A mi cuate Jorge
Martínez, alias Volivar
A mi amigo el que escribe para olvidar empezó a gustarle la música hacia
el principio de la adolescencia. Hasta entonces podría decirse que ni fu ni fa.
Lo que oía por la radio le dejaba más bien frío. Eran los años de Elvis, de
Paul Anka... Los Beatles aún no habían aparecido. Pero a mi amigo la que le
gusta de verdad de verdad es ésa que generalizando conocemos como música
clásica. Y es curioso que en los años del ni fu ni fa sintiera una extraña
atracción por las marchas militares. Tal vez percibiera en esa pseudomúsica (ya
se sabe: la justicia militar es a la justicia como la música militar es a la
música) algo así como un eco premonitorio de la música de verdad, la música que
muy pronto habría de atraparlo para siempre.
Y todo, como casi todo en este mundo, empezó por azar. Quizá si mi amigo
no hubiese oído, no recuerda cuándo ni recuerda dónde, la marcha triunfal de Aída no sería posible escribir ahora
estas líneas. Cuando oyó por primera vez ese fragmento de Verdi se dijo -el muy
ignorante; si no conocía otra cosa- que era la mejor obra musical jamás
escrita. Y se dedicó a perseguirla por las noches, en la cama, con la oreja
pegada a uno de aquellos primitivos transistores japoneses en miniatura,
haciendo girar y girar la ruedecilla del dial en busca de aquella anhelada
marcha triunfal (al-al).
Pocas veces, muy pocas, la encontraba. Pero entre decepción y decepción
por no encontrar aquella música que le obsesionaba... pues fue empezando a
descubrir otras cosas.
Al principio, además de más (as-as) Verdi, fueron el Beethoven más
heroico y el Wagner más trompetero. Y la paleta de colores se fue ampliando:
Rossini, Bellini, Donizetti, Schubert, Mendelssohn, Chopin, los rusos, Richard
Strauss, los franceses, las vanguardias del siglo XX... Y last but not least, los que para mi amigo son los más grandes:
Bach, Hændel, Vivaldi, Haydn, Mozart...
Los gustos, con los años, han ido variando. Lamenta mi amigo, a pesar de
haberlo intentado hasta el agotamiento, que no acaben de entrarle Schumann,
Brahms, Chaikovski... No lo lamenta tanto con Puccini... Y con Beethoven, al
menos con cierto Beethoven, acaba siempre ocurriéndole algo parecido a lo que
contaba Cortázar en Las ménades.
Pero los que nunca le fallan son los grandes. Y entre ellos, Mozart
siempre en el corazón, siempre. Y en la cabeza (pero también en el corazón,
también), siempre Bach, Bach, Bach. Johann Sebastian Bach por siempre y para
siempre.
Andrés, amigo, carnal, gracias. Me he quedado estupefacto (facto, facto).
ResponderEliminar¿Que ni fu ni fa en la música en mi infancia? Pues verás, el wei ese al que le decían Amadeus Mozart, me hubiese pelado los dientes.
Pero, ya en serio, agradezco tu amistad, y que te acuerdes de un amigo mexicano. Hasta luego, compa, y síguele chingando a esto de las bellas letras, en donde te pintas solo.
Un saludo afectuoso a los cuatachos españoles, que mucho estimo... es un chingo: Rafa Sastre, Pernando, Las Hoyos,. Sandra Llopis, Marco Antonio Torres... y un buen puño de etcéteras.
Jorge Martínez (exVolivar)
Sahuayo, Michoacán, Mexico
Ahora me doy cuenta, wei, de que tu comentario ha sido en el blog. Lo he recibido primero por Gmail y te he contestado por allí y también por Facebook. Supongo que ya tendrás claro que "ni fu ni fa" no eres tú, soy yo.
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