Mi sombra y yo tenemos una relación muy estrecha. Siempre vamos juntos a
todas partes. A veces yo voy delante. A veces yo voy detrás. A veces ella me
acompaña por la derecha. A veces ella me acompaña por la izquierda. (A veces
boxeamos.) A veces se oculta bajo mis pies -suele hacerlo cuando el sol está
muy alto- y no hay manera de hacerla salir a flote. Como si de repente se
hubiera enfurruñado por cualquier tontería. Pero pronto se le pasa el enfado y
vuelve a acompañarme. Hasta que se hace de noche. Entonces desaparece. Yo creo
que juega a esconderse -cómo no- entre las sombras. Pero sé que sigue ahí. Muy
cerca de mí. Como un ángel de la guarda.
Dirán ustedes que la relación entre ustedes y la sombra de ustedes es muy
parecida a la que acabo de describir entre mi sombra y yo. Es posible. Pero
ustedes ¿hablan con su sombra? ¿No? Pues yo sí. Y no pueden imaginar con cuánta
atención me oye. Casi diría que me escucha con mucha atención. Pero no lo digo. Porque escuchar con atención me suena
a pleonasmo (aunque si prefieren ustedes una palabra que no suene a enfermedad
pulmonar diré que me suena a redundancia).
Dirán ustedes también que mi prosa es muy poca cosa (osa-osa). Una simple
sucesión de frases yuxtapuestas. A lo mejor es que estoy imitando -pero al
revés- una novela de don Camilo José (omito el apellido para no incurrir en una
molesta aliteración). Presumía el autor de que allí todo eran comas. Ningún
punto. El truco consistía en poner comas donde debería haber puesto puntos. Así
de fácil. Pues aquí lo mismo. Pero al revés (y muchísimo más corto). Aunque no
es sólo por imitar. La verdad es que desde hace algún tiempo me da por comer
comas.
Pero yo estaba hablando de mi sombra. Y se me acaba el espacio. Sólo me
queda (ya empiezo a excederme) para decir que no podemos vivir (ir-ir) el uno
sin la otra ni la otra sin el uno. Y que me preocupa mucho lo que pueda ser de ella
el día que yo falte.
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