Sonarán las trompetas del Apocalipsis; nacerán niños sin cabeza; nacerán
niños con dos cabezas; ya no nacerán más niños; crecerán los enanos de los
circos; se escaparán las fieras; huirán los domadores; llorarán los payasos; el
director se fugará con la trapecista y la caja; se hundirán las montañas; se
abrirá la tierra; se derretirán los glaciares; se secarán los ríos; se
agostarán los campos; se marchitarán las flores; se carbonizarán los bosques; se
extenderá la hambruna; se evadirán los capitales; se cerrarán los bancos
después de haber sido asaltados; se abolirá la propiedad privada; florecerán
los soviets; volverá la guillotina; arderán iglesias y conventos; serán
violadas las monjas; el agua se convertirá en sangre y nos invadirán las ranas y
nos asaltarán los mosquitos y nos torturarán los tábanos y la peste aniquilará
el ganado y nos pudrirán las úlceras y nos arrasarán las tormentas y nos
devorarán las langostas y nos cegarán las tinieblas y morirán nuestros
primogénitos.
Se agrietarán las tumbas (¡ah!, pero ¿todavía hay más?) y saldrán de
ellas los muertos.
Y se apartarán las nubes y se descorrerá el cielo y la ira de Dios nos
consumirá a todos, justos e injustos, escupiendo fuego...
Veo acercarse muy despacio a un viejecito ciego, apoyándose en un bastón.
Al llegar junto a mí, de forma un tanto balbuciente me dice:
-En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es -ahora tartamudea
ligeramente- la única p...palabra p...prohibida?
Mientras pienso la respuesta veo alejarse, renqueante, al viejecito
ciego, apoyado siempre en su bastón.
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