lunes, 30 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Trescientos años, número redondo, separan el primer y segundo Quijote de las teorías especial y general de la relatividad. Tal vez no tenga nada que ver, pero no deja de ser curioso.

sábado, 28 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ El monumento a las víctimas del 11-M en la estación de Atocha abandonado y por lo suelos:
Aún les pasa poco, se piensa, no en desiertos remotos ni en montañas lejanas, sino en un despacho confortablemente enmoquetado. Eso es por haberse dejado matar por los yihadistas. Si se hubieran dejado matar por ETA, ya las habríamos canonizado y estaríamos venerándolas en los altares.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Rosencrantz y Guildenstern

Shakespeare es inagotable. Empleando una expresión tan vulgar como utilitaria, puede afirmarse que de él, al igual que del cerdo, cabe aprovecharlo todo. Se ha dicho y repetido que sus obras son un catálogo completo de las pasiones humanas. Y es cierto. Pero no solamente por la amplia galería de retratos de sus personajes principales.
A imagen de las muñecas rusas, que alojan en su interior reproducciones sucesivamente reducidas de su figura, hasta en los personajes más episódicos, aquéllos que apenas disfrutan de una fugaz aparición con una o pocas frases, es capaz Shakespeare de sugerirnos, tan sólo con un par de pinceladas, un rasgo de la naturaleza humana.
Rosencrantz y Guildenstern son un poco más que personajes episódicos. Alcanzan, por su aparición en varios momentos de la tragedia de Hamlet, la categoría de secundarios. Y su recorrido por el drama permite considerarlos como símbolos, aunque  menores si se quiere, de la condición humana.
Llamados por el rey Claudio, como antiguos compañeros de juventud del príncipe Hamlet, para averiguar las razones de su aparente desvarío (léase: para espiarlo), pronto demostrarán su doblez al traicionar al que fue su amigo.
Borges, en una conferencia sobre el Quijote pronunciada —en inglés— en 1968 en la Universidad de Texas, Austin, dijo: “Y creo que todos podemos considerar a don Quijote como un amigo. Esto no ocurre con todos los personajes de ficción. Supongo que Agamenón y Beowulf resultan más bien distantes. Y me pregunto si el príncipe Hamlet no nos hubiera menospreciado si le hubiéramos hablado como amigos, del mismo modo en que desairó a Rosencrantz y Guildenstern”.
Aunque ajustado, como no podía ser menos, el juicio de Borges no parece del todo justo en este caso. El menosprecio de Hamlet —personaje, por otra parte, nada amigable— se debe a que desde el primer momento olfatea la doblez, la traición de sus sedicentes amigos.
Por sumisión, por servilismo ante el poder (¿por cobardía, quizás?) llegan a prestarse, como acompañantes de Hamlet en un viaje de Dinamarca a Inglaterra donde debería ser asesinado, a servir de portadores de unas cartas que contienen la sentencia condenatoria. Pero un giro argumental hace que Hamlet encuentre y sustituya las cartas con las instrucciones de darle muerte y ordene en cambio al receptor de las mismas la ejecución de sus falsos amigos.
Destino de quienes le traicionaron que no pesa en absoluto sobre la conciencia de Hamlet y que considera plenamente merecido, pues (acto V, escena II): Fuerte peligro es para un débil el introducirse entre las puntas de las espadas de dos fieros y potentes adversarios.

Lo último que sabremos de ellos, ya casi al término de la obra, es lo mismo que al final acabará sabiéndose de todos y cada uno de nosotros: Rosencrantz y Guildenstern han muerto.

jueves, 26 de noviembre de 2015

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Las armas se fabrican para venderse y se venden para utilizarse porque si no se utilizan no habrá más ventas y sin más ventas no habrá más fabricación y sin más fabricación no habrá más beneficios que es de lo que se trata verdaderamente y en el fondo y en última instancia. (¿Y qué hay de lo nuestro?, preguntan los fabricantes de armas nucleares.)


§ Si alguien tan poco sospechoso de rojo ni de radical ni de antisistema como el expresidente de los Estados Unidos Dwight D. Eisenhower nos advirtió el 17 de enero de 1961, en la alocución final de su mandato, del peligro del complejo militar-industrial, si un organismo tan poco sospechoso de rojo ni de radical ni de antisistema como el llamado Club de Roma nos advirtió ya en 1972 de los problemas medioambientales que se nos echaban encima, y si a pesar de esas advertencias estamos como estamos, entonces ¿qué? ¿Somos idiotas? ¿Estamos locos? (Sí a lo primero, dice uno. También a lo segundo, dice otro.)

martes, 24 de noviembre de 2015

viernes, 20 de noviembre de 2015

¿Qué?

El columnista que no haya escrito nunca sobre lo que se escribe cuando no sé qué diablos o demonios escribir en la columna que me he comprometido conmigo mismo y con mis hipotéticos lectores a —seamos sinceros— perpetrar semanalmente que arroje la primera piedra.
Haga como yo, no se meta en política, digo en literatura, podría aconsejar alguien de infausta memoria. Pero resulta que ya es jueves y la columna ha de estar escrita para mañana viernes y no me da tiempo (acabo de leer en la prensa que abrir una empresa es más fácil en 82 países, antes que en España) de inaugurar una verdulería con las hortalizas que a buen seguro voy a recibir como obsequio de los lectores que hipotéticamente se pasen por aquí. (Además, el floreciente negocio de fruterías y verdulerías ya está acaparado por avispados empresarios procedentes de lo que en mis años infantiles se denominaba el Indostán.)
En momentos de bloqueo creativo como el presente solía recurrir a mis amigos para que me ayudaran a salir del apuro. Pero Tonto el que lo escribe ya me ha dicho que al final de este año se retira de las tonterías y que para lo que le queda de estar en el convento... El que escribe para olvidar parece haberse olvidado de escribir. Y Segismundo Amis continúa sin despertar de sus fantasiosas ensoñaciones.
Así pues, sólo me es posible pedir auxilio al mejor de mis amigos: El abajo firmante (es decir, un servidor de ustedes; o sea, yo y yo y yo y solamente yo y nadie más que yo; aunque a veces no sé muy bien si firmo abajo o si firmo arriba).
Me dice —es el más fiel, el más de fiar, el que casi nunca me falla— que tiene una idea para un cuento de misterio. Algo todavía muy en embrión que tal vez daría para un relato de cierta longitud, no uno de esos mini/micro/nanocuentos (mierdacuentos en realidad, tan cultivados y apreciados por los malos escritores de Internet) que no van más allá de una simplona y supuesta ocurrencia rematada —nunca mejor dicho— a las pocas líneas (muy pocas; cuantas menos, mejor) por una no menos supuesta y simplona ingeniosidad final.
En esencia, se trata de alguien —posiblemente en silla de ruedas, como el protagonista de La ventana indiscreta— que sospecha que en una sastrería frente a su domicilio ocurre algo muy extraño: nunca ha visto salir de allí a algunos de los clientes a los que había visto entrar. Un buen día se le ocurre acercarse al escaparate de la sastrería y reconoce en los hiperrealistas rasgos de los maniquíes los rostros de los clientes desaparecidos. Cae entonces en la cuenta de que junto a la sastrería hay un negocio de taxidermia...

Pero en este preciso momento acude el mejor de mis enemigos (ya saben ustedes: el editor, ese tipo que me raciona el espacio) y nos deja a todos, a ustedes y a mí, con la miel en los labios.

lunes, 16 de noviembre de 2015

domingo, 15 de noviembre de 2015

sábado, 14 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Humano, demasiado humano. Esta mañana, en el canal de televisión Cuatro, perteneciente al grupo Mediaset, durante un programa especial dedicado a los atentados de ayer en París, al comentar las reacciones de los dirigentes políticos españoles ante el más que triste suceso se ha tildado de electoralista —tal vez no sin razón y aun reconociendo que era una llamada a la unidad en tan difíciles momentos— la petición de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, de que el pacto antiyihadista no se limite al PP y al PSOE sino que se extienda a otros partidos, incluidos los —todavía extraparlamentarios— llamados emergentes, dado el cambio de panorama político que se espera en las próximas elecciones generales del 20 de diciembre. Minutos después (literalmente: minutos) se establece una conexión con el corresponsal de la cadena en Bruselas para informar de la reacción a los atentados en el seno de la Unión Europea. En un momento de la conexión se dice que el próximo martes, 17 de noviembre, la selección española de fútbol disputará un partido amistoso contra la selección belga, y que no deja de haber cierta preocupación entre los componentes de la expedición deportiva. El presentador del programa —recuérdese: Cuatro, Mediaset—, al mismo tiempo que trata de tranquilizar a la audiencia, no deja pasar la ocasión de deslizar que el  mencionado partido de fútbol será retransmitido por Tele 5, buque insignia —¡¿qué casualidad?!— del grupo Mediaset.

Extraiga el lector sus conclusiones. Al tonto que esto escribe sólo le queda expresar su más profundo, sincero y desinteresado respeto por las víctimas de éste y de cualquier otro atentado, ya sea pasado, presente o futuro. Descansen —y dejémosles descansar —en paz.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Ser o no ser entre la pena y la nada

Il n’y a qu’un problème philosophique vraiment sérieux: c’est le suicide. Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d’être vécue, c’est répondre à la question fondamentale de la philosophie.

Albert Camus. Le Mythe de Sisyphe

Todos (incluso los suicidas; al menos hasta el momento en que deciden dejar este mundo), y tal vez consista en eso la grandeza de la gran literatura, tenemos algo a la vez de Hamlet y de Harry Wilbourne.
En una situación de completo derrumbe vital (muerta su amante a consecuencia de un aborto y condenado él a prisión por su implicación en el suceso), Harry Wilbourne (Las palmeras salvajes, William Faulkner), enfrentado a la idea de terminar con todo, decide que entre la pena y la nada elige la pena.
Esta decisión de seguir viviendo, de continuar sufriendo los golpes y dardos de la adversa fortuna en lugar de tomar las armas contra ese piélago de calamidades y, haciéndoles frente, darles fin de una vez, parece disipar de un plumazo la atormentadora duda hamletiana.
Si consideramos a Hamlet como alguien que da vueltas perpetuamente alrededor de las paradojas de Zenón de Elea (la flecha nunca podrá abandonar el arco, Aquiles nunca podrá dar alcance a la tortuga) sin resolverlas, Harry Wilbourne sería el que encuentra la mejor manera de refutarlas: poniéndose a andar (y demostrándonos de paso —séanos permitido este paréntesis digresivo— que el tal Zenón no dejaba de ser un tahúr del Misisipi, un sofista avant la lettre: si la flecha nunca podría abandonar el arco, tampoco habrían podido Aquiles y la tortuga dar inicio nunca a su carrera).
Aunque ¿no es posible que sea Hamlet, con su temor a un sueño eterno poblado de pesadillas, quien, paradójica y verdaderamente, en su aparente inmovilidad vaya más lejos, logre abandonar el arco y consiga dar alcance a la tortuga? Porque, si se piensa bien, en esa aceptación de la pena por parte de Harry Wilbourne parece haber algo de trampa, algo de ventajismo: cree saber que esa pena no será perpetua, que terminará algún día, que al final —liberándole así de ella— acabará triunfando la nada.
Pero ¿y si, como teme Hamlet, no fuera así?
Imaginemos que después de muertos se nos ofreciera la oportunidad de elegir entre continuar dormidos para siempre, anonadados eternamente en un interminable y dulce sueño sin pesadillas, o asistir a un juicio —cuyo veredicto desconoceríamos previamente, por supuesto— del que dependerían un cielo o un infierno eternos.

¿Seguiría entonces Harry Wilbourne rechazando la nada? ¿Y tú, hipócrita lector, mi semejante, mi hermano, qué elegirías?

jueves, 12 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Más que el paso del tiempo, lo verdaderamente corrosivo son las cosas que pasan a medida que pasa el tiempo.


miércoles, 11 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ La mejor es la menor. El mal escritor de microrrelatos es alguien que piensa que lo malo, si breve, es menos malo.

lunes, 9 de noviembre de 2015

Matar al padre

No recuerdo si fue poco antes o poco después de que el PSOE ganara con tan amplia mayoría las elecciones generales de 1982 cuando Felipe González dijo algo así como que España necesitaba un repaso (creo que fue esa la expresión) de veinticinco años de socialismo. Claro está, y así pienso que lo entendería todo el mundo en su momento, que con ese término, socialismo, lo que realmente se quería decir era socialdemocracia. Y ya nos habríamos conformado con eso, con una socialdemocracia a la nórdica, aunque hubiera de ser a la reducida escala, desde luego, de nuestras modestas posibilidades. Algunos, incluso, renunciando a sueños que la realidad había transformado en pesadillas, hasta nos habríamos dado, como suele decirse, con un canto en los dientes.
Pero el repaso (¿acaso llegó a serlo?) no duró veinticinco años, ni veinte, ni quince. Con apenas trece años y unos pocos meses llegó el PP y volvió a poner las cosas en su sitio; es decir, en el de ellos; o sea, en el de siempre. Aunque, reconózcase por mucho que duela, el Señor ya tenía parte del camino preparado por el Bautista (véase si no un magistral artículo de Manuel Vicent, Petirrojos, de 1997, el cual nunca me cansaré de citar: http://elpais.com/diario/1997/08/24/ultima/872373601_850215.html).
Eso que ahora llamamos los mercados (o lo que en expresión muy corriente en los años de nuestra Transición —el término, con mayúscula, ya forma parte de la Historia, también con mayúscula— podríamos denominar poderes fácticos, aunque de ámbito mundial en este caso) ya dieron un serio aviso a François Mitterrand cuando en 1981, al estrenarse como presidente de la República Francesa, trató de ser —o al menos de parecer— socialista. (Léase de nuevo socialdemócrata, pues cuando se trata de ser socialista de verdad acuden en tropel los poderes fácticos mundiales con el cuchillo en los dientes y hacen lo que hicieron en Chile con el pobre Salvador Allende en 1973.)
Algo de miedo del gato escaldado al agua fría debió de haber (cuando las barbas de tu vecino francés veas pelar...), pues al llegar al gobierno en 1982 las políticas económicas del PSOE procuraron desde el primer momento no enfadar a los poderes fácticos, ni a los de aquende ni a los de allende el océano. Eran los tiempos de la contrarrevolución conservadora de Margaret Tatcher y Ronald Reagan (¡Dios, qué buenos vasallos!), los duros años que culminaron en el llamado Consenso de Washington y, no hay que olvidarlo, en la fase final y decisiva de la Guerra Fría. Es innegable que se hizo lo que se pudo: educación y sanidad públicas, pensiones, infraestructuras... Pero también —tal vez porque no había más remedio— se hicieron cosas que quizá debería haberse intentado con algo más de empeño evitar tener que hacerlas: enseñanza concertada, renuncia a denunciar el Concordato con la Santa Sede, autorización de las empresas de trabajo temporal y de los primeros contratos basura, reconversión industrial (que, tal como se hizo, fue en realidad un principio de desmantelamiento industrial), inicio de las privatizaciones de empresas nacionalizadas, fusión de la banca pública en una sola cabeza (tal vez, como Calígula con Roma, para poder cortarla —léase privatizarla— cuando conviniera, como así terminó sucediendo)...
Cien años de honradez. ¿Recordamos aquel famoso eslogan electoral del PSOE? Pues —That is the question— ése es el problema: que la honradez al parecer sólo les duró cien años. Ése es el verdadero problema, más que todos los factores geopolíticos que hayan podido condicionar su ejercicio del poder. Eso es lo que ocasionó que el repaso de veinticinco años de socialismo que según Felipe González necesitaba España ni fuera realmente tal repaso ni durase los necesarios veinticinco años.
Al principio, como en el Génesis, ya estuvo aquello tan turbio y tan oscuro de ni Flick ni Flock. Y en 1987, después de haber sido ganadas por segunda vez las elecciones generales, hubo una alusión en la prensa (por lo pasajera y superficial que fue no hay que descartar que se tratara de una insidia o que, no siéndolo, se echara rápidamente tierra encima) a un supuesto tráfico de influencias del ya fallecido José María (Txiki) Benegas con unos amigos suyos, propietarios de un negocio de discotecas en Ibiza. Pero lo que después vino ya no fue pasajero ni superficial, ya no fueron posibles insidias: desde el simbólico, por inaugural, despacho de Juan Guerra hasta la financiación irregular con el caso Filesa, pasando por el rocambolesco episodio de Luis Roldán (y no se olvide, aunque no perteneciera estrictamente a la esfera económica, el tristísimo asunto de los GAL). Y la estruendosa quiebra de PSV, la cooperativa de viviendas de UGT, el sindicato hermano. Y la gente guapa. Y Carlos Solchaga —ministro de economía y Hacienda— presumiendo de lo fácil que por entonces era hacerse rico en España...
Se ha acusado a Julio Anguita, con aquello de la pinza y del sorpasso, de haber favorecido la llegada del PP al poder en las elecciones de 1996. Tal vez. Pero no se olvide que en 1993, cuando Felipe González ganó por los pelos, ya sin mayoría absoluta, sus últimas elecciones (159 escaños) y dijo más o menos que había recibido el mensaje —algo que no podía entenderse de otra forma como que había que girar a la izquierda—, pudiendo haber pactado con Izquierda Unida (18 escaños) lo hizo en cambio con el partido (17 escaños) de —sí, no nos asombremos retrospectivamente— Jordi Pujol.
Así pues, de aquellos polvos vinieron estos lodos y aquellos vientos trajeron estas tempestades. Y el PP, con toda la mierda que lleva encima, permitiéndose el lujo de decir y tú más. Pero es que resulta (ahí está todavía abierta la herida de los ERE andaluces) que aun no teniendo razón, porque la derecha nunca la ha tenido y jamás la tendrá, resulta, decía, que no faltan del todo a la verdad —aunque sea por una sola vez— y no dejan de estar en lo cierto.
En resumen, que será muy difícil, si no imposible, por mucho mea culpa que entonen, creer cualquier propósito de renovación o regeneración o refundación (o como diablos o demonios quieran llamarlo) del PSOE mientras —freudianamente, por supuesto— no maten de verdad al padre.
Pero ¿quién va a matar al padre, si perro no come perro? ¿Quién va a ponerle el cascabel al gato si todos son gatos?

Y, además, parece que al padre no hay quien pueda matarlo. Siempre se las arregla para resucitar. Siempre se las arregla para seguir vivito y coleando.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Between grief and nothing. La triste consolación de no querer a nadie es que nunca se sufrirá la pérdida de un ser querido.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Es posible que Jesucristo resucitara una vez. Pero con el edicto de Milán volvieron a desterrarlo de este mundo. Y esta vez para no volver.

§ Comer cucarachas a cucharadas. ¿No? Désele tiempo al tiempo.


viernes, 6 de noviembre de 2015

Perfección

La perfección, como la muerte (y su contrapartida, el embarazo), no admite grados. Se está vivo o se está muerto. Se es perfecto o se es imperfecto. Así. Sin más. Y sin menos. No obstante, al igual que podemos decir medio muerto, podemos decir también casi perfecto. Incluso, yendo más allá, al otro lado de la frontera de la perfección, cruzando de una orilla a otra del nunca remansado río del lenguaje, nadie se extrañaría de oír que alguien o algo es demasiado perfecto.
Demasiado perfecto. Quizás era eso lo que pensaba Dios de sí mismo y de su infinita e inacabable gloria desde el principio de la eternidad (sí, he dicho desde el principio de la eternidad), desde lo más profundo, recóndito y remoto del oscuro pozo de los tiempos. Y tal vez por eso, para compensar tanto exceso de perfección, tanta gloria inacabable e infinita, fatigado de todo ello, tuvo que crear el universo.
Tal vez. Tal vez por eso, por saberse imperfecto de raíz, el universo crece como un árbol cuya savia busca la luz de la perfección a lo largo del tronco, hacia el extremo de las ramas, en lo más alto de la copa, condenada siempre a no alcanzarla. Tal vez por eso esa infernal sucesión de cataclismos cósmicos que transforman las partículas en átomos, los átomos en moléculas, las moléculas en monstruos como, por ejemplo, nosotros. Tal vez por eso esa alocada huída hacia delante, ese homérico combate con la gravedad (que a veces se venga, se desquita, se toma la revancha en forma de agujeros negros), esa acelerada expansión hasta que un día, en lo más profundo, recóndito y remoto del oscurísimo pozo de un gélido futuro, la última de las partículas elementales acabe disolviéndose en esa primigenia nada cuántica de la que al parecer procede todo y de la que todos, al parecer, procedemos.

Demasiada perfección. Tal vez. Se cuenta (y si no se contaba antes, es posible que se cuente a partir de ahora) que Venus, la Venus, encontrándose tal vez demasiado gloriosa y demasiado perfecta, sintiéndose quizás fatigada por tanta perfección y tanta gloria, le dijo a Milo cuando se vio esculpida: “Córtame los brazos, anda. Venga, córtamelos. Sí, hombre, atrévete. No tengas miedo”.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Agnus Dei. Se suprime la asignatura de filosofía y se impone la de religión. Eso —chapeau, señores de la derecha— es tenerlo claro.


martes, 3 de noviembre de 2015

lunes, 2 de noviembre de 2015

Tonto el que lo escribe

§ Elecciones generales 20-D. Me temo un gobierno PP-Ciudadanos; o sea, más de lo mismo. Me temo también un gobierno PSOE-Ciudadanos; es decir, más de lo mismo.