Shakespeare se lo hubiera pasado en grande: los ciegos votando a los
locos. Esto, parafraseando su Rey Lear
(acto IV, escena I: La plaga de estos
tiempos es que los locos guíen a los ciegos), es lo mejor que puede
decirse, visto el resultado, de las elecciones generales del pasado 20 de
diciembre de 2015. Pero el teatro aún no ha terminado (y la ópera bufa —o,
mejor dicho, dramma giocoso— de
Cataluña, tampoco). Pues es ahora cuando empieza la verdadera representación.
Para empezar tenemos a Ciudadanos, que, muy a su pesar, ha de conformarse
con el papel de una Cordelia empeñada en socorrer —y, si se tercia, en sucumbir
con él— a su padre putativo, el atribulado Partido Popular, encabezado,
mientras siga sosteniendo la testa sobre los hombros, por un perpetuamente
dubitativo Hamlet que en lo más profundo de su corazón tal vez habría querido
ser Macbeth. (Pero siempre ha tenido demasiadas brujas y demasiados fantasmas paternos
en su partido impidiéndole cumplir su sueño.) Todo un espectáculo. Vaya que sí.
Aunque el espectáculo de verdad, el mayor espectáculo del mundo, nos lo
está dando el Partido Socialista Obrero Español, empeñado en ofrecernos la
representación de una de las obras mayores del bardo: Julio César (¿con el añadido tal vez de Antonio y Cleopatra?). Hagan juego, señores, y repartan papeles.
Para el de César ya hay quien lleva todos los números. Pero ¿se atreverá
alguien a hacer de Marco Antonio? ¿Quién será el honrado Bruto? ¿Quién Cicerón?
¿Quién Casio? ¿Habrá una Cleopatra? La que podría representar este último papel
tiene muy poco de Cleopatra, si acaso el áspid; y por sus aspiraciones parece
más bien una lady Macbeth dispuesta, sin necesidad alguna de consorte, a llegar
a ser califa en lugar del califa; es decir, a llegar a ser Octavio.
¿Y qué decir de Podemos? ¡Ay!, el que esto escribe confiesa, siguiendo al
Arcipreste (Sienpre quis muger chica más
que grande nin mayor: / non es desaguisado del grand mal ser foídor, / del mal
tomar lo menos, dízelo el sabidor, / por ende de las mugeres la mejor es la
menor), que Podemos ha sido —qué remedio— su dueña chica. Pero no por ello deja de parecerle la actitud de estos
chicos, que tal vez ellos justifiquen por conveniencias tácticas, muy cercana a
la sinuosa doblez de un Yago.
¡Pobre público! Sacada la entrada, depositada en la urna, sólo nos queda
presenciar la función. Aunque, más que en el teatro, es posible que estemos en
el circo romano, asistiendo a la lucha de los gladiadores en la arena. Pero
cuidado, no acabemos cayendo todos del graderío y quedemos en la arena como
mártires a merced de los leones. Cuidado, no termine todo esto
—metafóricamente, por supuesto; o así lo espero— como en Hamlet, donde al final muere hasta el apuntador. O, peor todavía,
como en Tito Andrónico, donde ni
siquiera el acomodador consigue salvar el cuello.
Lo dicho: feliz —y próspero— año nuevo.
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