viernes, 9 de octubre de 2015

Helo ahí

Helo ahí, la punta de un hombro apoyada en el quicio de la taberna, la rala y grisácea cabellera despeinada, la cerrada barba tres días sin afeitar, la comisura izquierda sosteniendo un cigarrillo cuya cenicienta parte consumida desafía la ley de la gravedad, la camisa desabrochada hasta más abajo del esternón dejando a la vista una cadena de gruesos eslabones dorados de la que cuelga una medalla de la Inmaculada Concepción, la muñeca derecha rodeada por una muñequera elástica con los colores de la bandera española, las mangas de la camisa dobladas hasta la altura de los bíceps mostrando los tatuajes que cubren ambos brazos; la mirada torva, esquinada y taimada que destilan unos ojillos entrecerrados.
Helo ahí, siguiendo con un destello de atención en los ojillos, como si acompañara el desplazamiento a cámara lenta de una pelota de tenis, el tránsito de unas colegialas adolescentes cuyas faldas plisadas de cuadros escoceses tienen el borde muy por encima de las rodillas.
Helo ahí, contemplando ahora el paso de una pareja de apariencia magrebí. El hombre, con vaqueros y camiseta de mercadillo. La mujer, cubierta de pies a cabeza por una túnica y un velo. La comisura derecha emite un salivazo a modo de provocativo saludo, un salivazo que parece haber sido escupido también por los ojillos, un salivazo que hace acatar finalmente la ley de la gravedad al cilindro de ceniza que aún colgaba de la comisura izquierda.
Helo ahí, viendo acercarse a una mujer cargada con una repleta bolsa de supermercado y acompañada por un perrillo ratonero. Los ojillos se iluminan durante un momento por algo parecido a la ternura cuando acaricia al perro y juguetea con él. (Los colmillos del excitado animal mordisquean una de las manos que lo acarician, lo que le hace recibir un puntapié en una de las ancas.) A continuación, con voz aguardentosa, grita algo a la mujer y acompaña sus palabras con el ademán de la mano derecha en alto amenazando un bofetón. La mujer se aleja con la mirada clavada en el suelo, acompañada del perrillo todavía renqueante.
Helo ahí, aplastando la colilla con la punta del zapato y volviendo a entrar con aire chulesco en la taberna.


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