Asunto, para empezar, nada trillado donde los haya. (Tal vez sólo
superado en originalidad por el de ¿Quiénes
somos?, ¿De dónde venimos?, ¿Adónde vamos? Pero ésa es otra historia.) Y
pregunta de doble filo. Por y para se cruzan, se mezclan, se
entrelazan y acaban dando vueltas como en un vals. Pueden darse todas las
combinaciones posibles: preguntar por
y contestar para, preguntar para y contestar por, contestar para habiendo
preguntado para, contestar por habiendo preguntado por. Y aunque las diversas combinaciones
de preguntas y respuestas parezcan darnos muchas veces la falsa impresión de
ser (como podría decir Parménides en el improbable caso de que estuviera entre
nosotros) todas una y la misma, siempre, del mismo modo que ocurre con los
sinónimos, habrá entre ellas una diferencia de matiz. Es posible que por, al menos en las respuestas, nos
sugiera una connotación de vocación, de desinterés, incluso de cierto altruismo;
y que para, en cambio, llegara a
connotar ambición, interés, incluso un cínico utilitarismo. ¿Por qué escribes?,
podría preguntarse. Y se podría contestar: Para forrarme. (Iluso; en ese caso
mejor harías dedicándote a la ppolítica.) O también: ¿Para qué escribes? Para
ligar. (Iluso, más que iluso; en ese caso mejor harías formando parte de una
banda de rock.) Las preguntas y las
respuestas, como fácilmente se adivinará, podrían ser muy numerosas; así pues, para
(o por) no aburrir al lector dejo a su imaginación y a su libre albedrío, antes
de pasar al verdadero fondo del asunto, la tarea -voluntaria, por supuesto- de
seguir añadiendo ejemplos a esta combinatoria.
Tengo un amigo (sí; ese amigo tan socorrido y tan útil al que recurrimos
cuando queremos encubrir alguna vergüenza) que ha declarado en más de una ocasión
que escribe para olvidar. Así. Tal cual. Como si lo dijera en una reunión de
Alcohólicos Anónimos. Mi amigo es abstemio, pero su boutade nos conduce hacia un camino (tal vez sólo en apariencia)
lateral: el de la relación entre alcohol y literatura. Hay ejemplos, más que
ilustres, ilustrísimos: desde el precursor (al menos en los tiempos modernos),
el pobre Poe, a quien al parecer bastaba con lo que cabe en un dedal para
aturdirse en cualquier taberna de Baltimore, hasta el, quizás, hermano mayor de
la cofradía o sumo sacerdote de la secta: Malcom Lowry; pasando por los lost Faulkner, Hemingway o Fitzgerald,
que tuvieron sus más y sus menos con la botella; siguiendo con Carver y
Cheever, quienes en algunas ocasiones llegaron a trasegar a dúo; sin olvidar
-aunque de poetas no me siento muy autorizado a hablar- a Dylan Thomas. No
nombraré (¿no?) a Coleridge, De Quincey o Baudelaire, pues éstos le daban más
al opio. En fin... No quisiera (primera excusa) apabullar al lector fingiendo
una falsa erudición. También (segunda excusa) está lo de la falta de espacio
cuando hay que expresarse, como diría el poeta, en renglones contados. Pero si
el lector considera que los ejemplos dados son muy escasos o que he olvidado
alguno mucho más que ilustrísimo -pienso de repente en Joyce, quien además
también trasegó alguna que otra vez a dúo con Hemingway- atribúyalo (tercera
excusa) a que me falla la memoria o a que me falla la cultura o a que me fallan
ambas a la vez. Éstas son mis excusas. Y si al lector no le gustan, con la venia
de un tal Groucho Marx puedo inventarme otras.
Y de un camino lateral a otro, que a lo mejor resulta ser el principal.
¿Es el alcohol una forma de escapar de la literatura o viceversa? ¿Son los dos,
alternativamente o a la vez, un desesperado intento de huir de la vida? Pues
sí, parece que este camino ha resultado ser el principal: el de la relación
entre literatura y vida. ¿Se escribe para vivir? La pregunta, además de tener
doble filo, los tiene afiladísimos; pues este para puede tener dos caras. Dejemos de lado, por evidente (de
alguna manera hay que llenar la olla) la utilitaria y vayamos directamente a
la, por así llamarla, existencial. Cortázar declaró en alguna ocasión que él
verdaderamente hubiera querido ser músico. Faulkner, al parecer, hubiera
preferido ser hombre de acción. Melville y Conrad -ambos marinos- lo fueron,
pero luego se dedicaron a escribir. Hemingway, afortunado él, logró combinar
literatura y acción a lo largo de su vida. Flaubert, un rentista que no
necesitaba de las letras para llenar la olla, sudaba tinta (véase su
correspondencia) para escribir, sobre todo su Madame Bovary. El conde Tolstói tampoco tenía problemas con la olla
y hasta que renegó de la literatura no paró de erigir el inmenso y monumental
muro de ladrillos que nos ha legado. En fin (otra vez; y ahora sí). Ni contigo
ni sin ti, como dice la copla. Y sólo sé que no sé nada, como se dice que dijo
Sócrates.
Porque podremos estar en el camino principal, pero dando vueltas en
círculo. Tal vez porque lo que habría que preguntarse, y aún así la respuesta
no sería fácil, es ¿por qué (para qué) escribo? Uno sólo puede hablar por sí
mismo y de sí mismo, y a veces (Nosce te
ipsum) ni eso. Así pues, sólo me atrevo a decir que, a diferencia de mi
amigo, escribo para no olvidar, para no perder la memoria, pues la actividad
intelectual, según leí hace poco, es la mejor gimnasia para luchar contra los
estragos de la edad. Y, sí, también, escribo para vivir. Sí, también (aunque no para llenar la olla). Escribo para no perder las ganas
ni la ilusión de vivir. Escribo, en fin (¡por fin!), para seguir viviendo.
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