lunes, 12 de octubre de 2015

Fin de trayecto

Yo, señor, soy tan cristiano como el que más; pues, aunque fui bautizado con vino, y esto por haber sido mi nacimiento en época de grandísima sequía y mayor padecimiento, habréis de saber que el cura ante el que me llevaron a cristianar probó el tal vino antes de derramármelo en la cabeza, e hízolo probar a mis padrinos, y encontráronlo todos tan aguado que convinieron sin discusión que el sacramento era válido.
No sé qué nombre me pusieron, ni cómo me llaman, ni si lo hacen de algún modo, siendo que llegué al mundo en hora menguada y con aire corrupto, y, pues eran años de mucha carestía y en los que a mucha gente faltaba de todo, faltome a mí el oído y, en consecuencia, el habla desde el principio.
Para mi desdicha, no me faltaron los dientes; y aún los tengo; y téngolos todos y enteros, pues, aunque a muchos amos he servido, con ninguno he encontrado la ocasión de hacer buen uso de aquéllos.
Sabrá, pues, vuesa merced que soy bachiller y aun licenciado y hasta doctor en ayunos; y que si no soy filósofo es a causa de no ser rocín sino humano, pues bien conoce vuesa merced que las dichas bestias filosofan cuando ayunan, mientras que los hijos de Dios Nuestro Señor no podemos hacerlo mas que en haber bien yantado.
No tengo otra ejecutoria que la de no haber pecado. Sabe el cielo que nunca he sido soberbio, pues, de haber tenido alguna vez una cajuela con migajas de pan como la de un mi amigo que era hidalgo, aseguro a vuesa merced que no habría derramado el pan, como hacía mi amigo, por la barba y los vestidos de suerte que pareciese haber comido, mas hubiera devorado las migajas, y aun la cajuela, y hasta algunos pelos de la barba de haberme ésta crecido.
De que no he sido avaricioso puede dar fe un escudero de quien fui criado y que nunca me mantuvo, mas a quien hube de mantener.
Jamás me ganó la ira; y si no lo cree vuesa merced, pregunte al ciego a quien serví el primero y al que hice agujero en un su jarro de vino por recordar mi bautismo.
Pregunte también vuesa merced al clérigo que fue mi amo segundo si he sido perezoso; y recuérdele, si por quererme mal lo afirmara, los trabajos que me dio el arcaz de los bodigos.
Tampoco he sido envidioso, que a quien he visto comer no he sino se lo agradecido, pues la vista me alegraba aunque el hambre no saciara.
Sobre la lujuria, infórmese vuesa merced con el señor arcipreste de san Salvador, quien me casó con una criada suya que, siendo ya mi mujer, siguió visitándole para le hacer la cama y guisarle de comer, muy a mi honra y la suya.
Y de la gula, qué diré a vuesa merced sino que en muy pocas oportunidades recuerdo haber comido, y en todas ellas cosas sencillas y muy amenas a los ojos del Señor: algunas veces, tocino, manjar de cristianos viejos; otras menos, la santa oblea, plato de cristianos buenos; y en una sola ocasión, aunque inolvidable, sopa de cuentas de rosario, tan sabrosa y devota que estuve eructando durante sesenta días los misterios gozosos, durante otros sesenta los dolorosos y durante sesenta más los gloriosos.
No diré más a vuesa merced sobre los hechos de mi vida, por no cansaros y porque ya se cuentan en ese libro en el que está escrito todo. Sólo diré que, habiéndome negado el cielo habla y oído no me rehusó vista y cerebro; y concediome gran habilidad para el juego de los dados. Y os diré también que, por ese don del Señor, llegado he a lugar tan alto como éste en el que estamos.
Ocurrió que, estando desocupado y ensayando nuevas maneras de cargar unos dados, aparecióseme un diablo volador y cojuelo, que acababa de escapar de una redoma donde habíalo tenido encerrado un astrólogo desde hacía un par de años. No queriendo este diablo volver a casa con sólo aire en las manos y siendo la mía la primera ánima con la que había topado, preguntome lo que querría por ella. Leíselo en los labios y contestele por señas que me la jugaría a los dados. Aceptó el diablo y puse, pues, mi ánima en prenda; y puso él, según yo le hube pedido, la capa que traía puesta, en la que había prendida una llave.
Sepa vuesa merced que con esa llave he bajado al infierno, donde he visto que, aunque hay mucho fuego, no tienen nada que asar y se ayuna demasiado. Y, pues soy caritativo, pensado he en dejar abiertas las puertas para que huyesen los condenados; pero he visto que el infierno está lleno de nobles y obispos, y aun de reyes y cardenales, y hasta de papas y emperadores. Coligiendo que no les vendrían mal unas cuantas cuaresmas, he dejado las puertas bien cerradas y he subido al purgatorio, donde, pues es lugar de paso, no me he entretenido mucho tiempo, sino el bastante para saludar a las ánimas y consolarlas prometiéndoles que algún día podremos jugar a los dados.
Y aquí me tiene vuesa merced. Dígoos que he visto esto y no me ha desagradado, siendo que no se ayuna y, aunque tampoco se come, de hambre no se padece. Os pido, pues, licencia para quedarme. Y, en habiéndomela dado, promesa solemne os hago de devolveros estas celestiales llaves que en tan buena lid os he ganado.

Por cierto, mi señor san Pedro: ¿sabéis si Dios Nuestro Señor conoce el juego de dados?

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