Helo ahí, la punta de un hombro apoyada en el quicio de la taberna, la
rala y grisácea cabellera despeinada, la cerrada barba tres días sin afeitar,
la comisura izquierda sosteniendo un cigarrillo cuya cenicienta parte consumida
desafía la ley de la gravedad, la camisa desabrochada hasta más abajo del
esternón dejando a la vista una cadena de gruesos eslabones dorados de la que
cuelga una medalla de la Inmaculada Concepción, la muñeca derecha rodeada por una
muñequera elástica con los colores de la bandera española, las mangas de la
camisa dobladas hasta la altura de los bíceps mostrando los tatuajes que cubren
ambos brazos; la mirada torva, esquinada y taimada que destilan unos ojillos
entrecerrados.
Helo ahí, siguiendo con un destello de atención en los ojillos, como si
acompañara el desplazamiento a cámara lenta de una pelota de tenis, el tránsito
de unas colegialas adolescentes cuyas faldas plisadas de cuadros escoceses
tienen el borde muy por encima de las rodillas.
Helo ahí, contemplando ahora el paso de una pareja de apariencia magrebí.
El hombre, con vaqueros y camiseta de mercadillo. La mujer, cubierta de pies a
cabeza por una túnica y un velo. La comisura derecha emite un salivazo a modo
de provocativo saludo, un salivazo que parece haber sido escupido también por
los ojillos, un salivazo que hace acatar finalmente la ley de la gravedad al
cilindro de ceniza que aún colgaba de la comisura izquierda.
Helo ahí, viendo acercarse a una mujer cargada con una repleta bolsa de
supermercado y acompañada por un perrillo ratonero. Los ojillos se iluminan
durante un momento por algo parecido a la ternura cuando acaricia al perro y
juguetea con él. (Los colmillos del excitado animal mordisquean una de las
manos que lo acarician, lo que le hace recibir un puntapié en una de las ancas.)
A continuación, con voz aguardentosa, grita algo a la mujer y acompaña sus
palabras con el ademán de la mano derecha en alto amenazando un bofetón. La
mujer se aleja con la mirada clavada en el suelo, acompañada del perrillo
todavía renqueante.
Helo ahí, aplastando la colilla con la punta del zapato y volviendo a
entrar con aire chulesco en la taberna.
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