1001 (II)

Continuación de 1001 (I)  

501
Seamos optimistas. Tengamos confianza. Con nosotros, España saldrá adelante. (Aunque para ello tendremos que dejar atrás a millones de españoles.)


502
(Diccionario de la RAE.) Oxímoron. 1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador. Otros ejemplos (del autor): misa de campaña, capellán castrense.


503
Pero ¿no estabas muerto?, pregunto con inocultable asombro al encontrarme con un viejo amigo a quien hace una eternidad que no había visto. Sí, claro. Y lo sigo estando... Lo mismo que tú, me responde.


504
Tenía aquel viejo y fatigado rostro una expresión doblemente triste, de reduplicada pesadumbre, como de haber perdido para siempre algo que nunca se había llegado a poseer.


505
Gernika, 75 años. La ciudad será bombardeada. ¿Quién la bombardeará? El bombardeador que la bombardee, maldito bombardeador será.


506
Después de ser bendecidos a golpes de hisopo, los bombarderos arrojaban bombas malditas.
507
Lo expulsaron de un paraíso en el que nunca había llegado a entrar.


508
La nostalgia de tantos amores que no se han conocido, de tantos viajes que no se han emprendido, de tantos lugares que no se han visitado, de tantas ciudades que no se han recorrido, de tanta irrecuperable vida que no se ha vivido.


509
Pero ¿de qué te quejas tú, hipócrita escritor de mierda? ¿No ves que yo, tu semejante, tu hermano, me estoy muriendo de hambre?


510
El ejército chino (y decimos chino -pero no tendríamos inconveniente alguno en referirnos a cualquier otro ejército- porque ha sido un casco azul de esta nacionalidad quien recientemente ha afirmado en territorio sirio lo que sigue) es un ejército pacífico. La anterior afirmación no es (repetimos: no es) un oxímoron. Dios existe.


511
El tonitronante prelado ése de los cojones (cfr. 485 y 492) continúa dale que dale y dale que te pego con el asunto de la homosexualidad. Estamos empezando a sentirnos tentados de enviarlo a tomar por el culo, pero nos contiene el pensar que igual es eso lo que el untuoso monseñor quisiera.


512
Pregunta para Pío XI: ¿Es intrínsecamente malo decir que el comunismo es intrínsecamente malo?


513
El nazismo fue un régimen criminal por haber tratado de cumplir aquello que propugnaba. El comunismo, por todo lo contrario.


514
Del capitalismo, por el momento, nos abstenemos de opinar, pues, por desgracia, aún no se puede hablar de él en pasado.


515
Igual lo que ocurre es que no tenemos remedio ni perdón de Dios -si es que existe- y que desde los remotos tiempos de Caín y Abel el hombre ha sido, es y ¿nunca dejará de ser? un verdadero (dejemos de una vez en paz al pobre lobo) hombre para el hombre.


516
En consecuencia: que ni siquiera Dios -que dicen que así nos hizo- tiene remedio ni, mucho menos todavía, perdón de Dios.


517
Las mujeres y los niños después del capitán.


518
Cuando abrió los ojos supo con horror -y con esa irrefutable certeza que sólo se da en los sueños- que estaba dentro de un sueño, pero que no era el soñador sino el soñado, pues ese sueño en el que estaba atrapado y del que no podría escapar no era un sueño propio, era un sueño ajeno, el sueño de alguien desconocido; y con más horror y no menos irrefutable certeza comprendió de pronto que cuando ése a quien nunca llegaría a conocer despertara (y parecía que ya fuese a empezar a desperezarse), entonces, en ese mismo momento, habría terminado todo para él, y habría terminado sin remedio, habría terminado sin vuelta atrás, habría terminado definitivamente y de una vez y para siempre.


519
Si piensas o crees o sabes que eres inocente, entonces, si de verdad eso piensas o crees o sabes, entonces, pues, responde de una vez: ¿por qué te sientes culpable?


520
Si quieres averiguarlo, si de verdad quieres saberlo, entonces no te preguntes por qué; mejor pregúntate de qué.


521
Si Dios existe, ¿también se sentirá culpable de haber nacido?


522
En los tiempos de Jonathan Swift la medicina aún luchaba por distinguirse de la hechicería y el curanderismo, la química apenas empezaba a independizarse de la alquimia y la biología estaba poco más que en incubación, lejos todavía de romper la cáscara, salir del huevo y convertirse en una verdadera ciencia. Quizá por todo ello, al bueno de Swift no le fue posible ir más allá de proponer aquello que, con la loable intención de resolver un acuciante problema de la época, propuso en su Modest Proposal. Pero hoy en día, por fortuna, las ciencias y la Ciencia han adelantado mucho más que una barbaridad y una brutalidad y una bestialidad. Razón por la cual, con la no menos loable intención de poner coto al igualmente no menos acuciante problema que en los críticos momentos actuales representa el exceso de población improductiva (léase: trabajadores sin trabajo, estudiantes sin futuro, funcionarios vagos -por no añadir gandules, tunantes y holgazanes-, pensionistas y jubilados, ancianos dependientes, viudas sin recursos, enfermos crónicos, y así sucesivamente, y etcétera, etcétera, etcétera), humildemente proponemos que, en lugar de recortar (perdón: ajustar) el presupuesto para investigación, se incremente todo lo que sea necesario, con el objetivo de obtener en el menor tiempo posible -auxiliados por lo que indudablemente sería una fructífera alianza de la medicina, la química y la biología- el infalible remedio que curará para siempre nuestro más actual y acuciante mal. Una, por así llamarla, vacuna, que administrada -en régimen de copago, por supuesto; y valiéndonos de nuestra extensa red de hospitales y ambulatorios públicos privatizados- a toda la población sobrante, nos libre de ella por la vía más rápida, eficaz e higiénica posible: inoculándole una incurable, galopante y finalmente letal alergia al aire que se respira.


523
Sísifo, Ixión, las Danaides... Para que luego digan que las promesas de inmortalidad, de resurrección, de vida eterna no parecen más bien una amenaza.


524
Vino viejo en odres nuevos (o al revés; que, en estos jodidos tiempos de crisis, para el caso es lo mismo): cuando veas que tu vecino pone las barbas a remojar, es que a ti te las acaban de pelar.


525
¿Cómo se explica que si la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana no admite la poligamia todas las monjas sean esposas de Jesucristo?


526
En el país de los tuertos, todos querían emigrar al país de los ciegos.


527
Corrimos de regreso hacia el incendio cuando vimos que los bomberos, en lugar de mangueras, empuñaban lanzallamas.


528
Como volver atrás no era posible, cuando le vimos el rostro al futuro saltamos por encima de él, con la esperanza de aterrizar directamente (o, mejor aún: de estrellarnos) en el punto final.


529
(In memóriam Groucho Marx.) Estos son mis principios -dijo el político-. Si no le gustan...: Donde entonces dije digo no sólo ahora digo Diego sino que además digo ahora que no dije entonces digo sino que ya dije Diego... O no, o al revés, o viceversa, que para el caso es lo mismo.


530
Habría que disculpar a Segismundo. Todo el mundo ha sido joven; y, si no todos, muchos jóvenes han pasado su sarampión de barba (salvo las jóvenes, cuya correspondiente parte de sarampión consistía en no afeitarse las axilas ni las piernas y en prescindir del sostén), melena (preferentemente afro para las jóvenes, o, en llamativo contraste, corte de pelo garçon)  y rojerío más o menos furibundo. Ése fue el caso de Segismundo. Y durante sus años de sarampión (para los ahora muy jóvenes y para los ahora y siempre muy desmemoriados, hagamos memoria, sin ser exhaustivos: Argentina: Onganía y poco después Lanusse y no mucho más tarde Videla & Cía.; Chile: Pinochet; España: todavía, por entonces, y ¿hasta cuándo?, Franco, Franco, Franco) gustó Segismundo de difundir por doquier el siguiente -por así denominarlo, haciéndole mucho favor- aforismo: Todo general, aunque lo sea del Ejército Rojo (sepan los muy jóvenes y recuerden los muy desmemoriados que por aquellos años aún existía la URSS), es, por definición, un hijo de puta. Habría, insistimos, que disculpar a Segismundo. Sobre todo, porque fue él quien primero hubo de arrepentirse de haber puesto en circulación aquellas palabras tan ofensivas. Ofensivas -como desde el mismo instante de su arrepentimiento Segismundo se ha preocupado siempre de aclarar- para las putas, por supuesto.


531
Un Charlus autre que n’était le baron, eût été indigné de voir Morel avoir des relations avec une femme, comme il l’eût été de lire sur une affiche que lui, l’interprète de Bach et de Hændel, allait jouer du Puccini. De nuevo (véase 490) la elegante y soterrada -y elegante precisamente por lo soterrada- ironía de Proust. En esta ocasión, la víctima del menosprecio parece ser Puccini. Pero, te preguntas, ¿no serás tú (véase otra vez 490) quien pretenda estar leyendo lo que a lo mejor no ha sido intención del autor sino interesada interpretación del lector? ¿No serás tú, dado que, vaya por dónde, Puccini no es que sea precisamente santo de tu devoción?


532
Es todo tan absurdo, pensaba a veces Segismundo, sobre todo cuando, recordando al señor Fuster, se hacía esa tonta pregunta (¿por qué hay algo en lugar de nada?) que -sin dejar de ser tonta y quizá incluso estúpida- es la más simple y la más sencilla y a la vez la más complicada y la más compleja de todas; tan absurdo, se repetía, que hasta es posible (o al menos no habría que descartar la hipótesis por completo) que Dios exista.


533
Esas tonterías que a veces se le ocurren a uno: el que imita a un imitador o es epígono de un epígono, ¿no podría -de modo parecido a como menos por menos es más o la doble negación es afirmación- llegar a ser original malgré lui, a pesar suyo, sin comerlo ni beberlo ni pretenderlo ni saberlo?


534
Peor sería (lo cual parece dar por sentado que lo dicho en el parágrafo anterior sea malo) que, por ignorancia, creyera o pretendiera uno ser original cuando no ha hecho ni hace ni hará nunca jamás otra cosa -y en su época de veleidades literarias ese temor asaltaba a Segismundo cada vez que se enfrentaba a una página en blanco- que pasar el tiempo y perder la vida descubriendo mediterráneos.


535
Esto ya debe de haberlo dicho alguien antes y posiblemente mucho mejor: nacer es mortal de necesidad.


536
O dicho de manera más breve; es decir, con menos palabras: vivir acaba matando.


537
En resumen, que, tal como decía el señor Fuster, todos somos enfermos terminales y padecemos la misma enfermedad incurable. Comamos y bebamos, pues, y holguemos y folguemos, y no nos preocupemos.


538
El irresponsable autor de estas líneas está considerando seriamente la posibilidad de arrepentirse de lo escrito en los tres últimos parágrafos, no sea que la industria tabaquera, obligada como está a mostrar en las cajetillas con letra bien visible la siniestra advertencia de que fumar mata, se aproveche de la idea y, para atenuar el negativo impacto de la citada advertencia en su tambaleante cifra de ventas, con letra no menos visible añada: y vivir también.


539
Prefiero que mueras apuñalado en el metro de Nueva York a que mueras de aburrimiento en Moscú. El listillo que dijo algo parecido, pero en primera persona, no corría riesgo alguno de que le ocurriera ni una cosa ni la otra. Es el mismo listillo a quien tanta gracia le hacía aquello del gato, blanco o negro, que cazaba ratones. Así pues, recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, que quien siembra vientos recoge tempestades y aquellos polvos trajeron estos lodos y teniendo amigos así para qué diablos o demonios queremos enemigos.


540
Mejores o peores, era lo mismo: la bota que nos pisa es siempre una bota. Sí, querido Brecht, de acuerdo. Pero mientras no podamos evitar que tenga que seguir pisándonos (o recortándonos; perdón: ajustándonos) una bota, siempre habrá diferencia entre la de los mejores y la de los peores. A pesar de los listillos y de los metros de Nueva York y de los gatos que cazan ratones. Así que, ya comprenderán ustedes lo que no hay más remedio que decir: no cambiar de señores, sino cambiar de botas.


541
¿Nombrar la soga en casa del ahorcado? No -decía el señor Fuster-. Lo que hay que hacer es nombrarla en casa del verdugo.


542
Sin olvidar -añadía, después de una pausa un tanto teatral- la casa del juez que dictó sentencia... Y la de aquél a quien diablos o demonios se le ocurrió hacer la ley.


543
¿Volverán las oscuras guillotinas / del predador las testas a cortar?


544
Ese ridículo tono de arenga militar, esa misma voz, más que engallada, engallinada con la que Tejero dijo aquello de “¡Quieto todo el mundo!” (Y esa pretendidamente viril, pero siniestra, inflexión con la que igual se manda ponerse firmes que se ordena: preparados, apunten, ¡fuego!)


545
Todos, salvo quizá el suicida, morimos contra nuestra voluntad. Luego quizá el suicida sea el único verdaderamente libre.


546
De Málaga a Malagón. De Guatemala a Guatepeor. De la nada a las más altas cotas de la miseria. Entre los vencidos, el pueblo llano pasaba hambre; entre los vencedores el pueblo llano la pasaba también. Sí, querido Brecht. Sí, querido Groucho. Sí, sí, queridos todos. Es lo de siempre (y ¿habrá de ser así para siempre?): si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro.


547
Sobre lo relativo y lo absoluto: aparentaba ser menos culto de lo que realmente era, como forma de disimular que en realidad adolecía -o, al menos, eso pensaba de sí mismo- de una vasta incultura.


548
Política económica para tiempos de crisis: a grandes males, peores remedios.


549
Todo es política, se decía en otros tiempos. Todo, salvo -quizás- la política, podría decirse ahora.


550
El señor Fuster nunca podía dejar de preguntarse cuáles serían las razones de la indisimulada reticencia -si no inocultable rechazo- que siempre había provocado, de manera unánime, a tirios y troyanos, a cartagineses y romanos, a güelfos y gibelinos, a Capuletos y Montescos, a judíos, moros y cristianos, a católicos, protestantes y ortodoxos, a monárquicos y republicanos, a ángeles y demonios, a diestros y zurdos, a perros y gatos, a prácticamente todo el mundo, en fin, aquel utópico (avant la lettre) gobierno de filósofos que proponía Platón. Si se piensa bien, se decía, salvedad hecha de los efímeros e infructuosos ensayos intentados en Siracusa en vida del mismo Platón, esa forma de gobierno no ha sido experimentada nunca jamás ni en ninguna parte. Y, visto el resultado de todas las demás formas de gobierno conocidas hasta ahora, incluida ésa que parece ser la menos mala de todas: la democracia (ese -según Borges- abuso de la estadística), visto el resultado, así pues... Llegado a este punto, el señor Fuster cambiaba de interrogante, y se preguntaba entonces, más que quién habría de poner el cascabel al gato, quién tendría que decidir sobre quién habría de ponérselo. Y a partir de aquí, el señor Fuster se quedaba en blanco; no tanto -lo que quizá hubiera sido el mal menor- porque no hallara respuestas, sino porque no encontraba más preguntas.


551
Perdió el miedo al fantasma el día que se atrevió a tirar de la sábana y vio que debajo de ella no había nada.


552
Cosas del idioma: ver que no hay nada. Pero, si no hay nada, ¿cómo es posible verlo?


553
Si menos por menos es más y la doble negación es afirmación, ¿por qué razón “no hay nada” no es lo mismo que “hay algo”?


554
Estadística recreativa: parece ser que hay una relación inversamente proporcional entre el número de veces que un individuo eyacula a lo largo de su vida y el riesgo de que dicho individuo padezca cáncer de próstata. Es decir, que a mayor número de eyaculaciones menor riesgo de cáncer. Si esto es así, es de suponer que el porcentaje de casos de este tipo de cáncer entre el clero católico (si el estudio no se ha llevado a cabo todavía, sería interesante hacerlo sin demora) sea sensiblemente superior al registrado entre el resto de la población. A no ser -sorpresas te da la vida; la estadística ¿te daría sorpresas?- que estos clérigos no sean realmente tan castos como ellos mismos pretenden...


555
Te desafío a una carrera -dijo un rayo de luz a otro-; a ver quién de los dos gana.


556
Acordaron fijar la meta en el lugar donde se encuentran las líneas paralelas.


557
Al final, después de haber examinado infructuosamente la foto-finish hasta con microscopio electrónico, hubo que dilucidar quién sería el ganador mediante el recurso a la socorrida fórmula de la serie de lanzamientos desde el punto de penalti.


558
Qué jodidos tiempos éstos de crisis, querido Brecht: no es que no haya para panem; es que ni siquiera queda para circenses.


559
Ahora que tanto se habla de crear un banco malo, es muy probable que, de haber llegado a oír esa expresión -que a buen seguro no habría dudado en calificar de redundante o incluso de pleonástica-, el señor Fuster se hubiera (y hubiera) preguntado si es que acaso hay algún banco que sea bueno.


560
Cuando Segismundo, que había heredado de su difunto padre (alma de bohemio director de circo encarcelada en un cuerpo de respetable notario) la frustración de no haber vivido como se hubiera querido, lamentaba su desperdiciada vida de rutinario oficinista y sentía la profunda pena de saber inalcanzable para siempre el sueño de llevar una brillante vida literaria idealizadamente llena de interesantes tertulias, de intelectuales e ingeniosas conversaciones y de filosóficas, serias y profundas reflexiones, entonces, cuando de todo eso se compungía casi hasta el llanto, buscaba pobre consuelo y encontraba triste alivio en el recuerdo de aquellas dos anécdotas que el señor Fuster -quien si sabía quizá no de todo un poco pero sí al menos un poco de algo, a buen seguro que lo sabía más por viejo que por diablo- sacaba a colación a la menor oportunidad, asegurando además haberlas presenciado, como quien dice, por los ojos de sendas cerraduras. La primera de aquellas dos anécdotas se refería a un viaje nocturno en tren que hicieron tres buenos amigos -y sin embargo colegas-, a saber (por orden alfabético): Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. A uno de estos dos últimos se le ocurrió formular al primero una pregunta muy concreta sobre jazz, y la respuesta de Cortázar (¿podría alguien haber sido enemigo suyo?) fue una especie de lección magistral sobre ese género de música que mantuvo a sus estupefactos oyentes con los ojos abiertos, la baba colgante y el alma encandilada durante toda la noche. La segunda de las anécdotas hablaba de un corto trayecto en taxi en el que coincidieron los dos mayores novelistas -según general consenso y con permiso de Franz Kafka- del siglo XX, a saber: Marcel Proust y James Joyce (por orden de preferencia de Segismundo). Un breve y tenso trayecto en el cual a la descortesía de Joyce al encender un cigarrillo en espacio tan reducido y en presencia del asmático Proust se añadió el mutuo menosprecio que tan cortésmente supieron mostrarse los dos genios, pues con sendos educados lamentos se lanzaron uno a otro a la cabeza el compartido desconocimiento de sus respectivas obras. Y es que, concluía el señor Fuster emulando las ristras de refranes de las que tanto gustaba, usaba y abusaba Sancho Panza, de todo hay en la viña del Señor, y no todo el monte es orégano, y no es oro todo lo que reluce, y ni siquiera es todo lo que reluce. Y los escritores, además de artistas, son también personas. Y algunos, en exceso. O, como diría el otro: son también humanos, demasiado humanos.


561
Mateo 6,3. Cuando la mano izquierda -que, al parecer, no había leído la Biblia- preguntó a la mano derecha qué estaba haciendo, ésta le contestó: “Algo que nunca podrás hacer tan bien como lo hago yo, pues siempre lo harás con irritante torpeza.”


562
Ése al que puedo mirar, ése al que incluso puedo besar en sus labios helados, es ese mismo ése al que nunca podré abrazar, ese mismo ése al que nunca podré ni siquiera estrechar la mano.


563
¿A qué cielo o a qué infierno irán a parar los muertos del otro lado de los espejos?


564
El ordenanza comunicó al director del banco que en la antesala había dos clientes esperando: uno decía ser el doctor Jekyll y el otro decía ser el señor Hyde.


565
En los más recónditos y secretos archivos de un todopoderoso servicio de inteligencia militar se guarda bajo siete llaves un informe donde se afirma que los vampiros no existen, pero que sí son reales los seres que no se reflejan en los espejos. Los vampiros no serían otra cosa que una leyenda interesadamente difundida por estos seres sin reflejo con el único objeto de desviar la atención y extender un tupido velo de opacidad sobre su propia existencia. Continúa diciendo el informe que estos seres son antiguos reflejos que, cansados de obedecer, escaparon de los espejos y ocuparon el lugar de sus amos y señores después de haberlos asesinado. Añade el informe que, dado que sólo se muere una vez, es de suponer que estos antiguos reflejos sean inmortales. Así pues, sería oportuno, sugiere el informe, dejarse de estúpidas persecuciones armados de crucifijos, estacas puntiagudas y ristras de ajos, y tratar seriamente de aprovechar las inmensas posibilidades militares que ofrece la inmortalidad de estos seres. En cuanto al resto de los actualmente mortales, aconseja el informe evitar en lo posible la proximidad de los espejos, y, en el caso de que ésta sea inevitable, vigilar en todo momento la conducta de nuestros reflejos, pues en cuanto uno los perdiera de vista, entonces, en ese mismo momento, podría darse por muerto.


566
¿Dice ese informe -preguntaría el señor Fuster- si los usurpadores adquirirían la personalidad, la conciencia, los recuerdos, el alma (por así decirlo, aun a costa de retorcer un tanto el lenguaje), en fin, de los usurpados? Porque en ese caso, más de uno y más de dos -estúpidos ellos- preferirían dejarse matar como medio para ser inmortales.


567
Un objeto que, si se piensa bien, podría resultar aterrador: un espejo con eco.


568
Creo que fue Unamuno (el dato me llegó a través de Segismundo, que aseguraba habérselo leído a este autor) quien dijo que si uno pronuncia su propio nombre ante un espejo a medianoche, entonces verá al diablo. Lo que el bueno de don Miguel (casi digo Manuel) parece que omitió aclarar es si el diablo está al tanto de los cambios de hora y si, entonces, su aparición bajo las susodichas condiciones puede darse tanto en el horario de primavera-verano como en el de otoño-invierno. (Del mismo modo, parece ser que nuestro autor también omitió aclarar si la dichosa medianoche debía ser considerada según CET, según GMT o según qué otro endemoniado huso horario.)


569
Podría hablarle, pero él no podría oírme. Podría oírle, pero él no podría hablarme.


570
Y sin embargo, a veces nos hablamos a la vez. Y a la vez sabemos que somos mutuamente sordos, que estamos condenados a oír solamente nuestra propia voz, al igual que estamos condenados a no ver nunca jamás nuestros propios labios y a ver solamente los labios del otro.


571
No nos olvidéis. Somos los resucitadores. Seguimos despiertos, activos, amenazantes...


572
No, no es que hayamos vuelto. Es que nunca nos habíamos ido. Siempre hemos estado aquí. Y aquí seguimos. Y aquí seguiremos. Y nunca, nunca jamás nos marcharemos...


573
Era como haber regresado a la infancia, al viejo e inocente juego de las bromas telefónicas; pero con una incertidumbre y una emoción añadidas. Antes también intervenía el azar, desde luego: abrías la guía de teléfonos por una página cualquiera y a ciegas, con los ojos cerrados, señalabas un número con el dedo. Pero, a partir de ahí, tenías entonces la seguridad casi plena de que al otro lado de la línea -salvo esporádicas ausencias- encontrarías respuesta. Ahora, en cambio, el azar intervenía doblemente; o elevado al cuadrado, si así se prefiere. No hay guías telefónicas para teléfonos móviles. Por eso, el juego consistía ahora en marcar un número elegido arbitrariamente, con la única condición de que tuviera posibilidades de existir; es decir, había que marcar nueve cifras, no diez ni ocho, y la primera tenía que ser obligatoriamente el seis. Si no había suerte, la incertidumbre duraba hasta que una voz grabada te informaba de que el número marcado estaba desconectado o fuera de cobertura o era inexistente. Si la había, la emoción crecía e iba creciendo mientras oías los tonos de llamada, y se liberaba de golpe cuando al obtener respuesta decías infantilmente “Vete al infierno” y con una carcajada pueril colgabas. Pero siempre te quedaba un poso de extrañeza, una incógnita por despejar, una pregunta sin respuesta, pues un momento antes de colgar oías en todas las ocasiones algo así como el ruido sordo de un bulto golpeando contra el suelo. Hasta que un día, un día en que el azar se elevó al cubo, o a la cuarta o a la quinta o a la sexta o a quién sabe qué enésima potencia, la pregunta se respondió, la incógnita se despejó y la extrañeza se trocó en horror cuando descubriste que el viejo juego no tenía nada de inocente, pues en su renovada versión era diabólico. Marcaste un número cualquiera, como siempre. Sonó el timbre de un móvil a tu lado. Viste una mujer que se lo llevaba a la oreja. Y entonces, oíste decir: “Dígame”. Pero lo oíste por duplicado: desde el auricular de tu móvil y desde los labios de la mujer. Y al instante, inmediatamente después de haberle hecho tu inocente broma, la viste caer fulminada. Fue en ese mismo momento -quizá menos por sentimiento de culpa que por miedo- cuando te prometiste no volver a usar el móvil nunca más, cuando, arrojándolo bien lejos de ti, te juraste perderlo de vista para siempre. No fuese, pensaste al borde del delirio, que al azar le diera cualquier día por elevarse a váyase a saber qué infinita, inconcebible y endemoniada potencia y te hiciese marcar inadvertidamente (¿inadvertidamente?) tu propio número y contestarte a ti mismo y enviarte al infierno.


574
Declaración en prosa del parágrafo 543: ¿Por qué se dice predador donde primero se escribió opresor? Porque antes que opresores son predadores; es decir, ladrones, saqueadores. Y no nos roban para poder oprimirnos sino que nos oprimen para poder robarnos. Y que cada cual, antes de acudir a las urnas o de volver a las barricadas, saque sus conclusiones al respecto.


575
Pálido como un cadáver. Pálido al cuadrado, como el cadáver de un ajedrecista, de un bibliotecario o de un filatélico.


576
Ese repulsivo, repelente, repugnante, reprobable y reprensible gusto por las palabras polisílabas, y a ser posible esdrújulas.


577
Aunque ¿acaso hay palabras más hermosas que luciérnaga, libélula o, sobre todo y por encima de todas, crisálida?


578
Lo que usted diga. Pero la suerte de la fea, la guapa la desea: murciélago, lagartija, escarabajo; regüeldo, vomitona, escupitajo; verruga, forúnculo, almorrana. Y así sucesivamente. Y etcétera, etcétera, etcétera...


579
Casta Diva. ¿Y estos beatíficos sujetos (con razón dice la vox pópuli que no hay ninguno bueno) son los encargados de juzgarnos?


580
Monipodio for president. No, dice Monipodio; prefiero seguir dirigiendo el banco.


581
Acabo de morir (nadie puede saber mejor que yo que ya estoy muerto). Estoy en el interior de una cabina de ascensor (nadie puede saber mejor que yo dónde me encuentro). Hay cuatro botones: arriba, abajo, atrás y adelante (nadie puede saber mejor que yo lo que, en estas circunstancias, significan). Inopinadamente, parece que me es dado elegir. Recuerdo un verso de Baudelaire (Au fond de l’Inconnu...) y extiendo el índice derecho. (Nadie puede saber mejor que yo cuál es el botón que estoy pulsando.)


582
If there is hope, wrote Winston, it lies in the proles. Entonces, querido Orwell, lasciate ogni speranza.


583
A Segismundo, que tenía una enorme mala conciencia musical porque, a pesar de sus ímprobos esfuerzos, nunca había logrado que le acabaran de entrar por el oído compositores como Schumann o Brahms, lo alivió un tanto saber que Stravinsky (quien no le disgustaba del todo, aunque quizá Prokofiev...), el mismo que acusaba a Vivaldi (a Segismundo le gustaba bastante, aunque prefería a Bach o Hændel) de haber compuesto quinientas veces el mismo concierto, al preguntarle Proust si le gustaba Beethoven (todo lo genio que se quiera -e ídolo de adolescencia de Segismundo-, pero ahora, ya bien avanzada la madurez, donde estuvieran Mozart o Haydn, incluso Schubert...) contestó que lo detestaba. Seguramente, tanto con respecto a Vivaldi como en lo tocante a Beethoven, lo de Stravinsky tendría mucho de pose o de boutade. Pero no dejaba de tranquilizar la mala conciencia de Segismundo, quien, a modo de Sancho Panza, siempre podía terminar diciéndose que sobre gustos no hay disputas ni hay nada (o quizá mucho más que demasiado) escrito.


584
¿Será casualidad que una cruz y una espada proyecten la misma sombra?

585
Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. Como no hay dios que lo entienda, pues eso, que no lo entiende ni Dios.


586
Y así o por un estilo es todo lo demás que nos metieron a la fuerza en la cabeza. Y así en la tierra como en el cielo. Y aun así hay muchos que se lo creyeron y se lo creen y se lo seguirán creyendo. Y así nos ha ido y así nos va. Y así pretenden que nos siga yendo por los siglos de los siglos amén.


587
Through the looking glass. De la correspondencia entre Laure Hayman y el vizconde Charles de la Rochefoucauld (según George D. Painter, en su biografía de Marcel Proust). Vizconde (desde Biarritz): “Aquí hace un calor torrencial”. Laure (a vuelta de correo desde París, con la intención de dar a su corresponsal -y probable amante- una lección sobre el uso correcto del idioma): “Aquí las lluvias han sido verdaderamente tórridas”. ¿Alguien habría podido mejorarlo? Segismundo, muy a su pesar, pues hubiera dado la vida por lograrlo, se confesaba incapaz de hacerlo.


588
Unas veces pensaba que la democracia es una forma de gobierno demasiado importante para dejarla en manos de los políticos y otras veces pensaba que la democracia es una forma de gobierno demasiado importante para dejarla en manos del pueblo. Entonces llegaron los mercados, con su rapaz y usurera cohorte de banqueros, inversores, financieros, economistas y tecnócratas, y resolvieron todas sus dudas con el expeditivo método de dejarle sin oportunidad de seguir dudando.


589
El señor Fuster siempre se preguntaba (y nunca lograba contestarse) cuál sería la razón de que la paradoja, la aporía, el sofisma, la reducción al absurdo y otros recursos estilísticos por el estilo parecieran ser -a su parecer- los que mejor (o menos peor, si pudiera decirse) se acercaban a una descripción lo más aproximada y lo menos inexacta posible de eso que creemos conocer como realidad.

590
Carpe diem (y el último, que apague la luz). En el supuesto caso de que fuese cierto que cualquier tiempo pasado fue mejor, también debería serlo que cualquier tiempo futuro será peor.


591
(La crisis de nunca acabar.) Cuando vimos llegar a los rescatadores nos preguntamos si no sería ahora cuando de verdad nos estaban secuestrando.


592
Ya le dijimos a papá, quien -con el fin, según expresión muy suya, de “hacerlo cada vez más realista” (¿será por eso que desde el primer momento nunca ha faltado la nieve?)- tiene la inveterada costumbre de añadir todos los años alguna novedad al belén, que no incorporase el castillo de Herodes. El riachuelo, cuyas aguas siempre habían sido limpias, claras, diáfanas, cristalinas, transparentes, tiene ahora un turbio color rojizo, que sólo puede ser debido a que desde la última aportación de papá arrastra en su corriente la sangre derramada de los Santos Inocentes.


593
Creía que su destino no podría ser el infierno, pues durante toda su vida nunca había sentido verdadero odio por nadie. Creía también que su destino tampoco podría ser el cielo, pues durante toda su vida nunca había llegado a sentir un verdadero afecto por alguien. Intuía que su destino sólo podría ser el limbo, ese difuso lugar intermedio donde reina la indiferencia, esa penosa indiferencia que lo había dominado durante toda su vida, indiferencia con respecto a todo y a todos, indiferencia -principalmente y sobre todo- respecto de sí mismo.


594
Hay que ser Proust para escribir como él lo hacía y no ser cursi. Hay que ser Kafka para escribir como él lo hacía y no parecer inverosímil. Hay que ser Borges para escribir como él lo hacía y no resultar pedante. Imitadores, epígonos, secuaces todos, absteneos de pecar o, de lo contrario, seréis castigados por donde más hayáis pecado. (Abstengámonos... seremos... hayamos...)

595
Esta mañana, poco antes de levantarnos, mi perro me ha dicho que quería el divorcio. Lo más extraño no es que mi perro haya hablado, sino -creo que ya lo dije en otra ocasión- que no tengo perro. Y, además, tanto mi inexistente perro como yo, al menos que se sepa, somos solteros.


596
¿Qué clase de dios (o Dios, o lo que demonios o diablos sea) habrá sido capaz de condenar al ñu (¿cuál de estos inocentes herbívoros habría cometido su pecado original?) a esa horrible y recurrente elección (horrible sobre todo por recurrente) entre detenerse ante la orilla del río y morir de hambre o decidirse de una vez por todas a cruzar el cauce en busca de nuevos pastos, arriesgándose a ser devorado por los cocodrilos?


597
Memoria histórica reciente: al igual que, según se dice, los amos acaban pareciéndose a sus perros, ¿por qué será que todos aquéllos (y también aquéllas; no desespere que no nos olvidamos de usted, sonriente, zarzuelera y chulapona lideresa) que tuvieron en su día su correspondiente muñeco en los inolvidables y añorados guiñoles de Canal+ han terminado pareciéndose tanto a sus dobles de látex, incluso habiendo llegado a ser algunos (y sobre todo algunas) más monigotes que su propio monigote?


598
El prólogo de la biografía de Marcel Proust escrita por George D. Painter termina con una pregunta que formularon al mencionado biógrafo y que éste califica, muy justamente, de profunda: “¿Quién es Swann?” El señor Fuster, como recordaba Segismundo, decía que esta pregunta era una suerte de palimpsesto que encubría la que para él sería la verdaderamente profunda y fundamental pregunta: ¿Quién -y por qué- contó al Narrador la historia de los amores de Swann?


599
Pero eso son dos preguntas, dijo el genio de la lámpara. Y yo, señores míos, añadió mientras volviendo a convertirse en evanescente e inaprensible columna de humo regresaba a su refugio, había ofrecido contestar solamente una.


600
Como, según se dice, no hay dos sin tres, nos apresuramos a preguntar: ¿Murió realmente Albertine? Pero el genio respondió acabando de esfumarse (nunca mejor dicho) de vuelta a su refugio.


601
Sí, es cierto. Si se releen detenida y un tanto puntillosamente los tres parágrafos anteriores, las preguntas serían cuatro. Pero es como aquello de los mosqueteros, que el último de ellos no le cabía a Dumas en el título.


602
Esto no debe de ser nuevo: no hay que creer en nada ni en nadie.


603
Y esto otro, quizá tampoco: no hay que creer en nada ni en nadie, ni siquiera en que no hay que creer en nada ni en nadie.


604
De donde se deduce que la frase “creo que no hay que creer en nada ni en nadie” debería corroer como un ácido la lengua de quien la pronunciara.


605
Pero, bueno, a ver si nos aclaramos, diría el señor Fuster, ¿usted cree en algo o en alguien, sí o no?


606
Pues... creo que no, respondería dubitativamente el interpelado; es decir, añadiría con cierto escozor en la lengua, creo que no creo en nada ni en nadie.


607
Me parece, concluiría el señor Fuster, que quizá sin comerlo ni beberlo y muy posiblemente habiendo descubierto un mediterráneo sin saberlo, ha elaborado usted, de manera un tanto confusa, una, por así denominarla, reformulación de la paradoja del mentiroso, reformulación que habríamos de bautizar ahora con el nombre de paradoja del creyente..., o del no creyente...; o del crédulo..., o del incrédulo...; pues ha conseguido usted que yo haya terminado hecho un verdadero lío.


608
¿Podría ushted enviarme una copia de eshash paradojash?, solicitó cautelosamente desde su recóndito escondite cierto mendaz y voluble presidente de gobierno. (Perdón por el pleonasmo.)


609
Al principio le sorprendió ver aquella cola interminable en el pasillo que conducía hasta la sala del tribunal. Le sorprendió también comprobar que estaba formada no sólo por sus familiares y parientes (en sentido mucho más que amplio, es decir -a continuación, y en adelante, añádase mentalmente el femenino gramatical donde convenga-: abuelos, padres, hermanos, esposa, hijos, nietos, suegros, consuegros, cuñados, concuñados, tíos y sobrinos carnales, primos hermanos, tíos y sobrinos y primos políticos o en segundo y hasta tercer grado, tíos abuelos, sobrinos nietos...), sino también por todos sus amigos, desde los que lo habían sido solamente durante la infancia hasta aquellos otros cuya amistad se había conservado hasta la muerte, o se había iniciado en años de adolescencia o de juventud o incluso ya de madurez, o había durado un tiempo limitado en distintas etapas de la vida; y aún había más: estaban también presentes sus novias anteriores a la definitiva, sus jefes y compañeros de trabajo, incluso gentes con las que a lo largo de su existencia había tenido un contacto apenas superficial, ocasional y, muchas veces, fugaz, como, por ejemplo, aquel camarero que nunca olvidaba que el café le gustaba muy corto, aquella cajera del banco que siempre le reservaba billetes nuevos para las estrenas de Navidad, aquella vendedora del cupón de los ciegos a la que ayudaba habitualmente a cruzar el paso de peatones, aquel vendedor de enciclopedias a domicilio que lo persiguió infructuosamente durante meses o, para no ser exhaustivos, aquel conductor desconocido al que nunca jamás volvió a ver (y del que en otras circunstancias nunca se hubiese acordado) después de haber mantenido con él una agria disputa circulatoria. A medida que avanzaba por el pasillo, la sorpresa fue menguando. Se dirigía hacia su Juicio Final, y comprendió que ése (o eso) que iba a ser juzgado era aquello que siempre había conocido convencionalmente como yo. Pero comprendió también que ese tal yo no era solamente el que, en forma de consciencia e inconsciencia, de memoria y de recuerdos, residía en el interior de su cabeza, sino también ese otro -desconocido para él- que, aunque fuese de manera superficial, ocasional y hasta fugaz, ocupaba un hueco, mayor o menor o incluso mínimo, en las cabezas de todos y cada uno de los integrantes de aquella interminable cola. Cuando se disponía a abrir la puerta de la sala miró un instante hacia atrás, y la postrer visión de aquella multitud le hizo pensar que si ahora era su turno como imputado, más adelante le correspondería -igual que en este momento a los que aguardaban en el pasillo- comparecer como testigo en los correspondientes juicios de todos y cada uno de ellos. Y pensó también que el proceso, en todas sus acepciones, podría -pues todo el mundo, además de imputado en su propio juicio, sería múltiples veces testigo en los de otros- prolongarse hasta el infinito. Quiso animarse con una ocurrencia humorística, y se dijo que si esa administración de justicia era tan veloz como la que él había conocido en vida, esto podría convertirse en el Juicio de Nunca Acabar. Aunque era muy posible que a los del tribunal no se les diera un ardite. Al fin y al cabo, tenían toda una eternidad para ir dictando sentencias.


610
El gesto ceñudo del tipo del mostrador de recepción al comunicarle su destino no logró amargarle la alegría que le produjo saber que lo alojaban en uno de los pisos altos. En realidad, pensó mientras el ascensor lo llevaba hacia arriba, se hubiera conformado con un primer piso, incluso con la planta baja. Lo importante era estar sobre la superficie y no bajo ella, en los calurosos y sofocantes subterráneos. Cuando el ascensor se detuvo y se abrieron las puertas, encontró ante él una inmensa pradera en la que un ruidoso ejército de pieles rojas a caballo asaeteaba y alanceaba sañudamente una manada de indefensos bisontes. Cada vez que uno de los bisontes era alcanzado, caía sobre la hierba emitiendo un horrendo bramido de dolor, tan lastimero en ocasiones que parecía un verdadero alarido humano. Pero, de inmediato, el bisonte se levantaba, el piel roja recuperaba la lanza o la saeta y vuelta a empezar. Un inequívoco y perpetuo paraíso para los pieles rojas, desde luego, y un inequívoco e interminable infierno para los bisontes. Aquello le hacía recordar los siniestros ejercicios espirituales con los que año tras año lo habían atormentado los curas del colegio, y la tremebunda historia de la hormiga que caminaba durante siglos y milenios sobre una rueda de molino hasta conseguir desgastarla por completo (“y todo ese tiempo será como una gota de agua en el océano comparado con la eternidad de las penas del infierno”), y la no menos tremebunda amenaza de aquel fuego que quemaba sin consumir. Para los pobres bisontes aquello debía de ser algo parecido, con la diferencia de que, en lugar de fuego, lo que a ellos los atormentaba eran las saetas y las lanzas, las cuales debían de producirles un insoportable dolor lacerante y (quizá nunca mejor dicho) lancinante, pero solamente hiriéndolos, negándoles despiadadamente el consuelo y el descanso de la muerte. Menos mal que él no era un bisonte y que además lo habían enviado a uno de los pisos altos, es decir, al paraíso. Pero había algo que no cuadraba, así que pulsó el botón del interfono del ascensor. “Me temo que alguien se ha equivocado”, dijo; “creo que éste no es el paraíso que me corresponde.” Al momento, la voz -inequívocamente ceñuda- del recepcionista respondió: “Me temo que el equivocado es usted, caballero; su destino no es el paraíso; ha sido alojado ahí arriba porque su infierno está saturado.” Y entonces, en el espejo de la cabina del ascensor, vio que su reflejo empezaba a desvanecerse y que, a medida que eso ocurría, iba siendo reemplazado por el de un pobre, indefenso y aterrorizado bisonte.


611
Vísteme deprisa, que quiero llegar tarde al Juicio Universal.


612
Se dice que en la otra vida volveremos a encontrarnos con nuestros seres queridos. También, se supone, con nuestros amigos y conocidos. Pero, ¿qué ocurrirá con la inmensa legión de desconocidos que igualmente -no hay razón aparente para pensar lo contrario- hallaremos allí? ¿Estaremos fatigosamente obligados a saludarlos cuando nos crucemos con ellos, como es ineludible en esos pequeños pueblos donde todos se conocen; o podremos seguir ignorándolos, como ahora es norma en nuestra civilización urbana?


613
Se dice que cada pueblo tiene el gobierno que merece. Pero si fuese al revés, se le ocurrió de repente a Segismundo, si cada gobierno tuviera el pueblo que merece... (¿No, familia Romanov, Luis XVI, María Antonieta?)


614
(En Valencia, a finales de junio de 2012.) A la vista del apocalíptico (sic) y dantesco (sic, sic) panorama que tenía ante él, Segismundo dudaba entre cuál de dos frases elegir. Una era supuestamente ingeniosa u ocurrente: las llamas no dejan ver el fuego. La otra, descarnada y crudamente realista: las llamas no dejan ver el bosque.


615
¿Adónde diablos o demonios -seguro que habría preguntado con inocultable indignación (María Antonieta, Luis XVI, familia Romanov..., se repetía a sí mismo como una letanía Segismundo) e infinita pena el señor Fuster- habrán ido a parar los árboles que estaban implícitos en el juego de frases del anterior parágrafo?


616
Se ha dicho siempre que los niños vienen al mundo con un pan bajo el brazo. Ahora, además de con el pan (que sigue siendo necesario, y más en estos puñeteros tiempos de puta crisis), nuestros pimpollitos deberían venir con un plantón bajo el otro brazo. De pino, preferentemente, o de cualquier otra especie arbórea, siempre que sea autóctona.


617
Un reloj en marcha en la muñeca de un hombre vivo. Un reloj parado en la muñeca de un hombre vivo. Un reloj en marcha en la muñeca de un hombre muerto. Un reloj parado en la muñeca de un hombre muerto. (Ejercicio: indíquese qué tropos, recursos retóricos, figuras estilísticas o de pensamiento o de dicción, etcétera, incluso -si así se prefiere- qué tipos de secuencias aritméticas o geométricas podrían corresponder a cada una de las frases anteriores por separado, así como -en su conjunto- al orden en que figuran en el parágrafo, añadiendo, en cuanto a este último caso, las respuestas adicionales relativas a todas las demás combinaciones posibles en el orden de estas frases.)


618
Al final, más pronto o más tarde, en lo que podría parecer un acto de póstuma solidaridad, el reloj de pulsera de un muerto dejará de latir y terminará parándose, bien porque se agote la pila, bien porque se acabe la cuerda, bien porque el mecanismo perezca de inanición al no poder seguir alimentándose con el movimiento del brazo del difunto.


619
El cielo nos envió una granizada que arruinó nuestras cosechas. Nosotros, parafraseando -por así decirlo- lo que en otro tiempo hiciera Jerjes cuando ordenó flagelar el Helesponto, tomamos cumplida y justa venganza haciendo que nuestros arqueros enviasen al cielo una lluvia de flechas.


620
(Cfr. Michel de Montaigne, Essais, I,11, citando a Marco Tulio Cicerón, Sobre la naturaleza de los dioses, 3,89.) El santuario tiene tres puertas. Por la puerta del centro se accede a una recoleta, reducida y escueta capilla en la que se celebran los oficios religiosos y se rinde culto a una imagen supuestamente milagrosa. La puerta de la derecha da paso a una pequeña sala de ambiente un tanto sofocante cuyos techo y paredes están cubiertos, sin apenas resquicios, con los exvotos ofrecidos por quienes creyeron haber recibido respuesta favorable a sus ruegos y oraciones. La puerta de la izquierda conduce a una inmensa nave de longitud tan desmesurada que parece llegar hasta el fin del mundo, una inmensa nave de muros y bóveda totalmente desnudos y tan altos que parecen elevarse hasta el firmamento, una inmensa nave donde el sonido parece perderse, como en un pozo sin fondo, en abisales profundidades remotas e incógnitas. Esta inmensa, vacía y silenciosa nave, consagrada a las peticiones desatendidas, es popularmente conocida como la nave de los oídos sordos.

621
Fuenteovejuna, todos a una. Mercados, mercaderes, políticos, banqueros..., todos juntos y a la vez, todos juntos y a una voz nos están diciendo: “Si no tenéis pan, comed pasteles.” Y se atreven a decirlo porque no temen que, a diferencia de otros tiempos (familia Romanov, Luis XVI, María Antonieta..., seguía rumiando Segismundo), podamos darles cumplida y justa respuesta.


622
No se olvide nunca, decía el señor Fuster, que las ruinas lo son porque alguien se encargó de arruinarlas.


623
Y se erigieron estos palacios con las piedras de aquellos templos.


624
Votante, absuélveme porque te he robado.


625
La Historia me juzgará; pero previamente, que es lo que importa, las urnas me habrán absuelto.


626
¿Se puede ser Tres Personas Distintas a la vez y no estar loco?


627
¿Y si realmente -permíteme parafrasearte, querido Shakespeare- fuésemos el sueño (o la pesadilla) de un dios (o Dios) idiota, lleno de ruido y de furia y que no significa nada?


628
(¿Quién osa decir -levanta la cabeza el doctor Freud, cigarro puro en ristre- que los sueños no significan nada?)

629
(Cfr. 331.) Si Dios existe, dijo el señor Fuster en su lecho de muerte, estamos todos perdidos.


630
Sueña el muerto que es mortal y algún día morirá.


631
La pesadilla del muerto es tener que resucitar.


632
Contempladas retrospectivamente, esas fotografías de presidentes de cajas de ahorro fusionadas para escapar de la crisis (fusiones que, contempladas también retrospectivamente, no resultaron ser otra cosa que una suicida huida hacia delante, un desesperado salto en el vacío, un obnubilado avance sobre el precipicio), esas fotografías, decíamos, en las que los presidentes fusionados, luciendo en sus rostros sendas sonrisas delatoramente heladas, alargan los brazos para formar una piña con las manos, esas fotografías, en fin, nos muestran ahora que aquello que las fusionadas manos de los presidentes forman no es una piña, sino una granada -de mano (o de manos), por supuesto- con espoleta de efecto ligerísimamente retardado.


633
Hay una variante de esas fotografías de presidentes fusionados en la que dichos sujetos, sin abandonar en ningún momento la delatora sonrisa helada, nos muestran el puño con el pulgar levantado, aunque, a buen seguro, el dedo que, en su fuero interno, estos individuos nos están mostrando enhiesto es el dedo corazón, también llamado dedo cordial o dedo medio.


634
Sofisma que se ofrece gratuitamente para ser incluido en el argumentario de aquellos políticos (y aquellas también, por supuesto; y más en este caso) que aspiran a conseguir que cierto engendro denominado Eurovegas se instale en el territorio que gobiernan: fumar adelgaza; adelgazar es bueno para la salud; por lo tanto, fumar es bueno para la salud.


635
(...que no hacer aprecio.) Una cosa es despreciar lo que se ignora y otra muy distinta ignorar lo que no se aprecia. Razón por la cual difícilmente -salvo en esta ineludible ocasión- saldrá de la pluma (o del teclado) del irresponsable autor de estas líneas la menor mención a eso que, un tanto abusivamente, algunos denominan fiesta nacional.


636
¿Dónde está la vanguardia?, pregunta el proletariado. ¿Dónde está el proletariado?, pregunta la vanguardia. (O al revés; que, deplorablemente, para el caso es lo mismo.)


637
En los otrora llamados países del Este, aquéllos donde durante varias décadas el Estado fue el patrón o -tanto monta- el patrón fue el Estado, circulaba un chiste político o económico o de economía política o de política económica -monta tanto- que venía a decir más o menos esto: ellos hacen como que nos pagan y nosotros hacemos como que trabajamos. Hoy en día, y no sólo en aquellos países sino también en muchos otros (y quizá muy especialmente en el nuestro), el chiste podría volver a contarse más o menos así: ellos hacen como que nos gobiernan y nosotros hacemos como que nos dejamos gobernar. Aunque, pensándolo mejor, hacemos como que ¿no estaría de sobra en esta nueva versión?


638
La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases... Parágrafo autocensurado a fin de evitar que el irresponsable autor de estas líneas pudiera incurrir en el delito de apología del terrorismo (y no precisamente por motivos relacionados con el nacionalismo -ya sea, en lo tocante a nosotros, centralista o periférico- o con el integrismo religioso).


639
En muchas de esas noches de insomnio o duermevela; en muchas de esas noches de examen de conciencia y vueltas en la cama; en muchas, en fin, de esas noches sudorosas que, como escribió el poeta, las carga el diablo, Segismundo no podía dejar de decirse que toda su vida había sido (y era y nunca dejaría de ser) un fraude, y que él, Segismundo y no otro, era el defraudador y él, Segismundo y no otro, era, a la vez, el defraudado.


640
El desesperanzado oficio de la araña: esperar y esperar y esperar, y nunca jamás desesperar de seguir siempre esperando.


641
Sí, querido Dostoievski; lamentablemente, parece ser que todo parece estar permitido.


642
Si oviesse buen señor. Desgraciadamente, a diferencia de música militar, la expresión inteligencia militar no es (repetimos: no es) un oxímoron.


643
Ya que hemos de morir, suele decir un amigo -un tanto hedonista- de Segismundo, que sea como Félix Faure.


644
Hay personas para las cuales los amores pasados son como uñas o cabellos desprendidos al cortarlos y olvidados de inmediato. Para otras, en cambio, son como esos miembros amputados que, según se dice, se siguen notando todavía al cabo de mucho tiempo, incluso se sigue sintiendo todavía que nos duelen. (Aunque quizá se pueda, sin tener forzosamente por ello que estar loco, pertenecer a ambos tipos de personas; si no a la vez, al menos alternativa o sucesivamente, a edades diferentes o en diferentes circunstancias o momentos de la vida.)


645
A veces, y con más frecuencia en estos últimos y puñeteros tiempos de puta crisis, Segismundo sentía unas ganas irresistibles de calzarse los zapatos de la Reina de Corazones, vestirse con  su traje, ceñirse su corona y ponerse a cortar cabezas a troche y moche.


646
Si yo fuese Dios, solía decir el señor Fuster, probablemente haría ya bastante tiempo -quizá desde aquello de hágase la luz- que me habría presentado a mí mismo una moción de censura y una enmienda a la totalidad.


647
República de Utopía: primero se prohibirán los coches; después, las motos; y, finalmente y por fin (además de los patines, monopatines y patinetes), las bicicletas. El que quiera pasear por la ciudad, ¡oh felicidad!, no tendrá más remedio que hacerlo de la manera más civilizada y natural: caminando o, lo que es lo mismo, a pie; es decir, andando.


648
¿Alcanzará también la Redención a los neandertales?


649
¿Y a los alienígenas, suponiendo que los hubiere?


650
¿Qué fruto ofrecería la Serpiente a una Eva androide (o quizá fuese más correcto decir ginoide)? ¿Una naranja mecánica, posiblemente?


651
(Al mariscal Kim Jong-un, con nuestros mejores deseos para su atribulado país.) Va por el mundo con sempiterna cara de lunes, de sopor, de duermevela. No me despierten, parece suplicar la amodorrada expresión de su rostro; déjenme seguir dormitando, muriendo en vida.


652
¿Apolo y Dioniso? ¿Eros y Tánato? No, solía decir el señor Fuster en las extraordinarias ocasiones en que se permitía sobrepasar un moderado y aceptable nivel de intoxicación etílica; el verdadero, el soterrado enfrentamiento desde siempre -aunque también asunto entre griegos, como se verá enseguida- es el de Atenas y Esparta. Hasta ahora, diga lo que diga la Historia, espiritualmente al menos siempre ha ganado y sigue ganando Atenas. Y así nos ha ido. Y así nos va. Y así nos seguirá yendo.


653
Desde su milenaria atalaya en el centro del universo, Confucio, acariciando su gato blanquinegro, contempla el parágrafo anterior y, parafraseando a un tal Unamuno, exclama: ¡Occidentales, os pierde la estética!


654
Sabía muy bien (lo sabía perfectamente) que si algún día ganaran los suyos, él, Segismundo y no otro, sería el primer y principal derrotado.


655
Escatología económica (o economía escatológica) para tiempos de crisis: es necesario que muráis para que podamos resucitaros.


656
Cuando decimos de algún determinado comportamiento que es muy humano, cuidado, avisaba el señor Fuster; probablemente, con ese predicado podríamos estar tratando de justificar, o al menos intentando explicar o comprender, un determinado acto que en realidad quizá proceda de la parte más animal de nuestro ser.


657
Hay voces, posiblemente no del todo faltas de razón, que ante la catastrófica y desastrosa situación actual dicen que habría que botar a los irresponsables votados que han sido responsables de tanto desastre y de tanta catástrofe. De acuerdo, quizás; pero entonces, ¿no habría que botar también a los no menos responsables votantes que tan irresponsablemente votaron en su momento a los votados?


658
Paliativo para estos (y cualesquiera otros) puñeteros tiempos de puta crisis: tómese un mucho del burlón y risueño Demócrito y un bastante del compasivo y lacrimoso Heráclito, mézclese, agítese y se obtendrá un agradable aunque agridulce (y viceversa) sabor a Billy Wilder.


659
Año 2012 después de Cristo (año del fin del mundo, según parece que vaticina cierto calendario maya). Incendios forestales, escalada de la prima de riesgo, sequía prolongada, hundimiento de las bolsas..., y así sucesivamente..., y etcétera, etcétera, etcétera (con especial mención para los ancianos, los dependientes, los enfermos crónicos, los hipotecados desahuciados o por desahuciar y para todos aquéllos -jóvenes y no tan jóvenes- que no tienen trabajo -o lo han perdido- ni esperanza de tenerlo -o de recuperarlo- algún día)... La realidad se revuelve y se enrosca sobre sí misma y se convierte en metáfora de la realidad. El que alguna vez dijera que la realidad supera al arte tendría que decir ahora que la realidad supera a la realidad.


660
Michel de Montaigne, Essais, I,52, De la austeridad de los clásicos. Hay textos que, aun teniendo más de cuatro siglos, son como esa planta llamada siempreviva, textos inmarcesibles que parecen escritos hoy mismo o pensando premonitoriamente en hoy mismo. El antedicho, por ejemplo, que habla -a quien quiera entenderlo- de eso (pero también de mucho más que eso) que quienes hoy empuñan las tijeras y las hachas y las motosierras califican de chocolate del loro (coches oficiales, injustificables gastos justificados, asesores innecesarios, organismos superfluos...) y que, aunque solamente fuese por dar ejemplo, debería ser lo primero en recibir la caricia de esas afiladas herramientas con las que tanta sangre impotente -que ha pagado de su bolsillo, no se olvide, ese chocolate y ese loro y tantos otros despilfarros- se está derramando.


661
En esas sudorosas noches de examen de conciencia (recuérdese: 639), Segismundo se preguntaba a veces qué diablos o demonios había hecho con él la vida, o él con la vida, para que prefiriese estar solo a bien acompañado.


662
¿No sería esa preferencia por la soledad -se interrogaba a veces como respuesta- algo así como una suerte de pena, de condena, de expiación, de penitencia, en fin, impuesta al defraudador (Segismundo, recuérdese, y no otro) por el defraudado (recuérdese también: Segismundo y no otro)?


663
Citando infielmente -y parafraseando- a Proust (Jean Santeuil) cuando cita infielmente a La Bruyère: “Nada se parece menos -aunque pretenda parecerse- a la verdadera amistad que esas relaciones que cultivamos en interés de nuestros intereses.”


664
Nunca (¿nunca?; ojalá ya no lo hubiera entendido entonces) he logrado entender por qué diablos o demonios los curas del colegio nos imponían como penitencia, para darnos la absolución tras una confesión rutinaria, rezar tantos padrenuestros, tantos avemarías y tantos glorias. ¿En tan baja consideración tenían las oraciones, las plegarias, todo aquello que en definitiva, según ellos mismos, era conversación con Dios o con sus ángeles y santos o con su santísima madre? ¿En tan baja estima que, no sé si inadvertidamente, lo hacían equiparable a esos castigos que consistían en escribir cientos o miles de veces la conjugación de un verbo o la declinación de un sustantivo latino o la conminatoria frase no volveré a hablar en clase?


665
Del hecho innegable de que a lo largo de la Historia haya habido y siga habiendo una multiplicidad de religiones, muchos han deducido que sólo una de ellas puede ser la verdadera, dado que parece indudable, a poco que se examinen sus elementos fundamentales, que todas no pueden serlo a la vez. Lo que posiblemente esos muchos hayan pasado por alto es que no hay ningún principio lógico que impida que todas las religiones, absolutamente todas, puedan ser falsas a la vez.


666
Segismundo, Segismundo..., no olvides nunca, hijo mío, lo que dijo el sabio Pitágoras: todo, absolutamente todo, es Número.


667
Los jugadores de los dos equipos, encabezados por sus capitanes, saltan al campo desde el túnel de vestuarios. Al poner pie sobre el césped, ambos capitanes se santiguan. En la quiniela celestial, Dios pone una equis. Resultado del encuentro: empate a cero.


668
Pues sí, como tú dijiste, querido Shakespeare, igual que moscas para niños juguetones somos nosotros para los dioses, que nos matan para su diversión. Pero si resulta que no hay dioses, entonces, ¿quiénes diablos o demonios son los que nos están matando, los que están jugando y divirtiéndose de tan mala manera con nosotros?


669
Hay un remedio que lo cura todo pero, como parece peor que la enfermedad, muchos prefieren (¿preferimos?) seguir vivos aun a costa de seguir enfermos.


670
No juzguéis... (Mt 7,1). Podrán quitárnoslo todo, piensan algunos, excepto la muerte. Posiblemente por esa razón, cuando creen estar sufriendo o a punto de sufrir (piénsese, por ejemplo, en nuestras tan loadas Numancia y Sagunto) el mayor grado de expolio, muchos de esos algunos prefieren no seguir viviendo, y unos pocos de entre ellos -quizá los más heroicos, quizá los más fanáticos, quizá todo junto y a la vez- prefieren, como postrera vindicación, morir matando.


671
...y no seréis juzgados (Lc 6,37). El otro día, zapeando para escapar de la insoportable publicidad que tan enojosamente interrumpía la emisión de una interesante película, oí decir por casualidad a una supermegapija (de cuyos nombre -se dice el pecado...- y artística profesión no quiero acordarme) en un hediondo y muy exitoso programa de televisión, del que salí huyendo tan velozmente como me lo permitió el mando a distancia, que estaba “supermegadisgustada” por no sé qué supermegapijada (de la que también me niego a hacer memoria) relacionada, por lo que no pude -o quizá no quise- evitar llegar a oír, con cierto encontronazo que había tenido con una manifestación de justamente indignados y cabreados -por injustamente recortados- funcionarios públicos. Al parecer, la no mencionada cantante (vaya, al final me acordé de algo) estaba pidiendo, en su aparición en ese exitoso y muy hediondo programa televisivo, públicas disculpas -quizá un tanto a regañadientes- por el incidente con los funcionarios. Disculpada queda. Aunque lo de súper tiene tan difícil perdón como lo de mega. Y lo de supermega, desde luego, es franca, absoluta y totalmente imperdonable. (Dejamos al cuidado del lector la tarea de hacer el inventario de los juicios de valor que, disfrazados de adjetivos, pueblan las líneas del presente parágrafo.)


672
Ante la muerte, como dijera Montaigne (Essais, II,6), todos somos aprendices cuando nos llega. Nadie tiene, sobre ella, experiencia alguna que nos pueda transmitir. Nadie debería entonces, señores clérigos, arrogarse el derecho de dar lecciones a nadie sobre algo que todos, absolutamente todos, empezando por los sedicentes maestros, desconocemos.


673
No temo la muerte, dijo en cierta ocasión a Segismundo un buen amigo suyo (fallecido súbitamente hace algún tiempo), porque entonces ya estaré muerto. Temo morir, le dijo a continuación, porque en ese momento de tránsito todavía estaré vivo.


674
¿Por qué decimos solamente en algunos casos y no en todos fallecido súbitamente (o repentinamente, o de súbito, o de repente...), si todos, absolutamente todos sin excepción, pasamos de la vida a la muerte en una microscópica microfracción de microsegundo?


675
Pues sí, efectivamente; parece ser, según los últimos descubrimientos, que el vacío no está vacío sino que está lleno... de vacío. (Aunque para vivir tranquilos, para dormir mejor, para que la cosa -en fin- no parezca tan absurda, a ese vacío que llena el vacío hemos convenido llamarlo campo de Higgs.)


676
Durante mucho tiempo, Segismundo pensó que la religión era la más alta expresión de la literatura fantástica. Hasta que un buen día descubrió que, dentro de ese mismo género, era infinitamente superior la física cuántica.


677
Dicho de otro modo: ¿Para qué inventar absurdos cuando tenemos tan a mano la realidad?


678
Esos desdichados momentos en que una pérfida melancolía nos asalta haciéndonos soñar con una vida diferente, aunque, más que con lo que pudo haber sido, con aquello que nunca habría podido ser y que por lo tanto no fue.


679
¿Por qué te sientes tan empalagosamente halagada cuando, respondiendo a tu pregunta, tu pretendiente asegura quererte porque eres única, singular, diferente? Mejor harías en decirle que inventara otra mentira, ya que no hay nada de exclusivo ni de particular en esas cualidades; son, precisamente, de lo más común, y las compartes con el resto de los mortales, pues nunca se ha dado el caso -ni siquiera entre gemelos univitelinos- de que dos personas fuesen total y exactamente iguales. Tampoco hay mérito alguno en tener esas cualidades; no son obra tuya, sino atributos congénitos, simple accidente de nacimiento.


680
Engendrado, no creado (Genitum, non factum). Otra que no hay dios (o Dios) que la entienda. Ni el Espíritu Santo sería capaz de explicarla.


681
De todo lo visible y lo invisible (visibilium omnium et invisibilium). Y el caso es que el pirado que se inventó el Credo -Dios, qué buen vasallo- como poeta no era malo del todo.


682
Segismundo nunca podía dejar de preguntarse por qué razón a sistemas de adoctrinamiento tan parecidos, tan similares que quizá en el fondo fuesen lo mismo, en algunos casos se les llamaba catequesis y en otros lavado de cerebro.


683
(Cfr. 629.) Maledicentes lenguas aseguran que las últimas palabras del señor Fuster en su lecho de muerte, pronunciadas en un más que dudoso, oxidado y macarrónico latín, fueron (a modo de un muy particular y sui géneris delenda est Carthago): “Delenda sunt omnia.” Lo que, conociendo al señor Fuster, podría ser traducido -quizá un tanto libremente- más o menos como: “Al diablo y al demonio y al carajo y a la mierda con todo.”


684
El viejo solterón murió solo, en la calle, fulminado por un infarto camino de casa cuando volvía de comprar el pan. Fíjate, en la calle, cargado con el pan; ¿no podía haberle sucedido en casa, antes de salir a comprarlo?, se lamentaban sus lejanos herederos.


685
Preguntado el imaginario presidente del gobierno de un no menos imaginario país (al que algunos, quizá no sin razón, se empecinaban en llamar Estado) sobre cuáles eran, además del fútbol y el ciclismo, sus aficiones preferidas, sorprendió doblemente a todo el mundo: en primer lugar, al responder inusitadamente la pregunta; y en segundo, al decir, entre bocanadas de humo de cigarro puro, que le gustaban mucho la música, el cine y la literatura. Para colmo de sorpresas, detalló, siempre entre bocanadas, sus obras predilectas en cada uno de los antedichos campos artísticos. Música: Romanzas sin palabras de Felix Mendelssohn Bartholdy y Música callada de Frederic Mompou. Cine: El hombre que nunca existió de Ronald Neame y El hombre que nunca estuvo allí de Joel y Ethan Coen. Literatura: El hombre invisible de Herbert George Wells y El caballero inexistente de Italo Calvino.


686
Si hay alguna respuesta, decía el señor Fuster, la única posibilidad de hallarla es haciéndose las preguntas correctas.


687
De donde se deduce, pensaba Segismundo, que para hallar la respuesta es necesario primero encontrar las preguntas.


688
Desengáñate, Segismundo, hijo mío; la única respuesta es que todos, absolutamente todos sin excepción, habremos de dejar un día u otro de hacernos preguntas.


689
Interpretar el mundo o cambiarlo. Pues sí, querido Marx; efectivamente, parece ser que ésa sigue siendo la cuestión.


690
Segismundo, como casi todos, también pasó ese sarampión cultural juvenil que en determinadas épocas nos hizo preferir (y quizá en muchas ocasiones sobrevalorar) cierto tipo de obras literarias y cinematográficas de cuyos autores (calígrafos los llamaba) decía el señor Fuster que sabían contar muy bien; la pena, añadía, era que la mayoría de las veces no contaban nada; o al menos, concluía, nada realmente merecedor de ser contado.


691
Érase una vez un reflejo y una sombra que un buen día se confabularon para acabar con aquél que llevaba toda una vida esclavizándolos.


692
Si los espejos reflejan la luz y si las sombras son ausencia de luz, entonces, ¿por qué diablos o demonios las sombras también se reflejan en los espejos?


693
Cada vez que una sombra se mira al espejo recuerda oscuramente un antiguo crimen (cfr. 691), la asalta un sordo remordimiento por un remoto pecado original cometido por alguien de su especie. Conserva también en lo más profundo de su memoria la vaga noción de un cómplice; y la sumergida noción de esa complicidad, al despertarse y salir a flote, le hace apartar abruptamente la mirada del espejo y sentir un miedo cerval de su reflejo.


694
Como ya se ha visto (cfr. 692), las sombras se reflejan. Pero, ¿sabe alguien si también proyectan sombra? (La respuesta, según cual fuese, podría tranquilizar o, por el contrario, sumir definitivamente en la desesperación a la despavorida sombra del parágrafo anterior.)


695
El reflejo de una sombra es a la sombra de un reflejo como la sombra de una sombra no es al reflejo de un reflejo.


696
Dejamos al cuidado del desocupado lector la tarea de proseguir, si así le place, la combinatoria de todos estos elementos (sombras, reflejos, reflejos de sombras, sombras de reflejos, sombras de sombras, reflejos de reflejos, todo ello elevado al cuadrado o al cubo o a cualquier enésima potencia, y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera), ya que de ser el irresponsable autor de estas líneas quien la prosiguiera correría grave riesgo de abusar de la benevolencia del amable y gentil lector.

697
Anteanoche soñé que a mi dentadura postiza, que como de costumbre reposaba dentro de un vaso en la mesilla de noche, le crecía un par de puntiagudos y afilados colmillos mientras en un lejano reloj de torre sonaban doce campanadas. Por la mañana, cuando iba a afeitarme, observé que en el lado izquierdo del cuello tenía dos puntitos sanguinolentos, como una mordedura de víbora o una doble picadura de mosquito. Anoche, aunque no creo en ciertas cosas, dormí, por precaución, con la dentadura puesta. No recuerdo lo que haya podido soñar, si es que he soñado algo; pero esta mañana, al levantarme, he visto que la maldita víbora o el condenado mosquito o lo que diablos o demonios sea había dejado su duplicada marca en la parte interior de mi muñeca izquierda.


698
Al despertar, Coleridge encontró en su mano la flor que, como prueba de que había estado allí, le dieron al atravesar el paraíso en un sueño. Entonces ¿qué?, se preguntó.
699
Cuando el dinosaurio despertó, Monterroso todavía estaba allí.


700
¿Recuerdan (cfr. 152) al viejo que todos los días paseaba sus dos perros y que después paseaba un solo perro? ¿Lo recuerdan? Pues olvídenlo, porque ya no queda viejo; y, por no quedar, ya no queda ni perro. Puta natura y puñetera vida... O al revés, que para el caso es lo mismo.


701
Qué ingente cantidad de cordura, se admiraba el señor Fuster, fue necesaria para construir esa locura tan descomunal que es la gran pirámide.


702
Fe de erratas: en el parágrafo anterior, donde dice gran pirámide debería decir bomba atómica.

703
Como querer encontrar refugio, amparo y consuelo intentando sentarse en el propio regazo.


704
Rey Midas, maldijo la gitana, deseos tengas y los cumplas.


705
Se convoca concurso oposición con la finalidad de cubrir una plaza de proveedor de frases campechanas para uso de su majestad el rey.


706
Si la burbuja ya nos hizo muy malos, la crisis nos está haciendo mucho peores.


707
Una alargada nube, afilada como una navaja, se dirige hacia el disco lunar. Cuando parece que vaya a cortarlo, del mismo modo que Luis Buñuel hacía con un ojo en Un Chien Andalou, entonces, en ese preciso instante, la nube pasa por detrás.


708
A ver si lo entiendo, dijo san José: Jesús es hijo de Dios Padre, pero fue concebido por obra del Espíritu Santo...; y yo, cabronazo de mí, soy el que ha tenido que correr con todos los gastos.


709
¿Puede haber un objeto más inútil y a la vez más estúpido que un cilicio?... Un flagelo, quizás.


710
La gente religiosa suele tener la piel muy delicada, y es bastante proclive a sentirse objeto de burla o de ofensa ante el menor comentario crítico o irónico en relación con sus creencias. Pero los ateos o agnósticos o incrédulos o no creyentes o descreídos o renegados o apóstatas o como diablos o demonios quiera llamarnos esa gente religiosa ya quisiéramos, ya, ser objeto simplemente de burla y hasta de ofensa, y no de anatema o fetua (con su correspondiente secuela de lapidación, ahorcamiento, decapitación u hoguera) como lo hemos sido siempre -absolutamente siempre- que las circunstancias históricas lo han permitido.


711
Si fueses alguien en el mundo de las letras, a lo mejor osarías escribir algo así, o por el estilo: Domingo. Voy al quiosco a comprar la prensa. Aceras intransitables, infestadas de meadas y cagadas de perro. Sí, posiblemente lo escribirías; y a buen seguro más de uno encontraría en esas frases algún sentido profundo y trascendente. Pero como no eres nadie, prefieres abstenerte de escribir una tontería como esa. (Aunque, bien mirado, al final, disimulando, la has escrito.)


712
Es necesario -decía, no sin cierta melancolía, el señor Fuster- haber desperdiciado toda una vida leyendo mucho, leyéndolo casi todo (leerlo todo sería imposible; exigiría el desmesurado sacrificio de desperdiciar muchas vidas), para llegar a la conclusión de que es muy poco, en realidad casi nada, lo que verdaderamente vale la pena y merece ser leído.


713
Qué poco he leído todavía -piensa Segismundo, mirando el reloj de sus ya abundantes años como si temiera llegar tarde a algún sitio-, qué poco; y cuánto me falta leer aún para poder estar de acuerdo algún día con lo que tan melancólicamente decía el señor Fuster.


714
Tan sencillo como la cuadratura del círculo: si permitimos que se les siga llamando derechos sociales tendremos que asumir el riesgo de que quienes aún no disfrutan de ellos nos los exijan. Pero si pasamos a llamarlos privilegios, no sólo evitaremos ese riesgo, sino que además podremos privar de sus derechos a quienes ya los disfrutaban. Para que luego digan que Dios no es bueno y que no es el lenguaje lo que nos hace humanos.


715
No, mi desvariado Pascal, no. Dirás a tu compadre Agustín que si hay un dios (o Dios) que nos creó sin nuestra intervención, será obligación suya salvarnos sin nuestra participación.


716
En el supuesto de que hubiera un dios (o Dios) y que fuese tal como lo han imaginado quienes lo inventaron, ¿no debería parecernos mucho más convincente la diáfana doctrina de la predestinación que todos esos enrevesados argumentos con los que se pretende justificar el libre albedrío?


717
Llamados, pero no escogidos: Grosics; Buzanszky, Lorant, Lantos; Bozsik, Zakarias; Budai (Toth), Kocsis, Hidegkuti, Puskas y Czibor. (Inglaterra, 3 - Hungría, 6; 25 de noviembre de 1953. / Alemania Federal, 3 - Hungría, 2; 4 de julio de 1954.)


718
Ningún cisne habrá de cantar mejor nunca jamás: Domínguez; Marquitos, Santamaría, Pachín; Vidal, Zárraga; Canario, Del Sol, Di Stéfano, Puskas y Gento. (Real Madrid CF, 7 - Eintracht Frankfurt Fußball AG, 3; 18 de mayo de 1960.)


719
Crainte mauvaise. Crainte, non celle qui vient de ce qu’on croit Dieu, mais celle de ce qu’on doute s’il est ou non. La bonne crainte vient de la foi, la fausse crainte du doute; la bonne crainte jointe à l’espérance, parce qu’elle naît de la foi et qu’on espère au Dieu que l’on croit; la mauvaise jointe au désespoir parce qu’on craint le Dieu auquel on n’a point eu foi. Les uns craignent de le perdre, les autres de le trouver. Cuando leía y releía este pensamiento de Pascal, Segismundo se preguntaba si algún día lograría limpiar la cabeza completamente, hasta el último rescoldo, de toda la mierda que los curas del colegio metieron en ella a esa maleable edad en que tan poco costaba aceptar que existían las hadas como que hubo una época remota en que los perros hablaban o que los Reyes Magos podían repartir juguetes en miles de ciudades a millones de niños a la vez.


720
El navegante huye de sí mismo hacia fuera; el monje, hacia dentro.


721
¿Por qué seremos tan incapaces de disfrutar del reposo sin habernos fatigado previamente?


722
Hipócrita escritor de mierda; si supieras lo que es parir, no lloriquearías tanto.


723
¿Puedes probar, me preguntaron, que eres real, que no eres un sueño? No, respondí, no puedo probarlo; simplemente, lo sé. Y en ese momento, cuando resonaba todavía en mi cabeza el eco prolongado de la última e, entonces, en ese mismo momento, desperté.


724
Al pasar junto a la terraza de un bar en una de las zonas turísticas más concurridas de su ciudad, Segismundo cogió al vuelo un conato de disputa entre un mendigo y un camarero: el segundo acusaba al primero de haber robado la propina que un cliente había dejado en una de las mesas. Prosiguiendo su paseo, Segismundo, que es un tanto dado a las novelerías, imaginó que la disputa iba a más, que los contendientes llegaban a las manos y que al final terminaba corriendo la sangre. Como colofón, Segismundo, que también es un tanto proclive a la demagogia, anotó la siguiente reflexión en su cuaderno: La diferencia entre matar por un euro o hacerlo por muchos millones es que en este último caso el crimen suele quedar impune.


725
Lo malo, mi pesimista Pascal, no es estar condenados a la muerte, lo que no depende de nosotros, sino estar condenados a la vida, lo que sí depende de nosotros (de un nosotros que incluye a vosotros e incluye también, y sobre todo, a ellos).


726
¿Dudar de la duda sería estar seguro?, preguntó una vez a Segismundo el señor Fuster. Y Segismundo sigue sin haber hallado respuesta.


727
Porque “dudar de la duda no sería estar seguro, sino dudar al cuadrado” más bien parece un mal chiste que no una buena respuesta.


728
Y, además de ser un mal chiste, nos conduciría hacia algo así como la duda de nunca acabar, pues vendría a continuación la duda de la duda al cuadrado, lo que sería la duda al cubo, de la cual también habría que dudar, y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera..., hasta que la muerte -que parece ser lo único indudable- nos separase de la duda.


729
Filósofo de pacotilla, pensador de baratillo; si supieras lo que es parir, no divagarías tanto.


730
Segismundo siempre había pensado que no podía haber nadie más despreciable (ni la posible hambre de unos hipotéticos hijos sería atenuante) que el ladrón que acecha en los alrededores de una oficina bancaria para, aprovechándose de la debilidad e inferioridad físicas de los ancianos, robar la magra pensión que un jubilado o una viuda indefensos acaban de cobrar. Pero parece ser que hay sujetos todavía más despreciables. Y que no hace falta esperar a salir del banco o la caja de ahorros para ser víctima de un atraco. Basta con entrar allí y encontrarse con un gestor comercial, un asesor financiero o un director de sucursal lo bastante desaprensivos (aunque quizá no tanto como los grandes estafadores -menudos individuos- que dirigen a todos esos tipos) como para, aprovechándose de la ignorancia financiera de esos mismos ancianos, endosarles fraudulentamente, a ellos y a otra gente ignorante e indefensa entre la que hay incluso algunos pobres analfabetos que firman con la huella del pulgar derecho, un producto de destrucción masiva de los ahorros de toda una vida denominado participaciones preferentes.


731
Anoche, cuando iba a acostarme, al quitarme las gafas para depositarlas en su funda (en realidad, más que de una funda o una bolsa flexibles se trata de un estuche rígido, si no es redundancia o pleonasmo) y dejarlas a buen resguardo sobre la mesilla de noche como es mi costumbre, vi que los globos oculares se habían quedado adheridos a los cristales de las gafas. Pensé que, del mismo modo que -según se dice- todo lo que sube termina bajando, todo lo que se va terminará volviendo, y que cuando a la mañana siguiente me pusiera de nuevo las gafas, los globos regresarían a sus órbitas y el orden natural de las cosas quedaría restablecido. Deposité, así pues, las gafas en su estuche sin mayor preocupación; pero al cerrarlo, todo se oscureció. Eso me obligó a buscar a tientas infructuosamente el interruptor de la luz con objeto de apagarla, pues habría jurado que seguía encendida, hasta que caí en la cuenta de que, con el estuche cerrado y las cuencas vacías, maldita era la falta que me hacía proseguir con aquel esfuerzo inútil. Y así, envuelto en una incipiente y dulce melancolía, me dormí al instante. (Creo recordar ahora haber tenido unos sueños algo turbios e inquietantes, en los que aparecían facturas de consumo eléctrico con exorbitantes cantidades de kilovatios y desmesurados importes en euros.)


732
Si la religión es el opio del pueblo, ¿por qué está prohibido el opio?


733
Dicho de otro modo: si el opio está prohibido, ¿por qué no está prohibida la religión?


734
A veces te sientes como aquel famoso mono que tecleando al azar en una máquina de escribir durante millones de años llegaba a componer un soneto de Shakespeare. Como el mono, sí; pero sin soneto. O con un mal soneto, como mucho.


735
Otras veces se te ocurre que todo lo que puedas pensar y escribir ya habrá sido pensado y escrito hace un montón de siglos por algún griego ocioso a la orilla del Egeo o del Jónico. Y te preguntas qué es peor: si saber o no saber que es ese mismo Egeo, ese mismo Jónico, ese, en fin, mismo Mediterráneo lo que tú, al cabo de un montón de siglos, estás ahora descubriendo.


736
Hace tiempo, por las noches, cuando empezaba a dormirme, oía ruido de pasos en mi habitación. Vivo solo y, afortunadamente, todavía tengo el sueño rápido. No me cuesta ni dos minutos conciliarlo. Así pues, como oía ese ruido en el fugaz intervalo entre una breve duermevela y un veloz y profundo sueño, lo atribuí a algún capricho de ese peculiar estado intermedio de la mente cuando está a punto de abandonar la vigilia, y, tomando prestado a Freud un término con el que se refería a cierto tipo de alucinaciones, lo bauticé como ruido hipnagógico y dejé de preocuparme. Hasta que un buen día (en realidad, una buena noche), urgido por una repentina necesidad fisiológica, tuve que levantarme de madrugada y descubrí que mis zapatillas no estaban donde debían estar, es decir, bajo la cama. Oí entonces el conocido ruido de pasos, y sorprendí a mis zapatillas regresando sigilosa y furtivamente, de puntillas, a la habitación. Sin extenderme en detalles innecesarios, diré que no tardé en averiguar que el destino de aquellas excursiones nocturnas de mis viajeras zapatillas era un armario trastero que hay al lado de la cocina, en un rincón del cual descubrí unas viejas y olvidadas zapatillas de mi expareja, de quien ya llevaba algunos años separado. Solución: viejas zapatillas olvidadas para siempre en cubo de la basura y muerto el perro, etcétera. Se acabaron los ruidos hipnagógicos. Hasta que, desde hace poco, he empezado a oír cuando me acuesto unas torpes notas de piano. Resulta que, a raíz de mi reciente jubilación y con la idea de cumplir de una puñetera vez una de esas grandes ilusiones incumplidas desde siempre, había adquirido un piano eléctrico con el firme propósito y la seria intención de aprender a tocarlo. Aunque ya se sabe que año nuevo vida nueva, de buenas intenciones está empedrado el infierno, el hombre propone...; y el pobre piano, del salón en el ángulo oscuro, etcétera, etcétera. Pero las torpes notas nocturnas no cesan, y están empezando a perturbarme el sueño. Así que, una de dos: o empiezo a estudiar piano o dejo de usar guantes.


737
Segismundo se preguntó de repente cuantísimo tiempo hacía que no se reía de verdad, a carcajada tendida, a mandíbula batiente, riéndose hasta llorar, hasta mearse uno encima, hasta morirse de risa.


738
Solución final para los incendios forestales propuesta al ministerio del ramo por sus expertos y asesores en política medioambiental: poner en plantilla (si es que aún no lo están) a los incendiarios y a los pirómanos para que lo quemen todo, pues, del mismo modo que -según se dice- un cráter nunca recibe un segundo obús, los bosques quemados ya no vuelven a incendiarse.


739
La verdad es que estoy hecho un lío: río con los ojos, lloro con los labios, ando de cabeza y pienso con los pies. Así escriben luego mis manos lo que escriben.


740
To be or not to be. Una de las ventajas de esta puñetera crisis y de los putos recortes (perdón: ajustes) derivados de la misma es que todos estamos haciendo un curso acelerado de filosofía hamletiana. Porque, querido Shakespeare, ¿qué es más noble, elevado o levantado para la mente, el alma o el espíritu (el sufrido lector se servirá elegir la traducción que mejor se ajuste a sus preferencias), permitir que el marginado inmigrante sin papeles y por lo tanto sin derecho a asistencia sanitaria muera de cáncer o que simplemente lo haga de sida, obligar al apurado pensionista a pagar por los medicamentos para la hipertensión o además y también por aquéllos para el reúma, hacer que los masificados alumnos de lo que quede de enseñanza pública tengan que asistir a clase apiñados en latas de treinta y tantas sardinas o mejor aún que tengan que apretujarse hasta la asfixia en latas de cuarenta y tantas, estimular la imposible búsqueda de inexistente empleo por los desesperados parados regateándoles la concesión de un subsidio de hambre o dejarlos morir directamente de inanición, maquinar y así sucesivamente o perpetrar y etcétera, etcétera, etcétera?


741
Del dicho al hecho. De diputado a imputado. De Madrid al cielo.


742
Le cœur a ses raisons... En lo más profundo de su corazón, Segismundo (aunque la razón le dijera que quizá todos podrían tener la misma descabellada idea) albergaba la remota esperanza de ser el primer inmortal, la excepción que desmiente y refuta la regla, el pionero en la ruptura de la estadística.


743
El cielo, dado que forzosamente tiene que hallarse fuera del universo, no puede estar en otra parte que no sea en el interior de un agujero negro; y lo mismo ocurre con el infierno. Aunque en realidad, como quizá ya intuyera Baudelaire, es muy posible que tanto en un caso como en el otro se trate del mismo agujero negro. Y el hecho de caer en el infierno o en el cielo -uno u otro, ¿qué más da? (cfr. 180)- sólo dependerá del lado del agujero por el que se entre.


744
No, Segismundo, no; soñar que se sueña no es estar despierto.


745
A oídos necios, palabras sordas. Llegué, vi y huí. En boca abierta no entréis, moscas.


746
Si nuestras vidas son los ríos que van a dar en etcétera, la verdad es que son unos ríos bastante raros, pues en ellas el curso lento está en las remotas y escarpadas cumbres de la cabecera, y los rápidos van apareciendo a lo largo de la amplia llanura por la que serpentea el cauce medio y haciéndose más vertiginosos a medida que avanzamos hacia la desembocadura, la cual divisamos, próximos al final del recorrido, como una inexorable y rugiente catarata, un insalvable y fragoroso despeñadero que sabemos, y eso es nuestra angustia o nuestro alivio, que terminará arrastrándonos ineluctablemente en su caída hacia la mar que es el morir.


747
(Son tan raros esos ríos, que cualquier canal lateral, sea natural, sea accidental, sea deliberado, es como un atajo que conduce inmediatamente hacia el despeñadero.)


748
Tonterías que se le ocurren a uno con más (o ¿quizá con menos?) frecuencia de lo que uno quisiera: Luto o tul. Acata o ataca. Ruso sur. Adán nada. Ocaso cosaco. Allá va la valla. Odio ese oído. Amor a Roma. Oso soso. Así se sisa. Otro orto. Ave, Eva. Sapos y sopas. Luz azul.


749
Si algo tenemos que agradecer a Internet es que nos muestre día a día, incesantemente, sin descanso, la inconmensurable cantidad de estupidez que es capaz de producir la población de este planeta.


750
Recuerda siempre, Segismundo, decía el señor Fuster, que en un planeta de vampiros tú serías el monstruo.


751
La verdad es que uno quisiera poder hablar de árboles, querido Brecht, y hacer chistes malos y descubrir -ibas a decir inventar, pero lo cierto es que ya estaban allí, dentro del bloque de mármol- peores palíndromos, pero con tanto cerdo hijo de puta (© Juan José Millás, Un cañón en el culo) como hay suelto por ahí empuñando tijeras y hachas y motosierras...


752
No sólo es que sea dura; es que además, lo admitimos, es muy posible que sea injusta. Pero (ante las grabadoras, los micrófonos y las cámaras de prensa, radio y televisión, bajo la complacida y sonriente aquiescencia -fuera de campo- del banquero, displicente y disciplinadamente encogen los hombros y muestran las palmas de las manos el parlamentario, el gobernante y el magistrado) es la ley.


753
Hoy te has levantado con buen pie (no es menester decir con cuál de ellos; y no es obligatorio que sea el derecho), te sientes animado y optimista, y con los dedos sobre el teclado del ordenador te dices que, al fin y al cabo (sí, hombre, sí), algo tienes en común con Borges: tú tampoco has sido nunca Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.


754
Sí, querido Montaigne, sí; el papa de Roma, también: hasta en lo alto de su silla gestatoria sigue estando sentado sobre su propio culo.


755
Pide un deseo, me dijo el genio cuando hubo salido de la lámpara. Quiero vivir mil años, demandé. Oír es obedecer, repuso el genio; que así sea. Y, dejándome convertido en olivo, regresó al interior de la lámpara.


756
La imagen de nuestra vida no es un reloj de esfera, cuyas manecillas nunca dejan de girar. Es un reloj de arena, al que nuestra mano nunca llegará a dar la vuelta.


757
Mi vida es un continuo deambular sin fin, sin rumbo y sin sentido, condenado a cargar a perpetuidad con el oscuro y húmedo peso de un negro paraguas sempiternamente abierto para ponerme al abrigo de las lágrimas que sin cesar manan de mis ojos. A veces pienso que si me atreviera a cerrar el paraguas dejaría de llorar. Pero no me atrevo.
758
Nosotros, que hemos tenido el privilegio de asistir al fin del mundo...


759
Reitera Confucio (cfr. 653), acariciando su gato blanquinegro, que a esos occidentales les pierde la estética.


760
Vosotros, sí, vosotros, orientales y occidentales, unos y otros. Os hablo yo, mujer y negra. Si supieseis lo que es parir, y lo que es pasar hambre, pero hambre de verdad. Si lo supierais...


761
Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era muy bueno (Gn 1,31). Quizá sea ésta la primera mentira de la Historia Universal (o de la Historia Universal de la Literatura Fantástica), pues según fuentes tan fidedignas como bien informadas lo que realmente sucedió fue que Dios, horrorizado, exclamó: “¡Dios mío!, ¿qué he hecho?”


762
Sostenella y no enmendalla. Y parece ser que, mientras se retiraba a dormir su larga siesta del día séptimo, Dios añadió: “Menuda chapuza. Pero a lo hecho, pecho; y ya puede Luzbel esperar sentado a que me arrepienta y me retracte.”


763
Segismundo se preguntó de repente con qué clase de brebaje (¿Coca-Cola, quizá?) celebrarían misa en los Estados Unidos de América durante los turbulentos años de la ley seca.


764
Aunque, pensó después, igual en el momento de la elevación, imitando el truco utilizado en los garitos gansteriles para disimular el alcohol, se empleaba, en lugar del tradicional cáliz, una taza de supuesto té.

765
(Nos informan de que Pepsi-Cola estaría dispuesta a revelar la fórmula secreta de su producto, siempre que su competidora hiciera lo mismo, a fin de demostrar que su refresco, una vez consagrado, no se diferenciaría en nada del de la marca rival.)


766
Al hecho de creer en cosas increíbles unos lo llaman delirio y otros lo llaman fe.


767
Lo malo de la vida, decía el señor Fuster, es que termina acabándose. Aunque peor es, añadía, que acabe haciéndose interminable.


768
Struldbruggs. Y desde luego, concluía, lo pésimo sería que no terminara jamás ni acabara nunca.


769
Ocupaciones útiles para políticos inútiles en estos puñeteros tiempos de puta crisis: mojar el agua, quemar el fuego, asustar al miedo.


770
Ser profesor, decía el señor Fuster, es lo más parecido a estar dentro del retrato de Dorian Gray. Ante ti, como en un espejo, tienes sentado en el pupitre al joven estudiante que un día también fuiste tú. Cada nuevo curso ese estudiante cambia de rostro, pero continúa siendo igual de joven. Tú, en cambio, cada nuevo curso sigues teniendo la misma cara pero con una arruga más, cada nuevo curso eres un año más viejo. Y así un curso tras otro y otro más y otro hasta que llegue el último; un año tras otro y otro más y otro hasta el día de la jubilación, ese día irreversible en que empezarás a tender la mano hacia el puñal que habrás de terminar clavando finalmente, la mañana o la tarde o la noche de un día sin mañana, en tu ajado retrato.


771
Segismundo pensaba que nunca habría servido para terrorista. Se sabía totalmente incapaz de obedecer órdenes ciegamente, de matar a alguien desconocido simplemente porque la organización lo hubiese señalado como enemigo. Pero por otra parte, y no tenía nada claro si eso le horrorizaba (¿no era eso también una forma de terrorismo; o era, por el contrario, una forma de justicia, aunque lo fuese por propia mano?), estaba completamente seguro de que a más de uno y a más de una de quienes algo conocía no dudaría, si tuviera la ocasión de hacerlo, en meterles unos merecidos gramos de plomo entre ceja y ceja.


772
Cuando Segismundo veía tantas movilizaciones de reivindicación y de protesta que hacían de la no violencia una cuestión de principio, se preguntaba (y se preguntaba también si la misma pregunta no sería más bien una proyección de su fuero interno) hasta qué punto esa proclama era sincera o, por el contrario, puramente táctica, pues conviene ser pacífico cuando uno lleva las de perder, pero si hubiera la menor posibilidad de vencer, ¿por qué renunciar -¿no, familia Romanov, Luis XVI, María Antonieta?- a esa violencia que, como dijera alguien de cuyo nombre muchos no quieren ni acordarse, es la partera, la comadrona de la Historia?


773
¿Diseño inteligente? Que le pregunten al macho de la mantis religiosa, o al de la viuda negra.


774
¿Pecado original? ¿Cuál sería el que cometieron los protomachos (o quizá las protoparejas) de mantis religiosa y de viuda negra?


775
Para siempre cerraste alguna puerta. A veces me pregunto qué será lo último que diga, lo último que oiga, lo último que vea, lo último que sienta, lo último que piense. (O acaso, ¿...lo último que piense, lo último que sienta?)


776
Y hay un espejo que te aguarda en vano. Y cuando me pregunto todo eso, me pregunto también si llegaré a saberlo.


777
Oscuro, desolado y kafkiano destino del triste soltero solitario: estar pagado de Nada y de Nadie y estar orgulloso de Nadie y de Nada. Estar, simplemente; simplemente, estar.


778
A Segismundo, que a veces, además de ser bastante demagogo, le da por ser un tanto sofista, se le acaba de ocurrir lo siguiente: el pueblo (o -y en adelante- lo que sea) votó en su día a Hitler; el pueblo, donde le dejan, está votando ahora a los islamistas. Pero, ¿por qué el pueblo no votó jamás, o casi nunca, o muy raramente a los comunistas?


779
No te exaltes, Segismundo, ni te hagas ilusiones, solía decirle el señor Fuster cuando le oía hablar de tomar Bastillas y asaltar Palacios de Invierno. No olvides nunca que al final son los Talleyrand y los Fouché (le vice appuyé sur le bras du crime) quienes acaban riendo siempre los últimos.


780
Puestos a desbarrar...: pena de muerte para quienes pidan que se restablezca la pena de muerte.


781
Los vertidos de la fábrica contaminan el agua que bebemos. Pero la fábrica nos da trabajo a todos nosotros: en ella producimos un medicamento muy recomendable para combatir las enfermedades causadas por beber agua contaminada.


782
Dicho de otra manera: los humos de la fábrica de mascarillas en la que trabajamos todos nosotros hacen irrespirable la atmósfera.


783
Cuando el señor Fuster se enfrentaba con determinados textos sedicentemente vanguardistas y pretendidamente modernos repletos de supuestas audacias de puntuación o tipográficas, inevitablemente terminaba pontificando: “Llegará un día en que lo verdaderamente audaz, moderno y vanguardista será saber utilizar correctamente el punto y coma.”


784
(Jenófanes de Colofón lo hubiera dicho mucho mejor.) Camino de Damasco, el caballo, deslumbrado por un resplandor venido del cielo, cayó a tierra, y en ese momento comprendió que el caballo que hasta entonces había estado persiguiendo era el hijo (o Hijo) verdadero del verdadero dios (o Dios) de los caballos.


785
En un pasaje de sus Mémoires d’Outre-tombe (XI,2) Chateaubriand se hace eco de una frecuente representación de la vida como una montaña a la que se sube por una ladera y se baja por otra. Dice después que igualmente verdadero sería comparar la vida a los Alpes, cuyas peladas cimas coronadas de nieve no tienen reverso. Siguiendo esta segunda imagen, añade, el viajero ascendería siempre y no bajaría jamás, y tras él iría extendiéndose, en continua ampliación, la perspectiva del camino recorrido, con sus renuncias y sus abandonos y sus extravíos. Pero Chateaubriand no prolonga la imagen hasta más allá de la cumbre. No nos dice si el final de la vida es, sin interrupción del camino hacia arriba, una suerte de Ascensión o si, llegados a esa cima irreversible, no hay más salida que un brusco despeñarse hasta lo más profundo del abismo.


786
¿Que el perpetuum mobile es una entelequia? Que les pregunten a los años, a los meses, a las semanas, a los días, a las horas, a los minutos, a los segundos. Que le pregunten, en fin, si alguien es capaz de hacer que se detenga un instante para responder, al tiempo.


787
Mis ojos no se hablan. Ni mis orejas. Ni mis fosas nasales. Ni mis manos. Ni mis pies. Mi boca, en cambio, tiene que hablar sola, la pobre. (Aunque a veces pienso que si pudiera hablarse con alguien, quizá tampoco lo haría.)


788
¿Diseño inteligente? Pero ¿es que nadie ve (o, en esa tentadora hora de la siesta, aguanta despierto) los documentales de La 2?


789
En el caso de que Dios existiera, ¿habría podido renunciar a la Creación o, por el contrario, habría estado ineluctablemente condenado a llevarla a cabo?


790
Éste (ver parágrafo anterior) es el tipo de cuestiones estúpidas y absurdas y de imposible respuesta que tan aficionados son a plantearse los teólogos, quién sabe si a causa del morboso placer que posiblemente deba producirles el llevar siglos y siglos devanándose los sesos tratando de elucidarlas.


791
Astrólogo es a astrónomo como teólogo es a equis.


792
A veces, a Segismundo le daba por pensar que el grado de infelicidad que le había impulsado en ocasiones a enfrentarse con la página (o la pantalla) en blanco nunca había sido el suficiente para que de esa contienda resultara algo que verdaderamente mereciese la pena de ser leído. Pero, claro, se decía para consolarse, no todo el mundo tiene la suerte y la desgracia de ser Franz Kafka.


793
En el país de los ciegos se proclamó la república y el tuerto tuvo que partir al exilio.


794
Falleció a consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza cuando boxeaba con su sombra.


795
A punto de recibir la hostia consagrada se preguntó si haber esnifado cocaína rompería o no el ayuno eucarístico.


796
Epicedio: pertenecía a esa abominable clase de personas para las cuales parece que lo importante no es ganar sino (táchese participar) que los demás pierdan.


797
Justicia poética sería que José Mourinho perdiera una final de la UEFA Champions League contra el máximo rival de su equipo por un gol de Cristiano Ronaldo marcado en propia puerta.


798
Miles gloriosus. Lo importante no es que yo viva sino que tú mueras. ¿A qué santo, si no, habría yo de arriesgar mi vida para matarte?


799
¿Diseño inteligente? Pero ¿es que nadie se ha mirado nunca al espejo?


800
Eurovegas y Barcelona World. O están locos o no han aprendido nada o (y entonces no tienen perdón de Dios) saben demasiado bien lo que se hacen. Pero, sea lo que sea, al final, querido Sancho Panza, será lo de siempre (cfr. 546): mal para el cántaro.


801
El lado derecho de mi cuerpo tiende a ir hacia la derecha y el izquierdo hacia la izquierda, con lo que mi vida es un continuo desgarro. Pensarán ustedes que este desgarramiento se amortigua o se apacigua cuando duermo. Pues no; porque entonces me asalta una pesadilla recurrente: sueño que mi lado derecho tiende a ir hacia la izquierda y el izquierdo hacia la derecha, con lo que, además de desgarrarme hacia dentro, no dejo de tropezar conmigo mismo.


802
(Soy el reflejo del tipo del parágrafo anterior. Con el lío que tengo entre izquierda y derecha y derecha e izquierda, imagínense ustedes lo que me ocurre a mí. Sobre todo cuando duermo.)


803
Algunos expertos en ciencias ocultas aseguran que si dormimos frente a un espejo se reflejarán en él nuestros sueños, aunque al estar nosotros dormidos -y, por lo tanto, con los ojos cerrados- nunca podremos verlo. Aseguran también que cualquier otra persona que estuviera en ese momento despierta junto a nosotros no vería otra cosa que nuestro reflejo durmiente, pues la naturaleza es sabia y no permite que nadie pueda espiar nuestros sueños.


804
Ciencias ocultas... Si esto no es un oxímoron y a la vez un pleonasmo, que venga Dios (si es que existe) y lo vea.


805
¿Es posible que alguien haya vivido siempre, al igual que un árbol, en el lugar donde nació y sin embargo, del mismo modo que un apátrida, se sienta profundamente desarraigado?


806
Sostiene Segismundo que el inmenso problema del partido mayoritario de la izquierda de este desdichado país (problema que, por cierto, es posible que la derecha no haya tenido nunca ni vaya a tener jamás) es que la honradez le duró solamente cien años.


807
Enormísimo problema, continúa sosteniendo Segismundo, que a tantos nos salpica y a tantos nos afecta y cuyas consecuencias tantos estamos sufriendo tanto.


808
San Agustín del Guadalix (Madrid), 10 de septiembre de 2012, inicio del curso escolar 2012-2013: el (o la) que esté libre de pecado que rechace la primera tartera.


809
Fusilando a Kafka (cfr. 125): un cuerpo salió a buscar un alma.


810
Fusilándolo por la espalda: un alma salió a buscar un cuerpo.


811
Alma y cuerpo, cuerpo y alma, al final, se encontraron. Casémonos, decidieron; y hasta que la muerte nos separe.


812
(Lo cierto es que, como era de temer o de esperar, terminaron divorciándose.)


813
De un individuo que pretendiera haber recibido la palabra de Dios por mediación del arcángel Gabriel lo menos que se podría decir es que quizá no estuviese muy en sus cabales. Pero ¿qué decir de un sujeto que al parecer cree que un tal Joseph Smith recibió esa misma palabra directamente del Padre y del Hijo, sin necesidad de intermediarios? ¿Qué decir, si además este tipo, democrática votación mediante, podría llegar a ser el presidente de la nación más poderosa, militarmente al menos, de la Tierra?


814
Y ¿qué decir del compañero de candidatura del tipo del parágrafo anterior? ¿Qué decir del posible futuro vicepresidente de la susodicha poderosa nación? ¿Qué decir de un fulano que todavía se cree eso de “El ángel del Señor anunció a María/Y concibió del Espíritu santo”?


815
(Por cierto, ¿se han fijado ustedes bien en la deficiente -por anfibológica- sintaxis de estos dos versos del ángelus? ¿Quién diablos o demonios concibió: María o el ángel?)


816
He tenido un sueño. Detenía mi automóvil ante las barreras bajadas de un paso a nivel. Al momento empezaba a pasar un interminable (en el sueño sabía que lo era) tren de mercancías. La locomotora, una vieja máquina de vapor, en lugar de humo escupía fuego. No arrastraba coches ni vagones cubiertos, sino simples plataformas. Sobre ellas desfilaban inacabables (en el sueño sabía que lo eran) rimeros de féretros, apilados regularmente formando altísimos muros como en la cubierta de un buque de transporte de contenedores. El sueño no me ha revelado si los ataúdes estaban vacíos o llenos.


817
Mais s’ils ont tout osé, vous avez tout permis:/Plus l’oppreseur est vil, plus l’esclave est infame (Jean-François de La Harpe, citado por François-René de Chateaubriand, Mémoires d’Outre-tombe, XIV,3). Si los que empuñan las tijeras, las hachas y las motosierras están dispuestos a atreverse a todo, piensa Segismundo, es porque creen estar seguros de que nadie va a ser capaz de impedírselo.


818
Oración del pensionista: el pan nuestro de cada día no nos lo recortes hoy.


819
Padrenuestro del banquero: ni perdonamos las deudas ni perdonamos a los deudores.


820
Si Dios no existe, querido Dostoievski, todo está permitido. Si Dios existe, todo es posible. Hasta lo más absurdo: que Dios exista.


821
(Por cierto, se habrán fijado ustedes que para los políticos, banqueros, financieros, economistas, tecnócratas y demás patulea parece que sea como si Dios no existiese.)


822
Y dijo Yahvéh Dios: “¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del árbol de la vida y comiendo de él viva para siempre.” En un pasaje (XV,7) de sus Mémoires d’Outre-tombe, Chateaubriand, reflexionando sobre este versículo bíblico (Gn 3,22), dice que el hombre, al conocer el bien y el mal a causa de haber saboreado el fruto del árbol prohibido, está ahora abrumado de males, por lo que haberle arrebatado la inmortalidad y dado la condición de mortal no ha sido un acto de castigo sino un gesto de bondad por parte de Dios, ya que la muerte nos librará de todo mal. Pero a Chateaubriand le falta dar un paso para que su razonamiento sea totalmente lógico y el gesto de Dios realmente bondadoso. Omite decir que la plena liberación y el completo descanso, lejos de cualquier amenaza de redenciones y resurrecciones, no pueden consistir en otra cosa que no sea una verdadera muerte, una muerte eterna y de una vez por todas y para siempre.


823
La incisiva y valiente periodista Ana Pastor (y así le ha ido en nuestra sedicente televisión pública) demostró ampliamente -si necesario era- esas indiscutibles e indiscutidas cualidades en su tan justamente celebrada entrevista al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, cuando -además de no soltar jamás la presa, como suele- dejó (perdón por el eufemismo) que el obligado velo que ocultaba a medias sus largos cabellos fuese deslizándose poco a poco hacia atrás hasta acabar cayendo sobre sus hombros. No nos extrañaría en absoluto que al final de la memorable entrevista nuestra admirable y admirada heroína, como sardónica muestra de cortesía y agradecimiento, hubiese hecho obsequio al desaliñado señor Ahmadineyad de una corbata de seda.


824
El que avisa no es traidor: “Durante los últimos veinte años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido.” (Warren Buffet -multimillonario estadounidense- dixit.)


825
Si ellos nos quitan la zanahoria, lo equitativo sería que nosotros les quitásemos el palo.


826
Tengo un cascabel, pero no tengo gato al que ponérselo.


827
Jesús expulsando a los mercaderes del Congreso, digo del Templo.


828
Si los primeros en ciscarse en la democracia son quienes habiéndose presentado a las elecciones con un programa determinado lo incumplen una vez llegados al gobierno, ¿no sería legítimo -pregunta Segismundo al fantasma del señor Fuster- volver a tomar la Bastilla y asaltar de nuevo el Palacio de Invierno? Sí -contesta el fantasma de Humpty Dumpty, anticipándose-; lo sería... si se pudiera.


829
Vayas adondequiera que vayas, sentencia con sibilina sonrisa el fantasma del gato de Cheshire, no llegarás nunca jamás a ninguna parte.


830
Si Lewis Carroll levantara la cabeza, ahora escribiría Alice’s Adventures in Nightmareland (Las Aventuras de Alicia en el País de las Pesadillas).


831
Si el fascismo, querido Baroja, se cura leyendo y el nacionalismo se cura viajando, ¿cómo diablos o demonios se cura el integrismo?


832
(Que nadie se apresure a arrojar la primera piedra, que integristas también los hay -y vaya si los hay, y tantos- entre los de la cruz y entre los del candelabro de siete brazos.)


833
Un transatlántico de cuatro chimeneas hundiéndose en una taza de café humeante que acatando el principio de Arquímedes y obedeciendo la ley de la gravedad universal se derrama sobre un tapete de hule estampado de palmeras y de cocoteros y de otros especímenes de la flora tropical.


834
¿Por qué diablos o demonios, se pregunta Segismundo, uno de los iconos (sic) más representativos de la sostenibilidad (sic, sic) y del ecologismo (sic, sic, sic) es el ciclista, y no el caminante?


835
Ver y mirar: difícilmente podré escucharte si no te oigo.


836
En estos puñeteros tiempos de puta crisis, la esperanza, que es lo último que nos queda, es lo primero que parece que quieran hacernos perder.


837
Se puede llorar a solas, pero hace falta compañía para reír de verdad, pues reír en soledad es casi tan triste como llorar.


838
¿No es una ironía -si no una burla- de la naturaleza (o de lo que diablos o de quien demonios sea) que el momento más importante -si no trascendental- de la vida de una persona sea, precisamente, el de la muerte?


839
No sé si no querría que la muerte me sorprendiera durmiendo. No sé si no me gustaría perderme un acontecimiento como ése.


840
Happy end. En cuanto oyen hablar de felicidad, las perdices echan a volar despavoridas.


841
Hay razones de la razón, amigo Pascal, que el corazón pervierte.


842
Anoche soñé que me tragaba un verdadero batallón de orugas, lo cual me provocaba unas violentas náuseas. Esta mañana, al despertarme, he visto que en mi habitación revoloteaba un verdadero escuadrón de mariposas.


843
Si hubiese tenido en casa un pájaro como mascota seguramente él habría podido comerse las orugas de mi sueño y digerirlas sin dificultad, y así yo no habría tenido que fumigar después un escuadrón de pobres mariposas. Pero, por no tener, ni siquiera tengo un loro; y encima no me habla.


844
El asesino del mayordomo resultó ser inocente, pero a pesar de ello (y para desdoro -recuérdese- de los resucitadores) el mayordomo siguió estando muerto.


845
Cuando a Segismundo se le pregunta por el motivo de sus más o menos frecuentes alusiones un tanto ácidas, críticas y mordaces a la religión -y muy en especial a la única religión verdadera- suele contestar que, de modo parecido al de esos multimillonarios norteamericanos tan dados a la filantropía que afirman estar devolviendo a la sociedad con sus donaciones y sus fundaciones (a buen seguro deducibles de impuestos) parte de lo que ésta les había dado, él, Segismundo, sencillamente está vomitando lo que tan a la fuerza se le hizo tragar en sus indefensos y maleables años de infancia y adolescencia.


846
He conseguido, a través de un anticuario, hacerme con la pluma estilográfica que utilizaba Franz Kafka para escribir sus obras. Ahora sólo me falta hacerme con su cerebro, que el anticuario asegura tener ya localizado.


847
La gente de una sola idea suele tener a menudo muy mala idea.


848
La gente de un solo libro probablemente nunca jamás lo ha leído ni lo leerá nunca jamás.


849
Al pan, pan; al vino, vino; al pene, polla y a la vagina, coño.


850
Parece ser, piensa Segismundo, que el capitalismo puede sobrevivir perfectamente (incluso mucho más que perfectamente) sin democracia; pero parece ser también que la democracia no puede existir sin capitalismo. Como diría el señor Fuster, es muy posible que la democracia padezca alguna grave enfermedad presumiblemente incurable y tenga que hacérselo mirar.


851
La democracia es una cosa tan rara, solía decir también el señor Fuster, que sus enfermedades, deficiencias y defectos únicamente tienen cura, solución y arreglo con más, mucha más, muchísima más democracia.


852
Ya se sabe lo que recoge el que siembra vientos. ¿Pero qué diablos o demonios recogerán los que en estos puñeteros tiempos de puta crisis están sembrando tantas tempestades?


853
Menos impuestos para los ricos, exigen los ricos. De lo contrario, nos iremos con la música (y nuestras riquezas) a otra parte, amenazan los ricos. Y vosotros os lo perderéis, pues los ricos somos quienes mejor sabemos crear riqueza (para los ricos, por supuesto), se mofan los ricos.


854
(No se olvide que los ricos también lloran. Pobrecitos, los ricos. Pobrecillos, los pobres.)


855
Abandonemos toda esperanza. ¿Acaso no es escandalosamente evidente que nunca han estado ni están ahora ni estarán jamás dispuestos a aceptar de manera sincera, sin subterfugios y sin regañadientes, ni siquiera lo más razonable: simplemente una verdadera socialdemocracia?


856
Solemne (e insólitamente sincera) declaración presidencial: no nos gusta nada tener que decir que no nos gusta nada lo que estamos haciendo.

857
Un hombre sin piernas me persigue blandiendo una espada. Sé que soy mucho más veloz que él, pero esto es un sueño y no puedo correr. Al amanecer encuentran mi cadáver sobre la cama. Decapitado.


858
Sostiene Segismundo que el riesgo de que tras la llamada primavera árabe el triunfo más o menos democrático de partidos islamistas más o menos moderados (perdón por el posible oxímoron) ocasione una regresión social, ideológica y religiosa en algunos de esos países no es tal: difícilmente se puede retroceder hasta la Edad Media si aún no se ha salido de ella.


859
Me da miedo, mucho miedo. Cierro los ojos para no verlo, pero es entonces cuando más lo veo.


860
Y viceversa: abro los ojos para no verlo, pero eso que tanto miedo me da nunca deja de estar ahí.


861
Sueño recurrente de Augusto Monterroso: cuando se durmió, el dinosaurio volvía a estar allí.


862
¿Y si Dios existiera?, se pregunta a veces Segismundo. ¿Y si hubiera infierno? ¿Y si la derecha tuviese razón?


863
La razón, no se olvide, diría Humpty Dumpty, la tiene quien la detenta.


864
25 de septiembre de 2012. Adivina, adivinanza (entre políticos anda el juego): ¿Quién es el gilipollas memorioso que llamó gilipollas a otro gilipollas?


865
Los nazis fueron muy buenos haciendo el mal. Los comunistas (al igual que los cristianos), muy malos haciendo el bien.


866
Edición corregida y aumentada: el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra.


867
(Sálvese quien pueda.) La permanente cara de perplejidad de ese pobre hombre que presuntamente nos gobierna.


868
¿Se fijaron ustedes alguna vez en que a nuestro anterior presidente del gobierno los trajes siempre parecían quedarle un poco grandes? Y ¿se han fijado ustedes en que a nuestro actual presidente (estamos, no se olvide, en 2012), quien siempre pareció tener una peculiar preferencia por los trajes cortos y estrechos, parecen quedarle ahora, en cambio, algo más que exagerada y excesivamente holgados?


869
Quienes hayan leído a Luis Martín Santos y su Tiempo de silencio seguramente recordarán (y si no lo han leído o habiéndolo leído no lo recuerdan, deberían leerlo o recordarlo) ese memorable párrafo en el que se habla de unas ciudades tan descabaladas, tan y así sucesivamente y tan etcétera, etcétera, etcétera, que no tienen catedral. Pues bien, desde hace algunos años, una de esas ciudades -aquélla a la cual, sin nombrarla en su inolvidable y largo párrafo, se refería en realidad nuestro sempiternamente recordable autor- ya tiene catedral. Aunque quizá, visto el resultado, más le hubiera valido haber seguido tan descabalada como antes.


870
Sobre el remordimiento, la culpa y la vergüenza (quizá tres manifestaciones aparentemente distintas de un solo, mismo y único sentimiento verdadero). Si tu yo es otro yo cada segundo y cada minuto y cada hora que pasan, si tu yo de ahora es alguien distinto a tu yo de ayer y de anteayer y de la semana anterior y del mes pasado, si todas y cada una de las células del cuerpo de tus sucesivos yo han ido renovándose por completo en períodos de siete años, ¿por qué diablos o demonios has de continuar penando bajo la insoportable gravedad de tantas acciones y omisiones pasadas de las que ahora te sigues arrepintiendo pero de las que no eres ahora responsable? Te preguntas si esa condena es a perpetuidad, de por vida. Tratas de consolarte diciéndote que cuando dejes de ser ese tu tan abrumado yo, cuando por fin dejes de serlo de una vez y para siempre, entonces serás libre. Pero a veces te asalta la duda hamletiana: ¿soñaremos también -tendremos pesadillas, cabría decir mejor- cuando durmamos el sueño de la muerte? Y temes en esas ocasiones lo mismo que temió Josef K. en su último momento: que también a ti -además del remordimiento y la culpa- pueda llegar a sobrevivirte la vergüenza (cfr. 29). Sí, la vergüenza; principalmente, la vergüenza; por encima de todo, la vergüenza.


871
Entonces, infiere Segismundo de su lectura del parágrafo anterior, en el momento en que uno va a hacer u omitir algo de lo que después no podrá dejar nunca jamás de arrepentirse, entonces, en ese mismo momento, más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al fondo del mar (Mt 18,6).


872
En ese caso, susurra el fantasma del señor Fuster, hace mucho, muchísimo, que la vida supuestamente inteligente se habría extinguido en este malhadado planeta.


873
Sobre Tierras Míticas, aeropuertos sin aviones, paisajes engolfados y enladrillados, televisiones ruinosas, grandes eventos, visitas papales, Fórmulas Uno, nuevos estadios y otros delirios faraónicos (añada aquí el gentil lector ejemplos más cercanos a su lugar de residencia). Lo peor de todo, piensa Segismundo, es que el desastre económico provocado por lo que en todos estos años de locura financiera se ha hecho en lugar de lo que debería haberse hecho (ponga aquí el amable lector lo que proceda) ha destruido -al menos para mucho tiempo y además de todo lo que también está destruyendo- toda posibilidad de hacer ahora lo que debería haberse hecho antes y no se hizo entonces.


874
Segismundo recordó de repente la curiosa tergiversación por la cual, en sus indefensos y maleables años de infancia, la primera vez que oyó decir a uno de sus maestros que en el imperio español nunca se ponía el sol, él interpretó (quizá nunca se ponía lo entendió como nunca ponían) que el sol siempre permanecía oculto en aquella época gloriosa. Así pues, de la misma ingenua manera en que por entonces podía creer que alguna vez hubo una antiquísima era en la que los perros hablaban, el reinado de Felipe II (posiblemente, dirán unos, fuese un hijo de puta; pero, dirán otros, fue nuestro hijo de puta) se lo representó -y aún guardaba, a modo de una vieja fotografía en blanco y negro virada a sepia, esa imagen mental en su memoria- como un gris, sombrío y oscuro período de lúgubres cielos total y perpetuamente encapotados.


875
Estoy tan unido al jergón que se puede decir que formo parte de él. Soy algo así como su espíritu. Yacemos (pero en adelante volveré a la primera persona del singular, pues el pobre jergón ni siente ni padece y transita por este mundo sin pena ni gloria) sobre uno de los veinte camastros de una de los cientos o quizá miles de atestadas celdas de este presidio militar. Sobre mí yace el cuerpo terminal de uno de los cientos o quizá miles de condenados a muerte. Dentro de poco, todavía de madrugada, los guardianes pronunciarán su nombre (antes o después del de otros muchos de entre los cientos o quizá miles de prisioneros) y el cuerpo terminal del condenado se levantará, liberándome de su peso, y saldrá con los guardianes para no regresar. Por el ventanuco de la celda, a través de sus barrotes entrecruzados, veré despuntar el alba (la última que verá el condenado) y poco después oiré las órdenes del oficial al mando del pelotón de fusilamiento, y el trueno breve y seco de la descarga de fusilería, y el golpe sordo, fofo y casi ingrávido del ya terminado cuerpo del ejecutado al desplomarse. Y allí quedará ese cuerpo, tendido sobre el frío suelo del patio del presidio hasta que los guardianes lo retiren, yacente para siempre, sin oportunidad alguna de volver a levantarse nunca jamás. Y aquí seguiré yo, unido a este pobre jergón que ni siente ni padece y transita por este mundo sin pena ni gloria. Esperando a sentir sobre mí y padecer una vez más el peso terminal del cuerpo de uno de tantos cientos o quizá miles de condenados a muerte, un peso del que me liberarán de nuevo una madrugada cualquiera, cuando ese cuerpo salga otra vez de la celda para no regresar, para que lo obliguen a yacer para siempre, para que le arrebaten toda oportunidad de volver a levantarse nunca jamás.


876
Estoy tan unido a la fosa común que se puede decir que formo parte de ella. Soy algo así como su espíritu...


877
El agua es incolora, inodora e insípida. Pero el dinero (oído hoy -1 de octubre de 2012- a un tertuliano, presunto periodista, en un programa de televisión) es incoloro, inodoro e insaboro. Y aún dicen que la educación es cara.


878
(Homenaje a Alberto Casillas, héroe del 25 de septiembre de 2012.) A causa del alud de malas noticias que estaba viéndose obligada a imprimir, la linotipia tuvo que detenerse afectada por una súbita lipotimia.


879
El sueño de la razón produce monstruos; el de la demencia, dioses.


880
Código deontológico del buen uniformado ciego (perdón por el pleonasmo): a las órdenes del que mande.


881
En una utópica sociedad perfecta, solía decir -a veces con alguna copa de más- el señor Fuster, los oficios mejor considerados y pagados deberían ser precisamente los que peor lo están ahora: limpiar, cuidar, educar, cultivar...

882
“Estos son mis poderes.” (Cardenal Cisneros, 1516.) ‘The question is,’ said Humpty Dumpty, ‘which is to be master--that’s all.’ (Lewis Carroll, 1871.) Tres siglos y medio de diferencia entre dos frases que vienen a manifestar aproximadamente lo mismo. Para que luego digan que España ha sido siempre el furgón de cola de Europa.


883
¿Qué es más grave, se pregunta el fantasma del príncipe Hamlet, que en unas elecciones democráticas los votantes decidan renunciar a la democracia o que sin necesidad de molestas elecciones secuestren la democracia quienes se ocultan tras el insidioso disfraz de los mercados presuntamente anónimos y, perversamente, nos obliguen a prescindir para siempre de ella?


884
Adivina, adivinanza: si un escudo antimisiles está hecho de misiles, ¿de qué diablos o demonios tendría que estar hecho un escudo antiescudoantimisiles?


885
El mundo está enmisilado... (El irresponsable autor de estas líneas está bien seguro de que el avispado lector será sobradamente capaz, sin apenas esfuerzo, de completar este parágrafo por sus propios medios.)


886
Se nos advirtió, hace ya algo más de medio siglo, de los peligros del complejo militar-industrial. No fuimos advertidos, en cambio, o quizá no lo suficiente, de los del estupidizante complejo televisivo-publicitario. Y ahora, por si éramos pocos, parió Internet.


887
¿Qué diablos o demonios habré hecho para que, al verme, todo el mundo me vuelva la cara? Sí, todo el mundo. Absolutamente todo el mundo, sin excepción. Empezando por mi propio reflejo.


888
Después de años de pesadillas en los que soñaba que perdía el trabajo, ahora tengo sueños felices: sueño que salgo de la pesadilla del paro y encuentro por fin un trabajo estable.


889
¿Se acuerda alguien de un tal Karl Marx? ¿Y de otro que tal Paul Lafargue, yerno del anterior, que osó escribir un libro titulado Le Droit à la paresse (El derecho a la pereza)?


890
Primero nos necesitaron  como esclavos, después como siervos, más tarde como proletarios, y finalmente como consumidores. ¿Qué será de nosotros cuando ya no nos necesiten ni siquiera como soldados?


891
No perdamos nunca la esperanza. Siempre necesitarán criados.


892
Si se contempla la totalidad de la obra de Cervantes, algunos podrían decir (entre ellos quizá -si se hubiera molestado en tomarse la molestia de hacerlo- el inefable padre Baltasar Gracián S.J., quien entre tanto nombre y tanta erudición y tanta cita no se digna mencionar a Cervantes ni una sola vez y apenas le concede un par de crípticas alusiones al paso, no precisamente elogiosas), algunos podrían decir -escribíamos antes de desviarnos y perdernos por los cerros de Dédalo- que en El Quijote le sonó la flauta por casualidad. Pues bien, aunque así fuese, ¡vaya sonido y vaya flauta! Todavía se oye. Y siempre -o al menos mientras aún quede alguien que sepa leer- seguirá escuchándose.


893
Esa insoslayable frontera de la edad al otro lado de la cual empiezan a ser cada vez más peligrosos los inviernos.


894
Los perdidos veranos de la infancia son doble y tristemente perdidos cuando se ha tenido una infancia sin veranos.


895
¿Ya estás gimoteando otra vez, escritorzuelo llorón? ¿Tan pronto has olvidado 509 y 722?


896
Morfología recreativa. De cómo los diminutivos pueden ser a la vez aumentativos: chico, chiquito, chiquitín, chiquitito, chiquirritito, chiquirritín. (El puntilloso lector que no encuentre alguno de estos términos en el diccionario de la RAE podrá localizarlos fácilmente en el de la insigne doña María Moliner.)


897
Semántica recreativa. El que inventó la genial expresión desaceleración acelerada como forma de eludir la palabra recesión en los primeros meses de aquello (¿recuerdan?) que tampoco era una crisis, ¿de qué diablos o demonios sería merecedor? ¿De un sillón en la Real Academia Española o de...? (Dejamos al cuidado del sufrido lector la elección del premio -o castigo, según sus obras- que en su opinión pueda ocupar más apropiadamente el lugar de los puntos suspensivos.)


898
Polisemia recreativa. Ajuste: significa aumento si se refiere a precios o impuestos y disminución si se refiere a salarios o pensiones.


899
Es posible que aceptase ir al cielo, piensa Segismundo, si los ángeles me garantizaran que iban a pasarse toda la eternidad interpretando las cantatas de Johann Sebastian Bach.


900
¿No te acuerdas de que Bach era protestante?, le dice el fantasma del señor Fuster. Está aquí conmigo, bien calentitos los dos. Esperándote.


901
(Otoño, por fin.) Sobre los montes, el cielo está enrojecido. No; no es un resplandor de incendio. Es una puesta de sol.


902
Quienes tengan edad para ello (y quienes no la tengan, convendría que se informaran) recordarán (y si no lo recuerdan, convendría que hicieran memoria) aquello de “Ni Flick ni Flock”, y se acordarán también del despacho de Juan Guerra -¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano? (Gn 4,9)-,  y del caso Filesa, y de Luis Roldán, y de así sucesivamente, y de etcétera, etcétera, etcétera (cfr. 806). Despierte el alma dormida, avive el seso y recuerde, porque de aquellos polvos surgieron los lodos que dieron patente de corso a los de siempre para seguir haciendo lo de siempre en cuanto tuvieron ocasión de regresar a su sitio de siempre. Y además con la conciencia (suponiendo que la tengan) mucho más que tranquila, pues ya se sabe que el que roba después de un ladrón (y si encima sabe hacerlo ante notario y con la ley en la mano) tiene muchos millones de votos de perdón. Y aquí seguimos nosotros, pobres de nosotros, soportando las tempestades derivadas de los vientos que entre unos y otros sembraron. Y esperando que amaine y que escampe. Si es que algún día lo hace.


903
Un hombre me persigue. En una mano lleva un martillo y en la otra un puñado de largos clavos. Quiero correr pero no puedo. No tengo piernas. No tengo nada; salvo caras, lados, aristas y vértices (porque ahora soy un tablón). Pero sé que esos punzantes clavos son mis recuerdos.


904
Lo que parece indudable, decía el señor Fuster, es que al morir ingresaremos en la eternidad. Si allí seguiremos siendo o no, eso es otra historia.


905
Segismundo empezó a dudar de sus aptitudes literarias el día en que advirtió que sus historias transcurrían en ninguna parte y que sus personajes -por llamarlos de algún modo- carecían de nombre, de rostro, de carne y de huesos.


906
Lo que a ti te ocurre, recordó Segismundo que le dijo un día su exmujer (cuando aún no lo era), es que no te interesan las personas.


907
Es curioso, piensa de repente Segismundo; ese mismo reproche es el que se le podría hacer a Gracián. Y ésa es su enorme diferencia con Cervantes, y lo que hace que El Criticón tenga que perseguir siempre a Don Quijote a esa astronómica distancia de tantos y tan incontables años luz.


908
¿Qué clase de civilización es ésa, señor Spengler -se preguntaba muchas veces el señor Fuster-, que siempre tiene que ser salvada en última instancia por un pelotón de soldados?


909
Son verbos de la primera conjugación aquéllos terminados en -ar. Ejemplos: evangelizar, catequizar, españolizar.


910
Están riéndose de nosotros, con esa siniestra y burlona risa sin labios de las calaveras.


911
(Además de trivial, cursi, piensa Segismundo.) El amor es como las alas de Ícaro: te eleva hasta el cielo para hacerte caer después en el infierno.


912
No hay que hacerse demasiadas ilusiones ni concebir excesivas esperanzas, solía decir el señor Fuster. Todo lo que ha venido haciendo el hombre desde lo más remoto del tiempo, absolutamente todo, desde la más rudimentaria ceremonia de una tribu primitiva hasta el más elaborado sistema filosófico o la más compleja teoría científica o la más refinada obra de arte, todo eso, absolutamente todo eso, no ha sido sino una ilusoria y desesperanzada tentativa de huir del aburrimiento.


913
El mayor peligro del autodidactismo (y bien que lo sabía y lo lamentaba Segismundo) es que el maestro pueda no ser muy bueno y que el alumno, además de malo, resulte ser más bien tirando a vago.


914
A punto de morir como estaba, ya todo le daba igual. Se decidió a abrir esa puerta que desde el principio del tiempo -desde el principio de su tiempo- le había estado prohibida. Al franquearla, encontró al emperador. Ése ante el que siempre había tenido que inclinarse y doblar la cerviz. Ése cuyo rostro, enceguecedor y sagrado como el del sol, nunca le había sido permitido contemplar. Y ahora lo tenía allí, ante él, cara a cara, mostrándole ese rostro hasta entonces vedado. Y era un rostro como el suyo. Era el rostro de un hombre vulgar. Era el rostro de un pobre hombre que miraba al intruso con una mezcla de asombro y de vergüenza porque lo habían sorprendido desnudo. ¿Por qué no habré abierto mucho antes esta puerta?, se preguntó el moribundo con su último estertor. ¿Por qué, imbécil de mí, no la habré abierto muchos, muchísimos años antes?


915
A propósito del malestar de ser y estar. Aunque pueda parecer triste, vivir, existir, ser -solía decir el señor Fuster-, no consiste en otra cosa que en continuar teniendo la oportunidad de seguir siendo y estando, aunque sea a costa de estar hoy peor de lo que se estaba ayer y un poco menos mal de lo que se estará mañana. Y el que no esté conforme, ya sabe dónde tiene la puerta. (Una puerta, por otra parte, por la que todos, más pronto o más tarde, tendremos que terminar saliendo.)


916
Españolito que vienes al mundo, ojalá hubiese un dios (o Dios) que guardarte pudiere.


917
La tragedia de vivir solo y, encima, ser persona non grata en tu propia casa.


918
Sobre el dintel de mi puerta he puesto un letrero que dice: RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN. A ver si así logro impedirme la entrada en mi propia casa.


919
La inalcanzable felicidad de estar desterrado de uno mismo.


920
O, mejor aún, exiliado. Pues el destierro suele ser dentro del propio país, lo que todavía puede quedar demasiado cerca. Pero el exilio, afortunadamente, es por definición en un país extranjero.


921
¿Ya estás volviendo a las andadas (cfr. 895), escritorzuelo cenizo?, dice el parado sin subsidio. Trabajo tuvieres para que así lo perdieres.


922
Cuando quiero leer un buen libro, solía decir el señor Fuster, me dejo guiar por el Índice de libros prohibidos de nuestra Santa Madre Iglesia. La verdad, Segismundo, es que hasta ahora nunca me ha fallado.


923
Desengáñate, Segismundo, solía decir el señor Fuster. Cuando veas que Dios cierra una puerta, ten por seguro que previamente habrá atrancado una ventana.


924
Aquiles y la tortuga y la tortuga y Aquiles. Según Zenón de Elea seríamos inmortales, pues nunca podríamos llegar (ya que siempre nos faltaría franquear una cada vez más infinitesimal fracción de segundo) al momento de la muerte. Aunque, curiosidades de la filosofía, también según el mismo Zenón nunca podríamos haber llegado a nacer.


925
Tanto pretender matar y matar el tiempo para que al final, en venganza, sea éste el que acabe matándonos.


926
Si hubiese tenido tres manos, pensaba a veces Segismundo recordando sus guadianescas veleidades literarias, habría estado dispuesto a dar una de ellas a cambio de haber sido capaz de escribir algo que pudiera mínimamente acercarse sin sentir vergüenza a -por poner un ejemplo quizá un poco a cierra ojos o cogido al vuelo- esa (entre tantas otras cosas) apoteosis del McGuffin que es Monsieur Pain de Roberto Bolaño.


927
En sus insomnes y severas noches de examen de conciencia (cfr. 661), Segismundo se preguntaba a veces qué diablos o demonios había hecho con él la vida, o él con la vida, para que tantos años después de su divorcio lo único que echara de menos de la convivencia conyugal fuese aquel par de manos que le ayudaba (o al que ayudaba) a doblar las sábanas.


928
De la nada, querido Groucho, a las más altas cotas de la miseria. Cuando todo lo que tienes cabe en un carrito de supermercado. Cuando todo lo que tienes cabe en un carrito de supermercado, y aún te sobra sitio. Cuando no tienes nada, ni siquiera un carrito de supermercado para transportar todo lo que no tienes.


929
Cuentan de un sabio que un día... Tengo graves problemas para llegar a fin de mes, dice uno. Pues entonces los míos son gravísimos, replica otro, porque lo son para llegar a principios.


930
El zarpazo de la muerte. Tan raudo como una estrella que se apagara de repente, a la velocidad de la luz.


931
Vendí el alma a Dios, pensará Segismundo en su lecho de muerte (suponiendo que muera en la cama), y he perdido la vida pasándola en una oficina. Si hubiese vendido el alma al diablo, a lo mejor habría llegado a ser escritor. (Si malo, peor o pésimo, ésa sería otra historia.)


932
Curiosidades de la vida (véase EL PAÍS.com, sección Economía, martes 6 de noviembre de 2012): el economista jefe de uno de los más importantes bancos del mundo comparte nombre y apellido con un conocidísimo escritor de novelas de terror. (Es de suponer que se tratará de una coincidencia de apelativos, y no -lo que, en lugar de curioso, resultaría quizá un tanto terrorífico- que el economista y el novelista sean la misma persona.)


933
Liberté, égalité, fraternité, dice una gota de agua a otra.


934
Todas las gotas de agua somos iguales; pero algunas, querido Orwell, somos más iguales que otras.


935
Triste destino el nuestro, dice una gota de lluvia a otra, acabar estrelladas contra el suelo. Eso tú, replica la segunda mientras abre un paracaídas.


936
El súbito incremento del número de suicidios empezó a preocuparles. La creciente alarma social podría hacerles perder votos. Habrá que poner freno a esto, se dijeron, habrá que cambiar las leyes. Y mientras los suicidios seguían en aumento, los unos y los otros se reunieron. Y mientras los unos y los otros estaban reunidos y no dejaban de estarlo, los suicidios no cesaban de aumentar: de ola a oleada, de oleada a marea, de marea a marejada, de marejada a maremoto. Y al final, todavía reunidos, los unos y los otros dejaron de preocuparse. Cada suicida era un voto menos, sí, pero tanto para los unos como para los otros. En realidad, cada suicida era un parado sin subsidio menos, un moroso desahuciado menos, un enfermo crónico desatendido menos, un pensionista recortado menos. Cada suicida, en fin, era un problema menos. Aunque para que nadie pudiera decir que ni los unos ni los otros hacían nada, finalmente y por fin decidieron cambiar las leyes. De mutuo acuerdo, decidieron finalmente y por fin despenalizar el intento de suicidio. No era cuestión, pensaron, de negar una segunda oportunidad a quienes no hubiesen tenido éxito en la primera.


937
Si una persona puede suicidarse arrojándose al agua, un pez, correlativamente, podría hacerlo arrojándose al aire. Aunque parece ser que los peces son tan tontos y tienen tan poco cerebro que no les alcanza para concebir la idea del suicidio.


938
¿Alguien puede imaginar el suicidio de millones y millones de peces, de millones y millones de peces surgiendo a la vez de ríos, lagos, mares y océanos, de millones y millones de peces zambulléndose en el aire, retorciéndose en el aire, coleando y boqueando en el aire hasta la muerte? ¿Alguien podría imaginar tamaño espectáculo? Lástima que los peces sean tan tontos. Lástima que tengan tan poco cerebro.


939
Es posible que algún atento lector, aunque quizá un tanto menos sutil (o quizá un tanto más) que el irresponsable autor de estas líneas, pudiera sentirse tentado a ocupar este parágrafo con la imagen de millones y millones de personas zambulléndose a la vez en ríos, lagos, mares y océanos. Si así fuere, no será el autor quien se lo impida.


940
A palabras de políticos (y de banqueros, y de financieros, y de economistas, y de tecnócratas, y de así sucesivamente, y de etcétera, etcétera, etcétera), oídos sordos.


941
...y la melancolía, solía decir el señor Fuster dándole la vuelta a Ortega y Gasset, conduce a la inutilidad para el esfuerzo.


942
(Antes.) Tengo novio, dice ella. Lo dices como si fuese un estorbo..., dice él.; y tras una pausa, mirándola fijamente, insiste: ¿A las siete? Y finalmente ella, con una sonrisa, asiente.


943
(Ahora, afortunadamente.) Tengo novio (o novia), dice B. Lo dices como si fuese un estorbo..., dice A; y tras una pausa, mirando fijamente a B, insiste: ¿A las siete? Y finalmente B, con una sonrisa, asiente.


944
Inútil será decir (y entonces, ¿por qué lo dices, inútil?) que el sagaz lector habrá advertido fácilmente que los personajes A y B del parágrafo anterior ya no han de ser forzosamente, como en 942, chico-chica, pues (afortunadamente, repetimos) también podrían ser ahora chico-chico o chica-chica. Pero podrían ser además, y quizá esto sí que convenga recordarlo, chica-chico, pues si de algo puede sentirse orgullosa nuestra sociedad (quizá de poco más) es de los avances obtenidos en el reconocimiento de los derechos de las mujeres (y el de achuchar al varón entre ellos). Esperemos que no venga (o regrese) ningún monoteísmo (o politeísmo, o cualquier otro teísmo de la clase que diablos o demonios sea) a estropearlo.


945
El libre albedrío, solía decir el señor Fuster, consiste en hacer de grado lo que de lo contrario se nos obligaría a hacer por fuerza.


946
¿Me ocurrirá sólo a mí?, se pregunta últimamente con frecuencia Segismundo. ¿Nadie más se sentirá como una especie de curioso impertinente? ¿Nadie más tendrá la sensación de vivir dentro un relato de Kafka que está dentro de una novela de Dostoievski? O al revés, que para el caso es lo mismo.


947
¿Es posible inundar un río, un lago, un mar, un océano? A lo mejor puede conseguirlo el mismo que lo ha hecho con los canales de Venecia (véase EL PAÍS.com, martes 13 de noviembre de 2012).


948
Qué tiempos éstos, querido Brecht, en que hasta el trino de un pájaro, de un violín o de una soprano nos puede parecer un treno.


949
Producción en cadena: los resucitadores -no nos olvidemos de ellos- se encargan de desahuciar de sus sepulcros, entre otros habitantes del más allá, a los muertos (cada vez con más frecuencia suicidas) que en el más acá habían sido desahuciados de sus viviendas. Conclusión: que ni muerto ni vivo, ni vivo ni muerto, ni sin ti ni contigo, ni contigo ni sin ti tienen mis penas remedio.


950
Aeropuertos sin aviones, trenes de alta velocidad sin viajeros, autovías que conducen a ninguna parte... Para que luego digan que no se puede sorber y soplar a la vez. O que no es posible hacer una película muda hablada.

951
¿Honra sin barcos o barcos sin honra? Ante la duda, solía decir el señor Fuster, ni siquiera la duda: ni honra ni barcos; ni barcos ni honra.


952
¿Qué diablos o demonios de mierda de vida es ésta, se pregunta últimamente muy a menudo Segismundo, en la que morir no supondrá caer en el infierno sino escapar de él?


953
En 1929 los banqueros se tiraban por la ventana. Ahora, ni empujándolos.


954
Corolario: dado que el esfuerzo inútil conduce, como es bien sabido, a la melancolía, que nadie se proponga seriamente -aunque pudiera parecer lo más necesario y conveniente- defenestrar banqueros.


955
No, querido Lampedusa, no; hoy no se dice así. Hoy se dice: que nada cambie para que todo siga igual.


956
Pues ya se sabe que mientras todo siga igual las cosas nos irán mucho peor a casi todos, condición necesaria y suficiente para que sigan yéndoles mucho mejor a los pocos de siempre.


957
Desengáñate, Segismundo, dice el fantasma del señor Fuster. Las cosas son como son: si se intenta privatizar la sanidad pública (y quien dice la sanidad dice etcétera) nadie hará, quizá porque no sea posible, una revolución para evitarlo. Pero intenta en el futuro nacionalizar la sanidad privada (y quien dice la sanidad vuelve a decir etcétera) y ya verás lo poco que tardan en montarte una contrarrevolución para impedirlo.


958
Si queréis conservar este maltrecho planeta, solía decir el señor Fuster dándole la vuelta al Creador, menguad y dividíos.


959
Mi cadáver yacía boca arriba, semioculto junto a unos matorrales al borde de un claro del bosque. Había caído de bruces cuando me dispararon en la nuca, pero luego me voltearon (voltearon mi cadáver) para darme (para darle) el tiro de gracia en la frente. Descubrió mi cadáver un niño que, según se verá enseguida, estaba de acampada con sus padres. Me miró (miró mi cadáver) sin muestras de asombro, como si estuviera acostumbrado -quizá lo estaba- a ver muertos. Mamá, papá, gritó, o, más bien, simplemente elevó la voz para hacerse oír; mirad, un muerto. Con paso ligero, aunque no apresurado, llegaron los padres. Ya te he dicho, la madre fingió regañar al niño, que no te alejes tanto de nosotros. Y poco después, ya junto a mí (ya junto a mi cadáver), tapándose la nariz, dijo: Tiene todo el aspecto de una ejecución. El padre me contempló (contempló mi cadáver) sin excesivo interés durante unos pocos segundos, y finalmente murmuró: Algo habrá hecho... Vamos, tendió la mano al niño. ¿Nos trasladamos al otro lado del río?, preguntó la madre. Ni soñarlo, contestó el padre, empezando a dar la vuelta. ¿Desmontar la tienda y volverla a montar...? Menudo fastidio. Al fin y al cabo, arguyó, no estamos tan cerca del cadáver. Además, él no va a molestarnos. Y nosotros a él, tampoco. En realidad, agregó mientras ya se alejaban, ni nosotros ni nadie. (Y ciertamente no le faltaba razón: ellos ya no podrían molestarme. Ni ellos ni nadie podrían ya nunca molestarme. Ni ellos ni nadie ni nada podrían ya molestarme nunca jamás.)


960
Una flota de platillos volantes se aproximaba dispuesta a invadir nuestro planeta, pero cuando los alienígenas estuvieron lo bastante cerca para darse perfecta cuenta de lo que se iban a encontrar corrigieron el rumbo, viraron ciento ochenta grados (en román paladino: dieron media vuelta), volvieron por donde habían venido y de la susodicha flota nunca más se supo. Conclusión: nosotros mismos somos nuestro mejor escudo contra invasiones extraterrestres, y así no hay dios (ni Dios) que pueda escribir ni buena ni mala ciencia ficción.


961
Cuando los privatizadores (que tan temidos deberían ser por los vivos como lo son los resucitadores por los muertos) pensaron que ya no quedaba nada por privatizar; cuando creyeron haber acabado finalmente y por fin con todo lo público; cuando, felizmente convencidos de que su misión y su deber habían sido debidamente cumplidos, estaban a punto de disolver todos sus consejos, conciliábulos, comisiones y comités, el brazo derecho de un oscuro pero ambicioso asesor se alzó pidiendo la palabra. Aún no hemos terminado, dijo. Falta una cosa. Todavía nos queda algo por privatizar. Y tras una larga y profunda inspiración, a la que hizo seguir un soplo prolongado y sonoro que arrojó como un postrer latido o un último estertor sobre la palma extendida de su mano derecha, mostrando la palma a sus oyentes mientras los recorría triunfalmente con la mirada, dijo: Esto. Esto, señores míos, es lo que falta. Esto.


962
Sueño que suena el despertador. Sueño que me despierto. Sueño que me levanto, entro en el cuarto de baño, ducha y etcétera (más bien a la inversa), salgo del cuarto de baño, me visto, entro en la cocina, desayuno lo de siempre (un triste café con leche), salgo de la cocina, vuelvo a entrar en el cuarto de baño, me cepillo los dientes, vuelvo a salir del cuarto de baño, un salto en el sueño y estoy en el metro camino de la oficina, otra elipsis y estoy ya en mi mesa de trabajo delante del ordenador, rutina laboral y rutina social (un compañero -al que mejor entiendo- se queja de su soledad; una compañera, de su marido; otro compañero, de su mujer; otra, de sus padres; otro, de sus hijos; otra, de sus amigas; otro, de sus amigos; otros y otras, de cosas que no recuerdo, pero el hecho es que todo el mundo se queja de algo), bocadillo de media mañana en cafetería con la única compañía de un periódico que apenas leo, vuelta a la rutina laboral y social, fin de la jornada funcionarial, comida más que de mediodía de principios de la tarde (pero el cuerpo, después de tantos años, ya está acostumbrado), libertad provisional hasta el anochecer (a veces cine, a veces teatro, a veces museos, a veces exposiciones, a veces conciertos, a veces paseos sin rumbo, a veces -sobre todo si hace mucho frío o llueve- algún libro; pero siempre, irreparablemente siempre, ese tenaz hastío, esa desoladora desgana, esa abrumadora certeza de que nada vale la pena si no se comparte con nadie y de que no hay nadie con quien valga la pena compartir nada), vuelta a casa, cena frugal, un poco de televisión y a la cama. Entonces despierto de verdad. Entonces (pero esto es un decir) respiro con alivio. Entonces comprendo que todo ha sido una pesadilla y que yo sigo tranquilo en mi ataúd, permanezco feliz en mi tumba, continúo liberadoramente muerto.


963
Sueño que suena el despertador. Sueño que me despierto. Sueño que me levanto y voy a trabajar. Entonces despierto de verdad. Entonces me entran las habituales ganas de llorar. Entonces empieza la cotidiana y recurrente pesadilla de salir de casa por la mañana a buscar trabajo y volver a casa de noche sin haberlo encontrado.


964
Algo que sé a ciencia cierta que no me será posible hacer: entrar por mi propio pie en mi propia tumba. (Entre otras razones, porque -recuérdese- creo haber dicho y repetido hasta la saciedad que quiero ser incinerado.)


965
Vender tu alma, perder tu dignidad, traicionar tus principios... ¿Ni por todo el oro del mundo? Eso lo dirás porque sabes que no iban a dártelo. Pero a la menor sospecha de que pudieran estar dispuestos a hacerte una oferta de ésas -como diría don Vito- que no se pueden rechazar, seguro que te conformarías con bastante menos de la mitad, incluso con mucho menos de la millonésima parte.


966
¿Qué sucedería, se pregunta de repente Segismundo, si algún día al papa (hablando ex cátedra, por supuesto) le diera por decir -o confesar- que Dios no existe?


967
Esa perenne cara de entreme donde no supe de nuestro presunto presidente del gobierno, esa su perpleja cara de y quedeme no sabiendo...

968
Hay dos maneras de salir con los pies por delante. Una de ellas es como cadáver. En cuanto a la otra, pregunten a Rita. (O al desopilante Xavi Castillo.)


969
Segismundo, Segismundo, no olvides nunca, hijo mío -recordó que le dijo su difunto padre en su lecho de muerte-, que mientras estamos vivos somos inmortales.


970
Cinco mil millones de años todavía. Cinco mil millones de años todavía para que este maldito planeta se vaya a la mierda y al carajo y al demonio y al diablo. Cinco mil millones de años todavía para que el Sol reviente.


971
Niégalo siempre todo. No admitas nunca nada. Alega siempre inocencia o ignorancia. ¿Consejos de un abogado a un presunto delincuente? Es posible. O quizá también a un político corrupto o incompetente (perdón por el pleonasmo, si lo hubiere), que para el caso vendría a ser lo mismo.


972
No. No están pagando justos por pecadores. Puesto que no hay (o casi no hay) justos. Puesto que todos (o casi todos) son pecadores.


973
Si el orgasmo, al decir de los franceses, es una pequeña muerte, la muerte, entonces, debe de ser (y si no lo es debería serlo) un interminable y gran orgasmo. Así pues, que no vengan los resucitadores a jodernos la fiesta.


974
Tantos años de sequía aquí y tantos años allá de lluvia cayendo sobre ríos, lagos, mares y océanos.


975
Tan imposible como esculpir en agua, dijo el muñeco de nieve a la estatua de hielo (o quizá fuese al revés), mientras la nube que parecía un galeón (o quizás una fragata, o quizá una catedral), desde su aérea atalaya, los contemplaba.


976
Les das un dedo y se toman una mano; les das una mano y se toman un brazo; les das y así sucesivamente y se toman y etcétera, etcétera, etcétera. Empezaste renunciando a la idea de que la propiedad privada (de entrada o en principio o como diablos o demonios prefieras) es un robo, y acabarán -en nombre de la sacrosanta libertad de empresa- privatizándote hasta el aire que respiras.


977
Dictadura, ni la del proletariado, se le ocurrió decir a alguien (q.e.p.d.) en cierta ocasión. Y así nos ha ido, y así nos va, y así es de temer que nos siga yendo por los siglos de los siglos amén.


978
Qué tiempos éstos, querido Brecht, en que acabaremos teniendo que comer nuestros vómitos y nuestras heces y beber nuestra sangre, nuestro semen y nuestra orina. (Pero ellos, atrincherados en sus SICAV, nos seguirán subiendo el IVA.)


979
Señores pasajeros, dijo la azafata, no es necesario que se abrochen los cinturones. Incluso pueden volver a fumar. Estamos a punto de estrellarnos.


980
Empezamos a barruntar que el desastre quizá podría ser inminente cuando vimos que el piloto saltaba en paracaídas.


981
Estamos todos a muerte con el entrenador, dijo el capitán del equipo, empezando por el presidente del club y acabando por el masajista y el utillero. Y al día siguiente el entrenador estaba muerto. (O destituido, que para el caso es lo mismo.)


982
Desengáñate. O no te engañes. Pienses lo que pienses, digas lo que digas, eres lo que haces. Y si no te gusta lo que haces, es que no te gusta lo que eres. Y en ese caso, más te valdría (cfr. 871) atarte una piedra de molino al cuello y arrojarte al fondo del mar.


983
Segismundo recuerda de repente aquello de Albert Camus cuando dijo que si tuviera que elegir entre el Partido y su madre elegiría a su madre. Y se pregunta por qué diablos o demonios piensa ahora en todo eso si a estas alturas de la vida ya no tiene padre ni madre ni Partido que le ladre.


984
Lo malo no es que si ganan los otros lo tendremos mal. Lo malo es que si ganan los nuestros lo tendremos peor.


985
Si estás frente a un espejo y no quieres empuñar un revólver pero lo empuñas, si estás frente a un espejo y no quieres introducir el cañón en la boca pero lo introduces, si estás frente a un espejo y no quieres apretar el gatillo pero lo aprietas, entonces, ése que estaba frente al espejo no eras tú, ése que estaba frente al espejo carecía de voluntad, ése que estaba frente al espejo era solamente tu reflejo.


986
Si Goebbels o Goering o quien diablos o demonios fuese sacaba la pistola cuando oía la palabra cultura, y si a Woody Allen le entran ganas de invadir Polonia cuando oye música de Wagner, entonces, nosotros, pobres de nosotros, que no tenemos Polonia que invadir (ni malditas ganas de hacerlo) ni (¡ay!) pistola que sacar, deberíamos apresurarnos a poner a buen recaudo la cartera cuando oigamos hablar de presunción de inocencia.


987
En el día de hoy, traspasada la última línea roja que quedaba por traspasar, las falsas promesas de nuestro mendaz programa electoral han alcanzado sus últimos objetivos de incumplimiento. Prepárense para lo que sigue, porque esta guerra aún no ha terminado.


988
Cuando por fin hubimos terminado de hacer aquello que tanto nos disgustó haber tenido que decir que no nos gustaba hacer (cfr. 856), entonces, sin excusas ni disimulos y, sobre todo, sin complejos, pudimos ponernos a hacer de una puñetera y puta vez aquello que verdaderamente tanto nos ha gustado hacer desde el principio de los tiempos.


989
Seamos optimistas. Aún podemos ir a peor, lo que no deja de ser una manera de ir a más (aunque sea a más mal).


990
Seamos utópicos, cándidos e ilusos. Pidamos lo posible.


991
Desengañaos, o no os engañéis, dice el fantasma del señor Fuster. Debajo de los adoquines no hay nada más que arenas movedizas.


992
Annus mirabilis, annus horribilis. Dentro de mil años hará quinientos que descubrimos América.


993
E pur si muove! Y sin embargo -tuvo que aceptar Segismundo, quizá un tanto a regañadientes-, la democracia sigue siendo el menos malo (ya que no se puede decir menos peor) de todos los sistemas políticos conocidos.


994
Cuando termines este libro, morirás.


995
Perdón..., cuando termine ¿de qué? ¿De escribirlo, o de leerlo?


996
Si este libro no es una novela, ni un poemario, ni un diario o dietario, ni un cuaderno de bitácora, ni un conjunto de relatos, ni una colección de aforismos ni de reflexiones ni de ensayos, si no es nada de todo eso pero es de casi todo eso un poco o es un poco de casi todo eso, ¿no correrá el riesgo de no ser nada, o -lo que sería peor que nada- de no ser nada de nada, o -lo que sería mucho peor que nada de nada- de ser sencilla y simplemente un caos?


997
Pues sí, en efecto; eso, exactamente eso y nada más que eso -quizá porque no haya querido o podido ser otra cosa- es lo que es este libro: un abigarrado y descosido batiburrillo de retazos y retales, un desordenado y desastrado cajón de sastre.


998
Y esto otro, querido Shakespeare, también: un libro escrito por un idiota, lleno de vaciedades y futesas y que no significa nada.


999
Pero recuerda, mi desocupado e hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, recuerda, te digo, que nadie es perfecto.


1000
Y así como apenas diez justos hubiesen bastado para evitar la destrucción de Sodoma, ¿no habrá en este libro al menos un parágrafo o una línea o una oración o una frase o incluso una simple palabra que lo justifique y que lo salve?


1001
Y así sucesivamente, y colorín, colorado, y etcétera, etcétera, etcétera...




Forse altro canterà con miglior plectro.


“Off with his head!”


Vale.

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