martes, 30 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Los nuestros son de los nuestros hasta que los ppillan. A ppartir de ese momento nunca han sido de los nuestros.

domingo, 28 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Hay gente que merece morir. Lo malo es que a quienes, aunque sea fugazmente, nos pasa esa idea por la cabeza estamos contra la pena de muerte.


viernes, 26 de junio de 2015

Cada vez más viejos. ¿Cada vez más sabios?

A mi cuate Jorge Martínez, alias Volivar

A mi amigo el que escribe para olvidar empezó a gustarle la música hacia el principio de la adolescencia. Hasta entonces podría decirse que ni fu ni fa. Lo que oía por la radio le dejaba más bien frío. Eran los años de Elvis, de Paul Anka... Los Beatles aún no habían aparecido. Pero a mi amigo la que le gusta de verdad de verdad es ésa que generalizando conocemos como música clásica. Y es curioso que en los años del ni fu ni fa sintiera una extraña atracción por las marchas militares. Tal vez percibiera en esa pseudomúsica (ya se sabe: la justicia militar es a la justicia como la música militar es a la música) algo así como un eco premonitorio de la música de verdad, la música que muy pronto habría de atraparlo para siempre.
Y todo, como casi todo en este mundo, empezó por azar. Quizá si mi amigo no hubiese oído, no recuerda cuándo ni recuerda dónde, la marcha triunfal de Aída no sería posible escribir ahora estas líneas. Cuando oyó por primera vez ese fragmento de Verdi se dijo -el muy ignorante; si no conocía otra cosa- que era la mejor obra musical jamás escrita. Y se dedicó a perseguirla por las noches, en la cama, con la oreja pegada a uno de aquellos primitivos transistores japoneses en miniatura, haciendo girar y girar la ruedecilla del dial en busca de aquella anhelada marcha triunfal (al-al).
Pocas veces, muy pocas, la encontraba. Pero entre decepción y decepción por no encontrar aquella música que le obsesionaba... pues fue empezando a descubrir otras cosas.
Al principio, además de más (as-as) Verdi, fueron el Beethoven más heroico y el Wagner más trompetero. Y la paleta de colores se fue ampliando: Rossini, Bellini, Donizetti, Schubert, Mendelssohn, Chopin, los rusos, Richard Strauss, los franceses, las vanguardias del siglo XX... Y last but not least, los que para mi amigo son los más grandes: Bach, Hændel, Vivaldi, Haydn, Mozart...
Los gustos, con los años, han ido variando. Lamenta mi amigo, a pesar de haberlo intentado hasta el agotamiento, que no acaben de entrarle Schumann, Brahms, Chaikovski... No lo lamenta tanto con Puccini... Y con Beethoven, al menos con cierto Beethoven, acaba siempre ocurriéndole algo parecido a lo que contaba Cortázar en Las ménades.

Pero los que nunca le fallan son los grandes. Y entre ellos, Mozart siempre en el corazón, siempre. Y en la cabeza (pero también en el corazón, también), siempre Bach, Bach, Bach. Johann Sebastian Bach por siempre y para siempre.

jueves, 25 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

 § ¿Recuerdan aquella frase, el último que apague la luz, que tan deplorablemente estuvo en boga hace unos cuantos años en Uruguay (antes, qué bonito, habríamos dicho el Uruguay)? Pues aquí y ahora, en esta España mía, en esta España nuestra, en esta España negra, podríamos muy bien decir: el último que quede por detener que se detenga a sí mismo.

§ Adivina quién viene a cenar esta noche: No puedo llegar a fin de mes sin cazar un elefante.

§ Si en el París de mayo de 1968 la playa estaba bajo los adoquines, en la España de hoy está al final de los interminables atascos en las autovías.


Tonto el que lo escribe

§ La ciencia o es monoteísta o no es ciencia. El arte o es politeísta o no es arte.

§ ¿Por qué se habrá odiado siempre más al hereje que al infiel?

§ Un tal Oswald Spengler dijo que en última instancia la civilización siempre ha sido salvada por un pelotón de soldados. Pues ya estamos avisados: ellos tienen los pelotones; nosotros, las batucadas y las pancartas.

§ ¿Votos contra soldados? Y a Spengler le da la risa.



miércoles, 24 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Filosofía vital del tonto que esto escribe: todo es política, sí, pero la política no lo es todo.

martes, 23 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Cuando oigo a cualquier (insisto: cualquier) vocero del PP -inclúyase aquí a sus esbirros mediáticos- me ocurre exactamente lo mismo (insisto: exactamente lo mismo) que dice Woody Allen que le sucede cuando oye música de Wagner.

Tonto el que lo escribe

§ Se necesita ser mucho, muchísimo más que bárbaro para arruinar las ruinas de Palmira.

§ Es tan evidente que hasta parece una estupidez: la mejor manera de no decir sandeces en Twitter es no tenerlo.


lunes, 22 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Mientras haya cajones para meter las manos habrá manos para meter en los cajones.

§ Cierra de golpe los cajones y quedarán atrapadas las manos.


domingo, 21 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ A los culpables de ese delito conocido por el eufemismo de violencia de género (vulgo asesinato de mujeres por ser mujeres; es decir, que la maté porque era mía), incluyendo a los jueces (plural que, no se olvide, se refiere tanto a los juezos como a las juezas) que tan indulgentes se muestran a veces con esos delincuentes, habría que hacerles pasar por el confesonario e imponerles como penitencia, a modo del No hablaré en clase de nuestra más remota infancia, escribir un millón de veces en la pizarra el texto de la novela de Roberto Bolaño 2666. (Si el castigo parece excesivo, con que escriban La parte de los crímenes daremos la penitencia por cumplida.)



Tonto el que lo escribe

§ Moral digital: nunca hagas ni digas nada que no pueda ser mostrado en Internet.

sábado, 20 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Se acuerdan de un bocazas que dijo en cierta ocasión que a Messi había que pararlo por lo civil o por lo criminal? Pues no le vendría mal a ese sujeto una dosis de su propia medicina.


viernes, 19 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Queremos jueces justos e imparciales (perdón por el pleonasmo), sobrios y con casco.

Caos

Sonarán las trompetas del Apocalipsis; nacerán niños sin cabeza; nacerán niños con dos cabezas; ya no nacerán más niños; crecerán los enanos de los circos; se escaparán las fieras; huirán los domadores; llorarán los payasos; el director se fugará con la trapecista y la caja; se hundirán las montañas; se abrirá la tierra; se derretirán los glaciares; se secarán los ríos; se agostarán los campos; se marchitarán las flores; se carbonizarán los bosques; se extenderá la hambruna; se evadirán los capitales; se cerrarán los bancos después de haber sido asaltados; se abolirá la propiedad privada; florecerán los soviets; volverá la guillotina; arderán iglesias y conventos; serán violadas las monjas; el agua se convertirá en sangre y nos invadirán las ranas y nos asaltarán los mosquitos y nos torturarán los tábanos y la peste aniquilará el ganado y nos pudrirán las úlceras y nos arrasarán las tormentas y nos devorarán las langostas y nos cegarán las tinieblas y morirán nuestros primogénitos.
Se agrietarán las tumbas (¡ah!, pero ¿todavía hay más?) y saldrán de ellas los muertos.
Y se apartarán las nubes y se descorrerá el cielo y la ira de Dios nos consumirá a todos, justos e injustos, escupiendo fuego...

Veo acercarse muy despacio a un viejecito ciego, apoyándose en un bastón. Al llegar junto a mí, de forma un tanto balbuciente me dice:
-En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es -ahora tartamudea ligeramente- la única p...palabra p...prohibida?
Mientras pienso la respuesta veo alejarse, renqueante, al viejecito ciego, apoyado siempre en su bastón.


miércoles, 17 de junio de 2015

martes, 16 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ No es pedante quien quiere sino quien puede.


§ Los mediocres tal vez no quisieran serlo, pero lo que es seguro, absolutamente seguro, es que no pueden hacer nada, absolutamente nada, para evitar serlo.

sábado, 13 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Curioso que de una mala relación con el progenitor hayan podido surgir tanto Mi lucha como Carta al padre.



viernes, 12 de junio de 2015

Señor alcalde

Nos hemos visto muy de cerca una sola vez. Aunque usted no me conoce ni se acordará de mí, pues no tiene por qué hacerlo. Pero yo no podré olvidarme nunca de usted. Jamás olvidaré al alférez de complemento don Juan Ribó Canut (en aquellos oscuros tiempos no estaba permitido, al menos oficialmente, llamarse Joan). Hagamos un poco de historia. Año todavía de desgracia de 1971. Paterna (L’Horta Oest, País Valencià). Cuartel de Artillería. Grupo de Artillería de Campaña número 31. Oficina del Capitán Habilitado. Allí, como tantos otros, el soldadito Andrés Amat perdía un año de su vida. No había mucho que hacer. Cada final de mes, acompañar al capitán a Valencia para recoger el dinero de las nóminas en el banco de España. El resto del tiempo, el capitán (muy buena persona, todo sea dicho) estaba ocupadísimo con los unos, las equis y los doses de la peña quinielística que, del teniente coronel hacia abajo, formaba la oficialidad. El sargento, sentado a su mesa con los brazos cruzados. El soldadito, como un reflejo del sargento en un espejo. Pero había momentos en que el soldadito quedaba a solas. Y entonces aprovechaba para leer. Y ahí aparece usted, entrando en la oficina un día cualquiera (un día como otros tantos, pero que nunca jamás olvidaré), apresurándose (no lo recuerdo con exactitud, pero estoy seguro) a liberarme de mi saludo y mi posición de firmes, diciéndome que volviera a sentarme. Picado tal vez por la curiosidad, tomó usted en sus manos el libro que yo estaba leyendo: La revolución rusa, Christopher Hill (Ariel, Barcelona, 1969). Cuando ya podía esperarme lo peor, el tono no sólo tranquilizador sino además cómplice de sus palabras disipó mi temor. No era prudente, me dijo usted, por muy legal que fuese y por muy forrado (al menos esa precaución la había tomado) que estuviera el libro, llevarlo a aquella guarida de suscriptores de la revista Fuerza Nueva. Llegó la democracia, fue posible salir de las catacumbas, y entonces encontré no explicación sino confirmación: su corazón, como creo que dijo en cierta ocasión Julio Cortázar, era rojo y  estaba a la izquierda. Y allí sigue. Y no precisamente por inmovilismo. Señor alcalde, esperamos mucho de usted, confiamos mucho en usted. Aunque no somos ingenuos. Sabemos que en política no siempre se puede hacer lo que se quiere sino lo que a uno le dejan. (Bueno, los que están allí para forrarse sí que hacen lo que quieren). Sabemos lo de la herencia, no recibida, sino usurpada. ¿Cuánto tardará en volver a crecer la hierba que el caballo de Atila ha devorado en estos larguísimos años? Pero confiamos mucho en usted, esperamos mucho de usted, señor alcalde (ahora sí) en Joan Ribó i Canut.

lunes, 8 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Lo breve, si malo, mil veces malo.


¿Para quién se escribe?

Tiene usted una predilección enfermiza, si no es obsesión morbosa, por los asuntos nada trillados, me espeta un lector. Original que es uno, le replico. Y, después de ofrecerle asiento en la sala de espera, regreso a mi puesto ante el teclado, no sin haberle dicho que en unos minutos tendrá en sus manos este artículo con la tinta todavía fresca.
Ya frente al teclado, además de estar sentado me siento como Lope enfrentado a su soneto a Violante. Como Lope, pero sin ser Lope, por supuesto. Y Lope, que además era Lope, sólo tenía que salvar un obstáculo de catorce versos. Pero yo, pobre de mí, que además -repito- no soy Lope, tengo en el horizonte un Himalaya de alrededor de sesenta y cinco líneas de Word. Y apenas llevo, a ver... ¿nueve?, ¿tal vez diez? Nada, ni en la base más básica del campamento base.
Menos mal que los puntos y aparte ayudan bastante en la escalada. Pero el lector, desde su asiento en la sala de espera, ya empieza a exigirme desesperadamente que vaya al grano. Voy enseguida. Pero pongamos otro punto y aparte de por medio. Burla burlando van los tres delante.
¿Para quién se escribe? Pues es evidente, ¿no? Para quienes leen. Y el desesperado lector de la sala de espera está a punto de lanzarme su asiento a la cabeza, seguramente para ver si la siento de una puñetera vez, pero cuando ya empiezo a resignarme a sentir el golpe interviene John Ford (sí, ¡cuánto honor!, nada más y nada menos que el inmenso John Ford, con sus andares a lo John Wayne -o quizá sea al revés, aunque para el caso es lo mismo-). ¡Pero hombre!, me dice, ¿no ve usted que si hace que los indios ataquen la diligencia al principio me quedo sin película? Pues tiene usted razón, don John, o señor Ford, o señor John, o don Ford. Pero déjeme usted respirar, y déjeme que deje respirar al lector, pues este párrafo está empezando a resultar muy largo. Vayamos, como los futbolistas durante una interrupción del juego, a refrescarnos al banquillo. Marchando una de punto y aparte.
La verdad es que si terminase el artículo antes de que el árbitro pitara el final del partido doña Violante iba a quedar bastante decepcionada. (Aunque la frase anterior incluye la imagen de un pito, si alguien cree ver la menor alusión, incluso la más remota, a la ejaculatio præcox, que vaya a urgencias con toda urgencia y se lo haga mirar.) Así pues, habrá que ir pensando en cómo alargar la cosa. Dicen que lo mejor es pensar en otra cosa que no sea la cosa, pero me temo que el lector no me va a permitir que me vaya por los cerros de Úbeda hasta que no haya logrado escalar el Himalaya (aya, aya), que es donde ahora nos encontramos. Y hablando de escalar, casi sin darme cuenta pero por el primer terceto voy entrando.
Volviendo a lo que importa, si se escribe para quienes leen, habría que establecer quiénes son los que leen y a quiénes leen. Porque no es lo mismo leer a un escritor que publica y además vende que a uno que publica pero casi no vende. Y como lo mejor y más honesto es hablar de lo que se conoce, y la experiencia de quien esto suscribe es la de escritor de cajón, es decir, la de los que no publican y encajonan sus manuscritos hasta que desbordan los cajones (los que están en la interminable cola de urgencias que no pretendan ver una o donde hay claramente una a), y desde hace algún tiempo ha añadido a esa experiencia la de escritor en Internet (aquí los cajones son los archivos de Word)... Por cierto, no digan a mi madre que escribo en Internet. No le digan que formo parte de una banda de perezosos, tanto en nuestro papel de sedicentes escritores como en el de presuntos lectores (pues somos las dos cosas juntas y a la vez: nos leemos unos a otros y otros a unos y así pasan los días, y yo desesperado, y tú, tú contestando, quizás, quizás, quizás); una banda de perezosos que sólo escribimos y leemos lo que sea micro, mini o incluso nano (atrévete a hacer otra cosa y verás); una banda de perezosos que sólo nos desperezamos para darnos palmaditas mutuamente y para mutuamente darnos las gracias por las palmaditas (a veces las palmaditas son puñaladitas, pero eso ocurre en todos los gremios). No. No digan nada de esto a mi madre.

Qué párrafo más largo, ¿a que sí? Y qué aburrido. La verdad es que yo (no sé si también el lector) me estaba divirtiendo más antes, cuando iba a lo tonto y a lo loco, de un lado para otro sin llegar a ninguna parte, escribiendo a vuela pluma (casi habría que decir ahora a vuela tecla). Es cierto que, así, el artículo queda como deslavazado, como desestructurado, como deconstruido (este último era el término que andaba buscando; muy de novísima cocina, ¿no?). Es cierto también que con un poco de esfuerzo (ya se sabe que nada se consigue sin él) no me habría costado mucho dar al artículo una estructura como de sonata: exposición de los temas, combinación y desarrollo de temas y variaciones, recapitulación y cierre. (Confieso que, deplorablemente, mi incultura musical es enciclopédica. No paso del nivel de fervoroso oyente. Por lo que si he acertado en algo al describir la forma sonata empezaré a creer en Dios, pues habrá sido un milagro.) No. No me habría costado mucho, decía. Pero de repente se me termina el espacio. Y el tiempo. Contad si son catorce, y está hecho.

viernes, 5 de junio de 2015

Conspiración de silencio

Me han llegado rumores de que mi sombra y mi reflejo están conspirando en mi contra. Al parecer, están bastante hartos de depender de mí. Ingratos. ¿Acaso no sabe mi sombra lo preocupado que estoy por su futuro cuando yo deje de estar aquí? Y mi reflejo, ¿tan pronto ha olvidado mis visitas a través del espejo cuando nuestra soledad era un peso insoportable, tan pronto ha olvidado el whisky compartido, tan pronto ha olvidado las partidas de ajedrez? Ahora que lo pienso, creo que el instigador de la conjura no puede ser otro que mi reflejo. Al cese de las visitas llegamos de mutuo acuerdo, pues vimos que en lugar de aliviar nuestra soledad no hacíamos otra cosa que agravarla. Pero es muy posible que no haya llegado a perdonarme el hecho de, siendo él abstemio como lo es, verse forzado a beber en mi presencia. Y lo que es, más que posible, probable -e incluso yo añadiría que seguro- es que el motivo principal de su resentimiento hacia mí obedezca a que nunca le dejé que me ganara al ajedrez. (Pero él, recuérdese, tampoco lo hizo. Así pues, podría decirse que en esa cuestión hemos quedado en tablas.)
Más que quién pueda ser el instigador de la conspiración, lo que de verdad me preocupa es en qué diablos o demonios pueda consistir. ¿Es, por hacer un símil duelístico, a primera sangre o a muerte? ¿La planean como un indisimulado golpe de estado (ado, ado) o piensan disfrazarla de votación democrática? Si se tratara de esto último aún tendría alguna esperanza. ¿Esperanza?, dirán ustedes. Dos contra uno, pensarán, votación perdida. Pero olvidan que hay un tercero, o quizá habría que decir un cuarto, en discordia. Sí, como en Los tres mosqueteros, que resultaban ser cuatro. Y ese D’Artagnan con el que no habíamos contado no es otro que el reflejo de mi sombra (o la sombra de mi reflejo, que para el caso vendría a ser lo mismo). Voy a ver si lo (o la) gano para mi causa. En caso de empate, el voto de calidad decide. Y ese voto es el mío.


jueves, 4 de junio de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Así como un intolerante de derechas es casi siempre un pleonasmo, un intolerante de izquierdas debería ser siempre un oxímoron. Pero en este último caso, deplorablemente, la realidad supera con demasiada frecuencia a la Retórica.