegado, un inmenso ojo tuerto.


77
A mis padres y maestros, a quienes todo debo. De acuerdo. Pero, ¿por qué así? ¿Por qué con esa falta de calor, con esa -irónico contraste- gélida convicción del que cumple y hace cumplir el decreto grabado a fuego en unas tablas de piedra recibidas de una zarza ardiente, con esa atenta pero fría rudeza de pastor con que un papa conduce el santo rebaño de su Iglesia, con ese helado instinto, ese glacial sentido del deber con que una abeja o una hormiga reinas perpetúan su especie?


78
Buceando en su pasado, escrutó el cuenco que formaban las palmas unidas de las manos, como un Narciso que quisiera encontrarse y beberse en ellas.


79
Aquellas monjitas de hábito negro y almidonada y blanca toca, aquellas vírgenes sin mácula que parecían condenadas por un inflexible voto a caminar como sobre ruedas de por vida y a sobrellevar durante toda su existencia una especie de alas de pterodáctilo en la cabeza, aquellas abnegadas heroínas, aquellas ingenuas hermanitas que con inconsciente audacia y total desconocimiento -seguro; eran los primeros años cincuenta del siglo XX- de las más modernas técnicas pedagógicas te enseñaron a leer de corrido y a escribir sin faltas de ortografía antes de los cinco años, y consiguieron que a esa misma edad dominaras las primeras cuentas e incluso los rudimentos de algunas de las segundas. ¿Qué habrá sido de aquellas malditas benditas monjitas pterodáctilas?


80
Con un gesto de la mano, el reverendo padre director invitó a los padres del alumno a entrar en su despacho. Iba a decidirse allí dentro el destino de un niño de nueve años. Sin la participación de éste, por supuesto. El alumno esperaba en el pasillo, en el lado externo de la frontera infranqueable que marcaba la puerta del despacho. Nunca supo lo que pudiera haberse hablado allí dentro. Sólo conoció la decisión, el resultado. Pero le quedó grabado a fuego el recuerdo indeleble de la espera. Bastaba, tantos años después, con cerrar los ojos para ver otra vez aquella puerta de madera de doble hoja, aquella puerta de un acentuado color marrón oscuro en la mitad inferior, aquella puerta acristalada en cuadrícula de mitad hacia arriba que semejaba una especie de panal de vidrio construido por un ejército de abejas que sólo hubiesen sabido contar hasta cuatro. Y para ver, sobre todo, el fulgor de oro bruñido a diario de la manivela de latón del picaporte que se había cerrado ante sus resignados ojos. Un fulgor de oro que aún lo persigue en sueños. Un fulgor de oro que aún alimenta sus peores pesadillas.


81
Ese aire, querido Cortázar, de doblemente desiertos que tienen los lugares habitables cuando nadie los habita.


82
Un misterio para cuya elucidación quizá fuese necesario obtener una imagen compuesta que -como la religión, el mito y la leyenda; tres personas distintas y un solo Dios verdadero- veladamente, con una letra y una música encubridoras, expresara una verdad profunda y olvidada, una certeza reprimida y secreta.


83
La lluvia y el cristal de la ventana acordaron un rápido armisticio. El moroso lloriqueo de alfileres líquidos se disolvió en un silencio ingrávido, monacal, funerario, transparente, interrumpido apenas (pero eso le daba consistencia y lo hacía visible) por el balazo perdido de alguna gota despistada, el chapoteante vengovoy de unos pasos en la calle, el ladrido redoblado de cualquier perro sin amo. Dos gotitas rezagadas se estrellaron finalmente contra el cristal de la ventana. Tras un segundo de suspensión vacilante, resbalaron hacia el alféizar, trazando un surco doble, lacrimal, descendente, paralelo.


84
La circunspección de un constructor de catedrales, que se sabe poseedor de secretas proporciones y de arcanos insondables.


85
De acuerdo (mal que nos pese a algunos) con que, a pesar de la innegable (mal que les pese a muchos) bondad de sus principios, las utopías han fracasado y los paraísos supuestamente ensayados no resultaron ser otra cosa que infiernos realmente existentes. Pero que encima nos hayamos alegrado e incluso regodeado tanto… ¿No será porque todos, absolutamente todos sin excepción, hemos contribuido con nuestro granito de arena o nuestra rueda de molino a ese fracaso?


86
¿Y ese afán de enriquecimiento rápido? ¿No será que se olfatea el fin del mundo y queremos que nos pille no solamente confesados y comulgados y meados y cagados sino además bien forrados?


87
¿Se decidirá algún día este país a parar los pies y poner en su sitio a la Iglesia de una vez y para siempre?


88
Lo cierto era que a partir de entonces nada volvería a ser como antes. Pero -se le ocurrió de repente- lo realmente cierto es que nada vuelve nunca jamás a ser como antes.


89
La vida, aunque no pueda ser leída hacia atrás, ni a saltos, ni mucho menos releída, es en cierto modo como un libro: cada página, un yo instantáneo, cambiante, superpuesto, sumando, sucesivo; el conjunto, un yo resumen, un yo esculpido, un yo total que sólo adquiere pleno sentido después de escrito, después de leído…, después de muerto.


90
Todos los paraísos se abandonan o se pierden más pronto o más tarde. Y en todos ellos termina guardando la entrada un alado centinela armado con una espada de fuego.


91
Con esa lentitud con que se erigen las catedrales, con esa parsimonia con que crecen las pirámides.


92
Era Agamenón, y de ahí que su apocamiento resultara insólito y su timidez no pudiera ser sino ingénita, un hombretón alto como una torre y robusto y fornido como un percherón, de aria y cuadrada cabezota, marmórea y prognata mandíbula, y bulbosa y aplastada nariz de boxeador. Como si le hubieran recomendado el mismo sastre que cortaba los trajes a la muchachada de Al Capone, vestía chaquetas de marcadas hombreras, puntiagudas solapas y ceñido talle, chalecos a juego y anchos pantalones que centuplicaban la reciedumbre rocosa de sus piernas, todo ello en telas de colores contrastados y chillones -terno claro, camisa oscura y corbata siempre estridente, o viceversa- y dibujos increíbles -finísima raya amarilla sobre fondo negro, espiguilla o espina de pez en azul y rojo, verdiblanco ojo de perdiz, príncipe de Gales anaranjado y gris-, solamente equiparables al estrépito cromático de los zapatos, que parecían elegidos por la misma mente calenturienta que le aconsejaba las corbatas. Tenía una espesa cabellera negra que cortaba a cepillo y que cubría con sombreros de fieltro siempre consonantes con el resto de su atavío. Todo, en fin, contribuía a darle una apariencia de contrincante de Elliot Ness, de aventajado facsímil de gánster. Sin embargo, bastaba con que, en las escasas ocasiones en que osaba hacerlo, abriera la boca para que todo se derrumbara, todo se viniese abajo, todo indicara que detrás de aquella atribulada y frágil vocecita de jilguero sólo podía refugiarse, como efectivamente ocurría, un vasto corazón de ruiseñor. Solterón, treintañero, sin novia ni intención conocida de buscarla ni de tenerla, todo en él auguraba un inexorable tránsito hacia una melancólica madurez de ogro bonancible y solitario. Era manco -y de ahí quizá algo de su insólita timidez, de su ingénito apocamiento- por lo que la manga izquierda de sus chaquetas psicodélicas, yerma, yerta, como falta de vida, se alojaba perpetuamente en el bolsillo, dando un aire a Agamenón, sobre todo cuando llevaba puesto el sombrero, de émulo de Spencer Tracy envuelto en una conspiración de silencio. Nunca explicó -y nadie cometería jamás la indelicadeza de preguntárselo- las circunstancias concretas en que hubo de separarse de su añorada extremidad; pero a veces, como en un delirio de quirófano que le desataba la lengua y le concedía una inusual locuacidad, contaba un extraño cuento sobre un  jersey de lana azul, un jersey que se le pegaba a la cara e intentaba asfixiarlo, un jersey que cuando por fin lograba emerger de la pegajosa trampa azul y asomar la cabeza por el cuello (o quizá era por una manga) y escalar con una mano el borde de la otra bocamanga, le enseñaba una garra, se la arrojaba a la cara. Después, contemplando la manga muerta de la chaqueta y alargando la mirada hasta el bolsillo, daba a entender que el brazo con su garra continuaba allí -y, en efecto, algo como un oleaje encrespaba entonces el bolsillo, algo como un viento agitaba la manga-, y cualquiera que en aquellos momentos supiera leer la mirada de Agamenón y descifrar el tono de su voz se convencería sin esfuerzo de que efectivamente el brazo seguía estando allí, momificado y prisionero en el sarcófago de la manga, y de que por él, como una escorrentía o una colada o un flujo subterráneo, se descolgaría hacia la garra sepultada en el bolsillo toda la agresividad y toda la furia que fuese capaz de hornear aquel corpachón metalúrgico, concentrándose en el sepulcro de la zarpa, rezumando a veces y agitando el bolsillo como un oleaje, encrespando la manga como un viento, pintando un arañazo de terror en los ojos desamparados y bovinos de Agamenón, empañando por un instante su mirada bonancible y lánguida, ensombreciendo con un fogonazo de dolor y de pena su expresión sempiternamente melancólica.


93
La verdad es que si, en una de esas mañanas que carga el diablo, al mirarte en el espejo fueses mínimamente decente, te preguntarías: ¿quién eres tú para opinar sobre literatura? Y que si fueses decente del todo, volverías a mirarte y añadirías: ¿y quién demonios eres tú para opinar sobre nada?


94
Lo cierto es que no parece que un soltero sesentón no demasiado sociable y casi rayano en la misantropía sea la persona más adecuada para dar consejos, y mucho menos para impartir lecciones de vida.


95
Al día siguiente se divorciaba, y Segismundo Amis pensó que ese acto era como la sanción oficial y definitiva que reinstauraba simbólicamente, pues en realidad existía desde siempre y nunca había dejado de hacerlo, el inmenso, sombrío, oscuro y negro agujero cósmico en que consistía su existencia.


96
Toda esa sandia batería de arrumacos con que los adultos abruman estúpidamente a los recién nacidos haciéndoles creer que son el centro del universo cuando en realidad, como la vida se encargará de demostrárselo, no son sino una minúscula pústula de un minúsculo planeta vasallo de un minúsculo sol perdido en un minúsculo rincón de una minúscula galaxia perteneciente a un minúsculo grupo local inserto en un minúsculo cúmulo que no es sino una minúscula burbuja de mierda comparada con el inmenso, absurdo y quizá incomprensiblemente minúsculo cosmos que lo contiene todo y que a saber en qué otra cosa más inmensa y absurda e incomprensiblemente minúscula está contenido.


97
Aquellas maravillosas tardes en que su difunto padre le fue llenando la cabeza de pájaros llamados Tales de Mileto, el más grande -con Solón- de los siete sabios de Grecia, que eran precisamente siete y no seis u ocho porque cada uno de ellos pasaba consulta un día de la semana (érase de advertir que en aquellos tiempos tan antiguos se trabajaba hasta los domingos), y el tal Tales proclamaba que agua somos y en agua nos hemos de convertir, a pesar de lo cual hizo una fortuna moliendo aceitunas y se la gastó en un viaje a Egipto, donde con el único recurso de su inteligencia y con su sombra como único instrumento calculó con total exactitud la altura de las pirámides; pájaros llamados Euclides el geómetra, inventor de las paralelas, de tanta importancia muchos siglos después para el tendido de líneas de ferrocarril; pájaros llamados Eratóstenes, que plantando un palito aquí y otro palito allá demostró, a condición de que hiciera sol y no estuviese nublado, que la Tierra no sólo es redonda sino que mide lo que mide y ni un centímetro más ni un centímetro menos; pájaros llamados Arquímedes, que conjeturó que todo cuerpo sumergido en el agua si no flota se hunde; pájaros llamados Copérnico (érase de advertir que en la Edad Media -y por ello ese salto desde la Antigüedad al Renacimiento- a los pájaros se los comían vivos o preferiblemente pasados por la hoguera, salvo que se disfrazaran de frailes dominicos y pasasen las horas como sastres metafísicos tratando de tomar las medidas a Dios), descubridor del giro copernicano, a partir del cual toda la bóveda celeste se puso a danzar alrededor del Sol, dejando a la Tierra compuesta y sin pareja de baile; pájaros llamados Kepler, que estableció hasta el milímetro la velocidad y amplitud que deberían tener los pasos de los astros danzarines; pájaros llamados Galileo, gran aficionado a bombardear a los viandantes con bolas de hierro desde lo alto de la torre de Pisa, hecho que le costó una visita a la Inquisición, donde tuvo que decir que no aunque replicando por lo bajo que sin embargo sí, y que hoy en día habría tenido que presentarse ante el tribunal de La Haya por haber pirateado el invento del telescopio a los holandeses; pájaros llamados Newton, que por culpa de una manzana escribió un libro de mil y una páginas repleto de grávidas geometrías y gravitatorias ecuaciones, y aún le quedó tiempo libre para rescatar los planos del templo de Salomón (gran sabio este también, aunque -menudo pájaro- un tanto mujeriego); pájaros, en fin, llamados Einstein, predicador de la imposibilidad de viajar a mayor velocidad que la luz, pues si lo hiciéramos podría darse el caso de que fuésemos a la Luna con barba y que al volver, una vez afeitados, mirando por un telescopio nos viésemos allí todavía y aún barbados; y algún día, palabra de honor, iremos a la Luna y volveremos de allí más rápidos que la luz para demostrarte, Segismundo, hijo mío, que Einstein está en lo cierto.


98
(España, 1952.) Con el pelotón de guardia formado a la entrada y un teniente, con ciertos problemas para mantenerse en pie, agarrado a la cuerdecita que pendía del asta de una bandera deshilachada y mustia, el severo edificio del gobierno militar se disponía a congelar por un instante el aliento mientras se celebraba esa sisífica ceremonia diaria que consiste en bajar al suelo un pedazo de tela que previamente se había puesto en alto.


99
Segismundo, su difunto padre y otros viandantes se detuvieron al llegar a una bifurcación y miraron dubitativamente a ambos lados, como asnos de Buridán que no supiesen qué camino tomar pues todos llevan a Roma.


100
Pasaron ante el edificio del gobierno militar en el momento preciso en que el corneta del pelotón se llevaba a los labios su dorado instrumento y el teniente inestable tensaba la cuerdecita del asta. Desmarcándose del pelotón y cerrándoles el paso, un sargento patiestevado, cejicerrado y barbijunto, con gesto iracundo, voz aguardentosa, tono cuartelario y léxico plagado de faltas de ortografía, les dijo: “¡Halto, coño! ¡Fyrmes, cojones! ¡Bista ha la derecha, joder!” Y, dirigiéndose a los que llevaban sombrero, añadió: “¡Hy ustedes, me cago en la coronación del papa, descúvranse!”


101
Pasaban ante el atrio de una iglesia barroca cuando salió del interior del templo un cura de rostro avinagrado que apretaba contra el pecho el copón del viático, y al que acompañaba un monaguillo de aspecto granujiento que hacía sonar con una mano una campanilla múltiple y con el dedo meñique de la otra excavaba con fruición las fosas nasales. Indecisos, sin saber hacia dónde huir, aunque pensando que convendría hacerlo pues en aquellos años en que aún estaba de moda ser mitad monje y mitad soldado la aparición de la negra figura ensotanada no podía presagiar nada bueno, los dubitativos paseantes sufrieron una momentánea parálisis. “¡De rodillas!”, oyeron gritar a sus espaldas. “¡De rodillas, leche puta, que pasa Dios!” Era una pareja de policías armados, grises y siniestros como un montón de ceniza o un cielo encapotado, que corría hacia ellos esgrimiendo un par de contundentes argumentos alargados y negros. Antes de que los uniformados servidores del pueblo llegaran a hacer uso de su irrefutable dialéctica, los amedrentados paseantes adoptaron la posición aconsejada. En posición de firmes y haciendo el saludo militar, los dos policías tararearon el himno nacional, pero uno de ellos, observando que algo no cuadraba, en voz baja pero cabreada, dirigiéndose a los que llevaban sombrero, masculló: “¡Y ustedes, me cago en la hostia, descúbranse, que pasa la hostia consagrada!”


102
La ciudad se disponía a entrar en esa mágica hora crepuscular, preludio de la noche, en que todas las ciudades, incluso las más feas, del mismo modo que todos los gatos son pardos, parecen hermosas.


103
Mira, hijo mío -dijo a Segismundo su difunto padre-, esto es el mundo: un maravilloso lugar lleno de filosofía, de números, de máquinas, de inventos, de geometría, de sueños, de visiones, de imaginaciones, de música, de palabras, de obras y, deplorablemente, de personas. Contémplalo bien, disfruta de él, goza de la vida; pero ándate también con cuidado, porque sólo las personas son capaces de razonar como nunca lo harían, por ejemplo, los caballos; sólo ellas son capaces de idear instrumentos para observar los astros y capaces a la vez de encerrar a los peces en habitaciones atroces; sólo ellas son capaces de descifrar con pacientes naves laberintos de islas y capaces a la vez de cercar sus bahías y escalar sus montañas con el único objetivo de devastar sus provincias y sojuzgar sus reinos…


104
“¡Se muevan, coño, se muevan!” “¡Aquí no se pueden estarse parados aquí!”, gritó una benemérita voz acharolada desde la puerta principal del banco de España. “¡Vengan, joder, me circulen, me circulen!”, conminó una no menos benemérita calavera de plomo. Dos verdes capas relucientes de manchas de tinta y de cera se abalanzaron sobre Segismundo y su difunto padre, dejando a este último con la palabra en la boca, el aliento congelado y el brazo en alto como sosteniendo una imaginaria montera. Dos enlutados tricornios les hicieron ponerse en movimiento con amenazadores picotazos. Dos metálicos y fríos naranjeros les empujaron con la oscura boca de sus cañones, obligándoles a seguir su camino.


105
La ráfaga de viento barrió las servilletas de papel que cubrían el suelo de la terraza del bar como una alfombra de hojarasca; un otoñal montón de agonizantes servilletas arrugadas y ya caducas, marcadas para siempre con la pincelada de unas comisuras de carmín, el pellizco de unos labios de tabaco, el latido de un copo de espuma de cerveza o el eco de un caliente sorbo de café.


106
Aquellos irrecuperables años en que lo miraba todo con un hambre de novedad, con la curiosidad y el estupor, aderezados con una pizca de instintiva precaución, de un habitante de la selva trasladado en sueños a una inexplicable ciudad.


107
La impotente nostalgia del que sabe que ya nunca volverá a leer La isla a mediodía o La noche boca arriba o Axolotl o Circe por primera vez.


108
Aquella puerta acristalada en la que con dibujos de ingenuo trazo y letras de florida caligrafía se representaban doradas jarras de cerveza desbordantes de espuma, bigotudísimas gambas rojas, anaranjados mejillones al vapor, multicolores bocadillos de tortilla española, jamón catalana o blanco y negro, y se anunciaban tapas variadas, desayunos y meriendas, comidas caseras y, sobre todo y por encima de cualquier otra cosa, el mejor café-café del universo.


109
Era el del señor Fuster un rostro de águila perpleja, con una frente surcada por un millón de arrugas, unas cejas perpetuamente enarcadas, una nariz rapaz que sostenía unas gafas cuyos cristales parecían multiplicar el tamaño de unos ojos siempre estupefactos, siempre interrogantes, siempre atónitos; un inteligente rostro, en fin, rubricado por una boca escéptica y coronado, por decirlo de algún modo, por una cabellera gris, lisa y lacia, más que peinada estirada hacia atrás, como si participara del movimiento ascensional de los rasgos faciales o fuese más bien ella la que lo provocara al arrastrarlos hacia el cogote.


110
Se suprime la asignatura de Educación para la Ciudadanía y se crean las nuevas asignaturas de Ciencias Sobrenaturales y Metafísica Cuántica.


111
Se acercó al tablero para hacer la siguiente jugada en aquella partida de ajedrez que disputaba consigo mismo. Analizó someramente la posición y, mientras decidía si valía o no la pena profundizar en el análisis, cayó en la cuenta de que no recordaba a quién le tocaba mover, si a las blancas o a las negras, si a las negras o a las blancas, si a él o a él. Aunque en realidad -lo advirtió enseguida; sobre el tablero quedaban pocas piezas y la posición presentaba de golpe una claridad irrefutable- daba lo mismo: jugara quien jugara, las negras o las blancas, las blancas o las negras, él o él, en aquella condenada posición de doble zugzwang siempre perdía él.


112
El borroso conjunto de los años pasados -y perdidos- se le amontonó en la memoria con la indiscernible unicidad de una masa arbórea contemplada desde el cielo, con la indiscriminada movilidad de una bandada de estorninos traspasando el aire.


113
Como nos enseñan Gödel y Heisenberg, esos Sócrates modernos, si hay algo verdadera y realmente cierto es la incertidumbre, si hay algo que ni siquiera podemos saber es que no sabemos nada.


114
Vano es, Segismundo, hijo mío, empecinarse en descifrar el laberinto del mundo con palabras, pues sabido es que al principio -si es que lo hubo- no era el Verbo, se diga lo que se diga, sino el Número.


115
Atravieso el puente camino de casa, de vuelta del trabajo. De pronto creo oír una voz que surge del río y pronuncia mi nombre. Me apoyo en el pretil y miro hacia el agua. No oigo nada, pero veo emerger un brazo. La mano tiene los dedos plegados, salvo el índice, que señala hacia arriba. Ahora ese índice me mira; y seguidamente, dándome la espalda, se pliega y vuelve a desplegarse repetidamente, como diciéndome: “Ven, ven, ven.” Ya estoy con los dos pies sobre el pretil, dispuesto a obedecer la orden.


116
Estar atrapado uno mismo, como una mosca, en su propio puño.


117
Dijo Kafka: “Los escondites son innumerables, la salvación es única, pero hay tantas posibilidades de salvación como escondites.” Y tú, ¿para qué diablos buscas escondite si sabes que al final acabarás condenándote?


118
Aseguraba el señor Fuster, cargado de un profundo sentido común -a falta de una verdadera formación científica puesto que él era de Letras-, que si las ecuaciones en que se fundamentaba la paradoja del gato de Schrödinger eran correctas, no era descabellado inferir que tenía que haber un universo donde el dichoso gato estuviera vivo y otro universo donde el desdichado gato estuviera muerto; y que una vez aceptada la existencia de dos universos, nada impedía proponer la de cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, sesenta y cuatro (y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera) maravillosos y múltiples universos, en alguno de los cuales, ¿por qué no?, podríamos escuchar la décima sinfonía de Beethoven o leer -o quizá todo junto y a la vez- el perdido segundo libro de la Poética de Aristóteles.


119
Quizá la vida, pensó Segismundo, no sea sino un laberíntico jardín de senderos que se bifurcan, un relámpago fugaz que se difunde por múltiples universos; quizá eso que sentimos como nuestro yo no sea sino un yo fragmentario, una parte escindida de un yo más amplio que, como el gato de Schrödinger, recorrería a la vez todos los senderos, abarcaría a la vez todos los universos; un yo más amplio, que nuestro yo fragmentario sólo podría intuir, entrever neblinosamente al pensar en el que habríamos podido ser si no fuésemos el que somos; un yo total, al que nuestro limitado yo parcial (habitante de un solo universo, confinado en un solo sendero) quizá solamente pueda acceder desde la imaginación o desde el sueño.


120
Bastaría con asomarse a un diccionario dispuestos a seguir absolutamente todos y cada uno de los caminos que parten de un vocablo cualquiera tomado al azar para quedar eternamente extraviados en un laberinto circular e interminable, tan interminable como el que debería recorrer una máquina de Turing dedicada a calcular el mayor número entero -o par o impar o primo- posible, tan circular como el que obligaría a rebotar por los siglos de los siglos de los siglos a un hipotético y desocupado lector de goma que se obstinara en seguir hasta el fin y hasta el final y hasta el pie de la letra las instrucciones del tablero de dirección para la lectura del segundo de esos dos libros que, entre tantos otros posibles, es sobre todo Rayuela.


121
Después de fregar los platos de la cena, la anciana viuda comprobó que todos los cerrojos de la casa estaban bien echados y, arrastrando los pies, se retiró a su habitación perseguida por el sofocado suspiro de las luces que, obedientes a la orden de su mano trémula,  iban apagándose.


122
Porque solamente un ciego sería capaz de acertar con un disparo en el entrecejo o en el corazón del hombre invisible.


123
Padre, confieso que he pecado. ¿De qué te acusas, hijo mío? De haberme dejado violar por usted, padre. Absuélvame.


124
No, no vamos a fusilar aquí -al menos a sabiendas- ningún aforismo de Lichtenberg; ni siquiera aquel tan divertido del cuchillo sin hoja al cual le faltaba el mango (y que, además, es bastante probable que estuviese mal afilado).


125
Tampoco vamos a fusilar al pobre Kafka porque dijera aquello de la jaula que salió a buscar un pájaro. Ya tuvo bastante con la tuberculosis, el pobre.


126
De repente caes en la cuenta de que tienes el mismo horóscopo que Jesucristo. Menos mal -respiras con alivio- que no crees en esas cosas.


127
No -aclaras-; en el horóscopo, tampoco.


128
Carpe diem. Todo su presente -en su continuo despeñarse hacia el pasado- había estado, estaba y habría de estar siempre corrompido por el futuro. Sobre todo, por ese temido momento a partir del cual ya no habría más presente, ni pasado ni futuro.


129
Los perros de caza olfatean el aire en el patio de la finca. La liebre corretea por el monte. Sin saberlo, ya está huyendo.


130
Cuando por fin llegó el Mesías, ya no quedaba nadie a quien salvar.


131
Cuando se carece de argumentos, se suele apuntar a la nuca.


132
Bienaventurados los que no tienen perdón de Dios, porque ellos serán absueltos por las urnas.


133
Como si tus ojos se volviesen hacia dentro y miraran todo ese amasijo de nervios, tendones, venas y arterias; de músculos, vísceras, cartílagos y huesos; de sangre, flema, bilis y linfa; de así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera. Como si contemplaran, en fin, todo eso que eres tú; pero, al no encontrar el alma, no te reconocieran. A pesar de que todo eso, y nada más que eso, eres tú.


134
¿Por qué diablos o demonios has de sentirte siempre, cada minuto de tu vida, como una especie de doble traidor, o de traidor al cuadrado?


135
Aquel conjunto de mágicas tardes de su niñez se amontonaba en la memoria de Segismundo subsumiendo la individualidad de cada una de ellas (si es que las tardes, pensó, son equiparables a individuos) en esa indiscriminada e indiscernible circularidad de orden superior característica de los paraísos, que -mientras duran- son, por naturaleza y como es bien sabido, inmutables.


136
Su corazón latía con una sístole de resquemor hacia Aquel que había frustrado sus sueños de aventura y una diástole de envidia de ese mismo Aquel que había tenido una vida aventurera.


137
Decíamos ayer (cfr. 131). Sin embargo, hay ocasiones en que la única solución (¿el único argumento legítimo?) sería el tiro en la nuca, o en el entrecejo, o en el centro de ese hueco donde debería haber un corazón.


138
¿Por qué tiene que terminar todo? ¿Por qué no habrá otra vida, aun a costa de que tuviese que haber un cielo?


139
Se decía antes: el que a los veinte años no es comunista, no tiene corazón; el que a los cuarenta lo sigue siendo, no tiene cabeza. ¿Por qué no decir ahora: el que a los sesenta no ha vuelto a serlo, no tiene ni corazón ni cabeza?


140
Si se puede decir anacrónico, ¿por qué no se puede decir anatópico?


141
Si es cierto eso de que lo importante no es lo que han hecho de nosotros sino lo que nosotros hacemos con lo que han hecho de nosotros, entonces, si es eso cierto, nadie es inocente y todos estamos condenados, puesto que todos somos culpables.


142
Si Einstein estaba en lo cierto, todos somos a la vez actores y espectadores, observadores y observados. Aunque, también según Einstein, no haya ningún a la vez.


143
El relámpago plegó velas y dio paso a la fragorosa palpitación del trueno.


144
Tuvo una súbita y fugaz ilusión de contacto con lo inalcanzable.


145
Segismundo nunca lograría poner nombre a aquel remoto recuerdo cinematográfico de su infancia: un dramático plano picado (era precisamente una sensación de drama lo que asociaba con aquel momento, de incomunicable compasión, de reprimido llanto) de un niño acercándose a una cama de hospital en la que su yacente madre iba a despedirse de él para siempre.


146
Ni tampoco a aquel montaje paralelo (paralelo también al angustioso y frustrado deseo de evitar lo inevitable) de una anciana temblando en un sillón, una puerta que se abre a su espalda, una anciana temblando, unas piernas que entran por la puerta y avanzan, una anciana, unas manos que se enguantan…


147
Pero sí (gracias a la un tanto epidérmica erudición cinematográfica que adquiriría años después) a aquella intrigante, dramática y angustiosa imagen de Spencer Tracy desazonado ante su reflejo; de Spencer Tracy, con desoladas muecas y rictus trágicos, cambiando de cara ante un espejo.


148
Ves pasar un viejo avión militar de hélice y en una suerte de impulso emulativo multiplicas por un número arbitrario y echas a volar la imaginación. Pero tú, estimulado por el rugido de los motores del avión, solamente puedes hacer eso: imaginar. Nadie que no lo haya vivido podría desear ser capaz de olvidar algún día -aunque quizá nunca jamás llegará a conseguirlo- el horrísono estruendo de decenas y decenas de motores de hélice acercándose a la ciudad que está a punto de ser bombardeada.


149
Aunque quizá fuese mucho más horroroso -piensas después- en aquel par de ocasiones en que bastaron un solo avión y una sola bomba.


150
Y ¿qué me dices de ahora? -pregunta el otro-, cuando basta con apretar un botón.


151
Es curioso que el idioma acepte sin rechistar la expresión espacio de tiempo y que en cambio se niegue en redondo a aceptar la que sería su inversa, su reflejo especular: tiempo de espacio.


152
El viejo que todos los días sacaba sus dos perros a pasear. Hoy, aunque pudiera parecer el mismo viejo, ese viejo es otro viejo: un viejo un poco más triste; un viejo un poco más viejo; un viejo con un solo perro.


153
No te veo, dijo el espejo al vampiro.


154
Yo tampoco, dijo el vampiro al espejo.


155
¿No queríais libertad de mercado? (la única permitida, por supuesto); pues tomad dos tazas.


156
Cautivo y desarmado. Hay momentos en que uno piensa en aquello de la guerra justa, de la legimitidad del tiranicidio; y se dice entonces que quizá fuese llegado el momento de levantarse en armas. Pero a continuación piensa que las armas no las tiene uno sino los otros; precisamente aquellos contra quienes habría que sublevarse.


157
(Diccionario de la RAE.) Movilizar: 2.Convocar, incorporar a filas, poner en pie de guerra tropas u otros elementos militares. Los sindicatos anuncian movilizaciones en protesta por la reforma laboral. ¡Uy, qué miedo!, piensan la patronal y el gobierno.


158
Vendían clandestinamente cuernos de unicornio, hasta que los detuvieron por traficar con especies protegidas.


159
El anciano matrimonio se aleja con andar vacilante y paso dificultoso por el pasillo de la clínica, camino de la habitación. El hombre -con pijama y batín hospitalarios- tiene abrazada a la mujer por la cintura. Ella -con abrigo y vestido de calle- apoya la cabeza en el hombro del marido. Pero, en realidad, el apoyo es doble: se apoyan los dos mutuamente; se apoyan el uno en el otro; se apoyan el uno al otro. Como si ése fuera el único modo de mantenerse ambos en pie. Dentro de unos días -dentro de muy pocos-, uno de los dos ya no podrá seguir apoyándose. Dentro de unos días -dentro de muy pocos-, uno de los dos ya no podrá seguir siendo apoyo.


160
¿Por qué se les denomina restos mortales, si ya están muertos?


161
Es injusto: mi yo de mañana podrá acordarse de mi yo de hoy, mientras que mi yo de hoy no puede acordarse de mi yo de mañana. Sí, efectivamente, es injusto, dice mi yo de ayer.


162
Dicho de otra manera: quien no puedo recordar, me recordará; a quien no pudo recordarme, recuerdo.


163
Habría querido permanecer habitando para siempre aquel instante de plenitud en que contemplaba la aparición de las Pléyades en un anochecer de otoño.


164
¿Por qué os apresuráis, si ya estoy muerto?

165
Estás encerrado en una habitación sin puertas ni ventanas. No sabes cómo salir. Y, lo que te parece más inquietante, no sabes cómo has entrado.


166
Anoche soñé contigo, le dije. Ya lo sé, me respondió; estaba allí.


167
No importa que lleves el reloj adelantado o atrasado, ni que pretendas ser más o menos veloz que él. No te preocupes. Llegarás a tu hora. Acudirás puntual a la cita con ese último segundo que te está esperando desde siempre.


168
Los hermeneutas, los semánticos, los lexicólogos, los semiólogos, los filólogos y hasta incluso los teólogos han debatido hasta el infinito sobre las diferencias entre revolución, revuelta, sublevación, levantamiento, algarada, alboroto, y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera. Pero no deben de ser tantas las diferencias cuando los que protestan son siempre los mismos y son siempre también los mismos los que acaban derrotados.


169
Comprendió que las sorpresas no son nada sorprendentes si no se dan por sorpresa.


170
Eso que se da todo junto y a la vez y en un brevísimo instante fugaz y de manera inexplicablemente inefable; y que sólo puede ser infielmente remedado, traidoramente traducido a un idioma contaminado de traidora sucesión y de infieles palabras.


171
Aunque quizá no haya traducciones más traidoras ni más infieles remedos que los perpetrados por la memoria cuando se trata de remedar y traducir, curiosa y precisamente, palabras.


172
El cine -dijo a Segismundo su difunto padre- es un sitio donde cuentan cuentos, pero que en lugar de contártelos los ves.


173
Ya verás, hijo mío, te va a gustar muchísimo. Primero se apagan las luces y enseguida se enciende una pared, y allí aparecen unas fotografías o a veces unos dibujos que no solamente hablan, sino que además se mueven.


174
Ese desdichado señor se llama Prometeo, hijo mío -dijo a Segismundo su difunto padre, señalando la estatuilla que había sobre su mesa de despacho-, y se trata de un pirómano que le pegó fuego al Olimpo, por lo que los dioses, entes vengativos y malvados donde los haya, aunque afortunadamente ficticios, lo encadenaron a una roca a la que acude diaria y puntualmente un águila, según unos, o, según otros (aunque para mí colijo que se trata de todo junto y a la vez), un buitre, con el exclusivo propósito de devorarle, según unos, el hígado, previamente regenerado durante la noche, o ciertas partes innombrables y pudendas, no menos previa y nocturnamente regeneradas, según otros; y algún día, palabra de honor, visitaremos esa roca (me parece que queda por el Cáucaso) y espantaremos al pajarraco y libraremos de sus cadenas al desdichado señor Prometeo.


175
Mira, hijo mío -dijo a Segismundo su difunto padre-, esto que parece un ave zancuda con una sola pata como todas ellas pero no lo es, en realidad se llama un telescopio, que viene del griego teles, que quiere decir máquina, y del no menos griego copio, que quiere decir regalo. Así que podemos traducir telescopio por máquina que te regalo, o también por máquina de regalar, pues esta misma noche, palabra de honor, vas a tener ocasión de comprobar que se trata de una máquina de regalar estrellas, por no hablar de los planetas, de los satélites o incluso de los cometas.


176
Como casi todo el mundo, pertenecía a esa clase de personas que, si no fuesen de izquierdas, podrían ser perfectamente de derechas.


177
Firma aquí, te dijeron al llegar al mundo. Y tú, dócilmente, firmaste al pie de la hoja en blanco.


178
Por mucho que te escondas, la tortuga de Esquilo acabará encontrándote.


179
¿Para qué habrán de juzgarnos si ya está dictada la sentencia?


180
Enfer ou Ciel, qu’importe? Tendremos un juicio justo y después seremos condenados a la vida eterna.


181
Para que luego duden del cambio climático: ayer hubo luna llena; esta noche, no ha salido.


182
La existencia determina la conciencia; de acuerdo -admitió el señor Fuster-. Pero entonces, ¿qué diablos o demonios es lo que determina la existencia?


183
Al releer sus escritos se iba dando cuenta de que había una relación inversamente proporcional entre superficialidad retórica y profundidad de pensamiento. ¿Lograría engañar al mundo, se preguntaba, si apenas era capaz de engañarse a sí mismo?


184
Segismundo recordaba ahora, con un agridulce sabor de pecado original y de paraíso perdido, aquel remoto momento iniciático en que con ruboroso arrobo contempló a través de un ojo de cerradura la luminosa claridad de final de túnel que irradiaba una incandescente porción triangular de bragas enceguecedoramente blancas.


185
Acudieron presurosos a la insistente llamada del timbre de la puerta, como si estuvieran recibiendo un mensaje en morse que anunciaba desastre.


186
Y Segismundo, enfrentado de nuevo al recuerdo de aquel último suspiro, lamentó una vez más no haber tenido entonces -pero tampoco se le podía pedir tanto a un crío de siete años, pensó- ni el temple ni la voluntad suficientes no ya para cerrar aquella boca estupefacta y boquiabierta, sino para, al menos, aunque sólo hubiera sido, haber retirado con un pañuelo el frágil hilillo de baba que la demediaba como un húmedo diámetro, el tenue meridiano de saliva que dividiría en dos para siempre en su memoria la nunca cerrada boca de su difunto y querido padre.


187
Tan inconcebible como imaginar Europa sin la victoria de Maratón o sin la aniquilación de Cartago o sin la invasión de los bárbaros del Norte.


188
Las leyendas suelen afirmar lo que no quieren negar, y viceversa. Han de ser leídas, por lo tanto, del derecho y del revés; pues, como tan bien sabía aquel insigne además de eminentísimo alienista austríaco (gran fumador de cigarros puros) llamado Sigmund Freud, están hechas de la misma materia de la que están hechos los sueños.


189
Muy a menudo, la vida resulta ser así: peor que el peor guión de la peor película de intriga.


190
Su amor imposible y no correspondido por una persona a la que además no conocía le provocaba incontrolables accesos de celos sin sentido.


191
¿Qué pecado original habrá cometido la hormiga para tener que ganarse el pan de esa manera, con tanto sudor de su frente?


192
¿Y el león, para verse obligado a ser durante toda su vida un despiadado asesino en serie?


193
El autor de estas líneas no se hace responsable de las opiniones del autor.


194
Aviso para navegantes: a estas alturas, el lector ya debe de tener (y debería tener) los suficientes elementos de juicio para hacerse una idea de la opinión que merece al irresponsable autor de estas líneas la única religión verdadera; no le costará tampoco mucho esfuerzo al lector, así pues, inferir lo que opina el autor de las demás religiones, evidentemente falsas.


195
Y cuando por fin la tortuga de Esquilo haya acabado encontrándote (cfr. 178), te llevará sobre su abombada concha ante las afiladas tijeras de Átropos.


196
Por eso quiero ser incinerado; para no estar en mi ataúd viendo como yo mismo me echo paladas de tierra encima.


197
El faraón despertó, y cuando quiso ponerse en camino hacia su nueva vida comprobó con horror que la misma laboriosa arquitectura tan largamente pensada para impedir que nadie pudiera entrar en su tumba impedía también que nadie pudiese salir de ella.


198
Un músico sordo, un cantante mudo, un pintor ciego… Esos sí que son verdaderos dramas. Pero, ¿el de un escritor? Quizá, pensándolo mucho, no saber mentir, ser ingenua y excesivamente sincero.


199
Como todo el mundo, tú también eres reo de haber nacido.


200
Un neblinoso, yacente y enfermizo -casi cadavérico- rostro lunar, apenas rescatado de las sombras por la pálida y timorata luz que dificultosamente lograba enviarle desde la mesilla de noche una sofocada lamparilla a la que la mordaza de un chal de negrísima seda convertía en verdadera linterna sorda.


201
¿Por qué -se preguntaba a veces Segismundo- uno elevado al cuadrado o al cubo o a cualquier enésima potencia sigue y seguirá siendo inexorablemente uno y solamente uno y nada más que uno?


202
Menos geometría y más teología es lo que necesita el mundo, sentenció ex cátedra el infalible.

203
Es posible que recordar -o, para ser más exactos, dibujar o pintar con palabras el recuerdo- no sea en el fondo sino una manera de juzgar; y si es así, quizá entonces incluso el -en apariencia- más inocente adjetivo deba ser tomado, más que como una pincelada de color (o además de ello), como la expresión en cierto modo subrepticia y velada de una absolución o una condena.


204
Vio abrirse de pronto y de golpe y de repente las compuertas del recuerdo y súbitamente se zambulló en cuerpo y alma en las agitadas aguas de un turbulento río de memoria.


205
En una de esas cintas móviles de información que aparecen en la parte inferior de la pantalla del televisor durante los programas de los canales de noticias 24 horas ha podido leerse recientemente que hace trece mil años había ya diferencia de clases sociales. La pregunta es: dentro de otros trece mil años ¿seguirá habiendo años?


206
¿Sería una imperdonable trivialidad recordar la siguiente cadena de asociaciones entrelazadas?: AMOR-LECHO-NOCHE-MUERTE. (Agítese el producto antes de usarlo, elíjase cualquier pareja de eslabones al azar y compruébese que la cosa funciona.)


207
Soñado anoche (en aras de la agilidad narrativa, se prescinde de todos los detalles accesorios o innecesarios para el seguimiento de la historia, ya que no estamos en el diván del psicoanalista). Un grupo de excursionistas, en el que te incluyes, juega a las adivinanzas mientras camina por el campo. Una señora de cabello entrecano propone el siguiente acertijo: ¿qué es lo que se conoce como zona de enfrente? Cometes la torpeza de preguntar a la señora si no habrá querido decir acera en lugar de zona. Pero no; la señora ha querido decir lo que había dicho. El grupo sigue caminando mientras se devana los sesos. De pronto, levantas el brazo, como si pidieras la palabra, y brazo en alto -para que todo el mundo sepa que has sido el primero en hallar la solución- corres hacia la señora, ufano y felicitándote por tu agudeza. Al llegar junto a ella, le dices en voz baja -o quizá al oído- tu respuesta: el futuro. La señora sonríe y niega con la cabeza. Comprendes entonces (o puede ser que eso haya sido ya en la duermevela, o incluso ya totalmente despierto) que has confundido enfrente con delante (y piensas ahora que esto tampoco es del todo exacto, pues según ciertas representaciones simbólicas recorremos de espaldas y a ciegas el camino de la vida, y el futuro, aunque delante en el sentido del camino, lo tenemos atrás con respecto a nuestra mirada, fuera del alcance de los ojos, y es el pasado lo único que nos es dado contemplar). Mientras sigues caminando ves a otros excursionistas acercarse a la señora y cuchichearle sus respuestas. Pero la señora sonríe y sigue sonriendo, niega y sigue negando con la cabeza. Entonces el sueño te despierta y se lleva consigo el secreto del acertijo para siempre. ¿Quizás hacia esa misteriosa zona de enfrente?


208
“La justicia es igual para todos” (Juan Carlos I, 24 de diciembre de 2011). Se puede superar la velocidad de la luz. Dios existe.


209
Segismundo se sintió conducido hasta más allá de la boca del infierno por una suerte de pelotón de querubines flamígeros que no se contentaran con vigilar desde el lado exterior de la puerta de un clausurado paraíso.


210
Segismundo se preguntó en qué remoto momento de su vida se produjo la irreversible mutación de un yo disuelto hasta entonces en un tiempo embalsado que sencillamente era y seguía siendo y no dejaba de ser, en un yo solidificado y a partir de allí enfrentado a un tiempo fluyente y nuevo, un tiempo infatigablemente futuro, inexplorado e incógnito que ya nunca dejaría de estar en perpetuo movimiento, de abalanzarse sobre él sin tregua ni pausa con todo su imposible peso de incesante alud.


211
A lo mejor -conjeturó Segismundo antes de responderse- llegar al uso de razón consiste precisa, concreta y exactamente en eso: en entrar de una vez por todas y de una vez para siempre en el tiempo y una vez allí descubrir que no hay vuelta atrás, que en adelante no nos queda sino asistir amordazados, maniatados e inmóviles al asalto y la erosión incesantes de ese río, ese tigre y ese fuego que sin pausa ni tregua nos arrebatan, nos destrozan y nos consumen, pues, efectivamente, el tiempo (como alguien, todo sea dicho, escribió mucho antes e infinitamente mejor) es río y es tigre y es fuego en movimiento -Segismundo se hizo plenamente responsable de la redundancia y asumió por completo la responsabilidad del pleonasmo-, y aunque tengamos la ilusión de ser nosotros quienes viajamos en el río o nos movemos con el tigre o traspasamos el fuego, es él, el tiempo, el que viaja sin tregua hacia nosotros, el que hacia nosotros se mueve sin pausa, el que incesantemente nos traspasa, a nosotros, amordazados y maniatados e inmóviles mortales condenados a ser estupefactos contempladores de esa erosión, boquiabiertos espectadores de ese asalto.


212
Y si en efecto era así -prosiguió Segismundo-, si el uso de razón consistía en esa irreversible mutación y ese irremediable descubrimiento, no parecía demasiado irrazonable pensar que eso tuvo que darse en un momento preciso, concreto y exacto del tiempo, en un punto -por así decirlo- de congelación a partir del cual lo que hasta entonces había sido disuelta agua pasaría a ser solidificado hielo, en un instante -pero como todo punto- sin dimensión y, quizá por ello, sin huella definida en el recuerdo.


213
Texto constitucional de cualquier república ultraortodoxa (ya sea cristiana, islámica o judaica). Artículo primero: todo lo que no es obligatorio está prohibido. Artículo segundo y último (pero no menos importante que el primero): y viceversa.


214
Ein Volk, ein Reich, ein Führer. El escudo papal (tiara sobre llaves cruzadas) le recordó la bandera pirata (calavera sobre tibias cruzadas). Pensó que, para más inri, sólo le faltaría estar superado o sostenido por un listel con la siguiente divisa: UN SOLO DIOS. UNA SOLA IGLESIA. UN SOLO PONTÍFICE.


215
Por eso quiero también ser incinerado; porque no tengo donde caerme muerto.


216
Se asomó al interior del espejo, pero no encontró nada diferente a lo que había fuera.


217
Ni yo encontré tampoco nada diferente a lo que había dentro.


218
Como dos hermanos siameses que estuvieran uno dentro del otro.


219
Si nacer no es otra cosa que ser arrojados a las fauces del tiempo, morir no será sino vernos libres definitivamente de él. Que no nos hablen, pues, de eternidades ni de cielos. Hacerlo no es nada más que una amenaza de infierno, aunque nos lo quieran hacer pasar por un consuelo.


220
Tomó asiento a la puerta de su casa para ver pasar el cadáver de su enemigo. Esperó y esperó y siguió esperando y no dejó de esperar. Finalmente, al cabo de los años, lo vio pasar: era el suyo propio.


221
Entreabrió con los dedos dos lamas de la persiana veneciana y miró furtivamente a la calle. En la acera de enfrente, apostados junto a una cabina de teléfonos, dos hombres miraban hacia su ventana. Uno de ellos afilaba un cuchillo de carnicero largo y delgado que brillaba a la luz de una farola. “Por fin”, suspiró con alivio, enjugando con un pañuelo el sudor de la frente. “¿Por qué habrán tardado tanto?”


222
Dejad que los niños vengan a mí. Y algunos se lo tomaron demasiado al pie de la letra.


223
Como esas manos de Escher que se dibujan una a otra, pero que en lugar de dibujarse estuvieran borrándose.


224
“Puedo escribir un cuento de veinte maneras diferentes”, osó jactarse alguien una vez. Afortunado él. (Por cierto: ¿sólo veinte?) Yo me conformaría con poder y saber hacerlo de una sola manera, solamente de una manera cada vez. De la única manera posible con que podría y debería ser escrito cada cuento cuando fuese a escribirlo.


225
A veces, cuando intento escapar, consigo abrir algunas grietas en la piel. Pero enseguida vienen corriendo las manos, me embadurnan todo el cuerpo con crema hidratante y entonces las grietas se cierran y no tengo más remedio que seguir atrapado aquí dentro.


226
El hecho indiscutible -o que al menos nadie en su sano juicio debería atreverse a discutir- de que en las artes narrativas lo verdaderamente importante es cómo se cuenta una historia no tendría que hacernos olvidar -pues a veces ocurre, o se corre el riesgo de que ocurra- de que para poder ser contada es necesario que haya una historia que contar.


227
Son las ocho de la mañana (las siete en Canarias). Cielo despejado. Temperatura, diecisiete grados… Mejor morirse otro día.


228
Cuando a consecuencia de los recortes presupuestarios la municipalidad dejó de pagar a los sepultureros y éstos cesaron en su actividad, los numerosísimos cadáveres todavía sin inhumar se declararon en huelga de muerte y, debidamente resucitados, volvieron a sus casas. Pero no pudieron entrar en ellas porque se las habían quedado los bancos, que, no obstante, seguían reclamándoles el capital pendiente (más intereses, comisiones y gastos) de las hipotecas. En vista de lo cual, no encontrando otra salida a su delicada situación y aun a sabiendas de la carencia de enterradores, decidieron suicidarse. Alguien dijo entonces que suicidarse era delito y que si lograban consumarlo se arriesgaban a dar con sus huesos en la cárcel. No os preocupéis -dijo otro- han cerrado las cárceles; ¿no sabéis que los funcionarios de prisiones ya no cobran tampoco?


229
Se suicidó porque no se sentía capaz de soportar ni un minuto más el miedo a la muerte.


230
El sexo es el mejor ejemplo de ese tipo de problema cuya solución consistiría en que el problema no existiera.


231
A veces se confunde profundidad con oscuridad. Pero, si está bien iluminada, la profundidad no tiene por qué estar reñida en absoluto con la claridad.


232
Ese estado de ansiedad perpetua en que está condenado a vivir un predador, siempre angustiado por cazar una presa para no morir de hambre propia o por escapar de otro predador más grande para no morir de hambre ajena. Y luego dicen que Dios es bueno.


233
¿Diseño inteligente? Quienes eso propugnan, ¿tienen la menor idea de cuánta casualidad, cuánta violencia cósmica y cuántos infiernos y muertes estelares han sido necesarios para fabricar, a partir del hidrógeno y el helio primigenios, esos otros elementos químicos más pesados que nos constituyen, sí, nos constituyen a nosotros, a esos cósmicamente ínfimos seres pretendidamente inteligentes?


234
No se sabe qué es peor: o son unos hipócritas o unos dementes. Pero, en todo caso, son ellos quienes -preferentemente en la sombra- gobiernan el mundo.


235
El gesto de la Muerte. Una tarde de agosto de 1945 el secretario del alcalde de la ciudad japonesa de Hiroshima solicitó a éste licencia para refugiarse durante unos días en casa de unos parientes de la también japonesa ciudad de Nagasaki. Adujo como motivo de la solicitud que buscaba escapar de la Muerte, pues la había visto de lejos esa misma mañana y aquélla le hizo un gesto de amenaza. Al día siguiente, cuando el alcalde se encontró con la Muerte, le preguntó por qué había hecho un gesto de amenaza a su secretario. No fue de amenaza -respondió la Muerte- sino de sorpresa, pues lo veía residiendo en Hiroshima y debo tomarlo dentro de tres días en Nagasaki.


236
Dulía, hiperdulía, latría… ¿No tienen nada mejor en lo que perder el tiempo o, peor todavía, en lo que hacérnoslo perder?


237
El asunto, tan de actualidad, de los vientres de alquiler le recordó cierta antigua fábula en la que tenían un especial protagonismo una joven virgen y un par de sujetos con alas de blanco plumaje.


238
¿Ha pensado alguien en hacer una prueba de ADN al santo prepucio?


239
Llueve solamente encima de mí, sobre mi cabeza y mis hombros. Es como una especie de sombra goteante que me sigue a todas partes y de la que no puedo desprenderme. Tengo que ir siempre cargado con un paraguas para protegerme de esa lluvia impertinente y tenaz. Aunque llevarlo me sirve de muy poco, pues en cuanto lo abro, la lluvia se detiene. Ahora bien, si vuelvo a cerrarlo, la lluvia regresa de inmediato. Dirán ustedes que la solución es mantener el paraguas siempre abierto. Ya lo he intentado. Pero, aparte de que a la larga resultaría muy molesto, en todas las ocasiones en que he hecho la prueba se desataba al momento un viento cruel que amenazaba con arrebatarme el paraguas o con destrozármelo. Y entonces tenía que volver a cerrarlo, porque pienso absurdamente que necesito conservarlo, que el paraguas me es imprescindible para protegerme de esa lluvia insidiosa, pertinaz e inclemente.


240
Arbeit macht frei. LA ORACIÓN OS HARÁ LIBRES, rezaba (nunca mejor dicho) la inscripción en el frontispicio de la capilla del colegio.


241
Segismundo sintió que el peso de los años se le venía encima con toda la aplastante gravedad de una desolada lluvia de piedra.


242
Los reverendos padres -recordó Segismundo-, después de poner orden silbato en ristre en el desordenado pelotón de colegiales que en caótica algarabía correteaba por el patio de recreo, después de acallarlo, alinearlo, cuadrarlo y dejarlo, en fin, en perfecto orden de revista si no lo era también de combate, lo hacían desfilar en disciplinada formación hacia el carcelario pasillo de las aulas.


243
Presidía el aula un crucifijo ominosamente flanqueado -como por los dos ladrones del Gólgota- por los amarillentos retratos de don Francisco Franco Bahamonde y don José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia.


244
Lo absurdo no es que fuese atropellado por su propio coche sino que, además, conducía él.


245
No hay ética sin estética, luego no parece que haya mucha estética, que acaso no sea del todo lo que se pretendía demostrar.


246
Contra Franco vivíamos mejor. En la calle vuelve a haber concentraciones, saltos, carreras, cargas policiales, balas de goma, botes de humo… ¿Habrá retrocedido el tiempo?, te preguntas con una ilusión un tanto incrédula mientras buscas por la casa unas zapatillas deportivas. Pero no. Al pasar ante un espejo ves que sigues teniendo las mismas arrugas y las mismas canas de siempre.


247
Delincuencia al cuadrado: atracar un banco para fundar otro.


248
El buen político ha de ser tan veraz como valientes fueron Panurgo, Demóstenes o Arquíloco.


249
Tan huero como el lenguaje de una homilía o de una encíclica.


250
Contempló con desconfianza el modernísimo modelo de barca robótica con motor de inyección de cuatro tiempos, conducción por piloto automático gobernado por ordenador y guía por GPS en coordinación con Google Maps. Más tarde, cuando le anunciaron que se quedaba sin trabajo, el pobre Caronte se dijo que su desconfianza había estado plenamente justificada.


251
Sorbió y sorbió hasta que se hubo tragado del todo a sí mismo y no quedó ni rastro de él.


252
El mar devolvió al amanecer el cuerpo del ahogado. En la ya eternizada expresión de su rostro podían leerse una plácida sonrisa de liberación y una tranquila mirada de agradecimiento.


253
Todos los días acude un águila enorme que se posa en mis hombros. Entonces yo deposito una moneda en su pico y el águila se eleva conmigo y me da un largo paseo por el aire. ¿Por qué no te coges de sus garras?, me preguntan. ¿No te da miedo que el águila pueda soltarte? No, no me da miedo, les respondo. Porque soy yo quien la sostiene a ella. Si me soltara, sería el águila la que se estrellaría contra el suelo.


254
Los muertos corrían despavoridos a esconderse cuando presentían la llegada del resucitador.


255
Dicho de otra manera: se mata a los vivos; a los muertos, se los resucita.


256
Y de otra más: los vivos temen la muerte; los muertos, la resurrección.


257
¿Cuál será el motivo de que en la mayor parte de las conversaciones cogidas al vuelo por la calle se hable tan a menudo de dinero?


258
Si nacemos desnudos, ¿por qué tienen que enterrarnos vestidos? (Ésa es otra de las razones por las que quiero ser incinerado.)


259
Fantástico título para una novela o un cuento fantásticos: El hombre que nació vestido.


260
La historia del hombre que se reía de los inviernos porque nació en verano. Como todas, acaba mal: al final, el protagonista muere.


261
Lucha pacífica: aparente oxímoron refutado por Gandhi.


262
Lucha armada: aparente pleonasmo refutado por los hechos.


263
Añoro el ayer, cuando las horas parecían años. Languidezco en el hoy, cuando los años parecen horas. Anhelo el mañana, cuando ya nada me parecerá nada porque finalmente y por fin ya no habrá nada de nada de nada: ni años ni horas; ni horas ni años; nada al fin, absolutamente nada.


264
Son las ocho de la mañana (las siete en Canarias). Cielo despejado. Temperatura, diecisiete grados… Un excelente día para resucitar.


265
El banquero excomulgó al papa y, en represalia, el papa embargó los bienes del banquero. O quizá fue al revés, que para el caso es lo mismo, pues tan increíble parece una cosa como la otra.

266
El tribunal de ladrones pronunció su fallo: el demandado fue declarado inocente del delito de robo y el demandante fue condenado a pagar las costas.


267
Delendus est Balthasar. El tribunal de jueces dictó sentencia: el juez fue condenado.


268
Formó un cuenco con las manos, lo llenó de agua y se suicidó zambulléndose en ella.


269
Cuando los leones y los tigres se extinguieron, el domador de fieras tuvo que hacer un curso de adaptación y convertirse en domador de hombres. Se dice que en esa segunda carrera alcanzó todavía mayores éxitos que los obtenidos en la primera.


270
Al final tuvimos que matarlo, porque cuando nos sentábamos a la mesa él se sentaba siempre en la mesa.


271
No recuerdo otra cosa. Nací en esta garita que vigila el paso a nivel. Aquí he vivido siempre, subiendo y bajando las barreras al paso de los trenes. Supongo que aquí moriré. Y que aquí, en esta especie de sepulcro vertical, quedaré enterrado.


272
No recuerdo otra cosa. Nací en este faro que vigila una costa escarpada. Aquí he vivido siempre, orientando con mi luz a los buques en la noche. Supongo que aquí moriré. Sólo pido una cosa: que no me entierren aquí, en esta tumba vertical; que me arrojen al mar y que mi sepulcro sean las olas.


273
Pasó la vida tratando de distraerse de que estaba vivo. Cuando creyó que por fin lo había conseguido, murió.


274
Segismundo rememoró el lúgubre laberinto de corredores del colegio de los reverendos padres, el siniestro dédalo de pasillos tapizados de cuadros pavorosos en los que con lujosos detalles y definidísimos trazos se describía toda suerte de torturas, martirios, suplicios y tormentos: espeluznantes y tremebundos cuadros habitados por una variadísima fauna de venerables y venerables, beatos y beatas, santas y santos chamuscados por tizones, brasas o ascuas; desgarrados por hachas, lanzas, puñales, espadas, flechas o garfios; cocidos en calderas o asados en parrillas o devorados (crudos, por supuesto) por fieras; crucificados cabeza abajo o empalados cabeza arriba o tendidos en un potro y sobre él descoyuntados; con la cabeza bajo el brazo o con la lengua en una mano o con los ojos en la otra o con las tetas en una bandeja; y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera; pero siempre sonrientes, siempre alegres, siempre didácticos, siempre explicando gustosamente la lección de que hay que padecer y sufrir y penar en esta vida si no se quiere hacerlo en la otra.


275
Si lo más lógico, científico y racional parece ser estar convencidos de un después nada, ¿por qué tanto atormentarse pensando en un hipotético, desasosegante e intranquilizador después qué?


276
Segismundo evocó el terror de aquellos oscuros, sombríos y negros años colegiales y pensó que igual no era sino la parte alícuota a él reservada de un terror mucho más amplio y extendido, de un terror insidiosamente infiltrado en la atmósfera, de un terror que acallada, silenciosa, cautiva y desarmadamente quizá en aquel entonces no había más remedio que respirar, un terror tejido con prohibiciones de lo que fuese obligatorio y con obligaciones de lo que no estuviera prohibido, un terror con más palo que zanahoria y con menos premio que castigo, un terror que en este desdichado país y aquella desventurada época -la más triste, quizá, de toda su tristísima historia- encontró pacientes, metódicos y eficaces instrumentos y vehículos -ya se tratara de retorcidos reverendos, iletrados sargentos, filosóficos policías grises o beneméritos tricornios- en oscuras, sombrías y negras gentes de uniforme; un terror, en fin, quizá más que secular posiblemente milenario, a buen seguro conducido y manejado desde siempre por ese incalificable tipo de gente de cuello duro, blanco guante, fino bigotito y colmillo afiladísimo que a la mínima te espeta un no sabe usted con quién está hablando y en cuanto te descuidas te firma una carta de despido o una orden de detención o -si las circunstancias lo permiten- una sentencia de muerte.


277
Au fond de l’Inconnu pour trouver du nouveau! De los errores se aprende -al menos en literatura- lo que no hay que hacer. Lo que haya que hacer podría aprenderse, quizá -al menos en literatura-, de los aciertos, en caso de haberlos. Lo malo es -al menos en literatura- que los aciertos, en caso de haberlos, no es conveniente repetirlos.


278
Primavera valenciana 2012. Qué tiempos éstos, querido Brecht, en que las porras vuelven a aporrear al pueblo y la alcahaldesa y demás autrocidades, cuyo poder, en teoría, emana del pueblo, se ponen tan fervorosamente (en todas sus acepciones) de parte de las porras.


279
Se puso en cuclillas y deslizó las manos bajo las plantas de los pies. Hizo entonces fuerza hacia arriba con los brazos. Pero en lugar de elevarse, que es lo que intentaba, notó que se hundía.


280
Trató entonces de salir a flote tirando de su cabellera hacia arriba con ambas manos. Pero el techo le impedía progresar.


281
Me dieron una espada para que me defendiese. Pero no pude usarla porque su empuñadura, al igual que su hoja, era de fuego.

282
Dedicó su vida entera a los demás, sobre todo a los suyos. Ni un solo segundo del tiempo que le fue concedido lo dedicó a sí misma.


283
Dedicó su vida entera a sí mismo. Ni un solo segundo del tiempo que le fue concedido lo dedicó a los demás, ni siquiera a los suyos.


284
Sacamos el santo en procesión y por fin empezó a llover. Pero la lluvia se quedó detenida a pocos centímetros del suelo y finalmente no pudimos salvar la cosecha.


285
Como imaginar a Napoleón venciendo en Waterloo o a Colón naufragando en el Atlántico.


286
Segismundo se preguntó si quizá; si quizá sí; si quizá no; si quizá también; si quizá tampoco; si quizá a lo mejor; si quizá además; si quizá incluso; si quizá todo junto y a la vez; si quizá así sucesivamente; si quizá etcétera, etcétera, etcétera; si quizá, en resumen y en fin, quizás.


287
Es muy posible que a la memoria no le sea posible en absoluto permanecernos fiel. Pues es también muy posible que a las tonalidades y los colores que pigmentaron en su momento cualquier vivencia no les sea posible en absoluto escapar tampoco (¿acaso no dijo alguien que algo sabía de eso que el tiempo también pinta?) al filtro infatigable del transcurrir y a la inclemente metamorfosis de los años.


288
El remordimiento, ese incesante dedo acusador de Damocles que pendía sobre su cabeza.

289
“¿Qué había hecho?” Se lo preguntaba así, en tercera persona (no, en efecto; no en primera) y pretérito pluscuamperfecto, como si la cosa no fuese con él, como si fuese cosa pasada, como si estuviera preguntándoselo a otro o -quizá buscando escapar de aquel remordimiento atroz- como si se lo estuviera preguntando de otro.


290
La tarde continuaba embarcada en su navegar infalible, segura de arribar a las tranquilas aguas del puerto de la noche.


291
Se sentía como un triste y desolado gato rumiante que rumiara y no dejara de rumiar una remota, continua e irreparable desdicha.


292
En las islas Olvidadas los perros tienen la palabra los meses pares y los gatos la tienen los meses impares. A los ratones no se les ha asignado ningún mes, razón por la cual no hablan y se limitan a cantar, tal como antiguamente vieron que hacían los pájaros.


293
Un perro de la isla Olvidada Grande llamó una noche por teléfono a otro perro de la isla Olvidada Pequeña para preguntarle en qué mes estaban. Pero en aquel momento las campanadas de un reloj anunciaron la medianoche y el mes cambió, con lo que el perro interpelado no pudo responder pues tuvo que dejar de hablar -como en aquel mismo momento tuvieron que hacer todos los perros de todas aquellas islas- y ponerse a cantar, tal como hacían los ratones.


294
Se cuenta que a dos gatos, uno de la isla Olvidada Mediana Mayor y otro de la isla Olvidada Mediana Menor, les ocurrió algo similar a lo sucedido a los perros del parágrafo anterior. Pero se cuenta también que los gatos, en lugar de ponerse a cantar, se pusieron a cazar ratones.

295
Los pájaros de estas islas, cuando contemplan todas estas cosas desde sus olímpicas alturas, no saben si reír por no llorar o llorar por no reír. Parece ser que los pájaros más disciplinados optan por ambas cosas alternativamente, según el mes de que se trate; aunque como nunca se han puesto de acuerdo sobre lo que corresponde hacer cada mes, se da el caso de que siempre hay una parte de los pájaros disciplinados que ríe mientras que la otra parte llora (¿será necesario decir y viceversa?). Los pájaros díscolos no tienen este problema: ellos ríen y lloran a la vez, independientemente del mes de que se trate.


296
Malditos sean los perros, los gatos y los pájaros -se atrevió a decir un día un ratón rebelde-. Los ratones no tenemos nada que perder más que nuestras cadenas. Tenemos, en cambio, un mundo que ganar. ¡Ratones de todas estas islas, unámonos!


297
¿Adónde lleva este camino?, pregunté. A Roma, como todos, me respondieron. Así que, ni corto ni perezoso, me monté en el camino a horcajadas y me dejé llevar por él. Hice el viaje con toda comodidad, contemplando el paisaje. No mucho después, el camino y yo entrábamos en Roma.


298
¿Adónde va este camino?, pregunté. En este momento a ninguna parte, me contestaron. ¿No ve que está quieto? Esperé un buen rato por ver si podía acompañarlo adonde fuere, pero el camino siguió sin moverse.


299
Nos convencimos de que habíamos desembarcado en un -además de ignoto- bien extraño y quizá peligroso lugar cuando observamos, no sin cierta inquietud, que en los huertos y los campos había espantahombres en lugar de espantapájaros.


300
El muerto salió del hoyo y le quitó al vivo el bollo.

301
¡Uf, qué pesado eres!, dijo la soga al ahorcado. Y tú ¡qué estrecha!, dijo el ahorcado a la soga.


302
¿Por qué apelarán tanto al honor aquéllos que menos lo tienen?


303
A quienes tratan de justificar sus comportamientos claramente indecentes y corruptos amparándose en el hecho de que puedan no estar todavía penados por la ley, envolviendo además esa justificación en una pestilente retórica de defensa de la honorabilidad y presunción de inocencia, habría que recordarles que algo que en su momento pudo ser legal, aunque no por ello menos abusivo e innoble, como el derecho de pernada, hoy sería, sin duda alguna, delito.


304
Hay momentos en los que resulta muy difícil reprimir el deseo de estar de nuevo en la plaza de la Concordia, tejiendo y no dejando de tejer mientras se oye subir y bajar y bajar y subir la afilada cuchilla de la guillotina.


305
En otros momentos, lo que resulta difícil de reprimir es el deseo de volver a asaltar el Palacio de Invierno.


306
Como en un delírium trémens, imaginar el mundo actual si el muro de Berlín lo hubiesen tenido que derribar desde el otro lado, no para salir sino para entrar.


307
Talco, yeso, calcita, fluorita, apatito, feldespato, cuarzo, topacio, corindón, diamante… (El autor de estas líneas, quien recuerda haber advertido en anterior ocasión de que no se hace responsable de las opiniones del autor, pensaba añadir, como prolongación de la escala de dureza de Mohs, los nombres de pila de ciertos personajes de nuestra aristocracia y de nuestra política municipal, autonómica y nacional, todos ellos de reconocida cara dura. Pero ha renunciado a hacerlo, tanto porque no le parecía elegante como por aquello de que no hay mayor -ni mejor- desprecio que no hacer aprecio.)


308
Recuerdo muy bien cómo el difunto don Manuel (que en gloria esté), con su verbo atropellado, decía aquello de miridomigo al principiar su respuesta a cualquier periodista que se hubiera atrevido a hacerle una pregunta incómoda. Y recuerdo igualmente muy bien cómo lo decía el inefable don Manuel, con aquella cara, tan inolvidable y tan suya, de pelotón de fusilamiento.


309
Credo quia absurdum. A ver, mi obcecado Tertuliano, si lo he entendido bien: o sea, que para convencerte de que los otros dioses son falsos estás dispuesto a aceptar un dios (o Dios) que te parece absurdo.


310
Para refutar la astrología no es necesario perder años y años estudiándola. Basta con estudiar astronomía. O quizá, incluso, con el más simple, sencillo y elemental sentido común.


311
Cuando has escrito astrología, te inquieren, ¿no estarías pensando realmente en otra cosa?


312
¿Alguien es capaz de demostrar que Judas Iscariote, ya colgando del árbol, y Adolf Hitler, ya con la cabeza perforada por la bala, no habrían dispuesto de un postrer instante de conciencia que les hubiese permitido un desesperado acto de contrición (gracias al cual, y a la infinita misericordia divina, podrían haber alcanzado la salvación)?

313
Hay una religión, meditaba el señor Fuster, que en el colmo de la humana soberbia predica que dios (o Dios) se hizo hombre y que esa encarnación no tuvo otro objeto que el de sacrificarse por nosotros y así salvarnos. A ver si resulta que esa religión, aun habiendo errado el tiro, no lo ha errado del todo. A ver si resulta que hay dios (o Dios) y que se ha sacrificado, pero no por nosotros sino por él (o Él). A ver si resulta que no le faltaba razón a cierto escritorcillo que imaginó una vez un dios (o Dios) inicial, mero batiburrillo de fotones concentrados en un punto sin nada que contarse, soberanamente aburrido de ser uno y lo mismo durante una eternidad interminable, y que para matar ese aburrimiento y tener algún día algo que contarse decidiría suicidarse en el Big Bang y disolverse en un variado y múltiple universo. A ver si resulta, se dijo -echando el freno- el señor Fuster, que estoy delirando. Porque de haberse disuelto dios (o Dios) en el universo, resultaría que todo y todos -incluyendo a Adolf Hitler y Judas Iscariote, por no poner otros malos ejemplos- seríamos dios (o Dios). Y entonces, ¿qué mérito tendrían los buenos?, ¿qué culpa tendrían los malos? Absurdo, concluyó el señor Fuster; y, por lo tanto, increíble. ¿Dios (o dios)? ¿Su hipotética existencia? Nada más que un delirio de la imaginación. Un producto de la soberbia humana. O, quizá, una incomparable obra maestra de la literatura fantástica.


314
Soñó que estaba embarazado, que rompía aguas y que, con grandes dolores y tras enormes esfuerzos, lograba, sacando la criatura al mundo con sus propias manos, darse a luz a sí mismo.


315
A veces, sobre todo en tardes otoñales cargadas por el diablo de melancolía y de lluvia, al señor Fuster le daba por imaginar la vida como una carrera ciega y sin sentido por un pasillo lleno de puertas sucesivas, de puertas que vamos abriendo una tras otra y que no dan sino a otras puertas que a su vez vamos abriendo una tras otra, y así hasta llegar a una última puerta que no da a ninguna parte. Pero entonces, elevándose sobre sí mismo, el señor Fuster se daba cuenta de que ese recorrido que había imaginado como una línea recta describe en realidad un círculo, al igual que el asno que, ciegamente y sin sentido, da vueltas a la noria; pues esa ninguna parte a la que al final llegaremos no es otra que la misma ninguna parte desde la que al principio hemos partido.


316
Son las ocho de la mañana (las siete en Canarias). Cielo despejado. Temperatura, diecisiete grados… Hipócrita escritor, ¿de qué te quejas?


317
Por primera, única y, hélas!, última vez.


318
Bueno, decía el señor Fuster a la hora del café, la copa y el puro, si la vida, sin dioses ni eternidades ni trascendencias ni lo que diablos o demonios se quiera, no tiene o no parece tener ningún sentido, pues habrá que buscárselo. Y si a pesar de todo no lo encontramos, pues conformémonos con vivirla. Que sólo tendremos una.


319
TODO POR LA PATRIA, decía la inscripción a la entrada del cuartel del Tercio de Extranjeros.


320
La excepción desmiente la regla; es decir, confirma que no hay regla que valga.


321
The American Dream. Empezó vendiendo periódicos por la calle. Terminó durmiendo en la calle envuelto en periódicos.


322
Un mensaje encerrado en una botella. Una botella sumergida en el agua. El agua envasada en una botella. Una botella envuelta en un mensaje.

323
Si no fuese por aquello de la elegancia y el desprecio y el aprecio, el autor de estas líneas -quien recuerda haber dicho y repetido que no se hace responsable etcétera- les hablaría de dos ilustres y honorables (además de imaginarios) paisanos suyos: sor Borrachuza y el frailecillo Valiente. Pero, una vez más, renuncia a hacerlo; y no sólo por las razones aducidas, sino también porque carece de la suficiente cantidad de hormigón armado necesaria para modelar los rostros de tan (además de imaginarios) honorables e ilustres paisanos.


324
Nos parecemos al condenado a la pena capital en el hecho de que nosotros también estamos encerrados en un corredor de la muerte. Nos diferenciamos del condenado en el hecho de que nosotros desconocemos la fecha de ejecución de nuestra sentencia.


325
“Le quedan, como mucho, seis meses”, sentenció el médico. “Toda una vida todavía por delante”, replicó el enfermo.


326
Segismundo, remontándose hasta lo más remoto del recuerdo, trató de calcular la innumerable cantidad de veces que llevó a cabo ese supremo acto de claudicación y docilidad que consiste en reclinarse, claudicante y dócilmente, ante un oscuro, sombrío y negro confesonario.


327
Y a continuación Segismundo recibió de nuevo en la memoria el recuerdo de aquellos espeluznantes, tremebundos y pavorosos cuadros en los que se describía toda suerte de torturas, martirios, suplicios y tormentos; y, entre tanto horror, la memoria seleccionó las imágenes de un asaeteado san Sebastián, mezcla de imán y de acerico, y de una mastectomizada santa Águeda (o santa Ágata o santa Gadea), con su par de tetas todavía frescas temblando como flanes con guinda sobre una bruñidísima bandeja.


328
Pero, por mucho que uno pretenda imaginar, lo cierto es que Napoleón no venció en Waterloo ni Colón naufragó en el Atlántico.


329
Si existe Dios, ¿sabrá por qué diablos o demonios existe?


330
Una complicidad que, como toda complicidad que se precie, habría de terminar en traición.


331
El señor Fuster sostenía (¿de dónde si no tanto kirieleisón, argüía?) que la primera imagen humana de la divinidad -y sobre esto, añadía, quizá los así llamados salvajes o primitivos tengan todavía bastante que decir- fue la de algo dañino.


332
Una lluvia estabilizada, casi horizontal; como si, en lugar de caer, navegara.


333
Quiero morir un treinta de febrero, dice uno. Pues yo, dice otro, un cuarenta de mayo.


334
¿Por qué se finge dialogar, debatir, discutir, razonar, impugnar, refutar, argüir, aducir, alegar, argumentar, demostrar, y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera, si se piensa que a la hora de la verdad lo realmente importante, como decía Humpty Dumpty, es saber quién manda o, lo que vendría a ser lo mismo, quién tiene el garrote más grande?


335
Por un oído le entra y por el otro también, y en un punto del interior del cráneo equidistante de ambos oídos se produce el choque y la caída de lo que finalmente termina perdiéndose por la boca, que es por donde muere el pez.


336
¿Por qué se dirá mire usted cuando en realidad se está apelando al interlocutor para que nos oiga y además, si no es demasiado pedir, nos escuche?


337
¿Por qué me habrá dicho mire usted si en realidad lo que quiere es que le oiga y que además le escuche, aunque sea para irse por las ramas de los árboles que no dejan ver el bosque de los cerros de Úbeda y no contestar a lo que le he preguntado; o lo que es lo mismo: para no decirme nada?


338
El detective sospechaba que el asesino pudiera ser él mismo. Pero, por el momento, carecía de pruebas para demostrarlo. Tendría que seguir investigando.


339
El detective encontró por fin las pruebas que le faltaban. Ahora tenía que llegar a la policía antes de que el asesino diera con él.


340
El asesino no tuvo más remedio que eliminar al detective cuando supo que éste había encontrado las pruebas que lo acusaban.


341
Cuando la policía encontró el cadáver del asesino, pensó que el detective se había tomado la justicia por su mano.


342
Tomó un lápiz y se dibujó con todo detalle. Cuando hubo terminado, se levantó de la hoja del cuaderno de dibujo y contempló el resultado. No le gustó. Así que volvió a tumbarse en la hoja del cuaderno, tomó una goma de borrar, se borró, tomó otra vez el lápiz y empezó de nuevo.


343
Como un Escher de las palabras. No: tan sólo como un vulgar urdidor de trampantojos verbales.


344
Nuestras vidas son los ríos que van a dar al glaciar donde nacieron.


345
Dicho de otra manera: Nuestras vidas son los ríos / que van a dar al glaciar / do fue el nacer.


346
Se dice que para alcanzar la vida eterna es necesario morir previamente. Pues yo no aspiro a tanto: con seguir viviendo aquí indefinidamente me conformo.


347
A veces, reconociendo su enciclopédica ignorancia, Segismundo se preguntaba si no estaría descubriendo mediterráneos.


348
Como no tenía donde caerse muerto, decidió ascender directamente a los cielos.


349
Ves una fotografía de dos fornidos miembros del aguerrido cuerpo de marines besándose y, en un primer impulso, piensas: “¡Qué gran avance!” Pero, de inmediato, reflexionas y te dices que el hecho de que la homosexualidad haya sido por fin permitida en ese aguerrido cuerpo (y al escribir permitida has sentido un rechinar y un crujir de dientes; como si aún hubiera que dar las gracias porque se conceda lo que no es sino un derecho), te dices, en fin, que el hecho de esa concesión, más que un gran avance, es solamente algo parecido a aquello de un pequeño paso para un hombre. Porque el verdadero gran avance, concluyes, el gran paso para toda -absolutamente toda- la Humanidad consistiría en que lo que no estuviera permitido fuese el aguerrido cuerpo de marines (ni, por extensión y por supuesto, ningún otro aguerrido cuerpo).


350
Padre, confieso que voy a pecar. ¿De qué te acusas, hijo mío? De que voy a matarle. Absuélvame, padre.


351
Los años, esa despiadada cuadrilla de obreros de la destrucción.


352
Si en los infiernos imaginarios, pensó Segismundo, nada cambia puesto que nada puede ir a peor, en los infiernos de verdad, en esta puta y puñetera vida, en este más que jodidísimo valle de lágrimas, vaya si las cosas cambian. Y lo malo es que cuando lo hacen, y nunca dejan de hacerlo, siempre suelen ir a peor.


353
Reclamaciones, pensó Segismundo que hubiera dicho el señor Fuster, al que inventó la física>termodinámica>segunda ley>entropía.


354
Se dice que la palabra no mata. Pero a veces puede resultar letal para quien la pronuncia o la escribe. Así que conviene guardarse de escribirla o pronunciarla, por si acaso.


355
Se dice que el pensamiento no delinque. Pero eso será hasta que se inventen máquinas capaces de leerlo. Así que conviene ir entrenándose para no pensar, por si acaso.


356
Dicen que lo sé todo, pero no sé cuándo nací. Dicen que lo puedo todo, pero no puedo morir.


357
¿La eternidad ha de ser siempre esta misma oscuridad y para siempre? Pues ¡hágase la luz!


358
Y ahora, ¿qué? ¿Siempre esta misma luz y también para siempre?


359
Estoy eternamente solo. Me aburro infinitamente. ¿No habrá un Dios más Dios que Yo que pueda socorrerme, redimirme, salvarme?


360
Génesis 2,18. Tampoco es bueno que Dios esté solo.


361
Elecciones generales 20-N 2011: los ciudadanos españoles se merecen un gobierno que les mienta. (Algo así dijo Alfredo Pérez Rubalcaba el 12 de marzo de 2004. Bueno, parece ser que realmente dijo “que no les mienta”.)


362
La democracia es un sistema político -el menos malo de todos ellos- en el cual, si así les place, los negros -o los españoles, por ejemplo- pueden votar al Ku Klux Klan. (Y, de hecho, ¿no parece que a veces lo hagan?)
363
Mató al padre para llegar hasta el abuelo, pero no pudo encontrarlo porque a éste lo había matado el hijo.


364
Por esto quería también que me incinerasen: porque los resucitadores no pueden hacernos nada a los incinerados.


365
Me ganaba la vida haciendo juegos malabares con mis tres cabezas. Pero nunca conseguí que mis jaquecas crónicas me fuesen reconocidas como enfermedad profesional por la Seguridad Social. Debido al elevado porcentaje de absentismo ocasionado por mis frecuentes bajas laborales, al final fui despedido. Tuve la triste fortuna de enlazar el término del cobro de una magra prestación de desempleo con el inicio de la percepción de una escuálida pensión de jubilación. A fin de obtener algún ingreso extra que me ayudara a pagarme los medicamentos para las jaquecas, me dediqué a partir de entonces a hacer juegos malabares con mis tres cabezas (pues era lo único que sabía hacer) en los pasillos del metro. Allí -y así- terminé mis días.


366
No pido regresar al pasado (sé que no hay regreso), ni pido (sé que son irrecuperables) recuperar los años de juventud y quedarme varado en ellos. Me conformaría con agarrar al vuelo ese instante que acaba de pasar, o éste que está transcurriendo ahora, o ese otro que está a punto de llegar… Me conformaría con aferrarme a cualquier instante y permanecer en él para siempre. (Pero sé que los instantes pasan volando, sé que está condenado al fracaso el intento de agarrarlos, sé que es ilusorio el deseo de aferrarse a ellos.)


367
Dicho de otra manera: quisiera apearme del tiempo, aunque a condición de seguir viviendo. (Pero sé…, etcétera.)


368
Si estoy de espaldas al espejo, ¿por qué el espejo me muestra el reflejo de mi  cara?


369
Le supliqué que no despertara; pues en cuanto lo hiciese, yo desaparecería de su vida para siempre y nunca jamás volveríamos a vernos.


370
A pesar de su súplica, desperté; y comprendí entonces que había desaparecido de mi vida para siempre y que nunca jamás volveríamos a vernos.


371
Se ruega al desocupado y gentil lector que regrese por un momento al parágrafo número 249 y que una vez allí haga la prueba de reemplazar homilía y encíclica por mitin y arenga (con la pequeña variación del primer artículo indefinido necesaria para respetar la concordancia de género gramatical, por supuesto). El autor de estas líneas agradecerá al amable y desocupado lector que le comunique cualquier diferencia de significado que crea encontrar entre la frase inicial y la resultante de haber seguido las instrucciones anteriores.


372
Segismundo lamentó una vez más su insana y enfermiza obsesión por las empresas imposibles, pues es su misma imposibilidad la que contiene la insidiosa excusa para no empezarlas nunca o no terminarlas jamás.


373
Al salir de la cárcel recogió sus objetos personales (pero no los irrecuperables años allí perdidos) con la mirada encorajinada y rencorosa, pero también un tanto avergonzada, de quien recobra, pagando un interés usurario, una prenda depositada largo tiempo en empeño.


374
Es posible que para labrarse un futuro propio (y quizá, de ser válido, esto lo sea tanto para individuos como para grupos, colectivos, etnias, clases, sociedades…) sea necesario recuperar previamente un pasado y hasta un presente expropiados.


375
Lo quemaron vivo por hereje; pero, para mayor escarnio, no en una hoguera de leña, sino en una pira erigida con ejemplares de los pecaminosos libros que había escrito.


376
No puedo oírlos; aunque, a cambio de eso, cuando me hablan (así lo supongo, pues mueven los labios), veo que de sus bocas salen rayos de  luz.


377
Somos los mejores fabricantes de ataúdes de la provincia. Los servimos con muerto incluido. Y al mismo precio que nuestros competidores, que los sirven vacíos.


378
I+D+i. Hemos introducido últimamente importantes mejoras en nuestros ataúdes. Ahora los fabricamos con blindaje a prueba de resucitadores.


379
Imagina que has sido capturado por una gran serpiente y que has traspasado ya la frontera de sus mandíbulas, las cuales han vuelto a encajarse. Imagina que estás siendo irreversible y lentamente deglutido y arrastrado hacia el interior de la bestia, estrujado y comprimido por sus potentes músculos, reblandecido y disuelto por sus corrosivos jugos gástricos. Imagina (¿te hace falta imaginarlo?) que esa serpiente es el tiempo.


380
La bruja de Hänsel und Gretel no es que fuese tan mala, la pobre, sino que tenía mucha hambre; y debía de haber leído ese opusculito de Jonathan Swift titulado A modest proposal... (cosa que, a buen seguro por ser analfabetos, los pobres, no debían de haber hecho los padres de aquellos dos niños).


381
No sé por qué, pero cuando pienso en la expresión escritos póstumos me da por preguntarme si con ella no se querrá decir (en lugar de lo que indican los diccionarios) que el autor de dichos escritos los redactó después de muerto.


382
Como el buitre que sigue a los ejércitos, pues sabe que tras su estela encontrará fácil sustento.


383
Ser capaces de mirar al sol cara a cara, como se dice que puede hacer el águila.


384
Cada vez que el ave fénix se disponía a renacer, el cielo enviaba lluvia y apagaba el fuego.


385
En algunas versiones apócrifas de las vidas de los santos mártires se cuenta que cuando san Lorenzo estaba siendo puesto en la parrilla dijo a sus verdugos que a él le gustaba la carne poco hecha. (En otras versiones, no menos apócrifas pero quizá mucho menos fiables, se cuenta que lo que realmente dijo el santo mártir es que, a él, lo que de verdad le gustaba era el steak tartare.)


386
El ciego me miró como si pudiera verme. Había un apagado brillo de resignada tristeza en su mirada imposible.
387
(Rogamos a los lobos de verdad que nos disculpen por utilizar tan tópicamente su imagen.) Vamos a ver: es indiscutible e indudable que el lobo es el protervo, el perverso, el malvado. Pero algo falla en ciertas conexiones neuronales -y en tantas sociedades de pastores- cuando la oveja (infantil o adolescente), en lugar de huir o, al menos, de intentarlo, accede de manera tan inocente y complaciente a quitarse la ropa delante de una webcam.


388
Hace bastantes años, allá por los inicios de la llamada transición, cuando Segismundo tuvo ciertas veleidades literarias, pensó en escribir una novela policiaca. Pero desistió al verse incapaz de resolver un problema que para él (a diferencia de otros escritores que, al parecer, supieron solucionarlo; aunque quizá de nuevo hoy en día...) resultó ser totalmente insuperable: ¿cómo lograr que la policía de este maldito país dejara de ser literariamente impresentable?


389
Cuando terminó la carrera, tuvo que enfrentarse a una desgarradora disyuntiva de futuro: licenciado sin trabajo o licenciado en paro.


390
Sólo el iniciado conoce los secretos de la secta. Sólo el apóstata accedería a desvelarlos.


391
¿Por qué no se miden por el mismo rasero la matanza de primogénitos por el ángel exterminador y la de inocentes por Herodes el Grande?


392
Nueva economía: no matar al oso antes de tener vendida la piel.


393
En el paseo ajardinado, lo único que se mantenía plantado, rodeado de excrementos caninos, era un oxidado letrero metálico que, más que decir, suplicaba: RESPETAD LAS PLANTAS.


394
A menudo, decía el señor Fuster, en el trabajo artístico, sobre todo en el que pretende ser de vanguardia, se corre el riesgo de confundir la inocencia, la espontaneidad, con la irreflexión, con la ignorancia.


395
Estamos condenados, se lamentaba a veces el señor Fuster, a imaginar el punto tan pequeño como se quiera, pero redondo, siempre redondo y nunca cuadrado o, por ejemplo, en forma de estrella.


396
La realidad y el arte tienen poco que ver, desbarraba en ocasiones -con alguna copa de más- el señor Fuster, salvo que el segundo es un elemento más de la primera. Toda pincelada que se da en un cuadro se instala también en la realidad, como ya lo estaban el pincel, el lienzo y el caballete que lo sostiene. Pero las relaciones terminan ahí. (Por supuesto, está la cuestión de la maldita falta que hace andar por la realidad instalando arte, aunque ese debate quizá sea mejor aplazarlo hasta que se resuelva la crisis de valores en que se encuentra inmersa nuestra civilización, si es que salimos de ésta.) Todo cuadro, por seguir con el ejemplo, es algo así como una metáfora, aunque se resista a serlo. Y no hablemos de una escultura, de una película o de un libro. A lo mejor, el arte menos metafórico resulta ser el más irreal de todos: la música. Está hecha sólo de (perdón) música, de sonidos que ya son (perdón, perdón) música y que no sirven para ser otra cosa, como sí lo servirían las palabras con que se escribe un poema, que igual podrían utilizarse para redactar una carta dirigida al banco. La identidad de materiales en este último caso es lo que podría inducir a confusión en el intrincado tema de las relaciones entre la realidad y el arte, pero no hay competencia posible entre el poema y la carta. Y si se quiere comprobarlo, concluía -apurando la copa- el señor Fuster, en lugar de la carta envíese el poema al banquero.

397
Ahogaba las penas en la bebida, hasta que las penas aprendieron a nadar y entonces fue él quien tuvo que ahogarse.


398
An die Nachgeborenen. ¿Llegará algún día, querido Brecht, un tiempo en que sea posible hablar de árboles sin tener que sentirse casi como un criminal?


399
Estás en lo más profundo del vertedero. Ya no puedes hundirte más. Ni llegar más abajo. Ni caer más bajo. Sólo tienes dos opciones. Una: quedarte ahí enterrado. Dos: si quieres seguir vivo, aunque sea empujando una vez más tu roca de Sísifo, salir a flote.


400
¿Cuánto tiempo es una eternidad? ¿Cuánto tiempo es un segundo? ¿Cuánto tiempo es el tiempo de Planck?


401
Sobre el espinoso y delicado asunto del género, el sexo, la gramática y la lengua, el señor Fuster, levantando las cejas hasta más allá del cogote, posiblemente diría algo parecido a que la lengua es el reflejo y que, por consiguiente, si hay que cambiar algo, y nadie duda (o debería dudar) de que sea necesario hacerlo, habrá que empezar por quien se mira al espejo. Aunque, quizá también posiblemente, es muy probable que el señor Fuster, con las cejas ya de regreso, añadiera algo así como que en el hipotético caso de que él fuese una mujer a lo mejor opinaba de otra manera.


402
¿Cuál será la razón de que Kafka, quien -de la misma manera que lo hacía el señor Fuster- concebía el oficio de escribir como poner una palabra detrás de otra y que además se entienda, nos resulte tan actual y tan moderno como, por ejemplo, Cervantes u Homero, y, desde luego, muchísimo (por no decir infinitamente) más que cualquier sedicente vanguardista, cualquier fantasma postmoderno pretendidamente experimentalista?


403
Por cierto, ¿no fue William Burroughs quien dijo aquello de que un experimentalismo no es sino un experimento que ha salido mal?


404
Y, si la memoria no nos es infiel, de modo parecido -y, a poco que se conozca al personaje, no sería de extrañar que paródico- a como Unamuno dijo aquello de los inventos, ¿no fue el inmenso Juan Marsé quien contestando a un entrevistador, y en un tono que no trataba de ocultar, sino todo lo contrario, una firme reivindicación de su concepción del oficio, dijo: “Que experimenten otros”?


405
Las palabras, si no más inteligentes al menos más sinceras que he oído en mi vida (y admirables además por su enunciado tan vitalmente positivo), son las que me dijo un amigo en el momento de jubilarse: “TENGO ganas de NO hacer nada.”


406
¿Lo más aproximado a la felicidad? Quizá, ser capaz de vivir como un muerto (pero estando vivo, por supuesto).


407
Hipócrita escritor... Y tú, ¿qué haces quemándote los ojos delante de una pantalla de ordenador?


408
Y no se te ocurra repetirte o citarte o plagiarte saliéndome con la excusa de que escribes para olvidar.


409
(In memóriam John F. Kennedy.) No os preguntéis lo que vuestros bancos pueden hacer por vosotros. Preguntaos lo que vosotros podéis hacer por vuestros bancos.


410
Los mandamientos de la ley de Dios, que antiguamente se resumían en dos (amarás a Dios sobre todas las cosas y amarás al prójimo como a ti mismo), en la actualidad se reducen a uno solo: amarás a Dios sobre todas las cosas excepto sobre ti mismo.


411
Por cierto, ¿qué diablos o demonios es eso tan vacío de significado de amarás a Dios?


412
Y en el supuesto de que a eso de amarás a Dios le hiciésemos el favor de concederle algún significado e interpretáramos que la exhortación se dirige tanto a hombres como a mujeres, entonces ¿qué?, ¿resultaría que ese tal Dios que siempre hemos imaginado como masculino nos ha salido bisexual?


413
Los mandamientos de la reforma laboral, como antiguamente los de la ley de Dios, también se resumen en dos: les harás trabajar como un negro y con el sueldo les engañarás como a un chino.


414
¡Amazonas, venid, extraednos el semen, congeladlo y exterminadnos a todos! ¡Salvad el mundo, amazonas!


415
Exégesis del parágrafo anterior: texto indudablemente escrito por un hombre (posiblemente, por alguna suerte de machito arrepentido que quiere hacerse perdonar su inevitable condición de varón), pues recurre a un muy masculino modelo de masculinizada mujer-guerrero, a una concepción no menos masculina de la violencia revolucionaria como única fuente de cambio, y a una pseudorreligiosa idea de salvación tan masculina como lo es la masculina imagen de un Dios Salvador.


416
(Vale, muy bien, conforme, de acuerdo... Pero, a pesar de todo, ¡venid pronto, amazonas, no tardéis, llegad antes de que el mundo se acabe!)


417
Caían copos de nieve ardiendo, y era porque el Sol estaba derritiéndose.


418
Un hombre sentado al borde de una cama en una habitación de hotel, los antebrazos apoyados en los muslos, las manos colgando, la mirada clavada en el suelo.


419
Un hombre sentado en un banco de un parque, los antebrazos apoyados en los muslos, las manos colgando, la mirada clavada en el suelo.


420
Tanto el hombre del hotel como el del parque (aunque no haya que descartar que pueda tratarse del mismo hombre en momentos y lugares diferentes) están llorando. Pero quizá no sea legítimo inferir de este hecho que las habitaciones de hotel y los parques puedan provocar por sí solos el llanto. Es más que probable que la culpa de las lágrimas deba atribuirse a la presencia de la soledad, pues tanto un hombre como el otro (aunque no haya que descartar que puedan representar a todo el género humano) están solos.


421
¿Aunque no haya que descartar que puedan representar a todo el género humano? ¿No habrá aquí un error de apreciación, o al menos un exceso de ella? ¿No es cierto que las mujeres (quizá por obligada costumbre, quizá por educación impuesta) parecen soportar la soledad -y valerse por sí mismas en dicha situación- mucho mejor que los hombres? ¿No será acaso porque a lo largo de tantos siglos o incluso de tantos milenios -aun cuando rodeadas de padres, maridos e hijos; o quizá precisamente por ello- siempre, absolutamente siempre, han tenido que estar solas, absolutamente solas, y no han tenido otro remedio que valerse por sí mismas, siempre absoluta y solamente por sí mismas?


422
A la recherche... La relectura de cierto pasaje de Proust, aquél en que la tía Léonie está muy preocupada por saber si una tal señora Goupil habrá llegado a misa antes o después de la elevación, ha operado en ti, por un instante, un efecto parecido al de la famosa magdalena. Has recordado las bizantinas disquisiciones de los oscuros, sombríos y negros curas del colegio sobre el momento (lecturas de epístola y evangelio, ofertorio, sanctus, consagración...) a partir del cual -en el caso de llegar con retraso a la celebración ya empezada- podía considerarse como válida o no la asistencia al santo sacrificio (disquisición bizantina, ciertamente, pero atrozmente atormentadora para un atemorizado niño que no entendía ni de bizantinismos ni de disquisiciones y que sólo sabía que la falta de asistencia a misa en los días de precepto -domingos y fiestas de guardar- era pecado mortal sancionado con infierno eterno). Y ese recuerdo te ha llevado a la siguiente meditación: en la novela de Proust, la época en la cual se ubica narrativamente esa preocupación de la tía Léonie puede situarse, por todos los indicios, a principios de la década de los años noventa del siglo XIX, con el añadido de que el narrador, quien desde su atalaya de muchos años después contempla esa preocupación con ironía, como algo arcaico, la hace nacer de un personaje enfermizo y enclaustrado, rayano casi -si no por su edad al menos por su maniático carácter- en la ancianidad, con lo que acentúa aún más la connotación de arcaísmo. Pero, claro, sigues meditando, eso era Francia. Y tus años colegiales eran España y década de los años cincuenta y siglo XX. El nunca remediado atraso histórico de nuestro desdichado país, te dices a modo de corolario de tu meditación. Y antes de pulsar la tecla de punto y aparte aún te da tiempo para preguntarte por qué diablos o demonios has escrito estas líneas. ¿Será porque temes que los oscuros, sombríos y negros curas del colegio estén aquí de nuevo? ¿O quizá lo que ocurre es que en el fondo sabes que tan siniestros personajes nunca se habían ido?


423
Las aseveraciones -por decirlo de algún modo- totalitarias no son recomendables, al menos en literatura. Recuerdo que en una entrevista, cierto escritor cuyo nombre he olvidado (mejor para él, aunque sólo sea por aquello de que se dice el pecado pero no el pecador) respondió una de las preguntas diciendo que toda verdadera gran novela se ha escrito en tercera persona. Ergo, menuda mierda de novelas esas dos que empiezan así: En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme y Longtemps, je me suis couché de bonne heure.


424
¡Falacia, falacia!, clamaría el olvidado escritor. Esas supuestas primeras personas en realidad encubren una verdadera tercera persona narradora. ¿De dónde si no el cervantino manuscrito encontrado y la traducción del manuscrito y Cide Hamete Benengeli? ¿De dónde si no el hecho de que el narrador proustiano pueda contarnos escenas -reproduciendo incluso diálogos- en las que no estaba presente?


425
Más a nuestro favor, responderíamos a nuestro falaz y olvidado escritor. Perspectivismo poliédrico o calidoscópico, así podríamos llamar a esos procedimientos narrativos. Primeras personas que encubren a una tercera del mismo modo que una tercera persona puede encubrir a una primera. Por no hablar de cuando se le ocurre entrar en escena a una segunda persona. (Y hasta ahora sólo hemos tratado del singular...) Todo lo contrario de ese totalitarismo narrativo que nuestro falaz y olvidado escritor tan falaz y totalitariamente proponía.


426
La hoz plateada del creciente lunar trazó al principio un delgado arco de luz en el mortecino lienzo del atardecer otoñal, una estrecha y curva ventana blanquecina que al ir cayendo poco a poco hacia la difuminada línea del horizonte de poniente se fue transformando, a medida que iba anocheciendo, en una dorada, luciente y burlona sonrisa de gato de Cheshire que pareciera estar despidiéndose lentamente de nosotros.


427
Transparente fraternidad del cristal y el agua. Transparente agua -suerte de cristal fluido- encerrada en transparente frasco -suerte de agua pétrea- sumergido, para mantener fresco su contenido, en transparente arroyo o riachuelo.


428
Arroyo o riachuelo helados. Sumergido frasco lleno de hielo. Translúcida y sólida fraternidad del cristal y el hielo.


429
La ideología del sírvase usted mismo (no hay peor ideología que la que pretende no serlo; y ésta es una de ellas), cuyo primer y único mandamiento (como el de cualquier invento capitalista) es amarás el beneficio sobre todas las cosas, está muy cerca de alcanzar su máximo, superior y quizá definitivo y último estadio de evolución. Desde aquellos remotos tiempos en que pequeños supermercados (ya crecerían, ya) fueron reemplazando a las tradicionales tiendas de barrio, se ha avanzado mucho en la técnica de eliminar puestos de trabajo (ya inventaremos algo para eliminar a quienes ocupaban esos puestos, ya; si no es que ya está inventado) con la trampa de obligar a que uno mismo (al mismo precio, por supuesto; sin que le rebajen ni un céntimo) haga gratis lo que antes hacían otros cobrando. Cercano está el momento en que, al igual que ya tenemos tan interiorizados y automatizados como si los hubiéramos hecho siempre los gestos de empuñar por nosotros mismos la manguera del surtidor de gasolina o sostener la bandeja del restaurante de autoservicio o descifrar los arcanos del cajero automático o depositar los residuos por separado en cubos domésticos y contenedores callejeros diferentes (total, para que luego venga el camión de la basura y arramble con todo junto), nos parecerá tan natural el haber pasado del simple y ya para entonces arcaico sírvase usted mismo al mucho más complejo, avanzado y sofisticado sírvase a usted mismo. Así, en un ya muy próximo futuro, es posible que no nos resulte extraño ni inesperado ni sorprendente sino lógico, acertado e incluso halagador que en nuestro restaurante de moda favorito se nos proponga, en lugar del hasta entonces rutinario y habitual cocine usted mismo, un exquisito e innovador cocínese a usted mismo.


430
“Se ve que ella prefiere la música y yo prefiero hablar un momento” (Juan Carlos I, 14 de marzo de 2012). A ver si lo entiendo, rumiaría el señor Fuster, levantando las cejas hasta el infinito, si hubiera tenido noticia del suceso: o sea, que si un rey, a la vista de todos, se comporta con su esposa como un grosero, un maleducado y un machista, al tratarse de un rey hay que reírle la gracia, decir que ha sido uno de sus tantos gestos de campechana espontaneidad o espontánea campechanía (el orden de los factores no altera la artificialidad del producto) y además aplaudirle. Pues yo creo, sentenciaría el señor Fuster, que uno no es lo que dice sino lo que hace, o que uno no es lo que se dice que es sino lo que realmente (y nunca mejor dicho) es. En resumen: que por sus frutos y sus obras los conoceréis.


431
(Es muy probable que después, o antes, o delante, o detrás, o al lado o al mismo tiempo de su anterior reflexión, el señor Fuster se hubiera preguntado quién merece peor nota, si el aplaudido o los que le aplauden.)


432
Como, quizá sin proponérselo, demostrara Zenón de Elea, somos fantasmas rodeados de fantasmas que rodean a fantasmas. Esa persona a la que miras, a la que hablas, a la que amas (esa persona que te mira, que te habla, que te ama), en realidad -y aquí, realidad es sólo parte de una fórmula lingüística; y nada más- no está junto a ti. Está a un insalvable picosegundo luz de distancia en el infatigable, cambiante y heracliteano río del espacio y el tiempo. Y esa mirada y esa palabra y esa caricia que le envías las recibirá un inalcanzable picosegundo luz después alguien que aún no era ni estaba allí cuando las enviaste (y esa mirada y esa palabra y esa caricia que recibes proceden de alguien que te las ha enviado un irrecuperable picosegundo luz antes, de alguien que ya no es ni está allí cuando las recibes). Sí, en realidad, como, quizá proponiéndoselo, demostrara Albert Einstein, ese infranqueable picosegundo luz que, por muy juntos que creamos estar, nos separa a todos de todos hace que todos, absolutamente todos, seamos fantasmas que rodean a fantasmas rodeados de fantasmas.


433
En la publicidad de la película de Billy Wilder En bandeja de plata (The Fortune Cookie) se decía que hay dos clases de hombres: los que harían todo por dinero y los que harían casi todo. Es muy posible que los del bando del todo se queden ahí para siempre; pero es también muy posible que los del bando del casi todo puedan llegar al todo (o, quizá mejor dicho: a otro todo) por razones diferentes a la atracción por el vil metal: la atracción por una mujer, por ejemplo. (Parece ocioso aclarar que al hablar de hombres nos estamos refiriendo no a un término genérico que abarque a todos los seres humanos sino exclusivamente a los pertenecientes al sexo masculino. El sexo femenino tiene una psicología diferente, probablemente menos estúpida o, quizá, con otro tipo de estupidez.)


434
Viajaba al futuro para matar al hijo que aún no tenía e impedir así que éste viajara al pasado para matar al abuelo. Pero hacia la mitad del viaje notó que empezaba a hacerse translúcido y a derretirse, como si fuese una estatua de hielo. Cuando ya era casi transparente, poco antes de quedar reducido a un minúsculo charquito que no tardaría en evaporarse, alcanzó a pensar que su hijo se le había adelantado.


435
¿Adónde vas con tanta prisa?, pregunto a mi amigo, el que acaba de jubilarse. A vivir lo que me queda de vida, me responde, deteniéndose apenas. Y con un apresurado ademán de despedida, añade: Me voy corriendo, que llego tarde.


436
Y los que nunca llegaremos a jubilarnos porque jamás tendremos trabajo, inquiere un grupo de jóvenes (tanto unas como otros más que sobradamente preparados), ¿cuándo diablos, demonios, cojones, coños, leches y hostias podremos vivir, aunque sea un poco?


437
¿Ves por qué corro tanto?, dice mi amigo. Tengo que llegar a donde sea antes de que las pensiones se acaben.


438
El Hijo no podía dejar de preguntarse por qué diablos o demonios, si su padre era el Padre, se parecía él tanto al Espíritu Santo.


439
Cuando en el teatro del cielo representan Hamlet, el Padre hace de fantasma, el Hijo de príncipe Hamlet y el Espíritu Santo de rey Claudio.


440
Cuando representan Edipo rey, siempre hay discusiones y malas caras, pues no hay papeles para todos y al Espíritu Santo le toca hacer de espectador.


441
La que no tiene problemas, ya que nunca le falta papel, sea de Gertrudis o de Yocasta, es la reina madre.


442
No..., de Ricardo III, el que quita a todo el mundo para ponerse él, hace siempre el papa de turno.


443
A esos estafadores que, con tan pétreo semblante, tuvieron la desfachatez de proponer en los ya remotos inicios de esta interminable crisis económica que se abriese un paréntesis en la economía de mercado (a ésos, sí, a ésos) habría que preguntarles si estarán dispuestos alguna vez a cerrar ese otro paréntesis que desde tiempo inmemorial tienen abierto en el séptimo mandamiento.


444
Estafadores... abrir... paréntesis... quinto mandamiento... ¡Niño!, esas cosas no se piensan; y si se piensan no se dicen. (¿No ves que los paréntesis -y las sartenes y los mangos- los tienen siempre los de siempre, desde siempre y para siempre?)


445
Hay dos clases de problemas irresolubles: aquéllos cuya solución consiste en que el problema no se plantee y aquéllos cuya solución no resuelve pero sí suprime el problema. Aunque, en realidad, quizá se trate de una sola clase de problemas y de dos tipos diferentes -pero posiblemente con un denominador común- de soluciones (algo así como dos soluciones distintas y un solo problema verdadero). Ejemplo: el miedo a la muerte se soluciona tanto no naciendo como muriendo. Denominador común: en ambos casos -triste aunque eficaz remedio- se renuncia a la vida, se prescinde de ella.


446
Mientras dormita envuelta en su capullo, la crisálida tiene una espantosa pesadilla: sueña que ha sido un repulsivo bicho reptante y que despertará convertida en un monstruoso bicho con alas.


447
¿Y si la otra vida, en el hipotético caso de que la hubiere, no fuese una vida futura sino una vida pretérita?


448
Cuando le preguntaron a la bayoneta si no tenía remordimientos por haberse clavado tantas veces en el abdomen de los soldados enemigos, contestó que ella se había limitado siempre a cumplir órdenes.


449
¿Por qué llamamos tragaluz a algo que nos da claridad, si lo lógico sería que al tragarse la luz nos dejase a oscuras?


450
La liquide mobilité de la lumière. Cuando, un luminoso mediodía estival, el todavía joven e ingenuo Segismundo leyó ese tan recatadamente atrevido tropo proustiano en una recóndita página de A l’ombre des jeunes filles en fleurs, tomó un vaso, lo acercó a una ventana y lo encaró al Sol, con la vana esperanza de ver si, de modo parecido a lo que ocurriría al ponerlo bajo un chorro de agua, se iría llenando de luz hasta terminar desbordándose.


451
 La noche siguiente al luminoso mediodía de su fallido experimento, Segismundo soñó que el vaso era un cáliz, y que estaba lleno hasta los bordes de una luz humeante, y que acercaba el cáliz a los labios, y que con aquella luz comulgaba.


452
Te amaré hasta la muerte, le dijo mientras la estrangulaba.


453
Como esos actos, tan vacíos de sentido y tan carentes de contenido, que se celebran sólo y exclusivamente para feligreses y convencidos: un mitin o una misa, por ejemplo.


454
Asomó los ojos al microscopio y vio a un astrónomo que apuntaba hacia él con un telescopio.


455
Se miraban tan de cerca que cada uno veía su propio reflejo en los ojos del otro, y veía además el reflejo del otro en el reflejo de sus propios ojos, y el reflejo del reflejo, y el reflejo del reflejo del reflejo, y así sucesivamente en un encadenamiento infinito de espejos enfrentados, así hasta que sus ojos se cerraron al encontrarse sus labios y entrechocarse sus dientes y entrelazarse sus lenguas, y estaban tan cerca ahora, tan cerca estaban, tan y tan cerca, que perdieron toda noción de quién había estado mirando a quién, y de quién besaba ahora a quién, y de quién a quién -en aquella encarnizada pelea de labios y de dientes y de lenguas- ahora devoraba.


456
Cuando hubo terminado de cavar, asomó la cabeza por el fondo del hoyo y, apoyando los brazos en los bordes del agujero, se impulsó hacia arriba y salió de un salto.


457
La dolorosa, desértica e irremediable infelicidad del misántropo.


458
El origen de su misantropía había que buscarlo en su desoladora, profunda e incurable misautía.


459
La causa de su misautía -y, como efecto secundario, de su misantropía- era la irremediable e incurable vergüenza que sentía de sí mismo.


460
La escritura como droga, paliativo, medicina, placebo contra la infelicidad; quizá, como desesperado, aunque posiblemente inútil, intento de redención de esa desértica misantropía, de esa profunda misautía, de esa dolorosa y desoladora vergüenza de sí mismo.


461
Un niño sentado en un banco de espaldas al sol, con la mirada fija -como si soñara con viajar a bordo de ella- en una solitaria nube blanca y brillante que, como un gran copo de algodón, flota casi inmóvil en la inmensidad marina y azul de un cielo de luminosidad reblandecida y dulcificada por el principio de la tarde. ¿Por qué ves al niño en la escena -te preguntas-, por qué lo ves de espaldas, si el niño eres tú? ¿Por qué piensas que el niño está tan solo como la nube, por qué piensas además que está triste? ¿Quizá porque quien está triste y solo eres tú? Sí, quizá, posible, probablemente. Pues, si lo piensas mejor, ese niño que habita desde siempre y para siempre en tu primer recuerdo debió entonces, en ese y por ese único momento, de ser feliz (y si no lo fue, te dices con un regusto de rabia, debería haberlo sido). Ese niño, que en ese y por ese único momento no sólo consiguió estar en la nube sino además ser la nube, logró entonces lo que tú has pasado toda tu vida intentando hacer: escapar de ti mismo, huir a algún lugar donde no pudieras encontrarte. Por eso ahora querrías no tener que despertar o revivir o lo que fuere y poder quedarte habitando para siempre -último, cálido y acogedor refugio- el territorio de ese primer recuerdo, acompañando a ese niño que eres tú en su soledad y su tristeza, o dejando que sea él quien en tu soledad y tu tristeza te acompañe.


462
Cuando Segismundo se preguntaba por el sentido de su vida, sólo encontraba como respuesta el sinsentido del texto de un discurso pronunciado por un orador mudo ante un público de oyentes sordos e impreso para un conjunto de lectores ciegos.


463
Fuentes bien informadas aseguran que, en realidad, el vino que se bebió en la última (o santa) cena no fue tinto sino blanco.


464
Otras fuentes, quizá no tan fiables, afirman que lo que realmente se bebió no fue vino sino cerveza.


465
Fuera lo que fuese lo que se bebiera, lo que parece cierto es que ninguno de los comensales habría superado sin multa ni pérdida de puntos un control de alcoholemia.


466
Cada vez que conquistaban un nuevo territorio, los conquistadores ofrecían a los conquistados perdonarles la vida a condición de que los conquistados abjurasen de su dios y adorasen al de los conquistadores. Pero un día conquistaron un territorio habitado por filósofos que no creían en ningún dios, pues sólo se guiaban por la razón. Como su ética les prohibía mentir, estos filósofos no podían renegar de un dios en el que no creían ni tampoco rendir pleitesía a un dios en el que no estaban dispuestos a creer. No se sabe qué fue lo que pareció más ofensivo a los conquistadores, si el hecho de que los filósofos no abjurasen o el de que no adorasen; aunque lo cierto es que, fuera lo que fuese, debió de ofenderles gravemente, ya que todos aquellos filósofos fueron pasados a cuchillo. (N.B.: En otras versiones de esta historia se cuenta que los filósofos fueron condenados a morir en la hoguera.)



467
No tener para no perder, dijo el árbol a la roca.


468
No luchar para no ser vencido, dijo la roca al árbol.


469
No nacer para no morir, pensó alguien que descansaba sentado en la roca a la sombra del árbol.


470
La verdad, solía decir el señor Fuster, es que nadie sabe muy bien por qué diablos ni para qué demonios estamos aquí; pero lo cierto también, solía añadir después, es que nadie parece tener tampoco demasiadas ganas de irse.


471
Todos los días, cuando amanezco, tengo que enfrentarme a un desconocido que me mira desde el espejo. En su rostro -que tanto se parece al mío- hay siempre una expresión de dureza contenida; sus ojos brillan con un fulgor de rabia rebalsada; sus labios se curvan en una mueca de dolorido desprecio. Avergonzado y contrito, le pregunto siempre de qué se me acusa. Lo sabes de sobra, es su muda respuesta.


472
Homo sum, humani nihil a me alienum puto. Imbéciles hay por donde se mire, a manos llenas, a derecha e izquierda, a porrillo, a mansalva, por todas partes. Hay, por ejemplo, imbéciles -por muy hábiles que hayan sido con una esfera entre los pies- que nos dicen que su jefe es “un ser superior”, o imbéciles -aunque quizás en este caso (como podría haber propuesto otra que tal) habría que decir imbécilas- que nos sugieren que estemos atentos “al próximo acontecimiento histórico que se producirá en nuestro planeta”. Hay, también, imbéciles tan cándidamente imbéciles que creen todo lo que les dicen esos y tantos otros imbéciles, e imbéciles tan rematadamente imbéciles que no saben lo imbéciles que pueden llegar a ser. Hay, incluso, y por no extendernos más, imbéciles, en fin, que no tenemos o no encontramos nada mejor que hacer y no podemos o no sabemos hacer nada mejor que escribir imbecilidades sobre tantos y tantos y tantísimos otros imbéciles.


473
No puede haber verdadero arte sin emoción, decía el señor Fuster; pero sólo con emoción, añadía de inmediato, no puede haber verdadero arte. Y el recuerdo de estas palabras, por una de esas asociaciones un tanto caprichosas a veces, restituyó en la memoria de Segismundo una remota página de Apocalittici e integrati en la que Umberto Eco se preguntaba sobre las posibles similitudes o diferencias que podría haber entre la emoción estética de un sujeto “común” ante un producto musical igualmente “común” y la de un sujeto “culto” ante un producto musical no menos igualmente “culto”. Y como en ese momento Segismundo tenía ante los ojos las imágenes, tan agotadora e incansablemente repetidas año tras año durante la interminable Semana Santa, de un sedicente telediario mostrando las lágrimas de un devoto cofrade al paso de un Cristo rodeado de cirios y saetas, se preguntó sobre las posibles similitudes o diferencias que podría haber entre aquellas lágrimas que tanto le costaba entender -o quizá fuese que siempre se había resistido a hacerlo- y esas otras lágrimas suyas que tan bien creía entender -o al menos así quería creerlo- y que nunca había podido evitar cada vez que tenía ante los ojos una obra de arte tan emocionante y tan verdadera como, por ejemplo, esa obra maestra de John Ford , del western y del cine de todos los géneros y de todos los tiempos que es y será para siempre The Man Who Shot Liberty Valance.


474
Mira, llueve sangre, dice una hormiga a otra camino del hormiguero.

475
No es lluvia, dice la segunda hormiga a la primera. Son lágrimas.


476
Anoche soñé que mi perro me atacaba. Al despertar, tenía una mordedura en la mano derecha. La herida todavía sangraba. Lo extraño -lo más extraño, quizás- es que no tengo perro.


477
The End of History. Lo más aterrador de estos tiempos, pensó Segismundo, es que parece que no vaya a haber futuro. Aunque quizá, se corrigió, haya algo más aterrador todavía: el que, aun pareciendo que no vaya a haber futuro, ineluctablemente tendrá que haberlo.


478
Perseguir el horizonte es esfuerzo inútil -avisaba el señor Fuster-; nunca será posible alcanzarlo. Pero tú, hijo mío -exhortaba a Segismundo su difunto padre-, vive siempre intentándolo, como si alcanzarlo pudiera algún día llegar a ser posible.


479
En el centro de la lejana línea del horizonte había un gran árbol. Me serviría, pensé, como punto de referencia en mi persecución. Llegué hasta el gran árbol, un frondoso pino doblemente centenario, pero el horizonte había vuelto a huir. Estaba otra vez allá al fondo, agazapado en la lejanía. Al menos, me dije antes de reanudar la persecución, estoy ahora donde estaba el horizonte. Quizá la próxima ocasión haya más suerte.


480
Murió de melancolía. Había pasado la vida intentando alcanzar el horizonte.


481
Cervantes y Guermantes, la pareja de simpáticos y adorables perritos cocker cuyas vidas -aunque pueda parecer que esté mal el decirlo- salvaría antes que la de muchísimas personas. (Bueno, tampoco hay que exagerar: déjese el muchísimas en muchas; o en bastantes; o en algunas; o déjese -última concesión; ni un milímetro más- en ciertas personas.)


482
Anás y Caifás, la pareja de despiadados y fieros dobermanes que todos los días maldicen a su altivo y peligroso amo, además de por haberlos bautizado con tan infamantes nombres, por haberlos entrenado para ser implacables y feroces guardianes cuando ellos hubiesen preferido ser mansos y apacibles perros de compañía.


483
Primero quisimos interpretar el mundo. Después pretendimos cambiarlo. Pronto no nos quedará sino recoger las cenizas con escoba y badil y echarlas al cubo de la basura.


484
Sobre cosas como la reencarnación o el eterno retorno, el señor Fuster -para el cual, cualquier promesa de otra vida era más una amenaza que una esperanza- decía que estaban muy bien como fábulas, como un entretenido subgénero de la literatura fantástica, y añadía que en el supuesto de que pudieran ser reales, ¿qué más daba?, pues la hipotética repetición de una olvidada vida anterior que a su vez sería repetición de otra olvidada vida anterior, y así sucesivamente -tanto hacia el pasado como hacia el futuro- y etcétera, etcétera, etcétera, implicaba que cada repetición contuviera, como un elemento más, la desmemoria; y si uno no puede tener noticia de un sí mismo pasado o futuro (otra cosa -literatura fantástica, insistía- es imaginar esos otros sí mismo), ¿qué diferencia habría entonces entre un hipotético uno mismo infinitamente repetido y un uno mismo solamente uno y nada más que uno y por una sola y única vez? Un yo del que yo no pueda saber nada no es yo. Yo sólo soy yo si me acuerdo y tengo conciencia de yo. Aceptemos la idea, concluía el señor Fuster, de que cuando esto se acaba lo hace del todo y de una sola vez, y de una vez y para siempre; y aceptémosla, añadía, no con un gemido de resignación sino con un suspiro de alivio. Acojamos ese definitivo fin como un bien ganado, merecido, reparador y eterno descanso.


485
Cierto prelado (¿impelido quizá por el autoodio?) ha proferido en una reciente y ampliamente difundida homilía un furibundo ataque contra la homosexualidad. Ahora bien, señoras y señores telespectadores, ¿se percataron ustedes debidamente de la curiosa indumentaria -digna de premio extraordinario en concurso de disfraces de Día del Orgullo Gay- con la que aparecía travestido el tonitronante monseñor?


486
El egoísmo de esta sociedad consumista y hedonista acabará con nuestra especie, clamaba -flamígero índice enhiesto- un ensotanado y untuoso célibe desde las celestiales alturas del púlpito. Cada vez hay menos matrimonios; cada vez se tienen menos hijos; cada vez está más desoído y olvidado aquel mandato divino que nos exhortaba a crecer y multiplicarnos.


487
Only Angels Have Wings. Los ángeles, tal como nos enseñaba el catecismo de la doctrina cristiana, son espíritus puros, esto es, sin cuerpo; razón por la cual se nos enseñaba seguidamente, en el más puro estilo Humpty Dumpty, que los ángeles propiamente dichos -o ángeles, por así decirlo, rasos- tenían dos alas, y que los arcángeles -o ángeles con galones- tenían también dos alas pero más grandes que las de los primeros, y que los querubines -o ángeles un tanto raros- tenían cuatro alas, y que los serafines -o ángeles todavía más raros- tenían seis alas. Es decir, que todos ellos, a pesar de carecer de cuerpo, andaban -o quizá fuese más adecuado decir volaban- bien provistos de alas. (N.B.: Si alguien se atreve a dudar de que los ángeles tengan alas, que visite cierto monasterio donde, de acuerdo con lo que nos informaba en su sempiternamente bien recordado Celtiberia Show el nunca suficientemente llorado Luis Carandell, se conserva una pluma del ala del arcángel san Miguel.)


488
Paradoja del político: nunca digo la verdad, y mucho menos cuando digo que la estoy diciendo.


489
Como la sincera preocupación por las tribulaciones de sus más jóvenes y forzosamente desocupados súbditos no le permitía conciliar el sueño, el compungido monarca decidió emprender viaje al África para ver si tenía suerte y, entre elefante y elefante, la picadura de la mosca tse-tse ponía remedio a su regio y augusto insomnio.


490
L’illustre Huxley (celui dont le neveu occupe actuellement une place prépondérante dans le monde de la littérature anglaise)... Proust, como era Proust, podía permitirse el lujo de aludir de una manera aparentemente cortés pero que quizá encubriera una sospechosa y posiblemente inconsciente intención de menospreciar, aunque fuese con elegante y soterrada -y elegante precisamente por lo soterrada- ironía, a (parece ser, pues la frase presenta alguna inexactitud) Aldous Huxley. Cortázar, como era Cortázar, podía decir que, habiéndolo leído por interés histórico, no le entusiasmaba Victor Hugo. Una novelista de cierto renombre, quizá porque ha publicado varias obras e incluso ha quedado finalista en un importante y bien remunerado premio literario, ha podido atreverse a declarar -por escrito- que Borges no es santo de su devoción. Tú, en cambio, como sólo eres tú, es decir, nadie o incluso menos aún que nadie, te sientes sin derecho alguno no ya a decir sino ni tan siquiera a pensar que, francamente, la verdad sea dicha, con todos los respetos y dispensen ustedes, el conde Liev Nikoláievich Tolstói, más popularmente conocido como León Tolstói, siempre (pues siempre te costó bastante hincarle el diente) te ha parecido un poco -y hasta un poco bastante- León Tostón.


491
Cuando vio que, al recibirla en su animada fiesta, aquel caballero de tan respetable aspecto le indicaba con gesto cortés que tomara asiento en un sillón ocupado por un repulsivo viejo, desnudo y con inocultables signos de priapismo, la ruborizada damisela pensó que estaba sufriendo una de sus frecuentes alucinaciones. Tuvo un momento de penosa vacilación durante el cual se preguntó qué era lo real y qué lo imaginario, si el viejo repulsivo o el cortés gesto del respetable caballero, pues no era posible que verdaderamente la estuvieran invitando a aquello. La lógica le decía que lo real tenía que ser el gesto y que el sillón tenía que estar desocupado. Aunque también podía ocurrir que el sillón estuviese ocupado y que ella hubiera interpretado mal el gesto, o la dirección indicada por el gesto, o incluso que hubiera imaginado el gesto y éste fuese, así pues, la alucinación. Pero entonces, ¿qué clase de fiesta era aquélla, con sillones ocupados por repulsivos viejos desnudos y empalmados? Cuando finalmente se decidió a tomar asiento, supo, contra toda lógica, pero con profundo alivio, al ver que su atribulada figura empezaba a disiparse del mismo modo que a medida que sube el sol va desapareciendo la niebla o que con el amanecer la oscuridad se desvanece, que la alucinación no era el viejo, ni tampoco lo era el gesto; supo, en fin, que la alucinación era ella.


492
La experiencia es la madre de la ciencia. Ese tonitronante monseñor que continúa empecinado en darnos la tabarra con sus furibundos ataques a la homosexualidad (cfr. 485), ¿cómo sabe tanto -pues parece estar muy bien informado- del asunto?


493
“Lo siento mucho. Me he equivocado y... no volverá a ocurrir” (Juan Carlos I, 18 de abril de 2012). Amor significa no tener que decir nunca lo siento (Love story, 1970). El desocupado y gentil lector será tan amable de sustituir amor por el término que mejor le parezca o que más le plazca.


494
Lasciate ogni speranza. Qué tiempos éstos, querido Brecht, en los que ya no puede quedarnos ni la esperanza de que Lenin pudiese resucitar, ya que si algo pudiera hacerlo sólo podría ser su momia.


495
Lo que se preguntan el accidentado o el enfermo al recobrarse de la conmoción o del coma y encontrarse en una ambulancia o en una cama de hospital; lo que se pregunta el rescatado de las aguas o del fuego después de ser reanimado por el socorrista o el bombero; lo que se habrá preguntado en el momento del regreso cualquiera a quien le haya sido concedida la oportunidad de volver a nacer; lo que, en resumen y en fin, debería preguntarse todo el mundo -si fuese sincero consigo mismo- al despertar cada mañana, es aquello que debió de preguntarse Adán mientras abría los ojos por primera vez bajo el influjo del hálito divino: ¿Quién diablos soy? ¿Dónde demonios estoy? ¿Qué diablos o demonios hago aquí?


496
¿Qué culpa tiene el áspid de ser venenoso?


497
Economía recreativa: cuando en relación con una crisis tan destructiva y brutal como la presente oigamos decir que, por fin, ya hemos tocado fondo, quizá realmente deberemos interpretar que en ese mismo momento -en el cual se supone que habremos dejado de hundirnos- estaremos empezando a correr el riesgo de despeñarnos.


498
Economía del shock: ¡Arrepentíos! ¡Haced penitencia! El Sol se apaga, la Luna se precipita, la Tierra se detiene, los continentes se resquebrajan, el fondo del mar se hunde...


499
El dinero no se crea ni se destruye, pero -a diferencia de la materia y de la energía- tampoco se transforma; tan sólo, cambia de manos. Entonces, ¿adónde estará yendo a parar todo el que nos están robando?


500
Economía clásica: ¡Acumulad mientras los ingenuos se arrepienten! ¡Enriqueceos mientras hacen penitencia! No os preocupéis del Sol, ni de la Luna, ni de la Tierra, ni de así sucesivamente, ni de etcétera, etcétera, etcétera...



Continúa en 1001 (II)

1 comentario:

  1. Hegel dijo que "El peor enemigo del Estado es la verdad"
    ¿Me he ido muy lejos?
    Sir W. Churchill, el "demócrata", el "héroe de la Segunda Guerra Mundial, lo expresó de este modo: "La verdad es algo demasiado valioso para que la gente la conozca".

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