Me han llegado rumores de que mi sombra y mi reflejo están conspirando en
mi contra. Al parecer, están bastante hartos de depender de mí. Ingratos.
¿Acaso no sabe mi sombra lo preocupado que estoy por su futuro cuando yo deje
de estar aquí? Y mi reflejo, ¿tan pronto ha olvidado mis visitas a través del
espejo cuando nuestra soledad era un peso insoportable, tan pronto ha olvidado el
whisky compartido, tan pronto ha olvidado las partidas de ajedrez? Ahora que lo
pienso, creo que el instigador de la conjura no puede ser otro que mi reflejo.
Al cese de las visitas llegamos de mutuo acuerdo, pues vimos que en lugar de
aliviar nuestra soledad no hacíamos otra cosa que agravarla. Pero es muy
posible que no haya llegado a perdonarme el hecho de, siendo él abstemio como
lo es, verse forzado a beber en mi presencia. Y lo que es, más que posible,
probable -e incluso yo añadiría que seguro- es que el motivo principal de su
resentimiento hacia mí obedezca a que nunca le dejé que me ganara al ajedrez.
(Pero él, recuérdese, tampoco lo hizo. Así pues, podría decirse que en esa
cuestión hemos quedado en tablas.)
Más que quién pueda ser el instigador de la conspiración, lo que de
verdad me preocupa es en qué diablos o demonios pueda consistir. ¿Es, por hacer
un símil duelístico, a primera sangre o a muerte? ¿La planean como un
indisimulado golpe de estado (ado, ado) o piensan disfrazarla de votación
democrática? Si se tratara de esto último aún tendría alguna esperanza.
¿Esperanza?, dirán ustedes. Dos contra uno, pensarán, votación perdida. Pero
olvidan que hay un tercero, o quizá habría que decir un cuarto, en discordia.
Sí, como en Los tres mosqueteros, que
resultaban ser cuatro. Y ese D’Artagnan con el que no habíamos contado no es
otro que el reflejo de mi sombra (o la sombra de mi reflejo, que para el caso
vendría a ser lo mismo). Voy a ver si lo (o la) gano para mi causa. En caso de
empate, el voto de calidad decide. Y ese voto es el mío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario