sábado, 26 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Jornada de reflexión en Cataluña: banderas, bandos, bandas, banderías, bandoleros, bandidos. (Y del internacionalismo proletario —bueno, en realidad de eso hace más de un siglo— nunca más se supo.)

viernes, 25 de septiembre de 2015

Preguntas, preguntas, preguntas

¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Por qué existo? ¿Por qué soy el que soy? ¿Por qué soy infinito? ¿Por qué soy eterno? ¿Por qué no tengo principio ni fin? ¿Por qué (¿no es irónico?) soy omnipotente? ¿Por qué (¿no es todavía más irónico?) soy omnisciente? ¿Por qué soy ubicuo, o, por decirlo de otro modo, omnipresente? ¿Por qué tuve que crear un universo (o, según las últimas noticias, múltiples o incluso infinitos universos)? ¿Por qué había de tener un maldito, puto y puñetero plan? ¿Por qué y para qué los ángeles y los arcángeles, por qué y para qué los querubines y los serafines? ¿Por qué diablos y para qué demonios los ángeles caídos? ¿Por qué —delenda est figlina— tuve que modelar con arcilla un mono evolucionado que habría de terminar inventándome a su imagen y semejanza? (¿Por qué habré tenido que ser tan chapucero?) ¿Por qué, después de diluvios universales y lluvias de fuego, tuve que elegir un pueblo elegido? ¿Por qué tuve que escribir el más leído, el más traducido y el más vendido de los libros (del que, por cierto, aún estoy por ver un solo céntimo en concepto de derechos de autor)? ¿Por qué tuve que adoptar la máscara de un viejo cascarrabias, iracundo y vengativo? ¿Por qué tuve que aceptar después el papel de un jovenzuelo blandengue, conciliador y compasivo? ¿Por qué no digo ni pío (tú, santo palomo, ¿para qué hostias quieres el pico?) cuando no dejan de tomar mi nombre en vano? ¿Por qué sigo sin ver un solo céntimo en concepto de derechos de autor si de mi libro ya se han hecho tres versiones y múltiples por no decir que incontables ediciones? ¿Por qué, Dios mío, tanta pregunta? ¿Por qué, Dios mío, tanto porqué? ¿Habrá de ser así por siempre y para siempre? ¿Habrá de ser así por todos los siglos de los siglos amén? ¿Nunca jamás podré dormir sin sueños? ¿Nunca jamás podré dejar de ser el que no quisiera ser? ¿Nunca jamás me será permitido abandonar esta inexplicable e incomprensible existencia de una maldita, puta y puñetera vez?

viernes, 18 de septiembre de 2015

Adiós, muchachos

Josef K., Ole Andreson, Alejandro Villari. ¿Tres personajes distintos y un solo destino verdadero?
En cierto sentido, sí. Pero ese cierto sentido sería casi vulgar, ordinario, trivial. Esa espera pasiva de la muerte que iguala a los tres personajes, esa renuncia a luchar con lo inevitable que los equipara, ¿no es un símil demasiado evidente del destino de todos y cada uno de nosotros? Pues, ¿nos es posible hacer algo para escapar de nuestra común condena?
No es imaginable que escritores de la categoría de Borges, Hemingway y Kafka se conformaran con eso, pretendieran decirnos solamente eso, se limitaran a contarnos nada más que eso.
¿Dónde bucear entonces para ver lo profundo, lo encubierto, lo oculto? Casi da vergüenza decirlo: en cómo se dice lo que se dice.
Este breve texto (el editor —ese tipo que me raciona el espacio— ya está advirtiéndome de que casi voy por la mitad) no se propone —ni podría— analizar los motivos de que Borges ponga el acento en la atmósfera de la espera, Hemingway se limite a sugerirla en unas pocas frases de diálogo y Kafka se demore casi doscientas páginas para decirnos ¿lo mismo?
Parece claro que no, que no se nos está diciendo lo mismo. O, para decirlo de otro modo, que la mirada sobre lo mismo (ese destino al que todos estamos sentenciados, esa condena de la que nadie podrá escapar) no es —si se me permite el fácil juego de palabras— la misma mirada.
Y para comprender por qué unos ojos no pueden —ni deben— mirar de la misma manera que otros, esos muchachos que son tan avaros como mi editor, esos muchachos a los que tan difícil les resulta concebir que no es posible decir con tres palabras lo que necesita decirse con trescientas o con trescientas mil, esos muchachos, en fin, de los que estoy —pues se me agota el tiempo y se me acaba el espacio— a punto de despedirme harían bien en leer, si aún no lo han hecho, La espera, Los asesinos y El proceso.
Y si ya lo hicieron, tal vez no estaría de más que volvieran a hacerlo.


jueves, 17 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿Lucha de clases? ¿A quién votarán los propietarios de la empresa que fabrica las concertinas? ¿A quién votarán los trabajadores de la empresa que fabrica las concertinas?

lunes, 14 de septiembre de 2015

El manuscrito miniado


PER ME SI VA NELLA CITTÀ DOLENTE,
   PER ME SI VA NELL’ETTERNO DOLORE,
   PER ME SI VA TRA LA PERDUTA GENTE.
GIUSTIZIA MOSSE IL MIO ALTO FATTORE:
   FECEMI LA DIVINA POTESTATE,
   LA SOMMA SAPIENZA E ‘L PRIMO AMORE.
DINANZI A ME NON FUOR COSE CREATE
   SE NON ETTERNE, E IO ETTERNA DURO.
   LASCIATE OGNI SPERANZA, VOI CH’ENTRATE.

 DANTE ALIGHIERI. COMMEDIA, INFERNO, III, 1-9


Apareció en la almoneda de una librería de lance. El librero -un viejo sabio y taciturno con quien algunas tardes de lluvia tuve ocasión de admirar la musicalidad de un verso, la luminosidad de una metáfora o la perturbadora alquimia de un párrafo afortunado- había muerto unos días antes. No pude asistir al entierro (obligaciones que quizá no me habría sido difícil eludir me hicieron estar ausente ese día de la ciudad), pero en cuanto me fue posible acudí a llevar flores a su sepulcro. Me acerqué después a la vieja librería -que se había quedado viuda, huérfana y sola- dispuesto a presenciar el acto que, para mí, representaba la real, irreversible y definitiva desaparición de quien, aun en sus silencios -o, sobre todo, en ellos-, había sido mi amigo.
El manuscrito es un librito en octavo, modestamente encuadernado en rústica, de autor o autores aparentemente anónimos. Estaba dejado caer de manera descuidada en uno de los anaqueles cercanos a la trastienda. Yo había pasado muchas veces junto a ese anaquel, pero nunca había reparado en el manuscrito. Quizá alguien lo había removido de otro lugar más oculto mientras ordenaba los libros para la subasta; pero lo cierto es que conocía muy bien la librería, y no me pareció que nadie hubiese estado cambiando libros de sitio.
No sé por qué me atrajo. Nadie le dio importancia (pero yo ya lo tenía entre las manos); nadie pujó por él (pero ya no habrían podido arrebatármelo); nadie le puso precio (pero yo hubiese pagado lo que fuera). Lo incluyeron como obsequio en el lote por el que había pujado. Salí de la librería sintiendo brumosamente que era el manuscrito el que me llevaba bajo el brazo, que era el manuscrito el que había estado esperándome.
Lo recorrí por entero nada más llegar a casa. Es una especie de bestiario medieval, decorado con miniaturas. Sus doce páginas -plagadas de esfinges, hidras, quimeras, unicornios, anfisbenas- me hicieron pensar en alguna secreta intención zodiacal. Pero, si la hubiere, aún no he conseguido elucidarla.
Aunque fue otra cosa lo que más atrajo mi atención: las ilustraciones, que ocupan casi toda la página, están circundadas por una suerte de orlas de letra diminuta y apretada. Opuestamente a lo habitual, en este manuscrito las miniaturas no son los dibujos, sino los textos.
Tardé algún tiempo en descifrarlos. Casi había renunciado a hacerlo, pues ni la lupa de mayores aumentos lograba agrandarlos, cuando casualmente descubrí que, enfrentando el manuscrito a un espejo ovalado (como aquél en que cada mañana la madrastra de Blancanieves temía descubrir la inexorable degradación de su belleza), los textos se hacían diáfanos.
Son doce. Como los trabajos de Heracles, las tribus de Israel, los profetas menores, los apóstoles, los caballeros de la Tabla Redonda, los pares de Francia, los lados del dodecágono, las caras del dodecaedro, las islas del Dodecaneso, las casas celestes, los meses del año o las horas de luz (o de oscuridad) en los días equinocciales.
Parecen haber sido escritos en épocas diferentes, pero en todos ellos he creído encontrar algo que los iguala; algo que, como a las líneas paralelas -condenadas a no encontrarse en este mundo- quizá les permita reunirse algún día en algún punto del infinito. En todos ellos me ha parecido descubrir una insistencia en el silencio, la soledad, la desesperanza, la muerte. En cuanto a esta última, en muchos de los textos está presente en la forma en que usualmente la conocemos: real, definitiva e irreversible; en otros, en cambio, está solamente -o también- insinuada en esa otra forma -no menos real, no menos definitiva, no menos irreversible- de la muerte en vida de quien ha perdido un amor o no ha sabido encontrarlo, de quien no ha querido ser lo que debía ser o ha dejado de ser lo que era, de quien ha renunciado a estar vivo y arrastra esa renuncia durante el resto de su existencia.
Parecen, también, haber sido escritos por distintos autores; pero después de un examen no necesariamente demasiado atento se observan algunos rasgos comunes: cierta reiteración en el estilo, cierta falta de habilidad para el disimulo, incluso cierta ausencia de eso que ahora llaman profesionalidad.
Yo afirmo que esos textos proceden de un solo autor. Y afirmo que conozco su nombre. Aunque no voy a revelarlo.
Tan sólo, como final de este epicedio, diré algo sobre lo que movió al autor del manuscrito. No fue la justicia, ni la potestad divina, ni la sabiduría suprema. Ninguna de estas tres potencias alumbró esas páginas. Ese libro es obra solamente del amor primigenio. Fue una pasión soterrada lo que inspiró esas miniaturas. Lo único que movió a su taciturno y sabio autor -y baste como prueba el pétalo de rosa azul que encontré en la página ilustrada con una desolada quimera- fue el deseo de poder enfrentarse -de tener el valor de hacerlo-, aunque fuera una sola vez, con el dulce mirar de los ojos claros, serenos, de una mujer hermosa.

Unos ojos con los que quizá se atreva a enfrentarse ahora. En el lugar donde se encuentran las líneas paralelas.

sábado, 12 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Consultores o asesores, ¿quiénes son peores?

§ ¿Hay alguna palabra, si no más fea, más mentirosa que gloria?


§ Lo que más me ayuda a mantenerme vivo es precisamente lo que más me ayuda a olvidarme de que estoy vivo.

viernes, 11 de septiembre de 2015

Otoño

A Aziza Akherraz, maga del idioma, con admiración

Parece que el otoño se ha adelantado, al menos en la parte de la ribera del Mediterráneo que se conoce como golfo de Valencia. Las tormentas del final de agosto han barrido los restos del calor que sembraron a principios de julio los vientos del Sahara, un calor que pesaba más que el aire y que tanto nos ha agobiado.
Ya estamos en septiembre, y han bastado unos días para que el cielo, bajo el asalto de batallones de nubes, haya cambiado de color; han bastado unos días para que las temperaturas, quién sabe si sólo engañándonos con una tregua, nos concedan un respiro que quisiéramos que hubiera venido para quedarse; han bastado unos días para que los amaneceres, en su carrera hacia el equinoccio, se oscurezcan y se retarden e instalen en nuestros corazones la languidez, la melancolía, en fin (¿por qué no llamar a las cosas por su nombre, sin sinónimos —que nunca dicen sino una fracción de la verdad— ni circunloquios?), la tristeza.
No se confunda el ablandamiento del corazón que acabo de mencionar con la astenia de la que suele culparse a la primavera. Ésta, la astenia, viene a ser como el entumecimiento que precede al acto de desperezarse y del que, como una flor al desplegar sus pétalos, se libera uno al estirar los miembros. Aquél, el ablandamiento, es una regresión, como la caída de los pétalos de una flor al marchitarse, una regresión que se agrava con la conciencia de que ya pasaron, como un soplo, la primavera y el verano, y se aproximan, como una amenaza, el otoño y el invierno... Y quién sabe, se pregunta uno cuando va cumpliendo más años de los que quisiera, el número de primaveras que le quedarán por visitar.
Me dice al oído el editor —ya saben ustedes, el tipo que me raciona el espacio— que va siendo hora de acabar. Y como quien paga —aunque no pague— manda, servidor de ustedes —aunque no cobre— obedece. Por lo que, acatando la orden del editor, termino. No sin antes confesar que el propósito de lo que antecede no era sino el de no decir nada. Nada de nada. A condición, eso sí, de decirlo sin adjetivos.

Compruebe el lector —mon semblable, mon frère— si el propósito se ha cumplido.

jueves, 10 de septiembre de 2015

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ ¿PPor qué será que los servicios que mejor se ppagan son siemppre los no pprestados?
 
§ Curioso (¿curioso?) que sea la derecha la que nos está recortando los derechos.


lunes, 7 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Si hay algo dudoso es de quién te puedes fiar. Si hay algo seguro es de quién no te ppuedes (ni debes) fiar.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ En este pputo ppaís la justicia no es ciega, es tuerta.

§ En este pputo ppaís el que la hace, la cobra.

§ En este pputo ppaís ni las putas ni las pputas tienen culpa alguna de lo que hagan sus hijos.


viernes, 4 de septiembre de 2015

Reincidentes

Desde su fallido golpe de estado —aquél que intentaron disfrazar de votación democrática, supongo que lo recordarán ustedes—, mi sombra y mi reflejo no me han perdonado que los derrotara con el inestimable apoyo —supongo que también lo recordarán ustedes— de ese extraño y peculiar hermafrodita a quien nunca sé muy bien cómo llamar: el reflejo de mi sombra o la sombra de mi reflejo.
Han seguido confabulados, conspirando a mis espaldas (no iban a tener tanta cara como para hacerlo en mi cara y a cara descubierta), pero el hermafrodita, de quien mi sombra y mi reflejo no tienen forma de librarse, me mantiene informado de todos sus movimientos, el último de los cuales no ha sido otro que el de tratar de establecer una alianza con mis compañeros de póquer.
Supongo que recordarán ustedes igualmente —y si no, hagan memoria de una puñetera vez, pues ya estoy empezando a cansarme de suponer— que tengo dos partidas semanales: una con esos dos conspiradores más el hermafrodita y otra con mis amigos escritores (Segismundo Amis, Tonto el que lo escribe y El que escribe para olvidar).
Confío en mis amigos, pero no tanto como para considerarlos capaces de resistir la tentación de —aunque sólo sea por una vez— desplumarme en el póquer. Y ésa es la propuesta que los dos intrigantes les han hecho: una timba de siete en la que al menos cinco (no sé muy bien por qué, pero confío en el hermafrodita tanto como en mí mismo) jugarían contra mí.
Pero ya he tomado mis medidas al respecto. Todos tenemos sombra. Todos tenemos reflejo. Todos tenemos un extraño y peculiar hermafrodita a quien nunca sabemos muy bien cómo llamar. Y mi hermafrodita ya ha logrado convertir la timba de siete en una de dieciséis, donde sólo cinco jugarán contra mí.
Y es que —aunque tampoco sé muy bien si viene a cuento, nunca me cansaré de proclamarlo— cuánta razón tenía el que dijo que la democracia es el menos malo de todos los sistemas políticos.


miércoles, 2 de septiembre de 2015