viernes, 7 de agosto de 2015

Águila con dos cabezas

Todos los días, cuando despunta el alba, un águila bicéfala de brillante plumaje gris ceniciento se posa a los pies de mi cama. Con las alas plegadas, espera a que me levante. Entonces, con un ágil y breve aleteo se encarama a mis hombros y me desengasta delicadamente los ojos. Extiende después las alas y con mis ojos engastados ahora en sus picos como dos relucientes piedras preciosas emprende majestuosamente el vuelo.
Cuesta mucho imaginar lo alto y lo lejos que puede volar un águila bicéfala. Cuesta mucho imaginar las cosas que llegan a ver mis ojos durante ese vuelo. Cuesta mucho imaginar una catarata silenciosa, cordilleras y valles y ríos en las nubes, catedrales y palacios y ciudades en la cara oculta de la Luna, procesiones de estrellas fugaces entre Venus y Mercurio, languidecientes mediodías en Marte, gélidos valses de estatuas en el cinturón de asteroides, fragor de combates en las tormentas de Júpiter, carreras de cuadrigas en los anillos de Saturno, llamadas de sirenas desde más allá de las órbitas de Urano y de Neptuno...
Sí, cuesta mucho imaginar todo eso. Como cuesta mucho imaginar un vuelo tras la estela de un cometa, imaginar un vuelo en descenso hacia el Sol. Como cuesta mucho imaginar también que se pueda mirar al Sol cara a cara, que se pueda mirar al Sol cara a cara y sostenerle la mirada, que se pueda mirar al Sol cara a cara y sostenerle la mirada y no enceguecer, como sólo pueden hacerlo las águilas bicéfalas.
Cuesta mucho, sí. Cuesta mucho imaginar todo eso. Sobre todo cuando el resto de mí, mientras mis ojos vuelan, desperdicia su vida con los pies encadenados al suelo de un rutinario trabajo cualquiera en una kafkiana oficina cualquiera de una remota ciudad cualquiera. Cuesta mucho imaginarlo cuando el resto de mí malgasta su vida esperando el crepúsculo, esperando el nocturno regreso del águila, esperando que vuelva a engastarme los ojos para que me cuenten en sueños lo que durante el día han visto en su vuelo. Todas esas cosas que si mis ojos no me las contaran el resto de mí nunca sería capaz de imaginarlas.


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