Si no el único en la generación de estructuras fractales, el conjunto de
Mandelbrot —tal vez porque este matemático fue el padrino de bautizo del término—
sí que parece ser el más conocido, al menos para los legos en ciencias, entre
los cuales (¡ay! sí, padre; con profundo dolor lo confieso) me cuento.
Un fractal es, grosso modo, una
estructura geométrica cuyas características básicas se repiten a diferentes
escalas. Con respecto al conjunto de Mandelbrot son muy interesantes las reflexiones
de Roger Penrose en su obra La nueva
mente del emperador (traducción de Javier García Sanz, Biblioteca
Mondadori, 1991), cuando se pregunta (pp.131-132) sobre la realidad platónica
de los conceptos matemáticos: “¿Hasta qué
punto son «reales» los objetos del mundo del matemático?” (...) “El conjunto de Mandelbrot proporciona un
ejemplo sorprendente. Su estructura maravillosamente elaborada no fue la
invención de ninguna persona, ni el diseño de un equipo de matemáticos.”
(...) “El conjunto de Mandelbrot no es
una invención de la mente humana; fue un descubrimiento. Al igual que el Monte
Everest ¡el conjunto de Mandelbrot está ahí!”
Muy interesantes, sí, las reflexiones de Roger Penrose, y en absoluto
desatinadas, al menos en este caso, ya que fue nada más y nada menos que la
Madre Naturaleza la inventora de las estructuras fractales.
Pues fractales y no otra cosa son, por ejemplo, las repeticiones
ramificadas de sí mismas que encontramos en las formas de un árbol, desde las
primeras divisiones del tronco hasta las últimas nervaduras de las hojas, o las
no menos ramificadas repeticiones del sistema circulatorio (o del nervioso, o
del linfático), desde la más gruesa de las arterias al más fino de los capilares.
Y para que —aunque sólo sea por una vez— la realidad no supere a la
ficción ni la naturaleza al arte, propongo al lector que imagine un nuevo tipo
de fractal: una mano de cuyos dedos broten nuevas manos a menor escala de cuyos
dedos brotarán nuevas manos aún más diminutas de cuyos dedos..., etcétera, etcétera,
etcétera; hasta que, finalmente, las últimas manos imaginables cierren los
dedos asiendo unos sobres de impoluta blancura, unos sobres que, en negros
caracteres de imprenta, llevarán escrito: Tres
por ciento.
Imagine también el lector que la mano matriz es como un corazón que
bombea sangre hasta los últimos capilares, y que las microscópicas manos recaudadoras
son como raíces desde las que asciende la savia hasta la copa del árbol.
Y pregúntese, en fin, el lector si esta fábula habla de agusanadas manzanas
individuales o si habla de un manzano podrido todo él desde la copa hasta las
raíces, de un manzano todo él corrompido desde las raíces hasta la copa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario