viernes, 14 de agosto de 2015

DE CONSOLATIONE LITTERATURÆ

Aunque ya nunca podrás repetir el instante inaugural en que descubriste el suave tacto algodonoso de aquel cachorro de grifón —una bolita peluda de blancura inmaculada salvo por las orejas y el lomo manchados de negro— que al conocerlo te traspasó el corazón con un flechazo y que terminó por desgarrártelo cuando abandonó este mundo mucho antes de la que debería haber sido su hora, aunque ya nunca sentirás el pasmado deslumbramiento de leer La isla a mediodía o La noche boca arriba o Axolotl o Circe por primera vez, aunque ya nunca volverás a verte, como en aquella ocasión lo hiciste, representando el papel de un heroico caballero andante que, tirando de su mano para hacerle regresar de su aturdida parálisis y obligándole a correr, rescataba a la que entonces era su dama del cerco amenazador de una infame turba de turbios y grises antidisturbios en una remota manifestación de primero de mayo, aunque ya nunca revivirás la ilusión de asistir a tu primera clase en la universidad, esa ilusión que tan pronto degeneraría en eso, en ilusión, y que tan pronto se trocaría en decepción, aunque ya nunca, porque ya lo hiciste de una vez y para siempre, te asombrarás al descubrir a Mozart, a Haydn, a Bach, a Hændel, a Vivaldi, a Beethoven, a Verdi, aunque ya nunca —una vez más caballero andante de la mano de su dama— remontarás con la expectante emoción de aquel momento la escalinata del palacio de Chaillot desde la plaza del Trocadero para sorprender a tu amada de entonces con la aparición fulgurante de la torre Eiffel, aunque ya nunca reencontrarás aquel miedo vivificador (sí, miedo; y sí, vivificador) que te asaltó al verte asaltado por una banda de facinerosos policías franquistas —Brigada Político Social tenían la desvergüenza de llamarse— a la salida de una reunión sindical que ellos calificaban de ilegal, aunque ya nunca, sin saber todavía lo que era besar, besarás unos labios que tampoco sabían aún lo que era besar, ni rozarás, sin saber todavía lo que era rozar, una mano que tampoco sabía aún lo que era rozar, ni te mirarás, sin saber todavía lo que era mirar, en unos ojos que tampoco sabían aún lo que era mirar, aunque ya nunca, porque hace mucho que dejaste de ser joven para nunca jamás, se estremecerá tu piel joven con el milagroso contacto primordial de otra piel joven, aunque ya nunca, en fin, tendrás más futuro que pasado, siempre —como a Rick e Ilsa, tanto monta; como a Ilsa y Rick, monta tanto— te quedará París, y siempre —hasta que la muerte te separe de todo— te quedará la agridulce y resignada consolación de poder decir: Lo he vivido. Lo he rememorado. Lo he escrito.

2 comentarios:

  1. Grandes verdades. La experiencia de la vida con sus buenos y malos momentos es lo que nos queda cuando envejecemos, la pena es que a muy pocos les interesa escucharnos.

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    1. Si, Juanda, ya somos mayores. Pero eso no es malo del todo, pues es inevitable. Lo malo sería estar mayores, no serlo.

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