viernes, 24 de julio de 2015

Malestar

Era como si estuviesen clavándole agujas de vudú; pero directamente a él, no mediante muñeco interpuesto. Le asaltaba un malestar difuso, una palpitación punzante que no sentía en una parte concreta del cuerpo sino en todas a la vez y a la vez en ninguna. Como si tuviera alma. Como si el alma fuese algún ente gaseoso que lo recorriera de la cabeza a los pies. Como si a ese gas es al que estuviesen clavándole las agujas.
El asalto había empezado esa misma mañana, al abrir el buzón. Las facturas de siempre, la publicidad de siempre y, novedad, un volante de una empresa de mensajería avisándole, con unos garabatos apenas legibles que parecían escritos por un médico, de la recepción de un paquete a su nombre. Con las primeras punzadas pensó que debía de tratarse de un error, pues estaba seguro de no haber hecho ningún pedido, ni por Internet ni por ningún otro medio. Imaginó que podía tratarse de algún truco para venderle algo. Pero venía a portes pagados.
Ya de vuelta en casa, con el minúsculo paquete en la palma de la mano, recordó cuando se disponía a abrirlo (y mientras las punzadas seguían avanzando) la mirada como de reproche -punzada- del empleado de la mensajería al entregarle el envío, y el cuchicheo de ese mismo empleado con uno de sus compañeros -punzada, punzada- que había alcanzado a observar desde la puerta de salida. Tal vez fuese entonces cuando debería haberse explicado el malestar. Entonces, cuando al desenvolver el paquete vio que era un diminuto ataúd transparente en cuyo interior yacía un dedo índice derecho.
Debía de tratarse de alguna broma macabra. El dedo, por supuesto, no podía ser real, no de carne y hueso. Aunque como imitación había que reconocer que era excelente. Hasta tenía un resto de suciedad negruzca bajo la punta de la uña. Como si hubiese tratado de arañar la tierra de una tumba.
No tenía que haberlo enterrado en el cubo de la basura. Tal vez, aunque no fuese creyente, debería haberle dado cristiana sepultura. Aunque sólo hubiera sido para que cesaran las punzadas y remitiera el malestar y pudiera dormir. Aunque sólo hubiera sido para que ahora, en la cama, no tuviera que estar viendo el dedo, luminiscente y sanguinolento y acusador. No tuviera que estar viendo el dedo apuntándole a la frente.


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