Habla la luz azul al alba: “¡Alba,
habla!”, dice. “¡Habla, alba!”,
insiste. Y entonces el alba habla: “Otro orto”, te dice. Y su voz azulada te
expulsa de esa frágil duermevela durante la que todavía sueñas o crees estar soñando
todavía, esa huidiza duermevela en la que por un momento te parece incluso estar
soñando que sueñas. Antes de rendir los ojos a la ascendente luz azul te
aferras por un momento a la menguante penumbra de la alcoba, buscas refugio en
ese agonizante rescoldo de un sueño donde todavía Adán nada plácidamente allí
donde el río del Edén se parte en cuatro brazos mientras la serpiente se
descuelga del árbol y tras saludar a Eva (“Ave,
Eva”) le ofrece el fruto prohibido. “Allá
va la valla”, exclamas por fin, apartando colcha y sábana de un manotazo.
Te incorporas, te sientas en la cama, pones los pies en el suelo y cuando finalmente
te haces el ánimo y te levantas te sientes pesado, muy pesado, como una especie
de oso soso. “Acata o ataca”, “Ataca o acata”, te dices, pensando con toda
la desolación de un Hamlet derrotado de antemano (“¿Qué es más noble para el espíritu?”) en el día que te espera; un
día, y eso no es solamente lo malo sino también lo peor, tan pésimo como tantos
otros. Empezando por el desayuno: “Sapos
y sopas”, piensas; o “Sopas y sapos”,
que para el caso es lo mismo. Siguiendo por todas esas largas horas repletas de
minutos repletos de segundos todos y cada uno de ellos vacíos de sorpresas,
todas esas interminables horas tan idénticas a las de ayer y, no te cabe duda,
tan iguales a las de mañana y a las de pasado mañana y a las de la semana
próxima y a las del mes siguiente y a las del año que viene y a las de así
sucesivamente y a las de etcétera, etcétera, etcétera, hasta que las tijeras de
Átropo corten el hilo de una puta vez y el reloj se pare para siempre. Y
terminando, tampoco te cabe duda, por esa crepuscular happy hour en la que ahogarás tus penas bebiendo como un cosaco
mirando hacia el ocaso. “Ocaso cosaco”,
murmuras. Y una absurda asociación de ideas te hace pensar: “Ruso sur”. Y proseguir con una sarta de
disparates: “Amor a Roma”, “Odio ese oído”, “Así se sisa”, “Luto o tul”.
¿De qué va esto? No entiendo nada.
Recuerda a Borges: “En una
adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida?
Habla la luz azul al alba: “¡Habla,
alba!”, dice. “¡Alba, habla!”,
insiste. Y entonces el alba habla. Y te dice: “Luz azul”.
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