Tiene usted una predilección enfermiza, si no es obsesión morbosa, por
los asuntos nada trillados, me espeta un lector. Original que es uno, le
replico. Y, después de ofrecerle asiento en la sala de espera, regreso a mi
puesto ante el teclado, no sin haberle dicho que en unos minutos tendrá en sus
manos este artículo con la tinta todavía fresca.
Ya frente al teclado, además de estar sentado me siento como Lope
enfrentado a su soneto a Violante. Como Lope, pero sin ser Lope, por supuesto. Y
Lope, que además era Lope, sólo tenía que salvar un obstáculo de catorce
versos. Pero yo, pobre de mí, que además -repito- no soy Lope, tengo en el
horizonte un Himalaya de alrededor de sesenta y cinco líneas de Word. Y apenas llevo, a ver... ¿nueve?,
¿tal vez diez? Nada, ni en la base más básica del campamento base.
Menos mal que los puntos y aparte ayudan bastante en la escalada. Pero el
lector, desde su asiento en la sala de espera, ya empieza a exigirme
desesperadamente que vaya al grano. Voy enseguida. Pero pongamos otro punto y
aparte de por medio. Burla burlando van los tres delante.
¿Para quién se escribe? Pues es evidente, ¿no? Para quienes leen. Y el
desesperado lector de la sala de espera está a punto de lanzarme su asiento a
la cabeza, seguramente para ver si la siento de una puñetera vez, pero cuando
ya empiezo a resignarme a sentir el golpe interviene John Ford (sí, ¡cuánto
honor!, nada más y nada menos que el inmenso John Ford, con sus andares a lo
John Wayne -o quizá sea al revés, aunque para el caso es lo mismo-). ¡Pero
hombre!, me dice, ¿no ve usted que si hace que los indios ataquen la diligencia
al principio me quedo sin película? Pues tiene usted razón, don John, o señor
Ford, o señor John, o don Ford. Pero déjeme usted respirar, y déjeme que deje
respirar al lector, pues este párrafo está empezando a resultar muy largo.
Vayamos, como los futbolistas durante una interrupción del juego, a
refrescarnos al banquillo. Marchando una de punto y aparte.
La verdad es que si terminase el artículo antes de que el árbitro pitara
el final del partido doña Violante iba a quedar bastante decepcionada. (Aunque
la frase anterior incluye la imagen de un pito, si alguien cree ver la menor
alusión, incluso la más remota, a la ejaculatio
præcox, que vaya a urgencias con toda urgencia y se lo haga mirar.) Así
pues, habrá que ir pensando en cómo alargar la cosa. Dicen que lo mejor es
pensar en otra cosa que no sea la cosa, pero me temo que el lector no me va a
permitir que me vaya por los cerros de Úbeda hasta que no haya logrado escalar
el Himalaya (aya, aya), que es donde ahora nos encontramos. Y hablando de
escalar, casi sin darme cuenta pero por el primer terceto voy entrando.
Volviendo a lo que importa, si se escribe para quienes leen, habría que
establecer quiénes son los que leen y a quiénes leen. Porque no es lo mismo
leer a un escritor que publica y además vende que a uno que publica pero casi
no vende. Y como lo mejor y más honesto es hablar de lo que se conoce, y la
experiencia de quien esto suscribe es la de escritor de cajón, es decir, la de
los que no publican y encajonan sus manuscritos hasta que desbordan los cajones
(los que están en la interminable cola de urgencias que no pretendan ver una o donde hay claramente una a), y desde hace algún tiempo ha añadido
a esa experiencia la de escritor en Internet (aquí los cajones son los archivos
de Word)... Por cierto, no digan a mi
madre que escribo en Internet. No le digan que formo parte de una banda de
perezosos, tanto en nuestro papel de sedicentes escritores como en el de
presuntos lectores (pues somos las dos cosas juntas y a la vez: nos leemos unos
a otros y otros a unos y así pasan los días, y yo desesperado, y tú, tú
contestando, quizás, quizás, quizás); una banda de perezosos que sólo escribimos
y leemos lo que sea micro, mini o incluso nano (atrévete a hacer otra cosa y
verás); una banda de perezosos que sólo nos desperezamos para darnos palmaditas
mutuamente y para mutuamente darnos las gracias por las palmaditas (a veces las
palmaditas son puñaladitas, pero eso ocurre en todos los gremios). No. No digan
nada de esto a mi madre.
Qué párrafo más largo, ¿a que sí? Y qué aburrido. La verdad es que yo (no
sé si también el lector) me estaba divirtiendo más antes, cuando iba a lo tonto
y a lo loco, de un lado para otro sin llegar a ninguna parte, escribiendo a
vuela pluma (casi habría que decir ahora a vuela tecla). Es cierto que, así, el
artículo queda como deslavazado, como desestructurado, como deconstruido (este
último era el término que andaba buscando; muy de novísima cocina, ¿no?). Es
cierto también que con un poco de esfuerzo (ya se sabe que nada se consigue sin
él) no me habría costado mucho dar al artículo una estructura como de sonata:
exposición de los temas, combinación y desarrollo de temas y variaciones,
recapitulación y cierre. (Confieso que, deplorablemente, mi incultura musical
es enciclopédica. No paso del nivel de fervoroso oyente. Por lo que si he
acertado en algo al describir la forma sonata empezaré a creer en Dios, pues
habrá sido un milagro.) No. No me habría costado mucho, decía. Pero de repente se
me termina el espacio. Y el tiempo. Contad si son catorce, y está hecho.
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