viernes, 16 de octubre de 2015

Noche del alma oscura

Estrellas fugaces en una noche nublada. Esa es la imagen que tienes de tus escritos. Y piensas que acabarán perdiéndose no —pues quizá no eres tan fatuo— como lágrimas en la lluvia, sino de manera mucho más modesta: como escupitajos en un charco.
“Yo, entre tanto, me acordaba de aquella hermosa foto de los primeros años de la revolución rusa, en la que se ve a Sergio Eisenstein cuerpo a tierra, tirando con una ametralladora, y esa ametralladora es... una máquina de escribir.” Recuerdas ahora esas palabras de Cortázar (Viaje alrededor de una mesa) y te preguntas de qué sirve y para qué sirve y a quién sirve no ya lo que escribes, sino el puro hecho de escribir. Y te llamas ingenuo, ingenuo, ingenuo. Y se lo llamas a todos los que alguna vez han contribuido a edificar ese mito del artista comprometido. (Y, ahora, por haber osado incluirte entre los ingenuos, te llamas fatuo, fatuo, fatuo.)
Admites que te encuentras bajo los efectos del desánimo. Pero es que hoy es martes y trece. (No eres supersticioso, pero es martes y trece.) Y el día está gris. Y llueve.
Aceptas también que tal vez estás escribiendo esto con desgana. (Aunque hagas lo posible para que no se note. Al menos, para que no se note demasiado. Que las comas, por lo menos, no estén mal puestas.)
Asumes todo eso. Y aprietas los dientes para no rendirte ante ti mismo (sabes que serías implacable con el vencido), para no rendirte ante tu compromiso semanal (contraído contigo mismo) de salvar el obstáculo (tantas veces, parece mentira, tan inmenso, tan casi insalvable) que representan para ti alrededor de treinta líneas de Word.
Estás a punto de lograrlo una vez más. Aunque sea a base de pura pirotecnia verbal (pura pirotecnia mojada). Nunca te habían costado tanto estas líneas. Nunca las habías disfrutado tan poco.
Pero vamos, como dijo en cierta ocasión (el 1 de septiembre de 2015, para ser exactos) ese amigo tuyo que tiene tantos pelos de tonto: Con la risa en los talones.

Sí. Así. Con esa misma filosofía vital. Aunque no consigas que la imagen de las estrellas fugaces te abandone. Aunque además pienses que el que dirige los ojos al cielo, el que pierde su mirada vacía en la noche nublada no es otro que un ciego.

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