Desconsejos

Y aquí tenemos (vuelvo a dirigir al lector a la introducción a 1001) al tercer mosquetero. Iniciada su escritura inmediatamente después de haber finalizado la de su predecesor (@pío, @pío, @pío), alcanzó su término algo antes de que lo hiciera 2014. Dos reglas para su composición: la primera, temática, la sugiere el título; la segunda, la que marca los límites a un libro que, en principio, pero sólo en principio, también podría ser infinito, la deducirá el lector que llegue hasta el final. Pues, ¿quién es el que mejor podría darnos Desconsejos?









Andrés Amat


Desconsejos





‘The question is,’ said Alice, ‘whether you can make words mean so many different things.’
‘The question is,’ said Humpty Dumpty, ‘which is to be master--that’s all.’


Lewis Carroll. Through the Looking Glass and what Alice found there





Todo esto te daré, si te postras y me adoras.

Mt 4,9





I. Odia a los que odian.


II. Procura que te den siempre la razón, sobre todo cuando no la tengas.


III. Nunca des a nadie la razón, sobre todo a quienes ya la tengan.


IV. Cuando no tengas nada que decir dilo con muchas palabras.


V. Utiliza palabras muy largas para expresar tus muy cortas ideas.


VI. No te dejes caer en la tentación. Entra tranquilamente, sin precipitarte, en ella.


VII. Sé siempre veraz, sobre todo cuando seas mendaz.


VIII. No dejes nunca de ser mendaz, ni siquiera cuando seas veraz.


IX. No pienses, y verás qué pronto consiguen que no existas.


X. Confía en Dios, y no tardarás en ver a qué velocidad eres capaz de correr.


XI. Cree en esto: no creas en nada.


XII. Créeme: no creas a nadie.


XIII. Duda hasta de la duda; sólo eso te sacará de dudas.


XIV. Honra a tus padres: no tengas hijos.


XV. Honra a tus hijos: no tengas padres.


XVI. Si no quieres que resplandezca la verdad, haz publicidad.


XVII. Toma ejemplo de nuestro más ínclito prócer: conduce después de haber bebido.


XVIII. Para disimular la nula claridad de tus ideas, haz confusas tus frases.


XIX. Prefiere estar solo a bien acompañado.


XX. Lo que puedas no hacer mañana, no lo dejes para hoy.


XXI. No tengas principios ni tengas inconveniente en cambiarlos.


XXII. Si quieres dar mal ejemplo, aprende de los políticos ejemplares.


XXIII. No te dejes arrastrar por la codicia; simplemente, camina, cogido de su mano, junto a ella.


XXIV. Sonríe, pero no demasiado, no vayan a verte los colmillos.


XXV. Cuando hagas examen de conciencia procura que la nota sea un suspenso.


XXVI. Escoge cualquier día de tu vida para morir, el que prefieras, a condición de que sea el último.


XXVII. No vendas tu alma al diablo; mejor, cómprale la suya.


XXVIII. Antes de hacer algún bien mira muy bien a quién.


XXIX. Cuando hables de lo que no sabes habla como si lo supieras.


XXX. No te preocupes por tu ignorancia; preocúpate solamente de que los demás la ignoren.


XXXI. Procura no envidiar a nadie, sino que todos te envidien.


XXXII. En ser el peor, procura siempre ser el mejor.


XXXIII. Ámate a ti mismo sobre todas las cosas.


XXXIV. Del mal el menos, sí, pero para ti; para los demás, del mal el más.


XXXV. Si quieres que no te oigan, habla muy alto.


XXXVI. Si quieres que no te escuchen, habla muy claro.


XXXVII. Di que amas, y después haz lo que quieras.


XXXVIII. Procura que tus delitos sean también pecados, y así te podrán ser perdonados.


XXXIX. Mira siempre a los demás por encima del hombro, aunque no les llegues a la suela del zapato.


XL. No te preguntes lo que puedes hacer por los demás; pregúntate lo que los demás pueden hacer por ti.


XLI. No lo hagas casi todo por dinero; hazlo todo.


XLII. Nunca digas nunca jamás; con decir nunca será suficiente.


XLIII. Cuando vayas a decir que no te vendes, lleva preparada la etiqueta con el precio.


XLIV. Nunca pidas perdón, y así nunca tendrás que perdonar.


XLV. Prefiere ser malnacido a ser agradecido.


XLVI. Nunca lo olvides: la honra no vale dinero; los barcos, sí.


XLVII. Si hay que jugarse la vida, di, como un crupier: “¡Hagan juego, señores!”


XLVIII. Si quieres sublimar tus instintos homicidas, métete en política.


XLIX. Si no quieres sublimarlos, “Haga como yo, no se meta en política”.


L. No prefieras la injusticia al desorden; recuerda que a río revuelto...


LI. No seas un lobo para el hombre; eso es una tontería y además es mentira. Sé un hombre para el hombre.


LII. I would prefer not to? No lo digas en condicional; dilo en indicativo, y cúmplelo.


LIII. Si de verdad quieres justicia, instala ventanas de guillotina en las puertas giratorias.


LIV. No pierdas el tiempo disparando con palabras; es como hacerlo con balas de fogueo.


LV. ¿Te crees malo? ¡Aprendiz! Entra en los despachos enmoquetados y aprende de los maestros.


LVI. Receta kafkiana para no enloquecer: cuando tengas ganas de escribir, escribe; cuando no las tengas, escribe también.


LVII. No olvides nunca que alguien que escribe no es otra cosa que un loco que, además, escribe.


LVIII. Cuando la oración contenga un pelotón de fusilamiento, procura ser siempre el sujeto y no el complemento directo.


LIX. No malgastes el tiempo visitando cementerios; aprovéchalo llenándolos.


LX. El saber no ocupa lugar; el dinero, sí. Mejor, entonces, una cámara acorazada que una biblioteca.


LXI. Piensa mal y acertarás; piensa peor y acertarás más.


LXII. De buenas intenciones está empedrado el infierno; así pues, procura que las tuyas sean malas si quieres ir al cielo.


LXIII. Huye de la utopía como el gato escaldado huye del agua fría.


LXIV. Recuerda: el que a hierro mata pega dos veces.


LXV. (Y, lógicamente, el que no pega primero a hierro muere.)


LXVI. Recuerda también: mucho mejor que el último ríe el que ríe siempre.


LXVII. Amarás a tu prójimo si te lo paga bien.


LXVIII. Si quieres ser pudiente no seas clemente.


LXIX. Si quieres ser poderoso no has de ser piadoso.


LXX. En fin: si quieres acumular propiedad nunca tengas piedad.


LXXI. Mira a tu alrededor, desalmado, y contesta: ¿de verdad vale la pena perder el mundo entero sólo por salvar el alma?


LXXII. Sé ambicioso, ten amplitud de miras: no te conformes con sembrar vientos; siembra directamente tempestades.


LXXIII. Si quieres hacer carrera eclesiástica recuerda que llegarás más lejos cuanto menos creas en Dios.


LXXIV. ¿Cambio climático? El Sol acabará tragándose la Tierra un día de éstos. Adelántate, pues, a él, empresario emprendedor, que tendrás, no cien, sino cinco mil millones de años de perdón.


LXXV. No tengas familia, no tengas amores, no tengas amigos, no tengas perro. Todos acaban muriendo. O dejándote. Que para el caso es lo mismo.


LXXVI. Hay virtudes teologales y virtudes cardinales; pero, a diferencia de los pecados, no hay virtudes capitales. Haz, pues, del egoísmo tu virtud capital.


LXXVII. Recuerda, y aprovéchalo, que Dios no existe (lo sé de buena tinta) y que todo está permitido.


LXXVIII. Si te dan a elegir entre ser garrulo o gárrulo, no elijas; sé las dos cosas a la vez. Pero, eso sí, procura ser además millonario. Y tus pecados serán perdonados.


LXXIX. Entre méndigo y mendigo escoge siempre la tilde.


LXXX. Que tu mano izquierda recoja los dólares, los euros, las libras esterlinas, los francos suizos, las coronas y los yenes que no quepan en tu mano derecha.


LXXXI. ¿No veis que no se mueven? ¿No veis que no reaccionan? ¿No veis que ya tienen miedo hasta de perder sus cadenas? Continuad machacando. Sin miedos. Sin complejos. Sin vergüenzas.


LXXXII. No te preocupes por esas pancartas que dicen “No hay pan para tanto chorizo”. Mientras en lugar de pan no digan cuchillos puedes seguir robando tranquilo.


LXXXIII. Quisiera daros algún desconsejo, clerigalla, pero no se me ocurre ninguno. ¿Qué podría decir un aprendiz a los maestros?


LXXXIV. Cuídate muy mucho de faltar al respeto a quienes no merecen ninguno.


LXXXV. No te manches las manos de sangre. Ordena que lo hagan por ti.


LXXXVI. Ver, oír y grabar. Que ya te llegará el momento de no callar.


LXXXVII. A nadie habrás de inculpar, aunque cualquiera mal haga: ni al que recalifica, ni al que paga.


LXXXVIII. Guárdate de los que contestan a una pregunta con otra.


LXXXIX. Guárdate, también, de los que contestan con evasivas.


XC. Guárdate, en fin, de los que no contestan.


XCI. (Guárdate, mejor, de hacer preguntas.)


XCII.  Dieciséis Benitos, un Francisco... Al próximo, llamadle Adolfo.


XCIII. ¿Estás cansado de ser el que eres? Da un paso al frente y lánzate de una vez a ser el que serás cuando ya no seas.


XCIV. Cumple tus sueños, aunque sean pesadillas para otros.


XCV. ¿A este mundo venimos a sufrir? No. Lee siempre vienen en lugar de venimos.


XCVI. ¿El prójimo?, mejor cuanto menos próximo.


XCVII. No causes dolor si no hay ganancias de por medio.


XCVIII. Que el ajeno sacrificio te redunde siempre en beneficio.


XCIX. Cuanto menos honor tengas, con más saña lo defiendas.


C. ¿Quieres hacerte rico de verdad? Inventa la forma de privatizar el aire.


CI. ¿Quieres ser poderoso de verdad? Acabo de darte la fórmula.


CII. Hay que ponerse al día, clerigalla: dejad de fabricar los crucifijos con filo y hacedlos con gatillo y percutor.


CIII. No amenacéis más con las penas del infierno ni con la ausencia eterna de Dios. A lo mejor os resulta mucho más efectivo amenazar con la desconexión perpetua de WhatsApp.


CIV. Que el tiempo de los demás sea oro para ti.


CV. Sabéis que Dios, como Ser perfecto, tiene que ser hermafrodita. Pero no lo confeséis jamás, teólogos.


CVI. Sabes que Dios, como Ser perfecto, ha de contener también al Diablo. Pero no te atrevas nunca a confesártelo.


CVII. Para cruzar el río, escorpión, además de una rana búscate una rama.


CVIII. Perseverad en la demolición del Estado de Bienestar, hasta que consigáis hacer de la democracia el peor de los sistemas políticos.


CIX. No confeséis jamás que lo que verdaderamente no os gusta es tener que decir que no os gusta lo que estáis haciendo.


CX. Político caradura, si quieres reblandecer el aspecto de tu rostro, déjate crecer la barba.


CXI. Cuando sonrías mantén apretados los dientes y no separes mucho los labios, no sea que te descubran la dentadura de tiburón.


CXII. Actúa siempre, ¡oh príncipe!, de manera que nunca deje de ser cierto que cada pueblo tiene el gobierno que se merece.


CXIII. Miente a tu pueblo todos los días. Si tú no sabes por qué, tu pueblo sí lo sabrá.


CXIV. Espía, que algo queda.


CXV. Haz mal y no mires a cuál.


CXVI. Si vis pacem, delenda est Carthago. En cristiano: si quieres la paz, aniquila a tus enemigos.


CXVII. Si no quieres tener enemigos no tengas amigos.


CXVIII. ¿Ni envidiado ni envidioso? No, fray Luis, no; siempre envidiado, envidiado siempre.


CXIX. Si no tienes nada nuevo ni valioso que decir, dilo en un mitin o una homilía.


CXX. Si, en lugar de lo anterior, no tienes nada, pero absolutamente nada que decir, dilo en una homilía o un mitin.


CXXI. Recuerda que tu éxito nunca será plenamente satisfactorio si no va acompañado del fracaso de otros.


CXXII. Recuerda también que si participar es importante, sólo lo es por la posibilidad de ganar.


CXXIII. Citius, altius, fortius. No tengas reparo en pisar cabezas si eso te da más fuerza para llegar más alto lo más rápidamente posible.


CXXIV. Sienta un pobre en tu mesa y disfruta viendo cómo te ve comer.


CXXV. Siéntalo después a tu mesa y disfruta viendo cómo se hace falsas ilusiones.


CXXVI. ¿Sólo un pájaro en mano y ciento volando? No, nada de eso: todos en mano, ninguno volando.


CXXVII. Antes de matar la gallina de los huevos de oro aprende a clonarla.


CXXVIII. Puesto que eres ciega, ¡oh Justicia!, dicta siempre sentencias injustas.


CXXIX. Nunca dudes en cambiar el honor por los honores.


CXXX. A quien te lo diga, no le des la bolsa y quítale la vida.


CXXXI. No olvides nunca que Hacienda son los otros.


CXXXII. Deja que los demás propongan, pero procura ser siempre tú quien disponga.


CXXXIII. Mal de muchos, ¿consuelo de tontos? Puede ser. Pero también, beneficio de pocos. Procura siempre, entonces, no ser tan tonto como para no estar entre los pocos.


CXXXIV. En casa cerrada no entran moscones.


CXXXV. Cuando abras una puerta, mira muy bien que sea siempre de salida.


CXXXVI. No ames y no tendrás que soportar ser amado.


CXXXVII. Al amigo, ni agua.


CXXXVIII. Aprende a doblar sábanas sin ayuda.


CXXXIX. Sopórtate a ti mismo.


CXL. (Sí, a ti mismo. Y a nadie más. Contigo tienes bastante.)


CXLI. Ni cola de ratón ni cabeza de león (o al revés, que para el caso es lo mismo): tiranosaurio rey.


CXLII. Si siempre dices lo mismo, dilo de manera diferente.


CXLIII. Dicho de manera diferente: si siempre cantas la misma letra, hazlo con otra música.


CXLIV. Engaña a todo el mundo durante todo el tiempo. Sí, te lo aseguro (Lincoln -y así le fue- era un ingenuo), se puede.


CXLV. Te lo aseguro también: Roma sí paga a traidores.


CXLVI. Si no quieres que te traicionen, traiciona tú primero.


CXLVII. Ya sabes: el que traiciona primero, traiciona dos veces.


CXLVIII. No olvides nunca que lo malo es peor que lo peor.


CXLIX. Al revés te lo digo para que me entiendas: lo peor es mejor que lo malo.


CL. A ver si lo entiendes de una vez: Voltaire habría dicho que lo peor es enemigo de lo malo.


CLI. Exacto... Pero es que eso de “Cuanto peor, mejor” ya estaba dicho.


CLII. Miénteles, Johnny Guitar. Diles que ya se ve la luz al final del túnel.


CLIII. No les digas lo que verdaderamente piensas. No les digas que solamente se puede salir de la crisis de una manera: trabajando vosotros más para que nosotros no ganemos menos.


CLIV. No les enseñes nunca a contar, no sea que algún día lleguen a darse cuenta de que ellos son muchos más.


CLV. Puedes enseñarles a leer, pero sólo el catecismo.


CLVI. Cuando hayas aprendido a doblar sábanas sin ayuda (¿recuerdas?), aprende a bailar sin pareja.


CLVII. Si quieres que nada cambie -Lampedusa, como Lincoln (¿recuerdas también?), era un ingenuo-, haz que todo siga igual.


CLVIII. El poder corrompe. El poder absoluto corrompe absolutamente. Así pues, puestos a corromperse, que sea absolutamente.


CLIX. Entre la hormiga y la bota, apuesta siempre por la bota.


CLX. Entre el siervo y el látigo..., acabo de decirte la apuesta correcta.


CLXI. Entre el esclavo y las cadenas... Creo que estoy empezando a decir lo mismo de la misma manera (¿sigues recordando?), a cantar la misma letra con la misma música.


CLXII. Los fines de semana disfrázate de lobo con piel de cordero: quítate la corbata y ponte unos vaqueros.


CLXIII. No olvides nunca que las apariencias están precisamente para eso: para engañar.


CLXIV. Cuando no tengas nada que decir, no te calles.


CLXV. Cuando no sepas qué decir, tampoco.


CLXVI. La religión es el opio del pueblo; procura, así pues, que esa droga tan dura cueste bien cara.


CLXVII. No expulses a los mercaderes del templo; cóbrales una tasa por sus puestos de venta.


CLXVIII. ¿Dejarte sobornar?; todo es empezar.


CLXIX. Cuando rompas un corazón no te detengas a recoger los pedazos.


CLXX. No olvides nunca que el amor es como la vida: uno y otra terminan siempre; y uno y otra siempre terminan mal.


CLXXI. Cuando te pillen infraganti pon cara de a mí que me registren que yo no he sido.


CLXXII. Cuando te cojan reincidiendo pon cara de juro que es la primera vez y que no volveré a hacerlo.


CLXXIII. Cuando estés ante el juez pon cara de señoría cómo me arrepiento y señoría cuánto lo siento.


CLXXIV. Cuando entres en la cárcel pon cara de yo soy inocente y nunca he roto un plato.


CLXXV. Cuando traiciones pon cara de reproche.


CLXXVI. Cuando tortures pon cara de asco.


CLXXVII. Cuando dispares en la nuca pon cara de palo.


CLXXVIII. Cuando soples el cañón de tu revólver después de disparar no lo acerques mucho, no vayas a quemarte los labios.


CLXXIX. Recuerda que, al igual que un travelling, un tiro en la nuca es una cuestión moral. Pero procura que, del mismo modo que la moral del travelling depende de quien maneja la cámara, la del tiro en la nuca dependa de ti, que disparas la bala.


CLXXX. No sólo presumas de aquello de lo que careces; presume además de presumir de ello.


CLXXXI. Quítale al vivo el bollo y cómetelo en el hoyo.


CLXXXII. ¿Quién dice que no puedes llevarte nada a la tumba? Mentira. Acuérdate -y toma ejemplo- de los faraones.


CLXXXIII. ¿Será necesario decirte que la única forma de no morir solo -o de que, al menos, te parezca que no mueres solo- es morir matando?


CLXXXIV. A diferencia del epitafio, posiblemente apócrifo, de Groucho Marx, que el tuyo, auténtico, sea: “Rezad para que no me levante.”


CLXXXV. Todo es según el color del cristal con que se mira. Procura, pues, ser tú quien tenga siempre la paleta de colores.


CLXXXVI. Si quieres suprimir un derecho, llámale privilegio.


CLXXXVII. No digas corrupción, di negocios.


CLXXXVIII. No seas nunca de los primeros en abandonar el barco; sé siempre el primero.


CLXXXIX. Dentro de cien años, todos calvos. Así pues, cuando mueras sigue siendo vendedor de crecepelo.


CXC. Entre infundir temor o terror, a estas alturas ya deberías saber cuál es la elección correcta.


CXCI. Sé realista: acepta que lo mejor, lo más beneficioso, lo más rentable, lo más satisfactorio e incluso lo más divertido es hacer a los demás la vida imposible.


CXCII. Piensa que lo que realmente predomina en el universo es soledad, oscuridad y frío; sobre todo, frío, mucho frío, muchísimo frío. Lo demás es pura apariencia, fugaz estrella, fatuo fuego que se apaga con el tiempo. Actúa, pues, en consecuencia: anda tú caliente y ríete de la gente.


CXCIII. No dejes que los niños se acerquen a ti.


CXCIV. Lleva siempre en el bolsillo caramelos emponzoñados, por si osan acercarse.


CXCV. Olvida el pasado. Vive el presente. Disfrútalo; aunque eso signifique dejar a muchos sin futuro.


CXCVI. Que el trabajo de los demás sea salud para ti.


CXCVII. No dejes nunca de decir que hay que apretarse el cinturón, pero tú sigue usando siempre tirantes.


CXCVIII. Ten visión de futuro y amplitud de miras; ve preparando el siguiente paso: la abolición de la abolición de la esclavitud.


CXCIX. Se dice que no hay beato bueno. Así pues, procura ser siempre beato y no te eches a dormir.


CC. No tengas remordimientos por desear que alguien muera -por muy próximo a ti que sea- si con ello has de ser tú quien descanse en paz.


CCI. No aspires a ser feliz. Es algo condenado al fracaso. Confórmate con hacer desgraciados a los demás.


CCII. Es estúpido tener amigos a través del ordenador (genérico de PC, tablet, smartphone y otros artefactos similares). Te basta con uno solo: el ordenador a través del cual es estúpido tener amigos.


CCIII. Lo bueno, si breve... Es estúpido tener amigos.


CCIV. (Y más estúpido todavía confesarlo a los amigos.)


CCV. Después de hacer el amor vuelve, bien reposado, a hacer la guerra.


CCVI. Perdona la vida a tus enemigos, pero sólo a título póstumo.


CCVII. Ama a tus enemigos y ve cavando tu propia tumba.


CCVIII. Entiéndelo bien: tu peor enemigo es tu mejor amigo.


CCIX. Al igual que la del bastón de un gentleman londinense decimonónico, que el alma del asta de tu bandera blanca sea una espada.


CCX. El mundo está lleno de seres inútiles; la cuestión es que sean útiles para ti.


CCXI. No dejes nunca de ofender ni de hacerte siempre el ofendido.


CCXII. Niégate siempre a aceptar una negativa.


CCXIII. Rechaza siempre un rechazo.


CCXIV. Desconfía siempre de quienes sean capaces de decir no, de manifestar un rechazo.


CCXV. Procura siempre rodearte de los que a todo dicen sí, de los que lo aceptan todo. Pero nunca te fíes de ellos.


CCXVI. La estupidez humana avanza. Ábrele paso.


CCXVII. No te preocupe que siga aumentando el número de estúpidos mientras eso haga que sigan aumentando tus dividendos.


CCXVIII. Quítales el pan y diles tontos.


CCXIX. ¿No se dice que toda crisis es una oportunidad? Pues aprovéchala y quítales también el circo.


CCXX. Legisla mal y acertarás.


CCXXI. Pasa por el confesonario y tira después la primera piedra.


CCXXII. Todas las familias felices se parecen. ¡Qué aburrimiento! ¡Qué monotonía! Procura que dejen de parecerse.


CCXXIII. No hay ética sin estética. ¡Abajo, así pues, la estética!


CCXXIV. Lee literatura como si fuera lo que no es: la Biblia.


CCXXV. Lee la Biblia como si no fuera lo que es: literatura.


CCXXVI. Ven a este mundo a confundir. No olvides nunca que de la confusión siempre saca partido el que confunde.


CCXXVII. No escribas nunca libros misceláneos, fragmentarios. Te restan capacidad de sorprender. Te fuerzan a permanecer atado a lo fragmentario, a lo misceláneo.


CCXXVIII. Contempla y escucha el atronador y ciego silencio de los intelectuales y, a carcajada tendida, a mandíbula batiente, ríe mejor aún de lo que reiría el último.


CCXXIX. Nunca dimitas, que después no queda nada.


CCXXX. La austeridad es un lujo. No te lo permitas.


CCXXXI. La compasión es un lujo. Los lujos no son convenientes. Sé austero.


CCXXXII. Si no quieres que te tachen de terrorista, ponte un uniforme.


CCXXXIII. Si no quieres que te acusen de violar las leyes internacionales, ponte un uniforme (aunque no lleve insignias ni galones).


CCXXXIV. Llámalas misiones de paz, pero asegúrate de que la munición no sea de fogueo.


CCXXXV. Llámalas maniobras, pero procura que las balas maten de verdad.


CCXXXVI. No te lo diré más: recuerda siempre que Gandhi está muerto.


CCXXXVII. Se acercan elecciones. (Y ¿cuándo no? Alejarse, lo que se dice alejarse, parece que no lo hagan nunca.) No olvides, pues, que por el mar corre la liebre y por el monte, la sardina.


CCXXXVIII. Imagina por un momento que Dios existe. A continuación, piensa si eso cambia algo las cosas.


CCXXXIX. Imagina por un momento que Dios no existe. (Acabo de decirte lo que has de pensar a continuación.)


CCXL. No te preguntes si Dios existe o no. Respóndete simplemente que, en caso afirmativo, lo que podrías asegurar es que ese tal Dios no sería, ni mucho menos, perfecto; pues ¿podría serlo alguien tan infinitamente sordo, tan infinitamente mudo, tan infinitamente ciego?


CCXLI. No digas lo que piensas ni admitas que lo piensas: el mejor inmigrante es el inmigrante muerto.


CCXLII. No pongas concertinas en las vallas; pon voltios.


CCXLIII. Ahora en serio: está demostrado que las concertinas actúan a modo de una inmensa antena de televisión. Así pues, no las retires o se perderá calidad en la recepción de las emisiones.


CCXLIV. El mundo es como un incesante partido de rugby. Transita por él abriéndote paso a empujones y codazos; si tú no sabes por qué, el mundo sí lo sabrá.


CCXLV. Da de comer al hambriento y de beber al sediento; pero no olvides nunca que la caridad bien entendida empieza por uno mismo: no dejes, pues, de presentarles la cuenta.


CCXLVI. Sé caritativo, a condición de que esa caridad desgrave en tus impuestos.


CCXLVII. Predica con el mal ejemplo.


CCXLVIII. Si quieres ser caudillo procura ser el más pillo.


CCXLIX. Si quieres ser gobernante aprende a ser maleante.


CCL. Si quieres ser presidente evita ser competente.


CCLI. Si de tu pueblo quieres ser conductor habrás de ser seductor.


CCLII. No tengas reparo en mentir a quienes quieras seducir.


CCLIII. Recuerda siempre que en el amor y en la guerra vale todo, excepto el amor.


CCLIV. No olvides nunca que la política es la continuación de la guerra por otros medios.


CCLV. Ni olvides tampoco que la política es demasiado importante para dejarla en manos de otros políticos.


CCLVI. No seas misántropo; mejor sé licántropo.


CCLVII. Odia a tu prójimo como a ti mismo.


CCLVIII. Quiere para los demás lo que no querrías para ti.


CCLIX. Recuerda que es de ser necio no aparentar valor más alto y venderse a bajo precio.


CCLX. Cuando el sabio señale la luna no seas tonto y córtale el dedo.


CCLXI. No creas en nada, pero procura que los demás se lo crean todo.


CCLXII. No creas en nadie, pero procura que los demás crean ciegamente en ti.


CCLXIII. Lee. Lee mucho. Lee muchísimo. No dejes de leer hasta haber alcanzado la sabiduría, y eso será cuando hayas llegado a la conclusión, con pleno conocimiento de causa entonces, de que es poco, muy poco, poquísimo, lo que verdaderamente merece ser leído.


CCLXIV. Léelo todo. Cuando lo hayas hecho, conocerás entonces lo esencial: que has consumido la vida leyendo, que has pasado por la vida sin vivirla, que no has vivido.


CCLXV. Escribe. Escribe mucho. Escribe muchísimo. Escríbelo todo...


CCLXVI. Recuerda que la vida no tiene sentido y la literatura, como parte que es de la vida, tampoco. Pero la literatura parece capaz de aparentar que tiene algún sentido y de hacer que la vida, quizá por contagio, parezca adquirirlo.


CCLXVII. Construye directamente ruinas y estarás construyendo para el futuro.


CCLXVIII. Recorta, que nada queda.


CCLXIX. En sus funerales, ¡oh verdugo!, ensalza a tus víctimas.


CCLXX. Nunca hables mal de los muertos. Hazlo siempre cuando aún estén vivos.


CCLXXI. Nunca digas obviedades. Y si las dices, di siempre a continuación que no volverás a hacerlo.


CCLXXII. Nunca te repitas. Y si lo haces, procura siempre que no se note.


CCLXXIII. Arrepiéntete de tus pecados antes de volver a cometerlos.


CCLXXIV. Sé realista: reconoce que el enamoramiento es algo totalmente irreal.


CCLXXV. No esperes a que lloren tu muerte. Hazles llorar en vida.


CCLXXVI. ¿Recuerdas aquella pared de tu infancia donde alguien había escrito “Tonto el que lo lea”? Pues procura que tus libros sean como esa pared, y venderás muchos.


CCLXXVII. No te preocupe que en el país de los ciegos sea proclamada la república. Tú, ¡oh tuerto!, siempre serás elegido presidente.


CCLXXVIII. Que tu mayor objetivo en la vida no sea otro que multiplicar tus dividendos.


CCLXXIX. No des mal ejemplo: no seas decente.


CCLXXX. No seas insolidario: no seas solidario.


CCLXXXI. El pan suyo de cada día cómetelo tú.


CCLXXXII. Nunca perdones las deudas, ni mucho menos a tus deudores.


CCLXXXIII. Dicen que la distancia es el olvido. Procura, pues, cavar bien hondas las tumbas de tus víctimas.


CCLXXXIV. Sé prudente: no mates a la vez a mucha gente.


CCLXXXV. Asegúrate de que tengan un juicio justo antes de ejecutarlos.


CCLXXXVI. La manera más aséptica de asesinar, recuérdalo, es desmontar el Estado de Bienestar.


CCLXXXVII. Son muchos más, pero no te preocupes que no los echarás de menos.


CCLXXXVIII. Acéptalo: la realidad es de derechas. Actúa, pues, en consecuencia: las mujeres y los niños después de ti.


CCLXXXIX. Demagogo no es quien evade su capital a paraísos fiscales y predica la necesidad de equilibrio en las cuentas públicas, sino quien denuncia la falta de persecución del fraude fiscal como gran culpable del desequilibrio de dichas cuentas y, en consecuencia, de los tan necesarios e imprescindibles recortes sociales. No seas, pues, demagogo.


CCXC. Te lo repito (para que no vuelvas a escribir cosas como lo que acabas de escribir): no seas demagogo.


CCXCI. Insisto: nada de demagogia. Nada de decir, por ejemplo, que no hay mayor demagogia que la perpetrada por los creativos  (?) publicitarios.


CCXCII. No te vendas nunca al mejor postor; véndete siempre al óptimo.


CCXCIII. No hay mejor espejo que el amigo viejo, dice un antiguo refrán. Así pues, si no te gusta tu reflejo, ya sabes: rompe el espejo.


CCXCIV. Ten presente siempre que la Historia te juzgará no por lo que hagas sino según contra quién lo hagas.


CCXCV. Ten presente también que la Historia la escriben los vencedores. Procura, entonces, ser siempre historiador.


CCXCVI. La caridad te la piden. La justicia social te la exigen. Sé caritativo. No admitas exigencias.


CCXCVII. Condena siempre la violencia, salvo la que venga de donde te convenga.


CCXCVIII. El Estado tiene el monopolio de la violencia. Así pues, no necesito decirte lo que tienes que hacer si quieres sublimar tus instintos violentos.


CCXCIX. Pensándolo bien, tampoco necesito decirte lo que tienes que hacer si no quieres sublimarlos.


CCC. Puestos a ser de culpar, procura ser siempre tú el que peca por la paga, no el que paga por pecar; pues, aunque cualquiera mal haga, mucho mejor es cobrar.


CCCI. Dicen que el que calla otorga. Pues entonces, habla siempre sin cesar y nunca dejes de hablar, aunque sea solamente para decir bla, bla, bla.


CCCII. Sé más sabio que los sabios: jamás rectifiques.


CCCIII. Errar es humano. Perseverar en el error, divino (la prueba es que siguen naciendo hombres). Sé, pues, divino, ya que a imagen y semejanza de Dios fuiste creado.


CCCIV. Recomendación para unas próximas elecciones: no les votes; bótalos.


CCCV. Recomendación para un próximo golpe de estado: si no quieres que los votantes te boten, procura ser tú quien bote antes a los votantes.


CCCVI. Empatía, simpatía, antipatía... Sé corto de ideas: en caso de duda, escoge siempre la palabra más larga.


CCCVII. No seas nunca de ideas fijas; procura ser siempre de idea fija.


CCCVIII. No te preocupe tener una sola idea; ahora bien, preocúpate de que sea muy mala.


CCCIX. Con la viga de tu propio ojo hunde hasta el fondo de la retina la paja en el ojo ajeno.


CCCX. Nunca dejes de demostrar tu autoridad: deroga la ley de la gravedad y persigue por desacato a quien se niegue a volar.


CCCXI. Renovarse o morir: abandona el anticuado “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” y adopta el ultramoderno “Todo para mí, nada para el pueblo”.


CCCXII. Dales pitos y megáfonos; mientras piten y griten no dispararán.


CCCXIII. Deja que ardan las redes sociales; mientras el fuego se propague por ellas no saltará a las calles.


CCCXIV. Deja tranquilo a Lenin en su mausoleo, no vaya a ser que despierte.


CCCXV. No temas y haz lo que quieras; te aseguro -lo sé de buena tinta- que no hay infierno.


CCCXVI. Si buscas ocupaciones de próspero y seguro presente cimentado en una arraigada tradición que a la vez augura un prometedor futuro, te doy a elegir: proxeneta, traficante de armas, agiotista (término este último considerado como sinónimo de usurero y éste a su vez -según ciertas malas lenguas un tanto gustosas, quizá, de forzar el léxico- de banquero).


CCCXVII. (Sí, es cierto, la fabricación de ataúdes o las pompas fúnebres también presentan perspectivas halagüeñas, pero hace un momento me estaba refiriendo a ocupaciones respetables.)


CCCXVIII. Las balas no matan; lo hace quien las dispara. Así pues, no seas bala.


CCCXIX. Piensa mal y acertarás a topar con la presunción de inocencia.


CCCXX. Nadie está por encima de la ley, excepto -quizá- el legislador, que para eso es el que hace las leyes y quien sabe muy bien cómo las hace. Ya sabes, pues, lo que te digo.


CCCXXI. Recuerda: hecha la ley, hecha la ley.


CCCXXII. Si no puedes ser al mismo tiempo juez y parte, procura ser juez por la mañana y parte por la tarde. O al revés, que para el caso es lo mismo.


CCCXXIII. Si la avaricia rompe el saco, refuerza el saco.


CCCXXIV. Elige siempre el lado bueno, que no tiene por qué coincidir forzosamente con el lado de los buenos.


CCCXXV. No tengas doble moral; mejor no tengas ninguna.


CCCXXVI. Si no te gusta el principio que acabo de proponerte, te propongo este otro: es mejor tener doble moral que no tener ninguna.


CCCXXVII. Neomoral abreviada para mosqueteros: lo de todos, para uno.


CCCXXVIII. Recuerda: el fin no justifica los medios; lo justifica todo por entero.


CCCXXIX. A quien te diga que el fin no justifica los medios demuéstrale lo contrario atizándole bien fuerte con los medios.


CCCXXX. La cara es el espejo del alma. Procura, pues, ir siempre enmascarado.


CCCXXXI. Si quieres ser propietario abusa del proletario.


CCCXXXII. (Si no quieres ser proletario me temo que te has equivocado de libro; búscate otro.)


CCCXXXIII. No es acertado ver casi todo como un negocio; lo acertado es verlo todo.


CCCXXXIV. Entre lo natural y lo artificial elige siempre lo comercial.


CCCXXXV. Gobernante, no sientes precedente: no seas eficiente.


CCCXXXVI. Queréllate, que algo queda.


CCCXXXVII. No te preguntes si puedes manipular el lenguaje a tu antojo; pregúntate solamente si tienes la pluma (o el bolígrafo, o la máquina de escribir, o el teclado de ordenador) por el mango.


CCCXXXVIII. Acepta siempre el diálogo, a condición de que seas tú el único con derecho a tomar la palabra.


CCCXXXIX. Si no quieres cumplir un contrato acusa de incumplimiento a la otra parte.


CCCXL. Acusa de agresión a tu enemigo un segundo antes de agredirlo.


CCCXLI. Si quieres seguridad renuncia a tu libertad.


CCCXLII. Procura tener siempre como guía y norte el sinsentido común.


CCCXLIII. No seas insolidario: sé estúpido.


CCCXLIV. La estupidez no tiene cura; hazte curandero.


CCCXLV. Acuérdate de Hamelín: no seas nunca niño ni rata; procura ser siempre flauta.


CCCXLVI. No desprecies cuanto ignoras; simplemente, ignóralo.


CCCXLVII. Que tu frase de cabecera no sea otra que “No sabe usted con quién está hablando”.


CCCXLVIII. No seas bárbaro; mata civilizadamente.


CCCXLIX. Procura siempre que tu lado bueno sea peor que tu lado malo.


CCCL. Nunca pidas perdón; y si alguna vez lo hicieres, procura después que no quede nadie vivo para contarlo.


CCCLI. Nunca perdones; y si alguna vez lo hicieres, procura después, empezando por el perdonado, no dejar testigo vivo de tu acto.


CCCLII. Que tu mano izquierda, para que pueda aprender, sepa el mal que hace tu mano derecha.


CCCLIII. Lo que no sea financiable considéralo despreciable.


CCCLIV. Sólo considerarás apreciable lo que te sea rentable.


CCCLV. Cuando llegue el final de los tiempos procura haber llegado tú antes y estar allí para cobrar la entrada.


CCCLVI. No todo se puede comprar con dinero. Así pues, no te esfuerces inútilmente tratando de comprar lo que no se pueda: llévatelo gratis.


CCCLVII. Niégalo siempre todo. No admitas nunca nada. Ni siquiera haber negado.


CCCLVIII. Nunca digas nada. Ni siquiera niegues. Recuerda siempre que cualquier cosa que digas podría, en cualquier momento, ser utilizada en tu contra.


CCCLIX. Fíjate bien, pues no te lo diré dos veces; la vida es esto, sólo esto y nada más que esto: cada vez que respiras muere alguien. ¿Vas a dejar por ello de respirar?


CCCLX. Si quieres tener la razón por el mango, sé de derechas.


CCCLXI. Privatiza, que algo queda.


CCCLXII. Si quieres ser político aprende a trazar curvas las líneas rectas.


CCCLXIII. Y viceversa.


CCCLXIV. Si quieres ser político aprende a llamar pan al vino.


CCCLXV. Y viceversa.


CCCLXVI. Si quieres ser político aprende a sorber y soplar a la vez.


CCCLXVII. Y viceversa.


CCCLXVIII. En tu labor de gobierno no olvides nunca que no hay mejor sordo que el que no quiere ver.


CCCLXIX. Cuando digas barbaridades procura decirlas siempre dentro de un contexto; así podrás acusar de haber sacado tus palabras de contexto a quienes te hayan acusado de decir barbaridades.


CCCLXX. Procura, ¡oh tribuno!, no decir nunca nada; pero procura también decirlo siempre con muchas palabras.


CCCLXXI. Se me olvidaba: si quieres ser político aprende a mentir diciendo verdades.


CCCLXXII. Se me olvidaba también: y viceversa.


CCCLXXIII. Haz como Dios: no tengas ningún dios.


CCCLXXIV. Sigue hundiendo con el pie la cabeza de tu pueblo en el fango; cuanto más hundida esté menos oirás sus gritos.


CCCLXXV. ¿No ves que tu pueblo ya ni siquiera grita? Sigue hundiendo su cabeza en el fango.


CCCLXXVI. No seas tonto y no te consueles con el mal de muchos; intenta sacar provecho de él.


CCCLXXVII. Recalifica, que algo queda.


CCCLXXVIII. Que tu lema sea siempre “El que la hace, la cobra”.


CCCLXXIX. En un concurso de seres despreciables procura ser tú el ganador.


CCCLXXX. Si tu nivel de incompetencia no te alcanza para ser presidente, procura que sea al menos el suficiente para ser ministro.


CCCLXXXI. Prevarica, que algo queda.


CCCLXXXII. No te preocupes: si a algunos siempre les quedará París, a otros siempre os quedará el indulto.


CCCLXXXIII. Aléjate del mundo; pero solamente para, como un tigre, saltar mejor sobre él.


CCCLXXXIV. Actúa siempre con la inquebrantable convicción de que el mundo ha sido hecho sólo para tu provecho.


CCCLXXXV. Corrompe, que algo queda.


CCCLXXXVI. Desahucia, que algo queda.


CCCLXXXVII. Ya está bien. No volveré a decírtelo: haz lo que sea (malo, por supuesto), que algo queda.


CCCLXXXVIII. (Sin que sirva de precedente, me desdigo. Faltaba esto: reza, que algo queda.)


CCCLXXXIX. Nunca apuñales por la espalda; hazlo siempre de frente.


CCCXC. Piensa siempre muy bien lo que te conviene decir para no decir nunca lo que piensas.


CCCXCI. Que el mundo sea para ti el país de las maravillas, aunque eso signifique que para los demás tenga que ser el país de las pesadillas.


CCCXCII. Dicho de otro modo: que el infierno de los demás sea tu cielo.


CCCXCIII. (O al revés -bien entendido-, que para el caso es lo mismo.)


CCCXCIV. Arrepiéntete de tus buenas acciones y proponte firmemente no volver a cometerlas.


CCCXCV. Quítale a tu pueblo todo lo que puedas; pero cuidado, no te excedas: no le quites el miedo.


CCCXCVI. Nunca renuncies a parecer brillante, incluso si eso te hace llegar a ser irritante.


CCCXCVII. Nunca seas vanidoso sin motivo; procura siempre tener motivos para serlo.


CCCXCVIII. Mejor es ser vanidoso que piojoso.


CCCXCIX. Que éstos, solamente éstos y nada más que éstos sean tus únicos amigos (dilo mentalmente, repítelo y no dejes de repetirlo hasta que te quede grabado a fuego en el cerebro): “Yo, Mi, Me y Conmigo.”


CD. No tengas ningún reparo en reconocerlo: el mejor amigo es el amigo muerto.


CDI. Procura siempre que la decencia sea tu mayor carencia.


CDII. Y no olvides nunca que decencia rima también con dolencia.


CDIII. Sé como el universo: frío, ciego y perverso.


CDIV. Nunca dejes de tener presente que por corta que sea tu estatura siempre serás más alto que los muertos.


CDV. Si a rico quieres llegar, nada habrás de respetar.


CDVI. Si quieres fácil fortuna, marida con buena cuna.


CDVII. No atiendas otras razones que las que dicten tus pasiones.


CDVIII. Nunca dejes que tu razón sea el rey tuerto en el país de las pasiones ciegas.


CDIX. No te preocupe nunca prometer; pero preocúpate siempre, eso sí, de no cumplir.


CDX. Procura ser siempre lo bastante pillo y no acabarás nunca en el banquillo.


CDXI. (No te preocupe que la fácil rima pueda acabar dando grima.)


CDXII. Que tu filosofía de la vida se resuma en dos frases: “Lo que diré mañana es verdad.” “Lo que dije ayer es mentira.”


CDXIII. Nunca pongas cara de póquer cuando juegues al póquer.


CDXIV. En tu trato con el mundo procura no ser nunca el gato de Schrödinger; procura ser siempre el que lo mete en la caja.


CDXV. Ni de derechas ni de izquierdas; tú, siempre del mejor postor.


CDXVI. Si mientes hasta cuando aseguras que estás diciendo la verdad, nadie (excepto la inmensa multitud de tus votantes) te creerá. Ya sabes, pues, lo que te digo: miente.


CDXVII. Cuando el mundo te aplauda y te halague procura ser siempre tan necio, tan irreflexivo, tan imbécil, tan ignorante, tan estúpido, en fin, como para creer que estás triunfando, cuando en realidad estarás sumido en el más profundo de los fracasos.


CDXVIII. Deterioro, decadencia, ruina... Lo importante de verdad, lo que verdaderamente no debe dejar de preocuparte, no lo olvides, es seguir acumulando.


CDXIX. Si tu enemigo te tiende la mano, no dudes en cortársela.


CDXX. Procura no tener enemigos. (Es decir, procura no dejar ni uno.)


CDXXI. Créelo: la mejor forma de suicidarse es seguir vivo. (Pues, ¿qué es el nacimiento sino una suerte de suicidio diferido?)


CDXXII. Recuerda siempre que la desesperanza es lo único que nunca debe perderse.


CDXXIII. No te quepa ninguna duda de que lo lógico (¿y quizá también lo natural?) es odiar a quienes te dieron la vida.


CDXXIV. Se dice que soñar no cuesta dinero. Pues procura que deje de decirse.


CDXXV. Controla el negocio de los sueños y serás bienaventurado: poseerás la tierra.


CDXXVI. Dice el catecismo que los ángeles son espíritus puros, esto es, sin cuerpo; pero tú, por si acaso, córtales las alas.


CDXXVII. En tus discursos, ¡oh tribuno!, procura siempre ilusionar a tu pueblo con ilusiones; pero procura también que, de tus discursos, tu pueblo nunca salga ilusionado, sino iluso.


CDXXVIII. No te preocupe que nadie te crea; preocúpate solamente de que todos te obedezcan.


CDXXIX. Entre ser amado y ser temido elige siempre ser bien retribuido.


CDXXX. ¿Cañones o mantequilla? No dudes: haz negocio con ambas cosas.


CDXXXI. Recuerda: el quinto, no matarás. (Pero no: no ordenarás a otros que maten.)


CDXXXII. Procura que nadie te quiera; y procura también -hay que ser equitativo- pagar con la misma moneda.


CDXXXIII. Se dice que no hay oficio sin beneficio. Pues deja para otros el oficio y quédate con el beneficio.


CDXXXIV. ¿Quieres comprobar si el hombre es bueno?: ponlo en situación de ser malo.


CDXXXV. Recuerda que, una vez alcanzado el Fin-de-la-Historia, no hay nada más reaccionario que ser revolucionario.


CDXXXVI. (Y no dejes nunca de seguir dando grima con la fácil rima.)


CDXXXVII. ¿Profesiones de futuro?: asesor, consultor, confesor... (Y dale que dale con la rima y la grima.)


CDXXXVIII. Conjuga siempre el verbo dimitir como defectivo: nunca jamás en primera persona.


CDXXXIX. No te importe el fracaso, siempre que esté bien pagado.


CDXL. No tengas otro árbol de la ciencia del bien y del mal que el índice de la bolsa de valores.


CDXLI. Toma ejemplo de los teólogos: entre el Uno y el Dos elige siempre el Tres.


CDXLII. No hagas caso del ignorante que dijo aquello de tertium non datur. Seguro que no llegó a conocer al Espíritu Santo.


CDXLIII. (Si aún no te da vergüenza seguir dando grima con la rima, prueba con banquero y cuatrero.)


CDXLIV. Procura que quien te robe no tenga cien años de perdón.


CDXLV. Pero procura también ser tú el que los tenga.


CDXLVI. No olvides nunca que las más convincentes razones las han pronunciado siempre las bocas de los cañones.


CDXLVII. Entre las armas y las letras elige siempre las finanzas.


CDXLVIII. No seas tonto, Monipodio, no te metas en política; sigue presidiendo un banco.


CDXLIX. Sé realista. Pide lo que pueda parecer imposible. Por ejemplo: cometer incesto con un insecto.


CDL. (Recuerda que para Gregor Samsa no hubiera sido imposible.)


CDLI. Si quieres matar a tu sombra, apaga la luz.


CDLII. Si no quieres que ella te mate, no dejes que la encienda.


CDLIII. Si quieres matar a tu reflejo, rompe el espejo.


CDLIV. Si no quieres que él te mate, vuelve a romperlo.


CDLV. Más sobre grima y rima (y ahora sin red, sin máscaras, sin paréntesis): si quieres llamarte escritor has de desconcertar al lector.


CDLVI. Recuerda, ¡oh conductor de naciones!, que no hay mejor cuña que la de distinta bandera.


CDLVII. No olvides nunca que a banderazo limpio es como se ha escrito siempre la Historia.


CDLVIII. Si quieres legitimar tus latrocinios, clávalos en una cruz, ponles una corona y envuélvelos en una bandera.


CDLIX. Que el rendimiento, sólo el rendimiento y nada más que el rendimiento sea lo único que ocupe tu pensamiento.


CDLX. Míralo así: la vanguardia, vista desde la retaguardia, no parece otra cosa que un montón de culos.


CDLXI. Piensa que la solución del dichoso problema de la botella medio vacía o medio llena quizá consista simplemente en romper la botella.


CDLXII. Menosprecia con una mano los inventos ajenos; pero date prisa, con la otra, en patentarlos.


CDLXIII. No te preguntes por qué el Estado de Derecho es tan excelente caldo de cultivo para el cohecho. No, no te lo preguntes; simplemente, saca provecho.


CDLXIV. No olvides nunca que amor termina ineluctablemente rimando siempre con dolor.


CDLXV. Ni olvides tampoco nunca que suerte termina inevitablemente rimando siempre con muerte.


CDLXVI. Vive, así pues, y baila mientras tanto; baila mucho y baila con muchas parejas, que es la mejor forma de no vivir con ninguna.


CDLXVII. No te permitas más sentimiento que el resentimiento.


CDLXVIII. Si por algo llegaras a sentir pasión, que no sea nunca por la compasión.


CDLXIX. Busca infatigablemente la verdad y cuando la encuentres guárdatela bajo siete llaves.


CDLXX. Planta la semilla de la mentira en tierra bien abonada y no dejes nunca de regarla.


CDLXXI. Ya te lo he dicho antes: la Historia la escriben los vencedores. (Y Humpty Dumpty -si no te lo he dicho antes, te lo digo ahora- tiene más razón que un santo.) Un héroe es un terrorista victorioso, y un terrorista derrotado es un terrorista. Procura, pues, no ser nunca un terrorista sino ser siempre un héroe.


CDLXXII. Agua que no has de beber, calcula a qué precio la podrás vender.


CDLXXIII. Así pues, nunca digas de esta agua no venderé.


CDLXXIV. Si alguien dijo alguna vez que sólo lo real es racional, sería para hacer una fácil rima. Porque lo verdaderamente real -toma buena nota- es que sólo lo rentable es racional.


CDLXXV. ¿Lo prefieres con rima? Pues ahí va: que para ti sea despreciable lo que no sea rentable.


CDLXXVI. El individualismo de los demás no es rentable para ti. Procura, entonces, convertir el cada uno a la suya en cada uno a la tuya.


CDLXXVII. La vida es como una selva. Sé civilizado: acaba con los salvajes.


CDLXXVIII. A quien te diga que el dinero no se come replícale que intente comer sin dinero.


CDLXXIX. Y a quien te diga que él no se vende pregúntale el precio.


CDLXXX. Dedícate a la profesión más antigua del mundo. (No, no es la que piensas; ésa es la segunda más antigua. La primera -sin la cual no hubiera sido posible la segunda- es ganar dinero.)


CDLXXXI. La que peca por la paga y el que paga por pecar. ¿No te parece curioso que el mayor acercamiento humano -el cálido intercambio amoroso- y el máximo alejamiento -el gélido intercambio monetario- se fundan en uno en esa relación mercenaria? Piénsalo, reflexiona sobre ello y extrae las debidas consecuencias. Pero, al mismo tiempo, no dejes de sacar provecho: no te olvides de abrir tu caja fuerte de proxeneta y poner la paga a buen recaudo.


CDLXXXII. Y vosotros, clerigalla, a lo vuestro, a lo de siempre: absolver al que paga, condenar a la que peca y pasar la bandeja al proxeneta.


CDLXXXIII. ¿Te acuerdas de Rainer Werner Fassbinder? No, ¿verdad? A lo mejor ni siquiera sabes quién fue. Pero no te preocupes. A ti (sí, a ti, a ti; a quien realmente va dirigido este libro), ni falta que te hace.


CDLXXXIV. No tengas nunca otra meta que ser siempre el primero en todo; por ejemplo: si se trata de hacer el mal, procura hacerlo muy bien, mejor que nadie.


CDLXXXV. Lo que está mal no es hacer el mal sino hacerlo mal o, peor aún, muy mal; así pues, como ya te he dicho, procura hacerlo muy bien.


CDLXXXVI. No sólo de pan vive el hombre. Cierto. Dale también algo de circo.


CDLXXXVII. Juzga. Es la mejor manera de evitar que seas juzgado.


CDLXXXVIII. (Ya sabes: el que juzga primero...)


CDLXXXIX. Disculpa el fácil retruécano, pero es la pura verdad: donde no haya interés no pongas interés.


CDXC. (Ni tampoco, por supuesto, capital.)


CDXCI. ¿Mitad monje y mitad soldado? No, nada de eso: tú, banquero por entero.


CDXCII. ¿Dialéctica de los puños y las pistolas? Antiguallas. Tú procura procurarte una buena metralleta.


CDXCIII. La fortuna sonríe a los audaces. Así pues, ponte ante un espejo y sonríe.


CDXCIV. Recuerda que una mano enguanta la otra y las dos estrangulan.


CDXCV. Desconfía de las casualidades que tú no hayas causado.


CDXCVI. Tu libertad empieza donde termina la de los demás. Procura, entonces, ser tú quien marque la frontera.


CDXCVII. Sé imparcial. No te inclines nunca ni por una ni por otra. Dispara siempre entre ceja y ceja.


CDXCVIII. La verdad sólo la dicen los borrachos y los niños. Sé adulto, pues, y no bebas.


CDXCIX. Procura siempre que nunca se te entienda.


D. Pero procura siempre también que nunca se te discuta.


DI. Cuando tengas que elegir entre el bien y el mal consulta previamente la cuenta de resultados.


DII. No olvides que el león, desde su punto de vista, no es un asesino; solamente lo es desde el punto de vista de la gacela.


DIII. Procura, pues, ser siempre león, nunca gacela.


DIV. Si quieres ser cigarra aprende a comer hormigas.


DV. O aprende, al menos (recuerda a Thomas de Quincey: “Si uno empieza por permitirse un asesinato...”), a robarles la comida.


DVI. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero. Es posible. Pero tú, Agamenón, por si acaso, córtale la lengua a tu porquero.


DVII. No temas a nada. No temas a nadie. Teme solamente a Dios (que, como ya te he dicho, sé de buena tinta que no existe).


DVIII. La vida es un viaje hacia la nada. Cierto. Pero eso no impide que durante el trayecto tú puedas dedicarte a hacer negocio con todo.


DIX. La vida no tiene sentido. Cierto también. Lo cual no es óbice para que tú le saques beneficio.


DX. No pierdas, dedicándolo al amor, el tiempo que necesitas para tus negocios. Aplaca velozmente tus instintos. Con mujeres de mala vida. En hoteles de mala muerte.


DXI. (A Juan Pablo II, in memóriam.) Me desdigo de nuevo -y como es por segunda vez, creo que creará jurisprudencia-: canoniza, que algo queda.


DXII. No te conformes con morir matando; sigue matando después de muerto: emponzoña tu cadáver y envenenarás así a los gusanos que te aguardan en la tumba.


DXIII. Haz como Dios: no te cases con nadie.


DXIV. Procura ser siempre tú quien tenga la moral por el mango.


DXV. Nunca dejes de seguir aprovechando la rima que desde siempre te han venido ofreciendo religión e ilusión.


DXVI. (Ni dejes que te preocupe el hecho de que, entre todas, quizá sea esta rima la que posiblemente dé más grima.)


DXVII. Recuerda (y actúa, pues, en consecuencia) que Dios te ha creado a su imagen y semejanza; es decir: solo.


DXVIII. No te preocupe no saber quién eres ni de dónde vienes ni adónde vas: Dios tampoco lo sabe.


DXIX. (Observarás -e insisto: actúa, pues, en consecuencia- que hay cosas que no las sabe ni Dios.)


DXX. Nunca te preocupe no ser honrado; pero preocúpate siempre de estar bien pagado.


DXXI. Recuerda: navegar no es necesario; enriquecerse, sí.


DXXII. Despotismo democrático para tiempos de crisis. Que éste sea tu lema: Todo contra el pueblo, pero con el pueblo.


DXXIII. Aunque lo parezca, pesimismo no rima con optimismo, sino con realismo. Actúa, pues (insisto de nuevo), en consecuencia.


DXXIV. Date cuenta también de que realismo rima bien, pero que muy bien, pero que rematadamente bien con cinismo.


DXXV. No olvides nunca que la mejor defensa es una buena ofensa.


DXXVI. (Ni olvides tampoco que el que ofende primero, etcétera.)


DXXVII. No desaproveches el tiempo preguntándote por qué hay algo; aprovéchalo preguntándote qué provecho puedes sacar de ese algo.


DXXVIII. Primero, vivir; después, seguir viviendo. (Ya filosofarás cuando estés muerto. Tendrás entonces toda una eternidad para hacerlo.)


DXXIX. Deja a Dios el trabajo de premiar a los buenos y castigar a los malos. Pero ni se te ocurra dejarle -eso es cosa tuya- el de decidir quiénes son los buenos y quiénes los malos.


DXXX. No dejes nunca de ser un virtuoso de la mentira. Miente siempre; incluso, si se diera el caso, en el instante crucial del suicido.


DXXXI. Así pues, que tu suicidio (si eso decidieras) sea tu mayor y más artística mentira.


DXXXII. Recuerda: a palabras necias, millones de votos.


DXXXIII. Sigue dándoles a comer mierda. Tantos millones de votantes no pueden equivocarse.


DXXXIV. Que nada humano te sea ajeno; es decir, que todo sea tuyo.


DXXXV. No codicies los bienes ajenos; aprópiatelos.


DXXXVI. No desees a la mujer de tu prójimo; tómala.


DXXXVII. Nunca digas robo; di siempre botín.


DXXXVIII. Nunca digas usurpación; di siempre derecho de conquista.


DXXXIX. Deja para otros el desasosiego, la desesperación, la angustia por el sinsentido de la existencia. Tú ocúpate, aunque no rime muy bien, de la ganancia.


DXL. Cuando presentes la otra mejilla, aprovecha el momento en que tu agresor levanta la mano para abofetearte por segunda vez y apuñálale entonces en el corazón.


DXLI. Que tus diez mandamientos sean once; y que el undécimo sea: Cumplirás los diez anteriores, siempre que no te sea más beneficioso lo contrario.


DXLII. Sabes que todo está permitido. Si quieres ser santo, es tu problema. Si te divierte más lo contrario, ¿qué te impide divertirte?


DXLIII. Como dijo el poeta: un oasis de horror en un desierto de hastío. Lo importante, así pues, es que no te aburras; aunque sea dando miedo.


DXLIV. Busca, no ya diez, como los justos que hubieran salvado a Sodoma, sino una, sólo una, una nada más, sí, una solamente, una sola razón para ser bueno. ¿A que no la encuentras? Busca ahora razones para no serlo. ¿A que no las necesitas? Ya sabes, pues, lo que es innecesario que te diga.


DXLV. Haz una prueba: en el parágrafo anterior sustituye ser bueno por vivir y serlo por suicidarte. (¿Ves como no tenéis remedio?)


DXLVI. Haz otra prueba: en lugar de vivir pon ahora escribir, y en lugar de suicidarte pon ahora dejar de hacerlo. (¿Ves como no tienes remedio?)


DXLVII. Nunca hagas confidencias, o acabarán volviéndose contra ti en forma de infidencias.


DXLVIII. No te preocupes. Tú, a lo tuyo. Aunque también lo parezca (¿recuerdas?), riqueza tampoco rima -en absoluto, ni muchísimo menos, ni soñarlo, ni de lejos- con pobreza.


DXLIX. Deja las dudas para Hamlet. Tú, si acaso, permítete sólo una: ¿oro o diamantes?


DL. Aprende de las más sabias de entre las mujeres: no tengas amigos ni amores; sólo clientes.


DLI. Cuando los terroristas sean muchos y lleven las de ganar llámalos milicianos (o activistas).


DLII. Cuando los activistas (o milicianos) sean pocos y lleven las de perder llámalos terroristas.


DLIII. No olvides, pues, que todo en este mundo es cuestión de número, de perspectiva y de quién sea el propietario de la pila bautismal.


DLIV. Ni olvides tampoco que comedia es igual a tragedia más tiempo; y que al final todo termina convirtiéndose en Historia y acaba dándonos lo mismo.


DLV. Nunca mates porque sí. Si no quieres que te llamen asesino (o, lo que quizá sería peor, salvaje o bárbaro) mata siempre en nombre de algo.


DLVI. (Y si es en nombre de algo sagrado, más a tu favor.)


DLVII. Cuando estés deprimido, adopta el punto de vista de tus heces: a sus ojos, tú eres Dios.


DLVIII. Nunca dejes insepulto a quien sepa dónde entierras tus cadáveres.


DLIX. En el azaroso sendero del sinsentido de la existencia no te dejes extraviar nunca por el pesimismo pero tampoco por el optimismo, mendaces espejismos tanto uno como otro; déjate guiar siempre por lo único verdaderamente real, sólido, cierto y seguro, que no es otra cosa que el egoísmo.


DLX. Como ya he creado jurisprudencia, puedo desdecirme impunemente cuantas veces quiera: bombardea, que algo queda.


DLXI. Y puestos a desdecirse impunemente: desdícete, que algo queda.


DLXII. No seas tan acomodaticio como Romanones: no te conformes con los reglamentos; pídete también las leyes.


DLXIII. ¿Religión o nación? La verdad es que, para justificar una agresión, casi no necesitas hacer elección.


DLXIV. Actúa única, exclusiva y solamente por dinero. Pero procura siempre enmascarar ese tu verdadero motivo; y nunca, nunca jamás, se te ocurra desvelarlo.


DLXV. Se dice que el dinero no da la felicidad. Se dice también que la felicidad es inalcanzable. Deduce tú mismo la conclusión del silogismo y actúa después en consecuencia.


DLXVI. Como moscas para los niños traviesos... Así deberán ser para ti tus semejantes.


DLXVII. Cuando no sepas qué hacer con las armas, utilízalas.


DLXVIII. Aprende de Dios: permanece ciego a las oraciones, sordo a los ruegos, mudo a las plegarias.


DLXIX. Aprende también de los que saben: gratis, ni las bendiciones.


DLXX. Sigue aprendiendo siempre: graba las indulgencias en planchas de hierro y véndelas por su peso en oro.


DLXXI. Y nunca dejes de aprender: como las meretrices y los funerarios, cobra tus servicios por adelantado.


DLXXII. Toma ejemplo de la fauna africana: el que supuestamente reina es el león, pero es la hiena la que realmente gobierna.


DLXXIII. Cuando no sepas qué decir, recurre a la retórica.


DLXXIV. Recuerda que ser bueno no siempre es malo; pero recuerda también que ser malo siempre es bueno.


DLXXV. Dicho de otro modo: se puede ser bueno a veces con algunos; se debe ser malo siempre con todos.


DLXXVI. Que el ser bueno o malo no sea nunca para ti una cuestión personal; que sea siempre asunto de negocios.


DLXXVII. (“I’ll make him an offer he can’t refuse.”) Procura que tus propuestas nunca puedan ser rechazadas; pero si alguna vez lo son, procura también que ya nunca más puedan volver a serlo.


DLXXVIII. Nunca mates si no es imprescindible; pero recuerda siempre que los negocios más lucrativos suelen ser aquéllos en los que es imprescindible matar.


DLXXIX. Entre el perdón y la venganza elige siempre el cálculo.


DLXXX. Guárdate de tus semejantes; guárdate muy bien de ellos, precisamente porque se asemejan a ti.


DLXXXI. No admires a nadie. Desconfía, por tanto, de tus presuntos admiradores.


DLXXXII. Cree, si así te place, en los -ismos; pero nunca, nunca jamás, se te ocurra creer en los -istas.


DLXXXIII. Piensa por un momento que Dios -también por un momento vamos a suponer que existe- dispone de toda una eternidad para engendrar una Creación mínimamente decente. Si a pesar de ello el universo que nos ha caído en suerte es éste que con tan infinita paciencia padecemos, una de dos: o bien Dios es un manazas, un chapucero y un incompetente que solamente conoce el método de ensayo y error (y entonces -y que Dios nos pille confesados- nuestro universo sería uno de tantos ensayos fallidos), o bien Dios, contra lo que por un momento hemos supuesto, no existe (y entonces que Dios nos libre de este maldito universo ciego, sordo y mudo que no hay dios que lo entienda). Sea lo que sea, extrae las consecuencias que más oportuno te parezca extraer de lo que por un momento habrás pensado y no olvides actuar después (y valga por una vez la redundancia) en consecuencia.


DLXXXIV. Se dice que Dios nos ama. Pero se dice también -guárdate, así pues- que hay amores que matan.


DLXXXV. No seas tan ingenuo como para pensar que el mundo ha sido hecho para ti, ni tan ingenuo -al cuadrado- como para no pensar que es tuyo.


DLXXXVI. Piensa, así pues, que el mundo es tuyo y actúa, pues, en consecuencia.


DLXXXVII. Recuerda que no pecar es el único pecado imperdonable.


DLXXXVIII. Tuitea, que algo queda.


DLXXXIX. No seas necio: nunca dejes de ponerle a todo un precio.


DXC. Nunca te preguntes ¿por qué? ni ¿para qué?; pregúntate siempre ¿cuánto?


DXCI. Procura que sea legal lo que ya es real: un euro, un voto.


DXCII. No olvides nunca que el dinero es lo primero, lo segundo y lo tercero.


DXCIII. No te preocupes, el cinismo no es pecado.


DXCIV. Sigue sin preocuparte: tampoco es delito.


DXCV. Si Dios fuese verdaderamente omnipotente no debería de haber tenido problema alguno en crear un universo exento de mal. Si no lo ha hecho así (pues es evidente que no lo ha hecho), una de dos: o bien no es tan omnipotente como creemos, o bien sí que lo es y, como lo es, hace siempre lo que le da la real (o quizá más bien divina) gana. Así pues, como criatura engendrada a imagen y semejanza de tu Creador, no dejes nunca de hacer lo que te dé la gana.


DXCVI. El amor es un pacto temporal de adulación mutua. No seas adulador.


DXCVII. El amor es un pacto temporal de hipocresía mutua. No seas hipócrita.


DXCVIII. El amor es un pacto temporal de mendacidad mutua. No seas mendaz.


DXCIX. Dejar de odiar es estar muerto. Procura seguir vivo.


DC. Ejercítate en la enemistad.


DCI. Cultiva el desprecio.


DCII. Entre Heráclito y Parménides elige siempre a Pitágoras: todo es Número.


DCIII. Recuerda: mano de hierro en guante de púas.


DCIV. No hay leones herbívoros, ¿verdad? Pues aplícate el cuento.


DCV. Haz como Dios: mira siempre para otro lado.


DCVI. No seas cruel; no niegues el tiro de gracia a tus víctimas.


DCVII. No olvides nunca que semejante rima con insignificante.


DCVIII. Como escupitajos en el océano; así han de ser para ti tus semejantes.


DCIX. Trabaja para que ésta y no otra sea la verdadera democracia: tanto tienes, tanto votas.


DCX. La raza humana ha proliferado en exceso. Hay que poner remedio a ese daño. Procura, pues, estar entre los remediadores y no entre los remediados, entre los exterminadores y no entre los exterminados, entre los extintores y no entre los extintos.


DCXI. Abel -lo sé de buena tinta- era estúpido. Toma ejemplo de Caín.


DCXII. Entre la guillotina y la horca... ¿necesitas elegir?


DCXIII. Estar vivo es tener miedo. Libra del miedo a tus semejantes.


DCXIV. Procura que todo en ti sea falso, incluso la falsa modestia.


DCXV. No se te ocurra imitar a Robespierre. Por lo que últimamente se viene diciendo de él, ahora va a resultar que no era tan malo como nos hicieron creer.


DCXVI. Si así te interesara, no dudes nunca en maniobrar de manera que en un caso de asesinato sea considerado culpable el muerto.


DCXVII. Déjales decir “sí, se puede”; pero no dejes de seguir impidiendo que puedan.


DCXVIII. Si te gusta ser insincero ten muchos amigos.


DCXIX. Procura que todos tus delitos sean legales.


DCXX. Lo malo de la vida es que uno se da cuenta de lo mal que se está vivo; lo malo de la muerte, en cambio, es que uno no se da cuenta de lo bien que se está muerto. Vive, pues, y no dejes vivir.


DCXXI. Prefiere siempre hacer bien el mal a hacer mal el bien; aunque los resultados (véase la Historia) puedan parecer similares, sólo hay verdadero virtuosismo en lo primero.


DCXXII. Cuando veas aplaudir, aplauda quien aplauda y aplaudan a quien aplaudan, dispara.


DCXXIII. No ignores lo que desprecias; conócelo, para mejor poder utilizarlo.


DCXXIV. Desprecia a las masas; pero no dejes nunca de halagarlas.


DCXXV. Las masas son como las bayonetas: procura siempre que te sirvan de apoyo, pero nunca de asiento.


DCXXVI. El Tiempo, para persistir, precisa de un sacrificio incesante: cada instante es asesino del anterior y víctima del siguiente. Sé tú, pues, como el Tiempo y considera a tus semejantes (sin desaprovechar, además, la rima) como instantes.


DCXXVII. Ama a la Humanidad y odia a los hombres.


DCXXVIII. Odia a la Humanidad y odia a los hombres.


DCXXIX. En resumidas cuentas: odia a los hombres.


DCXXX. Haz como Dios: sé siempre juez y parte.


DCXXXI. No respondas a las balas con balas; responde con bombas.


DCXXXII. No pretendas arreglar lo que no tiene arreglo; pero no dejes de prometer que lo arreglarás, ni de cobrar tus servicios por adelantado.


DCXXXIII. Sé estúpido: ponte una gorra. Sé doblemente estúpido: póntela con la visera hacia atrás.


DCXXXIV. Sé inconmensurablemente estúpido: no te quites la gorra ni para dormir.


DCXXXV. Del enemigo, ni el agua.


DCXXXVI. Al enemigo, del mal el más.


DCXXXVII. Primero, tú; segundo, ti; tercero, te. Y todos juntos contigo.


DCXXXVIII. La fe mueve montañas; el dinero, cordilleras. Ya sabes, pues, lo que te digo.


DCXXXIX. Disfraza tus mendaces mensajes publicitarios llamándolos consejos.


DCXL. Procura que tus seguras trivialidades parezcan profundas y que tus improbables profundidades parezcan triviales. Conseguirás así que todo, aunque pueda parecer profundo, en el fondo sea trivial.


DCXLI. La justicia de este bendito Estado de Derecho es lenta y lene (con los privilegiados como tú); es decir, adolece tanto de lentitud como de lenidad (salvo con los pobres diablos). Delinque, entonces, sin miedo, ya que tus latrocinios, aunque lo merecieran, nunca serán castigados con la horca ni con la guillotina ni con el garrote vil ni con el pelotón de fusilamiento, civilizadamente abolido todo ello, y quizá ni siquiera con la cárcel, pues cuando vengan a ser juzgados probablemente ya habrán prescrito.


DCXLII. Y no olvides que, en última instancia, siempre te quedará París (después del indulto, por supuesto).


DCXLIII. Si tus hechos se alejan del derecho acerca el derecho a tus hechos.


DCXLIV. Dicho de otro modo: si tus hechos no se ajustan a derecho ajusta el derecho a tus hechos.


DCXLV. Se dice que Dios premia a los buenos y castiga a los malos. No seas soberbio. No pretendas ser como Dios.


DCXLVI. Marchad francamente, y tú el primero, por la senda de la desfachatez.


DCXLVII. (Aprovechando que el Pisuerga pasa por donde pasa y que así se las ponían a Fernando VII, permíteme una rima que verdaderamente -además de vergüenza- da grima: cuando te tires un pedo señala siempre a otro con el dedo.)


DCXLVIII. Que tus virtudes teologales, como los tres mosqueteros, sean cuatro: fe, esperanza, caridad y -last but not least- la más importante de todas: mala fe.


DCXLIX. La caridad bien entendida empieza por uno mismo; la mal entendida, no lo olvides, también.


DCL. Cuando no sepas nada o sepas muy poco procura decir siempre menos de lo que sabes; lograrás aparentar así (aunque en realidad no estarás engañando a nadie) que sabes más de lo que dices.


DCLI. Corrección de lo anterior: cuando no sepas nada, mejor guarda silencio; lograrás aparentar así que sabes mucho.


DCLII. Entre las razones de la razón y las razones del corazón elige siempre las razones del bolsillo.


DCLIII. Adula, que algo queda.


DCLIV. Intriga, que algo queda.


DCLV. Traiciona, que algo queda.


DCLVI. Tu libro de cabecera: el catecismo comentado por Maquiavelo.


DCLVII. Tu médico de cabecera: el doctor Strangelove.


DCLVIII. Procura pasar la vida recorriendo el largo trecho entre tus dichos y tus hechos.


DCLIX. Y ten en cuenta que más larga será tu vida cuanto más largo sea ese trecho.


DCLX. No te preocupe que tu vida no tenga sentido; el universo tampoco lo tiene, y no por ello deja de engendrar agujeros negros.


DCLXI. Última ocasión de desdecirme: desconseja, que algo queda.


DCLXII. Procura leer este libro enfrentándolo a un espejo. Y -te lo aseguro- éste es mi mejor (o ¿quizá mi peor?) desconsejo.


DCLXIII. Entre Infierno y Cielo no dudes nunca: elige siempre a Baudelaire.


DCLXIV. Si te sientes con fuerzas para ser un gran escritor, escribe poemas; si te sientes con fuerzas para ser solamente un buen escritor, escribe cuentos; si te sientes con fuerzas para ser algo más que un mediano escritor, escribe novelas. Si no te sientes con fuerzas -ni talento- para nada, escribe libros como éste.


DCLXV. Del mismo modo que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno, no habrá libro tan bueno que no tenga algo malo. Ya sabes, pues, lo que debes hacer si quieres escribir un libro muy bueno o, mucho mejor aún, uno buenísimo.


DCLXVI. Si no sabes dónde ni cuándo ni cómo terminar pon aquí y ahora punto final.



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