jueves, 31 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Igual que hay un solo Dios, mi buen Sancho, verdadero don Miguel no hay más que uno. Y no es don Miguel Delibes. Ni don Miguel de Unamuno.

§ La mejor literatura se ha escrito siempre con lo peor de la condición humana.

§ ¿Certezas? Lo único cierto es que mañana habrás muerto.

§ Antes de retirarse a sus cuarteles de invierno, antes de hacer mutis por el foro, antes, en fin, de pasar a mejor vida, el tonto que esto escribe querría —como esa última cena, ese último cigarrillo, esa última voluntad que se concede al condenado a la pena capital— dejar constancia de su opinión de que a estas alturas de la Historia Universal nos hemos ganado, sobradamente y con creces, el derecho al pesimismo.

§ Año nuevo, vida nueva. Este libro podría ser infinito, pero como no se trata de competir con Dios, sobre todo porque —además de tener muy mal genio— es bastante dudoso que exista, el tonto que esto escribe ha decidido que con un año de tonterías es más que suficiente. Así pues, felices años nuevos —y que sean muchos— a todo el mundo y adiós hasta siempre.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Una obviedad —y por lo tanto una estupidez— antes de despedirme: los años, cuanto más pasan, más pesan.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El santoral conmemora hoy la festividad de la matanza de los primogénitos en Egipto, digo de los santos inocentes en Belén de Judea.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Por qué nadie (seamos justos: casi nadie) se atreve a decir que el verdadero y mayor problema de la Humanidad —y no es que los otros sean falsos y menores— es que somos demasiados? ¿Nadie ha leído a Borges?: Los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres. (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.) El tonto que esto escribe parece que sí lo ha leído, y tal vez por ello no se ha multiplicado (aunque, eso sí, tiene muchos, quizá demasiados, sobrinos). Y más pronto o más tarde dejará un asiento libre en este mundo. (Y si es más tarde que pronto, no será del todo por su voluntad. Que dejar voluntaria —y civilizadamente— libre el asiento no es todavía nada fácil en este aún poco civilizado país.)


sábado, 26 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ La mayor ventaja de vivir solo es que no puedes descargar tus frustraciones en nadie. (Y viceversa, por supuesto.)

viernes, 25 de diciembre de 2015

Cuento de Navidad

Ante la Navidad sólo caben dos opciones: se la rechaza o se la acepta. Se podrá pensar que hay una tercera: ignorarla. Pero eso vendría a ser nada más que una versión atenuada de la primera.
Algo parecido, aunque tal vez con un surtido algo más amplio de variantes, le ocurre al escritor que se enfrenta al dilema de escribir o no escribir un maldito cuento de Navidad. Además de aceptar, rechazar o ignorar la tentación, recurrente cada año, de meterse en ese berenjenal, puede hacer como que escribe el maldito cuento, pero sin escribirlo, o como que no lo escribe, pero escribiéndolo. Y ya puestos a fingir, a disimular, a amagar sin dar, a tirar la piedra y esconder la mano, ya puestos, en fin y con perdón, a hacer el indio, se puede teorizar sobre las diversas opciones que caben ante la Navidad o sobre las no menos diversas variantes a las que se enfrenta el escritor al que se le ocurre la peregrina idea de plantearse el dilema de escribir o no escribir un maldito cuento de Navidad.
Pues es un verdadero dilema. Malo si se elige ignorar. Peor si se elige rechazar. Y pésimo si se elige aceptar. A estas alturas de la Historia Universal de la Literatura (casi digo de la Infamia) ya está todo escrito y más que escrito en lo tocante a cuentos de Navidad. Y además no hay manera de escapar del tópico del corazón duro que al final se ablanda ante el chaparrón de buenos sentimientos que nos inunda en tan señaladas fechas.
Podría tratar uno de ser original haciendo como que mantiene la dureza de corazón, diciéndose que esos mendigos tullidos que nos tienden la mano o el vaso de plástico son a menudo tan falsos como tullidos que como mendigos pues no son otra cosa que miembros de una mafia de avispados pedigüeños, que esos simpáticos jóvenes (suelen ser jóvenes y suelen ser simpáticos) que nos asaltan saliéndonos al paso con la pretensión de hacernos colaborar pecuniariamente en la ONG de turno en realidad no son altruistas voluntarios sino contratados precarios, que esos músicos callejeros o de los pasillos del metro, que esos malabaristas de semáforo, que esos gorrillas, que esos vendedores de pañuelos, que esos limpiacristales, que esos y así sucesivamente, que esos y etcétera, etcétera, etcétera...
Y es precisamente ahora, cuando uno ya estaba empezando a entrar en calor, a desplegar el catálogo de las víctimas que ha ido sembrando esta maldita crisis de nunca acabar, es ahora precisamente cuando hace su aparición en escena la inevitable figura del editor, ese sujeto que como no me paga a tanto la línea procura que las líneas sean las menos posibles y no le resulten así demasiado caras.
Aunque debo confesar que en esta ocasión sus tijeras de recortar me han hecho un inmenso favor, pues la verdad es que no sabía muy bien por dónde tirar ni cómo salir del atolladero, del lío en que me había metido con mi peregrina idea de escribir, pero sin escribirlo, o de no escribir, pero escribiéndolo, un maldito cuento de Navidad.


miércoles, 23 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Celebrado ya el sorteo de Navidad de la Lotería Nacional, el tonto que esto escribe puede confirmar y confirma que su salud sigue siendo excelente.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

 § A río revuelto, oveja muerta.

§ Reunión de pastores, ganancia de pescadores.

§ Predicar con el mal ejemplo es la mejor manera de no dar trigo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Por el mar corren las liebres

Por el monte, las sardinas. Mañana hice lo que no haré ayer. Lo oí con mis propios ojos. Subí al sótano y desde allí bajé al último piso. Retroceder hacia delante no es igual aunque sea lo mismo que avanzar hacia atrás. Globo hidrostático. Avión submarino. Submarino aéreo. Volar a cuatro patas. Andar de cabeza (ésta no tendría que valer, pues a veces es verdad). Sonreír con las orejas. El gato de Schrödinger sorbe y sopla a la vez. La pescadilla que se muerde la cabeza. La Anebsifna o serpiente de dos colas. Todo cuerpo sumergido en el agua se seca. El fuego apaga el agua. Cuando llueve hacia arriba se inunda el cielo. Si menos por menos es más, más por más es menos que menos, puesto que menos que menos es mucho más que más. Todo cambia salvo el cambio, porque el cambio, al estar siempre cambiando, nunca deja de ser cambio. Todo es uno pero no lo mismo, del mismo modo que yo es otro. Tres personas distintas y un solo Dios verdadero. La justicia es igual para todos. Se puede superar la velocidad de la luz. Dios existe. Lo siento, me he equivocado y no volverá a suceder. Soy inocente. Lo juro por mi conciencia y mi honor. A mí que me registren. Yo soy un político honrado. O nosotros o el caos. Aire opaco. Luz sorda. Eco mudo. Ruido ciego. Calor torrencial. Lluvia tórrida. A donde vengo es el mismo lugar de donde no voy. Tomé el camino de la derecha y lo fui superponiendo palmo a palmo en el camino de la izquierda.
Mañana sábado 19 de diciembre de 2015, jornada de reflexión previa a la jornada electoral del domingo.
Así pues, reflexionemos, hermanos, reflexionemos.
Pasado mañana domingo 20 de diciembre de 2015, jornada electoral. Por fin, ya era hora, llega el tan ilusionadamente esperado día en que los ilusionados vomitantes (queremos decir: votantes) podremos ilusionadamente emitir (queremos decir: vomitar) nuestro no menos ilusionadísimo voto.
Así pues, vomitemos, hermanos, vomitemos. (Queremos decir: votemos.)
Pero ¡ojo!, no se me malinterprete: Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional.


jueves, 17 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ No estoy en ppolítica en beneficio de mis pproppios intereses. (Lo estoy en beneficio de mis pproppios cappitales.)

martes, 15 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ No sé —y la verdad es que ni me importa— si soy el bárbaro que desprecia lo que ignora o el civilizado que piensa que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio, pero confieso, sin rubor alguno, que no he presenciado ninguno, absolutamente ninguno, de los debates que han tenido lugar durante la presente campaña electoral. El lector que se considere libre de pecado, que me arroje la primera piedra.


domingo, 13 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Lo que pudo haber sido y no fue? No. Lo que nunca fue porque jamás podría haber sido.


§ Si sólo te queda tristeza procura sobrellevarla con alegría. (Desecha la fácil rima: no pienses ni digas ni escribas con entereza.)

viernes, 11 de diciembre de 2015

Por decir algo

El verdadero escritor, el escritor verdaderamente literario, ha de ser, fundamentalmente y ante todo, un inventor.
Desconfiemos, en principio, del exceso de documentación, de descripción, de detalles. A veces ese exceso no es sino una forma de disimular que el escritor no conoce realmente, no ha experimentado, no ha vivido aquello de lo que nos está hablando. Una novela no ha de ser, por ejemplo, una guía turística. Un conocedor de París o Londres o Nueva York no necesitará fingir que lo es abrumándonos con el recuento de cada farola y de cada árbol y de cada banco de un parque. Escogerá solamente lo que sea significativo y pertinente para la narración. Recuérdense el clavo o la pistola de Chéjov: si aparecen al principio de un relato habrán de ser los mismos con los que al final, bien colgándose de uno, bien disparándose con la otra, acabe suicidándose el protagonista.
Un grandioso ejemplo de invención es el que nos da Herman Melville en el capítulo IX de Moby Dick, dedicado al sermón del padre Mapple. Este capítulo, de unas diez páginas, forma una unidad con los dos que le preceden, mucho más breves. Una unidad (la capilla con sus lápidas dedicadas a quienes murieron en el mar; el capellán que antes fue marinero y arponero; el púlpito que es como la proa de un barco y al que se accede por una escala de gato; el sermón, en fin, basado en el episodio bíblico de Jonás y la ballena) que es como un microcosmos donde ya se contiene simbólicamente toda la novela. Pero ésa es otra historia.
Lo que nos interesa ahora es la maravilla que por boca del padre Mapple hace Melville con el personaje de Jonás. En un proceso similar, pero inverso, al que acabamos de señalar, del microcosmos de unas pocas líneas de la Biblia y de un personaje poco más que simbólico consigue extraer Melville y ofrecernos, a lo largo de las diez páginas de ese capítulo IX, un Jonás humano, atormentado, contradictorio, de carne y hueso. Un Jonás en el que todos y cada uno de nosotros podemos reconocernos.
Llegados aquí (cuando las tijeras del editor veas asomar pon tu texto a recortar) podrá pensar el lector que no le parece nada lógico que haya empezado con una crítica al exceso de documentación, de descripción, de detalles, y que después escoja como ejemplo precisamente a Melville. De acuerdo, pero no se olvide que he dicho en principio y a veces, y sobre todo no se olvide que Melville no es un escritor de copia y pega sino que vivió, experimentó y conoció realmente aquello de lo que nos habla.
¿Y a santo de qué —podrá también pensar el lector— este sermón sobre un sermón? Y ahí sí que me ha pillado. Porque llevo una buena temporada queriendo ser un inventor, tratando de inventar un relato para esta columna, algo verdaderamente inventivo. Pero no se me ocurre nada. Y cuando me ocurre eso, sigo un viejo consejo (igual acabo de inventármelo): si no sabes lo que escribir, escribe sobre literatura.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Ciclistas, un solo mandamiento os doy: tratad a los peatones como queréis ser tratados por los conductores.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Afortunadamente, todos los muertos viajaban en tercera




Es posible que la frase que da título a estas líneas sea eso que hoy, época de tal vez —hélas!— irreversible perversión del idioma, denominamos leyenda urbana, aunque en otros tiempos la habríamos calificado simplemente, sin necesidad de cursivas, como apócrifa.
Cierta o no, quien conozca la frase o guarde memoria de ella sabrá que se atribuye a un cronista que dio cuenta de un accidente ferroviario sucedido en España en los primeros años cuarenta del siglo XX. Eran los años más duros (¿acaso los hubo blandos?) de la dictadura franquista, y es muy probable que el, desde nuestra perspectiva actual, desafortunado cronista alojara en su subconsciente (aunque no sería de descartar que el prefijo estuviera de más) la idea de que quienes viajaban en tercera o bien —por su ubicación en el estrato más bajo de la escala social— eran rojos o bien eran familiares de rojos o bien lo habrían sido de haber tenido ocasión de serlo.
Eran tiempos en los que aún no estaba de moda eso que hoy, volvamos a las cursivas, llamamos corrección política: los mancos eran mancos, los cojos eran cojos, los sordos eran sordos, los mudos eran mudos, los ciegos eran ciegos. Y los rojos eran rojos. Así que nadie iba a escandalizarse (y ¡ay! de aquél que diera muestras de hacerlo) por la muestra de alivio con la que el cronista del accidente ferroviario remataba su crónica.
Ahora son otros tiempos. No parece políticamente correcto hablar de estratos inferiores en la escala social. Todos, o la inmensa mayoría, somos, o éramos, hasta que nos echaron encima la crisis, clase media. Así pues, o ya no hay viajeros de tercera o todos, o casi todos, lo somos. Salvo, por supuesto, los que nunca han dejado ni dejarán jamás de viajar en primera.
Esos sempiternos viajeros de primera, por las mismas razones de corrección política, aunque tal vez lo piensen no pueden decir afortunadamente ante el hecho de que todos los muertos en esa guerra global que desde al menos el 11 de septiembre de 2001 dicen haber declarado al terrorismo siguen siendo viajeros de tercera. (Para ser exactos, y en vista de la clamorosa diferencia de trato mediático, víctimas de tercera serían las de Nueva York, Madrid, Londres, París..., porque las de Beirut, Bagdad, Kabul... y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera es como si no fuesen víctimas, como si no existieran.)
No pueden decir afortunadamente, desde luego. De ahí (tenemos muy recientes los desgraciados acontecimientos de París) esos sonoros golpes de pecho, esos homenajes grandilocuentes, esa exhibición de banderas, esa profusión de Marsellesas, esas promesas de venganza, esas amenazas bélicas.
No pueden decirlo. Pero ¿estamos seguros de que en el fondo no lo piensan? ¿No piensan que Nueva York, Madrid, Londres, París y así sucesivamente y etcétera, etcétera, etcétera —por no hablar de Beirut, Bagdad, Kabul...—  son consecuencia de sus siempre oscuros, turbios e inconfesables intereses, y que mientras ésos a quienes ellos llaman terroristas no dispongan de armas lo bastante inteligentes para apuntar, no a los inocentes viajeros de tercera, sino a los habitantes de los despachos —políticos y económicos— tan confortablemente blindados y enmoquetados de París, Londres, Madrid, Nueva York, en el fondo, mientras no dispongan de esas armas —y no vamos a ser tan estúpidos como para vendérselas—, en el fondo, decíamos, no pasa nada, absolutamente nada de nada?
Al principio de estas líneas se dan tres enlaces a textos relacionados con este mismo asunto. El primero de ellos, de John Carlin, viene a decirnos, más o menos, que de nada sirve lamentarse de que quienes ahora nos hablan de tempestades fueron en su momento los sembradores de los vientos que nos las han traído, pues, fueran quienes fuesen los culpables, los rayos y truenos ya están aquí y lo que importa es protegerse de ellos. El segundo texto, de Juan José Millás, mucho más lúcido e incisivo, nos dice, en cambio, que los vientos portadores de tempestades no son sólo cosa del pasado, y nos incita a preguntarnos por qué continúan sembrándose. Y el tercero, una simple tontería obra de un amigo mío que es muy amigo de escribirlas, remonta la siembra a épocas anteriores a ese Tratado de Versalles al que de forma un tanto torticera hace alusión John Carlin en su texto.
Es muy probable, como suele ocurrir con todo, que en cada uno de esos tres textos haya parte de razón y que ninguno de ellos la tenga por completo. El lector decidirá. En todo caso, si hay algo de lo que pueda acusarse sin ningún género de duda a los sembradores de vientos y portadores de tempestades es de incompetencia, de ineptitud. Porque en todos estos ya largos años de guerra global contra el terrorismo, en lugar de haber conseguido cortar las cabezas de la hidra no han hecho otra cosa que multiplicarlas.

¿Ineptitud? ¿Incompetencia? De pronto empiezo a dudarlo. Quizás lo único cierto —y los que nunca han dejado ni dejarán jamás de viajar en primera lo saben— es que las víctimas de esta guerra —de imborrable y triste recuerdo es el ejemplo de nuestro trágico 11 de marzo de 2004— van a seguir siendo siempre los viajeros de tercera. 

domingo, 6 de diciembre de 2015

sábado, 5 de diciembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El 4 de diciembre empezó la campaña electoral para las próximas elecciones generales. ¿El 4 de diciembre? ¿De qué año?

§ España está recortada. ¿Quién la desrecortará?

§ El recortador que recorte los recortes buen recortador será.


viernes, 4 de diciembre de 2015

Qué Cómo

O dicho de manera tan arcaica como superada: sobre el fondo y la forma. El hecho de que lo verdaderamente importante es cómo se cuenta una historia no debería hacernos olvidar que para poder ser contada es necesario que haya una historia que contar. Y al revés, que para el caso es lo mismo.
Podrá parecer mentira desde la perspectiva actual, alcanzado ya un consenso según el cual la separación entre fondo y forma no es válida ni siquiera como distinción metodológica, pero hubo una época en que los partidarios del qué-fondo-historia y los del cómo-forma-ynadamás llegaron a estar ferozmente enfrentados.
Nada grave si la pelea se hubiera librado solamente en el terreno de lo académico, lo teórico y lo crítico. Lo malo fue que trascendió al terreno de lo práctico, y los sufridos lectores tuvimos que padecer tanto las miserias del peor realismo social como las nadas del más infame formalismo estructuralista.
Afortunadamente, los verdaderos escritores, los verdaderamente grandes de cualquier época son los verdaderos (sí, y tres; ¿pasa algo?) antídotos contra los venenos de esas querellas de bufones académico-teórico-críticos que se dan igualmente en (sí, también) cualquier época.
Léanse, por ejemplo —si aún no se ha hecho, y si ya se hizo no estaría de más releerlas—, maravillas como la endiablada elaboración intelectual de Pálido fuego, por nombrar una sola de las intelectualmente endiabladas obras de Nabokov, los atrevimientos estructurales de algunas de las novelas de Faulkner, la compleja arquitectura de la Recherche proustiana (no se deje nunca de volver, por supuesto, al Quijote) y tal vez se comprenda lo que trato de decir.
Precisamente Proust, en El tiempo recobrado, escribe (traduzco como puedo): “La impresión es para el escritor lo que la experimentación para el científico, con la diferencia de que en el caso del científico el trabajo de la inteligencia precede y en el del escritor viene después”.
El término impresión en esta frase puede entenderse también como sensación, como emoción, como idea. Y eso sería lo fundamental en toda obra literaria: la idea, o las ideas, que surgiendo del corazón acaban tomando forma con la ayuda de la cabeza.
Llegado aquí, sin tiempo ni espacio para mucho más, consciente de que ya se acerca el editor armado con sus tijeras de recortar, releo lo escrito hasta ahora (¿es posible no ya releer sino ni siquiera leer lo todavía no escrito?) y no me parece otra cosa que una deslavazada sucesión de triviales generalidades (discúlpese el pleonasmo). Y atribuyo esa falta de estructura, esa ausencia de pies y de cabeza, a la ausencia y a la falta, precisamente, de ideas.
Aunque quizá sea eso lo que se trataba de demostrar.
(O tal vez el objetivo de esta columna no haya sido otro que el de sostener el pretendidamente ingenioso y posiblemente estúpido título que la encabeza.)